Sábado 16 de enero de
2010 | Publicado en edición impresa
La odisea de una mujer
cubana llamada Argentina
Argentina nació en la
calle Buenos Aires, y cuando decidió escapar de Cuba y llegar contra viento y
marea a un remoto aeropuerto del Cono Sur llamado Ezeiza no se resignó a cruzar
las peligrosas aduanas del régimen castrista sin la Virgen de la Caridad del
Cobre.
Alguien trató de
disuadirla, puesto que se trataba de una imagen religiosa en yeso y madera de
considerable tamaño que no pasaría inadvertida para los escáneres ni para la
policía cubana. Estaba arriesgando la fuga con ese capricho, pero ella no
quería ceder. Esa virgen española calmaba las mareas y estaba rodeada de
leyendas. Argentina la envolvió amorosamente en toallas y la metió en una
maleta.
El aeropuerto de La
Habana estaba ese día de noviembre de 1983 tomado militarmente a raíz de la
invasión de los Estados Unidos a Granada. Pero Iberia no había suspendido los
vuelos, de manera que Argentina Agüera Menéndez; su esposo, Tomás, y sus dos
pequeños hijos se largaron con el corazón en la boca y con lo poco que tenían y
se dejaron revisar hasta los huesos por los soldados.
Argentina y Tomás eran
los sospechosos de siempre: dos personas que no militaban contra la revolución,
pero que tampoco la abrazaban; dos ciudadanos que por pequeñas divergencias con
la política oficial habían incluso perdido sus trabajos. Pero luego de
examinarles las ropas y los documentos, no tuvieron más alternativa que
dejarlos pasar. Cuando la maleta con la Virgen de la Caridad del Cobre ya
estaba en la cinta transportadora y se disponía a atravesar el detector de
metales, ocurrió un auténtico milagro. El operador viró unos segundos para
aceptar el sándwich que le acercaba un compañero y al volver la vista ya tenía
en la pantalla la siguiente valija.
La Virgen ilesa descansa
ahora en el living de la casa de Argentina, en el barrio porteño de Belgrano,
donde 27 años más tarde la mujer me está narrando el comienzo de su odisea.
Argentina tiene 70 años, y Tomás está en una clínica médica desde hace unos
meses, luchando contra un tumor cerebral. Ella nació en la calle Buenos Aires,
se llama Argentina y es cubana, pero sus padres eran dos asturianos de Cangas
de Narcea y de Tineo. El padre había huido en 1919 de España, porque andaban
reclutando muchachos para enviar a la cruenta guerra con Marruecos.
Manuel aprendió el
oficio de ebanista en Cuba, llegó a manejar un taller de 26 operarios y tuvo
dos hijas. Cuando nació Argentina, una chispa cayó en el aserrín y el incendio
destruyó la carpintería. Hubo que empezar de nuevo, hasta que once años más
tarde la desgracia volvió a suceder: un cortocircuito arrasó con todo y ya el
viejo asturiano se conformó con alquilar un pequeño local dentro de un taller
más grande y allí se dedicó a reparar sillas y mesas hasta que la revolución lo
pasó a retiro forzoso.
La infancia de su hija
fue triste. Le decían Argentina La Carpintera, y como era asmática su madre no
la dejaba asistir al colegio. Al principio de una temporada se vistió sola,
tomó un cuaderno y un lápiz y se presentó en la escuela 58. Nadie se dio cuenta
de que no estaba ni siquiera inscripta, y sólo levantaban sospechas su gran
altura para una alumna de primer grado y los nervios que la hacían vomitar. A
media mañana se presentó su madre e irrumpió en la clase. "Póngase de pie,
alumna -le ordenó la maestra-. ¿Conoce a esta señora?" Tímidamente,
Argentina respondió: "Sí, es mi mamá, pero me quiero quedar". Su
madre temía que durante una crisis asmática su hija muriera; las maestras se
encargaron de convencerla y de darle garantías. Argentina finalmente se quedó y
puso tanto afán en el estudio que, con ayuda de una maestra privada, hizo la
primaria muy rápido. Luego iba, como correspondía, a corte y confección.
