Son por todos conocidas las virtudes de la leche materna para la alimentación del bebé desde el mismo momento de nacer. Pero lo que pocos saben es que, además de proporcionar defensas para el organismo infantil, la lactancia tiene también acción inmunológica en el aspecto afectivo. La lactancia crea un vinculo de maravillosas posibilidades entre la madre y el hijo, una relación de amor, de enriquecimiento mutuo, porque es un canal de diálogo entre ambos. Primero el vínculo será mamá-bebé, luego mamá-bebé-papá y demás miembros de la familia. Y así se irán dando improntas vinculares que se suceden a lo largo de toda la vida, lo que llamo el eslabón de las cadenas vinculares.
La palabra vínculo encierra, entonces, toda la historia de la vida de una persona en relación con los demás.
Las primeras experiencias vinculares –gestación e infancia- dejan huellas que se proyectarán en la vida de cada uno con singular fuerza. Cada ser humano lleva en sí una sucesión de experiencias vividas intensamente desde la concepción. Hablar de vínculo como algo que comienza en el nacimiento, sería negar todas las riquísimas experiencias previas de la madre y el hijo durante la gestación. Cuando la mujer tiene un hijo, él ya la conoce, porque estuvo viviendo en su interior, entonces reconoce su olor, sus ruidos, sus latidos, su calor.
Antes de nacer el bebé se alimentaba a través del cordón umbilical, en el momento preciso, con la justa medida de lo que necesitaba, y no era necesario que le pidiera a la mamá porque recibía lo que necesitaba. Esto mismo se dá en la lactancia. Y por eso el pezón es el cordón umbilical externo, porque a través del pecho la mamá responde de la misma manera. Ella siente y registra con mucha facilidad, por eso es natural que sepa qué necesita su bebé.
Al hablar de esta relación vincular a partir de la lactancia, no se trata de establecer comparaciones, es decir qué es mejor o peor, ni mucho menos de crear culpas en aquellas mamás que por diversas razones no pudieron amamantar a su bebé. Sí se trata, en cambio, de referirnos a las características positivas que conlleva el amamantamiento. Es muy tranquilizador y estimulante pensar que el ser humano siempre puede reparar, ya sea con un alto o bajo costo, pero es libre y puede modificar sus conductas al “darse cuenta”; de mecanismos que tiene dos componentes importantes, el emocional y el del conocimiento intelectual.
En principio, si pasamos revista a los componentes bioquímicos e inmunológicos de la leche materna, no podemos menos que maravillarnos ante los beneficios que aportan al niño. Se dice, por ejemplo, que la leche de la primera etapa (calostro) es como “oro líquido”, porque aporta defensas contra todas las enfermedades infecto-contagiosas, y es cierto. La leche materna tiene, por lo tanto, tiene virtudes inmunológicas. Pero hay otros componentes que van más allá de la composición de la leche y que llenan las necesidades mutuas de alimento afectivo y comunicación. Por eso propongo la lactancia como una inmunología desde el punto de vista emocional, precisamente por la importancia de ese vínculo que se crea “desde el vamos”, al que nos hemos referido. ¿Por qué no pensar en que dar de mamar es inmunizar a un chico contra todas las enfermedades emocionales que tiene el ser humano cuando no ha tenido un reaseguro emocional y afectivo desde el principio?
La lactancia es un toma y daca: el bebé recibe muchísimas cosas, pero la mamá también. La madre que amamanta ve reconfirmada su capacidad de continuar dando vida a través del alimento que produce su cuerpo.