SUEÑO
No nacen con intención de
fastidiarnos la noche. Es una respuesta de supervivencia del cerebro
3 agosto de 2016
Pareja agotada tras dormirse su bebé. D. H. GETTY
Seguramente lo habréis escuchado más de una vez.
Una madre recién parida, el padre o cualquier familiar, diciendo que el bebé
“es muy bueno porque duerme y come muy bien”. ¿Esto se ajusta a la realidad?
¿Significa, entonces, que un bebé que no duerme del tirón toda la noche es malo?
La ciencia, la biología, como casi siempre, tiene la explicación a estos temas
que tanto preocupan a los padres, especialmente a los primerizos.
La doctora en Biología María Berrozpe ha recogido
en la web El debate científico sobre la realidad del sueño infantil una
revisión extensa de la bibliografía relacionada con este tema. “Los bebés
llegan con unas necesidades, expectativas y exigencias firmemente marcadas por
ser mamíferos y primates, pero lo que hacen es amoldarse a la cultura donde han
nacido”, explica Berrozpe. A la vista de los resultados revisados, la
investigadora concluye que el llamado "insomnio infantil por hábitos
incorrectos" no es una verdadera patología, "sino un desajuste entre
lo que el niño desea y necesita por instinto y lo que sus padres esperan que
haga para dormir bien". Es un hecho que no en todas las culturas se duerme
igual ni durante todos los tiempos ha habido el mismo patrón. Sin embargo, el
cerebro del bebé es idéntico ahora, aquí y hace miles de años y en otras partes
del mundo. Por lo tanto, en lo que debemos fijarnos para tener un debate serio
sobre las necesidades del bebé es en la ciencia, no en las costumbres de cada
padre o en meras opiniones.
Rafaela López, creadora de la web Dormir sin
llorar y autora del libro con el mismo título (editorial Ob
Stare), cree que las expectativas que muchos padres se hacen sobre cómo
dormirán sus bebés “se generan a través de una ciencia sesgada, en la que está
todo muy influenciado por la cultura que olvida casi siempre la parte mamífera
del bebé”. A todos nos suena la frase “te está tomando el pelo”,
pronunciada por familiares, y a veces por profesionales sanitarios, que
recomiendan no atender el llanto del bebé. Nada más lejos de la realidad: los
bebés no saben qué es tomar el pelo, ni nacen con intenciones claras de
fastidiar a nadie. Tan solo responden a mecanismos de supervivencia de su
especie.
¿Por qué se
despiertan tantas veces?
En primer lugar, está el desarrollo natural de la
arquitectura de sueño del bebé, que pasará de las dos fases que presenta cuando
nace (sueño activo y sueño tranquilo), a las cinco fases del adulto. Cada fase
adquirida añadirá inestabilidad al sueño y, por lo tanto, despertares, explica
Berrozpe.
En segundo lugar, es un ser pequeñito con un
estómago acorde que consume una leche diseñada para crías precociales (las que
se mantienen cerca de su madre para mamar con frecuencia). Pero somos crías
secundariamente altriciales, añade la bióloga, es decir, que somos profundamente
inmaduros, con escaso control motor, lo que obliga a la madre a estar cerca
siempre del bebé disponible para darle de mamar. Obviamente esta es una
explicación biológica, que responde a lo que somos y no a lo que luego hacemos
en cada cultura como, por ejemplo, usar el biberón, y que lo dé otra persona
que no sea la madre. Pero eso es algo que el cerebro del recién nacido
desconoce.
En tercer lugar, el bebé se despierta muchas veces
para asegurarse de que sigue protegido y a salvo cerca de su madre, afirma
Berrozpe. El cerebro del bebé no sabe si su madre está en la habitación
contigua (no sabe qué es una habitación) o si se ha ido para siempre. “Por eso,
cuando ponemos al bebé a dormir lejos de nosotras, los despertares se traducen
en lloros y reclamos de presencia materna, mientras que si estamos cerca serán
desvelos rápidos en los que el bebé se enganchará al pecho (si lo toma) y
seguirá durmiendo, lo que se traduce en un amplio beneficio de descanso para
ambos”, explica la bióloga.