Pronto comenzó la
violencia en Cuba. Desaparecían estudiantes y se formaba la resistencia. Los
Agüera Menéndez rogaban que se fuera Batista y escuchaban por onda corta las
proclamas desde Sierra Maestra. Cuando triunfó la revolución sintieron que
había triunfado la libertad. Ese día memorable, Argentina estuvo todo el tiempo
en la terraza viendo pasar la caravana de autos y banderas. Sin embargo, el
viejo carpintero escuchó el primer discurso de Fidel Castro y articuló, en voz
muy baja, una premonición: "Es un farsante".
La sonrisa de esa
familia fue cerrándose a medida que el castrismo iba expropiando fábricas,
tiendas y comercios. Intervinieron, en esa secuencia, el taller donde trabajaba
Manuel, y el carpintero quedó fuera de operaciones.
Argentina consiguió un
empleo en el sanatorio del Centro Asturiano, primero como mucama y después como
operaria en el laboratorio industrial. Como había estudiado mecanografía y
taquigrafía, los revolucionarios la pasaron luego a Admisión. Allí conoció a
Tomás, que era técnico en electrocardiogramas, que se mostraba renuente al
nuevo gobierno. Argentina era callada, pero Tomás decía lo que pensaba: "Esto
es una mierda". Ella se fue enamorando, aunque al enterarse de que era
seis años mayor que él quiso cortar relaciones. Pero el amor se impuso.
Ninguno de los dos era
contrarrevolucionario, pero ambos eran católicos y querían una boda por
Iglesia, algo que estaba muy mal visto en 1969: la religión es el opio de los
pueblos. Caerían entonces bajo sospecha y vendrían las represalias. Argentina
fue a ver al cura de la parroquia del barrio del Cerro y le explicó su anhelo:
"¿Estás segura?", le preguntó el sacerdote. "Aunque sea cáseme
en la sacristía", le respondió. Los compañeros de los novios recibieron la
invitación. Uno de ellos la pegó en la cartelera de Las Guardias de la Milicia
a modo de burla y denuncia. La ceremonia se hizo a puertas cerradas. Y los
amigos no entraron al templo para no comprometerse.
Tuvieron dos hijos, y
Argentina accedió, a pesar de todo, al Comité de Actividades Científicas en el
sanatorio Covadonga. Una noche la gente del Comité de la Cuadra los interrogó:
"¿Manuel y Tomás pertenecen al partido, están anotados en la
reserva?". La cosa no pasó a mayores, pero Argentina averiguó que estaban
buscando hombres para enviar a la guerra de Angola. Si no era ésa, sería
cualquier otra: "Tomás, tenemos que irnos de este país -le dijo ella-. Van
a llevar a nuestros hijos a la guerra". El viejo asturiano había escapado
de España por la misma razón: la historia se repetía.
Tomás tenía primos en
los Estados Unidos, pero emigrar parecía imposible. Así y todo, llenó una vez
una planilla que repartían los norteamericanos y el Comité de la Cuadra dio
aviso al sanatorio. El matrimonio fue inmediatamente expulsado. Era una
situación precaria: la madre de Argentina tenía Alzheimer y el padre ya era muy
anciano. A Tomás lo obligaron a barrer las calles. Y muy especialmente, los
alrededores del sanatorio, para que sus ex compañeros vieran lo que les pasaba
a los críticos de la causa. Cuando los ex compañeros lo veían, Tomás levantaba
las manos y les gritaba: "Este es el precio de la libertad". A
Argentina la enviaron a trabajar al campo, pero como era asmática y tenía
certificado médico la abandonaron a su suerte.
Los miembros del Comité
arrearon a los vecinos para hacerles mítines de repudio. Ya no había matices:
eran directamente "gusanos", sin serlo, ante la mirada de la turba.
Una noche les gritaron: "Apátridas" y "Tomás, ratón, te cambiás
por un pantalón". También le gritaban "puta" a su esposa, que
abrazaba temblando a sus hijos. Volvieron a los tres días, y como balbuceaban,
Tomás prendió la luz de afuera y les dijo: "Les enciendo la lámpara para
que puedan leer mejor los insultos que traen escritos por otros". En
primera línea estaba el hijo de una vecina a quien Tomás había salvado de morir
en una emergencia médica. Al día siguiente, el muchacho regresó, borracho de
ron, y pidiendo perdón con los ojos llenos de lágrimas. "Vete para siempre
de mi casa", le dijo Tomás, dolorido, pero inflexible.
