Llevar adelante un embarazo en soledad demuestra un gran amor por la vida. La soledad duele. Son nueve meses de incertidumbre frente al futuro. Pero aún lejos de este doloroso extremo, y dentro de la pareja estable, la mujer – también puede sentirse sola e incomprendida.
El hecho de llevar adentro una nueva vida conmociona e impregna cada momento del día. La mujer se sorprende por todo lo que siente: temor, alegría, ansiedad. Por momentos cae en una especie de ensoñación. Parece flotar en el aire y susurrarle a su hijo: “…voy a andar con tu medida en mi vientre, hasta reconocerme en tu ombligo”. Quizás trate de conectarse consigo misma y así poder llegar a su bebé. Todo esto pertenece al mundo de la mujer y a esta nueva e íntima relación con su hijo.
Puede sentirse muy sola si su pareja no la acompaña paso a paso en este novedoso camino. A la embarazada le gusta que le pregunte cómo le fue en su visita al obstetra, que note su cara de cansada, que intuya sus temores. A veces es el hombre el que tiene dificultades para conectarse con el embarazo de su mujer: le surgen miedos que no se atreve a verbalizar, teme hipotéticos riesgos. Por otro lado intuye que será desplazado por ese hijo suyo, que requerirá muchísima dedicación de su pareja. Así puede que la mamá y el bebé se encuentren solos, aún en presencia del padre.
Es natural, sobre todo en el primer embarazo, que todo gire en torno a la mujer, sus idas al obstetra, las ecografías, los monitoreos ¡Qué importante integrar al hombre a estos acontecimientos! Resultan muy útiles los encuentros de matrimonios en la preparación psicoprofiláctica para el parto, donde se revaloriza la figura del padre- que cuida, protege y contiene a la mujer-madre. Cuando ambos reconocen lo muy necesitados que están de afecto y de diálogo, logran llegar mejor al parto. Y tras el parto, pueden pegar el salto al abismo y ser tres, llegar a casa, cambiar pañales, atender a las visitas, ayudarse y contenerse
Si la soledad duele, la compañía cura, alivia, encamina y sostiene. La muestra más inequívoca la encontré hace ya muchos años, a través de un estudio realizado por los doctores Marshall Klaus y John Kennell en una populosa maternidad de Guatemala. Estos médicos sostenían que, en las culturas no industrializadas, la mujer era acompañada permanentemente durante todo el trabajo de parto por alguien cercano afectivamente. Sorprendidos por los resultados de estos partos y del posterior apego con el bebé, decidieron realizar un estudio con serios parámetros científicos.
Se resolvió formar dos grupos de parturientas, a uno de ellos se le agregaría, además de la habitual asistencia médica, la permanente compañía de “alguien” que se hiciera cargo de ella, teniéndole la mano, estimulándola, acariciándola, masajeándole las partes del cuerpo que estuvieren doloridas o contracturadas y ofreciéndoles en todo momento su apoyo incondicional.
El resultado fue sorprendente: el trabajo de parto de las mujeres acompañadas duró la mitad que el de las que estuvieron solas. La necesidad de intervenciones (cesáreas, forceps) disminuyó en un treinta por ciento. Además se redujeron las atenciones especiales a los recién nacidos.
Los resultados de este estudio confirmaban científicamente lo que yo intuía y observaba en mi práctica diaria con embarazadas.
Si la soledad duele, el amor todo lo cura.
Maruca Viel Temperley, Instructora en psicoprofilaxis del parto
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