Esta es la historia de las lactancias de
Albertina, que tuvo además a su primera hija prematura, tal y como lo vivió
ella.
También es la historia de dificultades
añadidas por parte del hospital, con separación de madre- bebé, pocas
facilidades por parte del hospital como la falta de medios para extraer la
leche, o la falta de acceso a poder cuidar del bebé, no respetando el derecho
del bebé a recibir cuidados por parte de los padres. Pero también es una
historia de una madre que entendió que no fue culpa suya y que supo encontrar
recursos para finalmente poder disfrutar de una lactancia como había soñado.
[Imagen: cedido por Adriana A./ Banco de fotos de El Parto es Nuestro] |
Luego fui leyendo acerca de la lactancia
materna, fui aprendiendo algunas cosas y empecé a verle ventajas. Por ello,
cuando me quedé embarazada de mi primera hija, pensé que me gustaría darle el
pecho y que lo haría “si podía”. Resulta que Valeria nació prematura, de 33
semanas, y fue derechita a la incubadora. Yo me encontraba en estado de shock,
nadie en el hospital nos asistió psicológicamente y mucho menos vino nadie a
asesorarnos en lactancia. Me sentía tan desvalida que a punto estuve de pedir
el Dostinex, pensando que no valía la pena ni intentarlo. Pero ahí estuvo Leo,
mi chico, al pie del cañón, y me animó a pelear por lo que quería. Sus palabras
me dieron fuerza, me decía que iba a estar a mi lado y decidí intentarlo.
En el hospital, pese a tener Unidad de
Cuidados Intensivos Neonatales, no había ni un solo sacaleches. Valeria nació
casi a las 5 y yo no pude empezar a extraerme leche hasta que un familiar me
trajo un sacaleches en torno a las 11. Era un sacaleches normalito, manual.
Nada más recibirlo nos leímos las instrucciones y empecé la extracción. Poco a
poco llegaron las primeras gotas de calostro, que miré maravillada y llevé a la
UCIN para que se las dieran a mi hija en cuanto pudieran. Me sacaba leche cada
tres horas, de día y de noche, y así seguí cuando me dieron el alta y me fui a
casa sin mi hija. La cantidad de leche que extraía aumentó y empecé a necesitar
media hora o más para cada extracción. Me dolían los brazos de darle al tirador
del sacaleches, era verano y hacía calor, sudaba con cada extracción. Además
estaba agotada por el parto y las idas y venidas al hospital, y aún así me
sacaba cada 3 horas incluso de noche. Sin el apoyo de Leo no lo hubiera
logrado, se levantaba conmigo en cada toma, esterilizaba el sacaleches, me lo
traía y cuando empecé a no aguantar el dolor del brazo (de darle al tirador del
extractor), se turnaba conmigo para “ordeñarme”. Llevaba mi leche en botes al
hospital y se la daban a mi hija a través de una sonda.
La primera vez que pude poner a Valeria
al pecho fue también la primera vez que la cogí. Tenía 8 días. Me senté al lado
de su incubadora, la enfermera la sacó con todos sus cables y envuelta en
mantas y así, con todo ese aparataje, la puse al pecho... para mi sorpresa se
cogió y mamó de maravilla, qué sensación tan dulce...
A pesar de esa primera toma fabulosa, el
hospital tenía una política de acceso restrictiva y no me dejaban ir a darle el
pecho en cada toma, así que le empezaron a dar biberones también (con mi
leche). Valeria hacía al pecho la mitad de las tomas, y como hacían doble
pesada, si no mamaba todo lo que necesitaba le daban el resto en biberón. Esto
aumentó mi inseguridad, mi sensación de que tenía que saber exactamente cuánto
comía. Yo notaba cuándo ella mamaba y cuándo solo hacía succión no nutritiva, y
cada toma era un agobio, sólo quería que ella comiera para evitar que le dieran
el biberón, pero tenía que comer en quince minutos y nunca lo lograba... A
veces directamente apartaba la carita cuando la ponía al pecho, no había manera
de que se enganchara, yo me sentía rechazada cada vez que eso pasaba.
Me seguí sacando leche durante todo el
ingreso, tres largas semanas... la producción bajó y yo me alarmé, en el
hospital me decían que no alcanzaba, así que empecé a sacarme cada dos horas al
día y la noche en lugar de cada 3... Cuando Valeria recibió el alta 19 días
después de su nacimiento, yo apenas me tenía de pie. Nos la llevamos a casa con
1.960 gr y la amenaza de un nuevo ingreso si no ganaba peso. La primera vez que
la puse al pecho en casa, me rechazó, apartó la cara y lloraba de hambre, yo
lloraba de impotencia y de miedo, le di mi leche en biberón. De madrugada, la
siguiente toma, otra vez lo mismo... y yo agotada, apenas podía sostenerla en
brazos, me sacaba la leche y después se la daba.
Intenté pedir ayuda a asesoras de
lactancia de mi ciudad, pero sólo una me respondió al teléfono y lo que me dijo
fue que siguiera sacándome leche y en lugar de dársela con biberón que se la
diera con cucharita. Ese consejo me acabó de hundir. No me veía capaz de
continuar así, no tenía fuerzas y así, tras una conversación con Leo, decidí
dejar paulatinamente de sacarme leche y alimentar a Valeria con biberón. Fue
una decisión que me costó muchas lágrimas, pero no tenía más apoyos que Leo.
