En Gran Bretaña, los maestros vienen observando desde hace unos años un declive en las capacidades lingüísticas de muchos niños, hasta el punto de que han empezado a preguntarse si el uso y orientación de los cochecitos podría influir en este hecho.
Los bebés que van sentados mirando hacia delante no tienen contacto visual con sus padres o cuidadores, y por tanto no pueden interactuar con ellos. En el ruidoso entorno urbano, los bebés pueden tener dificultades incluso para oír a sus padres cuando estos les hablan. Por supuesto, esto no ha sido siempre así, ni en todas partes. El uso de cochecitos para el transportes de bebés surgió en el siglo XIX en la Inglaterra victoriana, pero esos primeros cochecitos se diseñaban situando al bebé de cara a sus cuidadores. No fue hasta finales de la década de 1960 cuando surgieron las primeras sillitas plegables, adaptadas a las reducidas dimensiones de las viviendas urbanas modernas. La necesidad de que se pudieran plegar motivó que se diseñaran de forma que el niño queda de espaldas al adulto que empuja el cochecito.
Si los bebés pasan un número considerable de horas durante sus primeros años en sillitas que entorpecen la interacción con los demás, ¿no podría dificultar esto su aprendizaje del lenguaje? La neurociencia nos dice que el cerebro se desarrolla sobre todo entre el nacimiento y los 3 años, período en que la interacción social favorece el desarrollo neurológico o, por el contrario, lo frena. Sue Gerhardt explica de forma contundente en El amor maternal (Why love matters, 2005) cómo la interacción con los demás, y sobre todo con los padres o cuidadores principales, “modela” el cerebro del bebé y el desarrollo o limitación de ciertas áreas cerebrales.
A partir de estas hipótesis, la ONG británica National Literacy Trust, que desarrolla campañas en pro del desarrollo de las capacidades lingüísticas de la infancia, encargó en 2008 un estudio sobre el tema a un equipo de investigadores de la Universidad de Dundee (Escocia). El equipo, dirigido por la Dra. Suzanne Zeedyk, llevó a cabo un estudio de observación de 2.722 familias con bebés, por todo el país. Paralelamente, los investigadores estudiaron el comportamiento de 20 bebés, a lo largo de un recorrido por el centro de la ciudad de Dundee. Durante la mitad del paseo, los bebés iban orientados hacia la ruta, y la otra mitad orientados hacia la madre o cuidador.
El primer estudio permitió observar que las sillitas donde el bebé va de cara a la ruta son, con diferencia, las más comunes, pero que los bebés tenían muchas menos posibilidades de interactuar socialmente en este tipo de sillas. Sólo en un 11% de casos se observó que los cuidadores les hablaban a los niños. Por el contrario, en sillas que permiten llevar a los bebés de cara a sus padres o cuidadores, se vio que estos les hablaban en un 25% de los casos, y aún más cuando los llevaban encima mediante portabebés o cuando caminaban con ellos.
¿Podría ser, simplemente, que los padres más habladores tuvieran tendencia a comprar cochecitos que permiten el contacto visual con el bebé? No parece probable, ya que en el segundo estudio del equipo de Dundee 20 madres y bebés de entre 9 y 24 meses probaron ambos tipos de cochecitos, y se pudo ver que durante el trayecto cara a cara las madres les hablaban a sus bebés el doble, y tanto ellas como los bebés se reían más. Y no sólo esto. Además, y los patrones de sueño y ritmo cardíaco de los bebés eran diferentes cuando iban orientados de cara a la ruta o de cara a su madre o cuidador.
La Dra. Zeedyk reconoce que “como psicóloga del desarrollo, nunca se me había ocurrido pensar en este tema, y me sorprendió que ningún otro científico lo hubiera estudiado aún”. “Nuestro estudio experimental mostró que, simplemente al darle la vuelta a la orientación de la sillita, se duplicaba el porcentaje de padres que le hablaban a su bebé. Tampoco había previsto que un alto porcentaje de bebés se durmiera yendo de cara a su portador: un 52% frente a un 27% de los que iban en sillitas orientadas en el sentido de la marcha. Fue una sorpresa total. Resulta significativo, ya que tenemos más tendencia a dormir cuando nos sentimos relajados y seguros.” Según Suzanne Zeedyk, esto indica que probablemente los niños se sienten más estresados cuando van en sillitas orientadas hacia el exterior.