Otra mujer a quien él
había salvado de un infarto le consiguió una tarea menos agraviante, y después
trabajó con unas monjitas. Argentina y Tomás aprendieron de un dulcero a hacer
merenguitos y comenzaron a venderlos clandestinamente en su casa. Con vestidos
viejos, Argentina también fabricaba peluches y payasos de tela que le compraban
en una maternidad.
* * *
Tardó un tiempo largo en
darse cuenta de que la solución de su vida estaba cifrada en su propio nombre.
Su madre murió en 1982 y la hija quiso ubicar a tres tías que vivían en la
Argentina para comunicarles la triste noticia. Jamás había hablado ni tomado
contacto con esos familiares de su madre que residían en el confín de la
Tierra, así que empezó por enviar una carta a España. Una cuarta tía que se
había quedado en Asturias remitió la misiva original a Buenos Aires.
Las hermanas de María
vivían en Mar del Plata, Villa Concepción y Paso del Rey. Todas estaban casadas
y tenían hijos. Respondieron rápidamente, y allí comenzó a encenderse una luz
en ese túnel tan largo y oscuro: en 13 meses consiguieron enviarle a su sobrina
perdida una visa por todo un año para ella, su marido y sus hijos.
¿Pero podrían salir de
Cuba? No eran militantes anticastristas, se consideraban apolíticos, pero
habían quedado marcados y condenados a la miseria por haberse atrevido a lo
mínimo: casarse por Iglesia, querer emigrar para buscar nuevos horizontes,
pensar distinto. Las idas y venidas con los documentos eran muy complicadas,
les pedían muchos trámites, y Argentina temía que ese Estado policial le
abriera la correspondencia y encontrara la forma de abortarle la partida. Un
día, finalmente, la citaron en Migración. Una funcionaria examinó los papeles y
miró a los niños. Lo usual era interrogarlos, pero esa burócrata no lo hizo.
Les selló todo y les dio una fecha para retirar los pasaportes. Argentina llegó
corriendo a casa. El viejo carpintero asturiano golpeó los brazos del sillón:
"Al fin", dijo. Y cuatro días después se murió.
Tras el duelo
reaparecieron los miedos a una zancadilla. El Comité de la Cuadra sabía que se
iban, pero creía que lo hacían a España. Quince días antes de que se marcharan,
les quitaron la libreta de abastecimiento. Ahora no tenían nada para comer. Los
vecinos les traían a escondidas leche en polvo y azúcar, y ánimos, porque
faltaba poco. Dos días antes de partir, el Comité se presentó para clausurar la
casa. Argentina y su familia tuvieron que mudarse a la casa de unos parientes y
rezarle mucho a la Virgen de la Caridad del Cobre.
Fue entonces cuando
llegaron al aeropuerto militarizado de La Habana, donde obligaron a Tomás a
dejar en tierra todos los billetes cubanos que traía. Sólo llevaban consigo un
cheque de viajero de 15 dólares, una valijita y otra maleta con la Virgen
escondida. La espera en ese aeropuerto convulsionado y hostil les ponía los
pelos de punta. Pensaban que a último momento, y por cualquier nimiedad, podían
detenerlos. Cuando pasaron los controles y se sentaron en el Jumbo de Iberia se
sintieron libres. Pero no era un vuelo directo. Llegaron a Panamá a las diez de
la mañana y no había horario para el nuevo avión ni información veraz sobre lo
que había ocurrido. Tomás intentó cambiar el cheque de viajero para alimentar a
los niños, que estaban enloquecidos de hambre. Pero como era feriado no podía
cobrarlo. Ahí estaban esos cuatro náufragos, con dos maletas y sin una moneda
encima, esperando que pasaran lentamente las horas y en la sospecha de que
alguien les había mentido con los pasajes o que en cualquier momento llegaría
la orden de devolverlos a La Habana.
Al ver a los niños
famélicos, un desconocido les ofreció salir de la zona de preembarque con ellos
y darles de comer en la confitería exterior. Miraron a ese hombre calibrando si
era decente o un degenerado, y al final decidieron correr el riesgo. El
desconocido tomó de la mano a los chicos y se los llevó hacia la nada, y los
padres se quedaron tensos, pensando que podrían no verlos más. Después de un
rato interminable, el desconocido regresó con los niños y con jugos de naranja
y galletas, que devoraron aliviados y agradecidos.
