26/02/2015 | CIENCIA CON VOZ PROPIA
Sus beneficios alcanzan directamente a
quienes reciben las vacunas, e indirectamente a toda la población.
Romina Libster,
investigadora
asistente
del
CONICET.
Foto: gentileza investigadora.
Por Romina Libster*
Las vacunas son uno de los grandes éxitos
en la salud pública a nivel mundial. No sólo impactan previniendo enfermedades
si no que al protegernos de ellas, pueden prevenir importantes discapacidades.
Hace varios años, cuando no existían, millones de personas morían en el mundo
por algunas enfermedades como viruela, poliomielitis, sarampión, tos convulsa,
rubeola o hepatitis B, entre otras.
Se estima que previenen hasta tres
millones de muertes en niños cada año y que otros tres millones de vidas se
pierden en todo el mundo a causa de afecciones que se pueden prevenir con las
vacunas existentes.
Cuando nos vacunamos, en general, creemos
que sólo nos estamos protegiendo a nosotros mismos de distintas enfermedades,
ya que el beneficio inmediato de la vacunación es la protección individual, es
decir, la generación de inmunidad ante un determinado microorganismo patógeno.
Esto es en parte verdad, pero la vacunación
tiene un plus, un beneficio secundario que no tenemos tan presente. Se trata de
un efecto indirecto de protección a otros miembros de la comunidad que no están
inmunizados, atribuible a la presencia y proximidad de individuos que son
inmunes.
Las personas que no tienen inmunidad
contra la enfermedad, ya sea porque no pueden recibir vacunas -por la edad,
alergias, inmunodeficiencias- o porque no acceden a las mismas o incluso
aquellos que si se vacunaron pero no generaron la inmunidad suficiente, quedan
protegidas de manera indirecta por los individuos que si lo hicieron, ya que
estos últimos no contraerán la enfermedad ni la transmitirán a los
susceptibles. Este efecto se llama inmunidad colectiva o comunitaria.
Las personas que no están vacunadas
dependen casi exclusivamente de la inmunidad colectiva para protegerse de
ciertas enfermedades. Los beneficios sociales de esta defensa indirecta tienen
implicancias importantísimas en las políticas de salud pública. Una persona que
se vacuna no sólo se está cuidando a sí misma, también está ayudando a proteger
a la comunidad en su conjunto.
Este concepto, que se aplica a muchas de
las enfermedades infecciosas para las cuales hay una vacuna disponible, sólo se
puede lograr cuando un cierto porcentaje de la población es inmune. Este
porcentaje, que es diferente para cada agente infeccioso, se denomina umbral y
está relacionado entre otras cosas con las características de los patógenos, de
la población y de la inmunidad que genera la vacuna. Para cosechar el efecto de
la inmunidad colectiva, el porcentaje de gente inmunizada debe ser superior a
este umbral.