Le seguí dando mi leche en biberón hasta
que se acabaron las reservas que tenía en el congelador, espacié las
extracciones hasta que dejé de producir leche y empecé a darle exclusivamente
leche artificial. No sabía nada entonces de la succión no nutritiva, así que
simplemente dejé de ofrecerle el pecho, hasta que una tarde, con 3 meses,
empezó a llorar desconsoladamente y nada la calmaba... no sabía qué hacer, así
que me puse piel con piel con ella, le ofrecí el pecho y empezó a succionar y
se calmó... hacía más de dos meses que no mamaba, fue un momento mágico y
aprovechamos para hacer las únicas fotos que tenemos con ella al pecho... no
volvió a pasar...
Estuve muchos meses intentando elaborar
el duelo por este fracaso. Me costaba ver a madres amamantando. Era una imagen
que me dolía demasiado. Pero poco a poco me fui recomponiendo y asimilando lo
que pasó, apartando las culpas.
Cuando me quedé embarazada por segunda
vez, lo tenía más claro: iba a lograr amamantar a mi bebé sí o sí. Me empapé de
información y estaba rodeada, esta vez sí, de apoyos. Al cumplir 24 semanas de
embarazo compramos un extractor eléctrico doble. Me hacía sentir más segura
tener un sacaleches apropiado, en caso de necesitarlo.
Alan nació a las 36 semanas en un parto
natural. Me lo pusieron encima nada más nacer y esperé a que él hiciera un
enganche espontáneo, como había leído tantas veces. Así me aseguraba un
enganche correcto. Pero eso no pasó. A las tres horas de nacer Alan aún no
había mamado, y comprobaron que estaba hipoglucémico. Me dijeron que había que
darle un suplemento “ya”. Me trajeron 10 ml de leche artificial en una
jeringuilla y me explicaron cómo dárselos con la técnica dedo-jeringa. Yo misma
se lo di. Alan se lo comió en un momento y yo me entristecí porque lo primero
que había comido era leche artificial. Esperamos un rato, pero Alan seguía sin
pedir y sin cogerse, así que empecé a ponerle yo al pecho cada tres horas. Se
enganchaba, pero lo hacía mal, me mordía, y al cabo de dos o tres tomas tenía
grietas y un dolor insoportable. En el hospital me ayudaron muchísimo las
enfermeras, matronas y pediatras y también tuve a varias amigas al pie del
cañón, bien presencialmente, bien por Whatsapp. Tuve que sacarme leche
manualmente y darle con cuchara para ayudarle. También tuve que usar el
sacaleches porque tuve ingurgitación y Alan no mamaba lo suficiente o no de
manera eficaz. Me enseñaron a hacer compresión mamaria mientras mamaba y el
agarre mejoró algo con eso. Tuve que intentarlo con pezoneras, usar Purelán.
Alan no se despertaba a comer, tenía que
despertarlo yo cada tres horas y estimularlo para comer, se me escurría de
entre los brazos, no sabía cómo ponerme, necesitaba 3 ó 4 cojines para lograr
una posición cómoda para amamantarle. Hizo otra hipoglucemia y empezaron a
mirarle la glucosa antes de cada toma.
Me dolían los pezones y la leche se
mezclaba con mi sudor y mis lágrimas. La segunda noche le dije a Leo que por
favor pidiera un biberón, que yo no podía más, pero él me tranquilizó y me
ayudaba en cada toma. Al final logramos encontrar un ritmo y una posición con
la que “ir tirando” pero yo sentía peligrar mi lactancia. De nuevo surgieron
los fantasmas y sentí miedo de no saber “cuánto” tomaba Alan en cada toma. En
el control de peso a los 3 días del alta, no había ganado nada. Yo me asusté,
pero los pediatras me tranquilizaron, todo pintaba muy bien. Aún así, le dije a
Leo que quería comprar un bote de leche para tener por si acaso. Leo me dio la
tranquilidad suficiente para no hacerlo. En su lugar, empecé a sacarme leche y
a suplementar a Alan con cucharita.
Poco a poco pasaron los días y Alan ganó
peso. Yo fui ganando confianza a pesar de comentarios del pediatra de cabecera
acerca de si tenía suficiente cantidad de leche. Alan tiene 5 meses y medio y
sigue con LME. Es un regalo ponerlo al pecho cada vez, mirarle a los ojos, sentir
su manera dulce y enérgica de mamar, dormirlo al pecho, su olor a leche, sus
sonrisas cuando acaba de mamar y me mira con leche goteándole por la comisura
de los labios. Es el mejor regalo que podrían haberme hecho. He sanado mis
heridas y esta lactancia es una de las experiencias más maravillosas de mi
vida. Me siento tan unida a mi cachorro. Ver lo grande y precioso que está
tomando sólo mi leche es indescriptible. Y esto ha sido posible gracias a que
me informé, me rodeé de apoyos y tuve contención. Tengo apoyo cercano, continuo
y oportuno. No estoy sola. No estamos solas.
Sigo dando el pecho a Alan, que ahora
tiene 19 meses.
Las lactancias son posibles sólo si se
cuenta con el apoyo oportuno y todas las mujeres deberían tenerlo, pues
amamantar a un hijo es un regalo al que todas deberíamos poder acceder.
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