El País
Lunes 24 de enero de 2011
MADRID
Era una caja de cartón corriente, más bien pequeña, y algo en su aspecto le llamó la atención.
José Alberto Gutiérrez estaba muy acostumbrado a ver cajas de cartón en la calle, porque desde hacía tiempo trabajaba de noche, como conductor de un camión de recolección de basura en la ciudad de Bogotá. Junto a los cubos, en las esquinas o al lado de las papeleras, las cajas de cartón formaban parte del paisaje de su vida, pero aquella le pareció especial. Parecía que alguien hubiera puesto mucho cuidado en abandonarla, porque estaba cerrada, apartada de las bolsas, casi alineada con las baldosas de la acera. Por eso, mientras sus compañeros se afanaban en la parte trasera, él se bajó del camión y se acercó a ella. Al levantarla en vilo, comprobó que estaba llena y, como pesaba mucho, volvió a dejarla en el suelo antes de abrirla. Entonces, a la luz de una farola, leyó dos nombres. Arriba, en letras mayúsculas, León Tolstoi. Debajo, en caracteres más grandes, de florida caligrafía, Ana Karenina .
Aquella caja estaba llena de libros. No le dio tiempo a leer más títulos, porque cuando levantó el primero, sus compañeros le reclamaron. Ya habían terminado y quedaba mucha basura que recoger, así que José Alberto volvió al camión, pero decidió llevarse la caja con él. Al volver a casa, antes de acostarse, fue mirando todos aquellos libros, leyendo los títulos y los textos de las solapas, estudiando sus portadas y las fotos de sus autores para colocarlos después en una estantería. Se reservó, eso sí, Ana Karenina , para empezar a leerlo inmediatamente.
Esa novela de Tolstoi cambió la vida de José Alberto Gutiérrez. También su trabajo, porque desde que la encontró, salió cada noche a recorrer las calles de Bogotá de otra manera. Estaba seguro de que el propietario de aquella caja se había desprendido de sus libros porque no tenía más remedio, porque necesitaba el espacio que habían ocupado hasta entonces para otros nuevos, porque se había mudado, había tenido un hijo o había heredado una biblioteca con títulos duplicados. De lo contrario, calculó, los habría arrojado en el cubo de su casa o de mala manera sobre un contenedor. Eso significaba que la ciudad estaba llena de cajas que le esperaban, y que su misión era encontrarlas, recibir los libros sin futuro que sus dueños le habían encomendado y darles cobijo, un nuevo lector, una nueva vida.
José Alberto encontró muchos otros libros en cajas de cartón, más bien pequeñas, posadas con cuidado sobre las baldosas de la acera, a veces solitarias, a veces en grupos de dos o tres, cerca de los portales de edificios en obras, de los camiones de mudanzas, de los solares donde se apilaban muebles rotos o trastos viejos. Y siguió rescatándolos, mirándolos, acariciándolos, atesorándolos en sus estanterías como si fueran nuevos. Hasta que llegó a tener tantos que su riqueza empezó a parecerle un abuso. Si Bogotá le regalaba libros todas las noches, sería justo que él se los devolviera a Bogotá algún día.
Aunque el nombre de su barrio es La Nueva Gloria, allí nunca había existido ninguna biblioteca pública. José Alberto Gutiérrez miró hacia arriba y después a su mujer, Luz Mery, cuyo taller de costura ocupaba toda la primera planta de la casa. Los libros hacen más falta, le dijo, y cuando la convenció, su casa se convirtió en la primera biblioteca comunitaria de La Nueva Gloria, un lugar para leer, para tomar y devolver libros prestados, para compartir lecturas. La mirada amorosa de Ana Karenina preside desde entonces muchas otras historias de un amor más feliz que el suyo, el amor de muchos adultos, muchos niños del suburbio bogotano que han descubierto la emoción de la literatura en unas páginas rescatadas de la basura.
Esta biblioteca tiene un nombre, La Fuerza de las Palabras, y un lema aún más hermoso: "Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca". Jorge Luis Borges escribió estas palabras, y José Alberto Gutiérrez las tomó prestadas para situar a su amparo un proyecto cada vez más ambicioso. Ahora, cuando personas de toda Colombia le envían a diario libros nuevos y usados para ampliar unos fondos que cuentan ya con más de diez mil títulos, ha convertido la primera planta de su casa en la sede de una fundación que aspira a sostener nuevas bibliotecas comunitarias en distintos barrios marginales de Bogotá, y no descarta extenderlas a otras ciudades de Colombia. Quien desee seguir la trayectoria de este pequeño y gran milagro, puede consultar su página web, www.lafuerzadelaspalabras.com.
En diciembre de 2010, José Alberto Gutiérrez acudió a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, para dar difusión a su proyecto. Después, volvió a Bogotá, donde sigue conduciendo cada noche un camión de la basura.
(Este artículo es para María de los Angeles Naval, que al conocer a José Alberto, en la FIL, miró a los escritores que la rodeaban y preguntó: "Y esta historia... ¿quién la va a contar?".)
La autora, española, es escritora. Su última novela es Inés y la alegría