Por supuesto, los niños no pasan todo su tiempo en sillitas o cochecitos, pero sí que pasan, por término medio, unas dos horas diarias en ellos. El conocimiento científico actual nos dice que el desarrollo del lenguaje del niño está determinado casi totalmente por las conversaciones diarias que sus padres tienen con ellos. Al llevar al bebé en un cochecito que entorpece la interacción, los padres o cuidadores no pueden ver qué cosas atraen su atención y pierden valiosas oportunidades para hablar y comunicarse. La ciencia nos demuestra, asimismo, que el desarrollo del bebé es mucho mejor si sus padres están disponibles, desde el punto de vista emocional y cognitivo, para responder a sus sutiles señales de necesidad de atención y seguridad. Los cochecitos donde el bebé va orientado hacia la ruta no satisfacen esta necesidad; más bien, afirma Suzanne Zeedyk, “es probable que estos cochecitos interfieran en la capacidad de los padres de sintonizar rápidamente con las necesidades e intereses de sus hijos”.
¿Por qué hasta ahora la ciencia no ha prestado atención a cuestiones relacionadas con el modo en que transportamos a nuestros bebés? Probablemente, porque la evidencia empírica disponible en la comunidad científica sobre la importancia de la interacción social para el desarrollo neurológico y fisiológico de los niños apenas está empezando a infiltrarse en nuestra conciencia social. Puede, también, que esta falta de atención proceda de un cierto desprecio sobre el papel que desempeñan los padres en la capacidad de los niños para procesar y dar sentido a sus experiencias. Es cierto que a medida que crece el niño se interesa más por su entorno, y desde ese punto de vista el orientar al bebé hacia el mundo exterior puede verse como algo que propicia ese interés por el mundo. Pero si los niños no pueden apoyarse en los gestos y la expresión facial de sus padres, no tienen ninguna ayuda para determinar qué cosas son seguras o cuáles suponen una amenaza, cuáles son interesantes y agradables y cuáles peligrosas. La respuesta parental desempeña un papel clave para ayudar al niño a desarrollar y regular sus propios sistemas fisiológicos, y aprender qué significado debe atribuir a las cosas que observa en el mundo que le rodea. Los cochecitos modernos interfieren sin duda en esta respuesta parental.
“Nuestros datos -concluye la Dra. Zeedyk– sugieren que, para muchos bebés, la vida en un cochecito resulta pobre emocionalmente y tal vez estresante. Los bebés estresados crecen y se convierten en adultos con ansiedad. Parece, por nuestros resultados, que es hora de que empecemos a desarrollar una investigación a mayor escala sobre este tema. Los padres merecen poder tomar decisiones informadas para favorecer mejor el desarrollo emocional, físico y neurológico de sus hijos.”
Sobre Suzanne Zeedyk
Suzanne Zeedyk es profesora de Psicología del Desarrollo en la Universidad de Dundee (Escocia). Suzanne ha dedicado los últimos 15 años a investigar las interacciones entre padres e hijos, con el propósito de comprender las complejidades de la comunicación infantil, incluso desde los primeros meses de vida.
Sobre el estudio
El informe What’s life in a baby buggy like?: The impact of buggy orientation on parent-infant interaction and infant stress (¿Cómo es la vida en un cochecito? El impacto de la orientación del cochecito en la interacción entre padres y bebés y el estrés infantil) es un estudio de investigación dirigido por la Dr. M. Suzanne Zeedyk en colaboración con la organización National Literacy Trust. Puede descargarse (en inglés) en: http://www.literacytrust.org.uk/talktoyourbaby/Buggy_research.pdf
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