Frédérick Leboyer, allá por 1974 escribió
un libro llamado Por un nacimiento sin violencia. El libro se lee como una
poesía, y lleva imágenes espeluznantes, que hielan la sangre. Imágenes en
blanco y negro que seguro que este buen hombre se imaginaba que habrían quedado
obsoletas para cuando lo leyéramos en el siglo XXI los bebés que estábamos
naciendo mientras él escribía.
Si supiera, el pobre Leboyer, que esos
bebés, ya madres y padres, tenemos las mismas imágenes de nuestros bebés recién
nacidos, colgando de los pies, en manos de médicos sonrientes y orgullosos,
imágenes a todo color y digitales.
"El bebé siente todo de forma más
aguda, más potente, porque las sensaciones son todas nuevas, y porque su piel
es tan fresca, tan tierna, mientras que nuestros sentidos adormecidos están
casi muertos" (la traducción es mía).
Nuestros sentidos adormecidos están casi
muertos porque han olvidado el calor. Han olvidado lo que era estar en un medio
perfecto, donde no existen las necesidades, donde todo es calor y amor. En el
vientre de mamá el bebé está seguro, cuidado, mecido y amado siempre.
De pronto, parece haber sido desgarrado
de ese paraíso, colgado boca abajo como un prisionero de guerra. Sus manos
buscan tocar, su grito pelado retumba en oídos adormecidos. "El niño está
loco con ansiedad por la simple razón de que ya nadie lo acurruca"
continúa Leboyer. Lo único que conocía el bebé era el tacto permanente,
omnipresente del útero de su mamá.
Al nacer "en vez de acoger su
cuerpecito, lo amarramos de los pies, dejándolo colgar en el vacío. Y la cabeza
(...) la dejamos colgar, y le damos al bebé la sensación de que todo gira,
mareado, de que el universo es puro vértigo insoportable".
Fijaos en las manos de ese bebito. Manos
desesperadas que buscan a su mamá, como si fuera parte de su propio cuerpo,
como si fuera lo único que conoce, su única paz.
¿Como si fuera? ¿A caso no lo es?
Quizás un nacimiento sin violencia solo
requiera de paciencia, humildad, silencio y amor, como dice Leboyer. Quizás
requiera que recordemos que se trata de un nuevo ser que viene al mundo, y lo
recibamos con el amor y el respeto con que recibimos a una visita importante
que estuvimos esperando por meses y meses.
Leboyer
termina con las siguientes frases:
“¿Qué más se puede decir? Solo una cosa.
Intentémoslo.”
Creo que eso es poco a poco lo que vamos
haciendo. Porque el parto es nuestro, pero el nacimiento es suyo.
Sobre
la foto: Se titula "Momento único" y fue tomada en el hospital
Evangélico
de Londrina, de Brasil.
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