El polémico método
Estivill
Teniendo en cuenta lo anterior, la bióloga opina
que los métodos para "enseñar a dormir" a los
bebés, como el Estivill, no son lo mejor para su cerebro. “Son
técnicas cognitivo-conductuales basadas en el crying it out (dejar llorar). El psicólogo Carl D. Williams explicó en un estudio en 1959 cómo
con dichos métodos lo que consiguen es forzar al niño a hacer algo para lo que
todavía no está preparado para afrontar de manera saludable".
Sin embargo muchos padres son partidarios de este
método en el que se atiende al bebé siguiendo una tabla de tiempos, porque,
argumentan, funciona. "Lo que sucede es que los niños aprenden que no les
sirve de nada llorar, y dejan de hacerlo, lo que no significa que duerman mejor
o que su sueño sea de mejor calidad. De hecho y sobre este aspecto, Middlemis,
Granger, Golberg y Nathans publicaron un trabajo en 2012 en
el que observaron que, “aunque los bebés dejaban de llorar, todavía seguían
estresados”, afirma Berrozpe.
Rafaela López recuerda que “los bebés llegan al
mundo con una batería de acciones reflejas destinadas a su supervivencia como
los reflejos de prensión, de succión, el del moro o sobresalto… El llanto no se
consideraría un reflejo más, pero sí es una alarma que avisa al adulto de que
tiene que ser atendido”. Además, se pregunta, "si a nadie se le ha
ocurrido que un bebé pueda estar seis, ocho o doce horas seguidas sin ser
atendido, ¿en qué momento se nos ocurrió la idea de que deben dormir solos
durante toda la noche?".
Dejarlos llorar les
estresa
La ciencia no ha demostrado que dejar llorar a un
bebé hasta que se duerma sea bueno o no sea perjudicial a corto y largo plazo.
De hecho, investigaciones sobre el estrés sufrido durante la infancia apuntan a
que el que experimentan los bebés sometidos a este método pueden desencadenar
respuestas tóxicas en su desarrollo físico y emocional. “Los defensores de
estas técnicas argumentan que no se han demostrado directamente porque no se
han realizado los estudios con el diseño adecuado para demostrarlo, o lo que es
lo mismo, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia”, explica
Berrozpe.
Además, recuerda López, “los bebés carecen de los
mecanismos racionales que tenemos los adultos para afrontarlo, de manera que
para ellos es una experiencia de abandono (aunque sea a intervalos), que
provoca que su cerebro se llene de hormonas tóxicas".
Cuando dormimos
todos somos vulnerables
Sin entrar en sesudos estudios científicos, basta
con observar cómo somos los adultos. Un adulto durmiendo es un ser vulnerable.
Lógicamente dentro de una casa no, pero sí si duerme a la intemperie solo y por
la noche. De hecho lo más probable es que en estas circunstancias tan adversas,
le costaría conciliar el sueño por pura supervivencia. En general el sueño de
los seres humanos ha evolucionado en un entorno en el que dormir en compañía
significaba estar seguro, mientras que la soledad era sinónimo de lo contrario.
El bipedalismo y la pérdida de pelo nos obligó a bajarnos de los árboles y a
dormir a ras de suelo, lo que nos colocó en una situación de extrema
vulnerabilidad y favoreció la aparición de dormir en grupo, explica Berrozpe
citando a la antropóloga Carol Worthman. No solo eso, sino que también modificó
la arquitectura del sueño con predominancia de las fases ligeras sobre las
profundas y los despertares entre ellas, haciéndolo compatible con la capacidad
de reaccionar ante un peligro.
Los bebés no lloran para fastidiar. Lo hacen porque
así estamos diseñados todos, incluidos los adultos. Y para un bebé dormir solo
en una cuna en otra habitación sería como para un adulto dormir solo en un
bosque, un sueño ciertamente difícil.
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