Una lectora nos envía su relato de duelo
gestacional desde Suecia. Esta historia es un ejemplo de cómo la pérdida bien
acompañada, en la que se da un espacio al bebé, permitiendo a la familia
despedirse y realizar todo lo que necesiten en un momento tan duro ayuda a
transitarlo. Gracias Kajsa-Lisa por compartir tu historia. Ojalá algún día en
España la pérdida gestacional y perinatal se atiendan con la misma
sensibilidad.
Me presento: Me llamo Kajsa-Lisa, soy
sueca de nacimiento pero española de corazón. Hace año y medio que volví a
Suecia con mis cuatro niños tras haber vivido más de nueve años en España.
Aunque vivíamos en España, mis hijos han nacido en Suecia, por elección.
En abril del 2014 me quedé embarazada de
mi nueva pareja. Llevábamos poco tiempo juntos y fue en muchos sentidos un
embarazo difícil, pero a la vez muy deseado. Pasamos un verano duro, con fatiga
y mareos. Problemas de adaptación y mucha pena, por no poder estar todo el
tiempo con mis cuatro hijos. Pero después de largas y muy buenas charlas, nos
sentíamos fuertes, afortunados y con muchas ganas de verle la carita a nuestro
peque. Teníamos cita a principios de agosto, para la eco de la semana 20 (que es la única que se hace
en Suecia si no hay problemas que precisen un mayor control). Pero el 30 de
julio empecé a sangrar. Después de cuatro embarazos, sabía que esto no era
normal para mi cuerpo, pero esperé hasta el día siguiente a ver si se paraba.
Por la mañana el flujo de sangre había aumentado y decidimos ir al hospital.
En el hospital nos atendió una ginecóloga
muy amable. Nos hizo una eco y nos preguntó si queríamos mirar. Dijimos que sí,
aunque al principio dudé. Enseguida me di cuenta que nuestro bebé no estaba
vivo.
La ginecóloga nos lo confirmó, pero
quería que lo viera también otro médico y nos dejó un momento, para ir a por su
colega. Esto nos dio un momento para llorar a solas. Su compañero llegó y nos
dijo, por supuesto, lo mismo, con una empatía y calidez que nos hizo sentir muy
bien atendidos. Nos dejaron un rato más para asimilarlo y luego la primera
médico se sentó con nosotros y nos dijo que por desgracia no tenían una cama en
el hospital ya que la planta estaba cerrada por vacaciones, y que no sabía
dónde y cuándo nos podía conseguir un sitio. Expresaba su impotencia por no
poder darnos una respuesta en el momento pero prometía llamarnos en cuanto
supiera algo.
Nos fuimos del hospital con una sensación
de pena, incredulidad y rabia. Decidimos ir a almorzar antes de volver a por
los niños que estaban en casa de unos amigos. En el coche ya de vuelta a casa,
me di cuenta de que no sabía qué hacer si nacía la peque en casa y le dije a mi
pareja que se lo teníamos que preguntar a la ginecóloga cuando llamara. No
tuvimos que esperar mucho, ya que llamó a mitad del camino, para decirnos que
nos había conseguido una cama en otro hospital y que podíamos ir para allá del
tirón.
Dimos la vuelta al coche y por el camino,
llamamos a la familia, a mi amiga del alma y a los amigos en cuya casa estaban
los niños. Cuando llegamos al hospital, nos llevaron a la habitación y la
enfermera que nos iba a atender empezó a explicarme cómo iba a ser, todo el
proceso. En Suecia lo normal es dar a luz y en el hospital te dan medicamentos
para acelerar el parto. Pero luego, te dejan el tiempo necesario y tú misma
pides la ayuda que quieres. Me dieron las primeras pastillas. Luego nos
preguntó si queríamos que le hicieran las huellas al bebé, si queríamos tener
una ceremonia para darle un nombre, si queríamos hacerle la autopsia, si
queríamos hablar con alguien, dónde queríamos enterarla etc.
No tuve mucho dolor. Eso me preocupaba un
poco. Me daba mucho miedo pensar en lo que iba a pasar.
El parto duró más de lo que esperaba,
pero al final, sentí que algo estaba saliendo y empecé a sangrar bastante. Me
fui al cuarto de baño para cambiarme de ropa y cuando bajé los pantalones sentí
como el bebé salía de mi cuerpo. Me habían preparado una bacinilla para ir
controlando cuanto sangraba y allí salió mi peque mientras empecé a temblar y
llorar como no había llorado nunca.
Mi pareja había llamado a las enfermeras
y tres de ellas llegaron para abrazarme, consolarme con palabras y ayudarme a
cortar el cordón. Yo ya había visto al bebé y sentía un dolor enorme e
incontrolable.
Me ayudaron a cambiarme de ropa y me
llevaron a la habitación, para esperar a que me trajeran a mi bebé muerto.
Después de un ratito, llegó la enfermera con mi peque y un cartón blanco con
las huellas de los pies y las manos. Nos dejaron el rato que quisimos y la
pudimos acariciar y hacer fotos. ¡Era tan pequeña! pero estaba totalmente
formada.
Al final, nos queríamos ir a casa para
estar con el resto de mis hijos y dejamos a la pequeña Elsa con la enfermera.
Al día siguiente nos llamaron de la iglesia dónde habíamos decidido enterrarla
y ahora tenemos un sitio donde ir, para encender una vela y dejar una flor.
Dentro de todo lo duro, ¡estoy tan
agradecida por haber tenido el trato que hemos tenido! Me han dejado espacio
para poder llorar la pérdida de mi bebé, me han dejado tener recuerdos y me han
tratado con el respeto, el amor y la empatía que todos nos merecemos en tal
situación.
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