En un instante de
desesperación, Tomás se lanzó sobre un empleado de Iberia. El vuelo se había
suspendido, y tendrían que aguantar hasta la noche y abordar un avioncito que
los llevaría a Lima. Un ataque de asma ahogó a Argentina y obligó a Tomás a
salir a mendigar algo caliente. Le regalaron un café con leche y ella recuperó
la respiración.
* * *
A las tres de la mañana
subieron en Perú a un avión de Aerolíneas Argentinas, hicieron una escala y
llegaron a Ezeiza. Habían enviado por correo una foto de la esposa de Tomás, y
entonces un primo suyo, que no la había visto nunca, comenzó a gritarle en el
aeropuerto: "¡Argentina, Argentina!". Había acudido toda la parentela
en dos autos y una camioneta. Se abrazaron con un cariño flamante, algo
confundidos por el reencuentro y por la extrañeza de la situación, y pusieron
rumbo a Paso del Rey. Allí los aguardaba un asado de 12 kilos: Tomás preguntó
para cuántos días era ese manjar. "Nos lo vamos a comer hoy mismo",
le respondieron. Los cubanos no podían creer ese despliegue: era la comida de
todo un mes. A los postres, el primo de Argentina fue certero: "Hasta aquí
los trajimos; ahora depende de ustedes".
Cuando Argentina vio por
televisión que Raúl Alfonsín llamaba a la reconciliación de los argentinos, y
que en su discurso no había vocablos castristas tan frecuentes como
"guerra" y "enemigos", sintió una paz interior que no
conocía. Tomás fue pintor y mozo, puso restaurantes, se fundió y salió
adelante. Y Argentina trabajó veinte años en un laboratorio. Tienen ahora un
bar exitoso en Paseo Colón y Moreno, y Argentina empezó a decir que quería
volver a visitar Cuba para ver a su familia. Tomás no estaba de acuerdo, pero
la acompañaba con resignación en ese propósito. Regresar. Después de tanto
tiempo y esfuerzo. Regresar unos días, por última vez.
Una tarde, Argentina lo
vio triste en el café, y le dijo: "No te preocupes, Tomás, si no quieres
volver no volvemos". Pero no era tristeza. Lo internaron ese mismo día y
descubrieron que tenía un tumor alojado en el cerebro. Se lo extirparon. Perdió
la voz y algunas funciones del cuerpo. Argentina está a su lado día y noche,
tratando de sacarlo del pozo, en esta nueva odisea de la vida que los médicos
llaman "rehabilitación".
Nos acercamos a la
Virgen de la Caridad del Cobre, que tiene sobre un aparador. Veo los detalles
de esa Virgen peregrina. La mirada tranquila y, a sus pies, los tres jóvenes
que la adoran desde su canoa. Después miro los ojos de Argentina, acostumbrados
al arte de sufrir. Hay una frase asturiana: "No tengas esperanzas y así no
tendrás desilusiones". Pero esta mujer tiene la tremenda valentía de la
esperanza, y estoy seguro de que no la perderá jamás.
EL PERSONAJE
ARGENTINA AGÜERA
MENENDEZ
UNA CUBANA QUE LLEGÓ A
BUENOS AIRES EN BUSCA DE LA LIBERTAD QUE LE FALTABA
Quién es: tiene 70 años
y vive en el barrio de Belgrano. Hija de asturianos, nació en la calle Buenos
Aires, de La Habana. Se enamoró de Tomás Villanueva Lozano y tuvo dos hijos.
Ahora tiene también dos nietos y un bar en la avenida Paseo Colón.
Qué hizo: ella y su
familia recibieron con alegría la revolución castrista, pero con el tiempo
cambiaron de opinión. No eran "gusanos", pero pensaban distinto y
fueron atacados por turbas, humillados, echados de sus trabajos y reducidos a
la miseria.
LAS HISTORIAS ANTERIORES
9 de enero El chico queamaba a Greta Garbo
2 de enero El chico que creció sobre un alambre
26 de diciembre. Un piquetero llamado Bullrich
19 de diciembre. Crónica submarina de un héroe sin medallas
12 de diciembre. Elhombre que cuida a los gladiadores
5 de diciembre. La mujerde 102 años que no puede olvidar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, si leíste el post, seguro tenés algo que comentar, pues hacelo!!!