martes, 5 de mayo de 2015

Intentémoslo sin violencia



Frédérick Leboyer, allá por 1974 escribió un libro llamado Por un nacimiento sin violencia. El libro se lee como una poesía, y lleva imágenes espeluznantes, que hielan la sangre. Imágenes en blanco y negro que seguro que este buen hombre se imaginaba que habrían quedado obsoletas para cuando lo leyéramos en el siglo XXI los bebés que estábamos naciendo mientras él escribía.

Si supiera, el pobre Leboyer, que esos bebés, ya madres y padres, tenemos las mismas imágenes de nuestros bebés recién nacidos, colgando de los pies, en manos de médicos sonrientes y orgullosos, imágenes a todo color y digitales.

"El bebé siente todo de forma más aguda, más potente, porque las sensaciones son todas nuevas, y porque su piel es tan fresca, tan tierna, mientras que nuestros sentidos adormecidos están casi muertos" (la traducción es mía).

Nuestros sentidos adormecidos están casi muertos porque han olvidado el calor. Han olvidado lo que era estar en un medio perfecto, donde no existen las necesidades, donde todo es calor y amor. En el vientre de mamá el bebé está seguro, cuidado, mecido y amado siempre.

De pronto, parece haber sido desgarrado de ese paraíso, colgado boca abajo como un prisionero de guerra. Sus manos buscan tocar, su grito pelado retumba en oídos adormecidos. "El niño está loco con ansiedad por la simple razón de que ya nadie lo acurruca" continúa Leboyer. Lo único que conocía el bebé era el tacto permanente, omnipresente del útero de su mamá.

Al nacer "en vez de acoger su cuerpecito, lo amarramos de los pies, dejándolo colgar en el vacío. Y la cabeza (...) la dejamos colgar, y le damos al bebé la sensación de que todo gira, mareado, de que el universo es puro vértigo insoportable".

Fijaos en las manos de ese bebito. Manos desesperadas que buscan a su mamá, como si fuera parte de su propio cuerpo, como si fuera lo único que conoce, su única paz.

¿Como si fuera? ¿A caso no lo es?

Quizás un nacimiento sin violencia solo requiera de paciencia, humildad, silencio y amor, como dice Leboyer. Quizás requiera que recordemos que se trata de un nuevo ser que viene al mundo, y lo recibamos con el amor y el respeto con que recibimos a una visita importante que estuvimos esperando por meses y meses.

 Leboyer termina con las siguientes frases:

“¿Qué más se puede decir? Solo una cosa.

Intentémoslo.”

Creo que eso es poco a poco lo que vamos haciendo. Porque el parto es nuestro, pero el nacimiento es suyo.
 Sobre la foto: Se titula "Momento único" y fue tomada en el hospital Evangélico de Londrina, de Brasil.

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