Domingo 17 de enero de
2010 | Publicado en edición impresa
Oxígeno / Diálogos del
alma
Por Sergio Sinay
Señor
Sinay: leo sus libros, comentarios y reflexiones, me ayudan a pensar, a
comprender. Hay un tema que me preocupa y es la relación de los adultos con sus
padres. Cuando miro y escucho alrededor, noto que no sabemos dónde ponernos;
sentimos enojo, culpa, agotamiento por demandas que nunca alcanzamos a cumplir.
En muchos casos, hemos formado familias saludables, somos profesionales que
tomamos decisiones cada día, pero frente a ellos retrocedemos y no sabemos qué
hacer. Seria buenísimo que nos ayudara a reflexionar sobre esto. Cecilia Viglione.
Hay muchos momentos en
la vida en los cuales no sabemos qué hacer. Tres de ellos son especiales; se
trata de situaciones por las cuales nunca habíamos pasado antes. Una es nuestra
primera infancia. Nada sabemos, todo tenemos que aprenderlo. Otra es cuando nos
convertimos en padres y madres. No hay forma de aprender si no es a partir de
la presencia de los hijos. Una tercera llega con la vejez de nuestros padres.
Sabíamos ser hijos de padres adultos, que nos enseñaban y guiaban, que se
hacían cargo de protegernos, cuidarnos y proveernos. Ellos eran autónomos. Pero
ahora son, en muchos aspectos, como aquellos niños que nosotros éramos. Es algo
inédito. Gira la rueda de la vida. Se suceden los ciclos, no hay modo de
detenerlos ni alterarlos. Es cuestión de vivirlos.
También nuestros padres
tienen que aprender a ser viejos. No lo habían sido antes. Y acaso lo más
inquietante de su vejez es que nos recuerda que un día, si el viaje existencial
se cumple naturalmente, nosotros llegaremos a misma estación. Así como hubo un
momento en el cual debimos ceder algunos de nuestros intereses porque nuestros
hijos pequeños necesitaban de nuestra presencia, asistencia y tiempo, hay una
etapa en la cual serán nuestros padres quienes necesitarán eso mismo de
nosotros. Nuestros hijos pequeños y nuestros padres ancianos nos recuerdan,
desde lugares sensibles, la presencia de los otros en nuestras vidas, los
necesarios e inexorables lazos que nos unen a ellos. Así como hemos necesitado
a unos para crecer, necesitaremos de los otros para transitar nuestra retirada
y nuestra despedida de una manera amorosa.
La vejez de nuestros
padres no es algo que ellos nos hacen. Es algo que sucede, les sucede, nos
sucede. Una de las más emotivas reflexiones que conozco acerca de esa etapa de
la vida es De senectute , memorias del filósofo, periodista y escritor italiano
Norberto Bobbio (1909-2004). Bobbio ni engaña ni se engaña; admite que la vejez
(la suya fue lúcida y activa) no es fácil de abordar, y concluye: "Quien
ha llegado a la edad que yo tengo debería alentar un solo deseo y una sola
esperanza: descansar en paz". No se refiere específicamente a la muerte,
sino a la aceptación, propia y extraña, de los tiempos, las necesidades, los
ritmos, los límites de esa edad. "Sería necio, amén de vano, acicalarse
para borrar las arrugas y fingir una juventud que hemos dejado a las
espaldas", escribe. Sería igualmente necio, como hijos, reclamarles a esos
padres que sean los que ya no son o nunca fueron. Tal reclamo reduce a esos
adultos que son los hijos a un estadio infantil. Como dice nuestra amiga
Cecilia, profesionales eficientes, cabezas de familia, ciudadanos activos,
olvidan de pronto que son adultos, demandan a destiempo, se quejan de
responsabilidades que son deberes naturales de la vida, exigen como niños. En
definitiva, enturbian una circunstancia existencial que ofrece la posibilidad
de comprender, reparar, trascender.
En La felicidad en la
familia, la psicoterapeuta y escritora austriaca Elisabeth Lukas señala que
cuando las personas ya adultas dejan de juzgar, regañar y exigir a sus padres
y, a su vez, éstos ya no escrutan la vida de los hijos, "ambos tienen vía
libre para desenmarañar en paz sus enredos y asumir una actitud benevolente
ante los nudos que quedan".
Cuando no los violentamos,
los ciclos de la vida revelan una secreta y maravillosa armonía. Detectarla es
una demostración de sabiduría, de haber aprendido algo. Así es como acabamos
cuidando a aquellos que nos cuidaron, siendo pacientes con quienes nos tuvieron
paciencia, renunciando a tiempos y urgencias nuestras a favor de aquellos que,
en su momento, renunciaron por nosotros a tiempos y urgencias propias. Como
dice Lukas, "el que toma sobre sí una carga pesada para aliviarle la carga
a otro miembro de la familia, no ha vivido en vano".
De estas pequeñas cosas
trata el sentido de la vida
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