Señor Sinay: Quisiera saber si la sanción, castigo, penitencia es efectiva para un hijo adolescente. Quizás como padres sintamos que esa medida nos da protección, ante un mundo peligroso y ante la libertad y omnipotencia que siente un chico de 15 años. Verdaderamente, la restricción ante una macana, ¿ayuda a nuestros hijos a pensar más antes de actuar o los conduce hacia otro error: mentir, dejar de comunicarse, escaparse, buscar lo prohibido? ¿Para quién es útil la sanción, para los papás o para los chicos? ¿Qué otra forma de educar existe para que nuestros hijos elijan por sí solos un buen camino, y sobre todo para que aprendan a cuidarse ante los peligros de esta vida? Roberta G.
Quizás las dudas que inquietan a nuestra amiga Roberta puedan encararse desde otra perspectiva. En lugar de hablar de sanciones, castigos y penitencias, podríamos hacerlo de límites, libertad y responsabilidad. La educación es un edificio que se sostiene sobre tres pilares: la transmisión de valores, la demostración de que hay un sentido en la vida de cada persona, y la guía hacia un modelo de vínculos en donde el otro es respetado y es considerado como un fin en sí mismo, jamás como medio para un fin. Estas tres tareas corresponden primordialmente a los padres, al hogar, a los adultos significativos en la vida de los chicos. Y no hay otra forma de cumplirlas que no sea vivir los valores que se quieren transmitir, vivir una existencia con sentido (que no se agote en el tener, en el mostrar, en el hacer) y vivir vínculos significativos, que no sean meras transacciones utilitarias (con la pareja, con los hijos, con los socios, amigos, proveedores, clientes, familiares, es decir, con el mundo). Desde esta perspectiva, los chicos entran a la enseñanza formal (a cargo de la escuela), ya educados. Sus pedagogos esenciales (padres, hogar, adultos significativos) educan con su vida, no con palabras, regaños, declaraciones ni sermones.