Sábado 12 de abril de 2014 | Publicado en
edición impresa
Vínculos
Son producto de un proyecto de pareja,
pero, cuando éstas se disuelven, decidir qué hacer con ellos plantea un nuevo
tipo de conflicto en las separaciones
Por Laura Reina | LA NACION
Tras separarse, Ana Perasso debió recurrir a la Justicia para implantarse los embriones que congeló con su ex marido. Foto: LA NACION / Ignacio Coló |
Cuando Ana Perasso y su marido empezaron
el tratamiento para ser padres, jamás se plantearon qué harían si quedaban
embriones sobrantes congelados. En cualquier caso, celebraron el hecho de que
hubiera una abundante reserva por si ese primer tratamiento no prosperaba o
decidían agrandar la familia en un futuro. En el quinto intento se produjo el
esperado embarazo. Pero meses después de que naciera su hijo, la pareja se
disolvió.
Pese a eso, Ana, que siempre supo que iba
a implantarse esos embriones sobrantes -habían quedado cinco-, le comunicó la
decisión a su ex marido. Lo que siguió fue una larga y dura disputa que terminó
en los tribunales.
"Él nunca estuvo de acuerdo y tenía
varias razones para no seguir adelante. Pero yo tenía las mías -recuerda-.
Quería rescatar a mis hijos de ese estado de embrión congelado e
implantármelos. Sentía culpa, no podía abandonarlos. Y tuvo que intervenir la
Justicia para autorizar la implantación de los embriones", relata Ana,
que, tras cuatro años de pelea legal, logró a fines de 2011 un fallo favorable
y pudo transferírselos.
De los cinco embriones que habían
quedado, dos ya estaban sin vida y los otros tres no prosperaron. Pero a pesar
de no haber logrado el embarazo, Ana siente que hizo lo correcto. "Estaba
recibiéndolos y dándoles el lugar que ellos estaban esperando y era en el seno
materno. Fue una larga lucha ganada; nunca voy a olvidar toda la energía e
ilusiones volcadas en aquellos hijos tan buscados, tan defendidos y tan
queridos que pude haber tenido. Hoy tengo sólo uno, y es lo mejor que me
pasó."
El caso de Perasso no es aislado e hizo
visible un problema que ya se empieza a plantear con frecuencia en los centros
de fertilidad donde se realizan estos procedimientos y en los que, se calcula,
hay unos 12.000 embriones criopreservados.
Si bien no todas las ex parejas dirimen
en la Justicia qué hacer con los embriones sobrantes -de hecho, antes de
iniciar cualquier procedimiento, los centros exigen firmar un consentimiento en
el que se especifica quién decidirá sobre el destino de esos embriones-, es un
creciente tema de conflicto entre ex parejas y de debate entre aquellas que
siguen juntas, pero que ya cumplieron su deseo de ser padres y tienen esa
reserva en stand by.
En medio del vacío legal y en tiempos en
que parejas cada vez más jóvenes deciden criopreservar embriones, la potestad
sobre ellos cuando el vínculo se acaba suma así un nuevo tipo de conflicto en
las disputas que rodean toda separación, lo que estos días se recoge, incluso,
en la tira de ficción Guapas.
Stella Lancuba es especialista en
fertilidad y directora médica del Centro de Investigaciones en Medicina
Reproductiva (Cimer). Afirma que, para evitar conflictos, en el momento de
iniciar un tratamiento que implique una criopreservación de embriones hace
firmar a la pareja un consentimiento que debe ser rubricado por ambos.
Entre las muchas preguntas que hay que
responder en ese consentimiento informado -que, no obstante, puede ser revocado
hasta el momento anterior a realizar el procedimiento-, está precisamente quién
determinará el destino de los embriones en caso de separación o divorcio: la
madre, el padre, ambos o el centro de fertilidad.
"El 72% de las parejas le da la
potestad de elegir a la mujer; el 16%, al centro; el 10%, al hombre, y sólo el
2% se inclina por ambos -dice Lancuba-. Es llamativo, pero al mismo tiempo
lógico porque el útero femenino es hoy el único destino posible para un
embrión. De todas maneras, llegado el caso, se convoca a ambos y, si no hay
acuerdo, deberá intervenir la Justicia."
Vanina Julianelli trabaja en Procrearte, un
centro al que acuden
parejas que buscan tener hijos. Foto: Ignacio Coló
Claro que, en el momento en que una
pareja inicia un tratamiento para tener un hijo, es difícil que se piense en la
posibilidad de separarse. Por eso, para el doctor Claudio Chilik, director
científico del Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (Cegyr), es
algo que debería ser pensado antes para evitar problemas futuros. "No es
improbable que una mujer que se separa, que todavía no ha sido madre y tiene
esa reserva, quiera hacer el intento de transferirse esos embriones", dice
Chilik, aunque aclara que no está de acuerdo con que se obligue a una persona a
ser padre contra su voluntad.
El médico especialista en medicina
reproductiva, Carlos Carrere, director de Procrearte, dice que una pareja que
acude para hacer un tratamiento en lo único que piensa es en el deseo de ser
padres en ese momento. "No se detiene a pensar mucho en el después. Y
quiere tener la mayor cantidad de chances de generar un hijo. Si criopreservan
ocho embriones, tienen hasta tres posibilidades más de lograr un embarazo
-cuenta-. Pero muchas se embarazan en un primer intento. Y si la pareja en el
lapso entre un hijo y otro se separó, esos embriones quedan congelados, no
tienen un destino cierto."
Incluso, cuenta Carrere, muchas ex
parejas plantean, luego de la separación, el deseo de descartar esos embriones
que quedaron. "Ha pasado que alguna mujer o marido pida la destrucción del
embrión. Pero nosotros no podemos hacerlo hasta que no haya una legislación que
se expida sobre esto. El embrión, al no tener estatus legal, no se puede donar
a la ciencia ni transferir a otra pareja ni descartar. Y esos embriones no
utilizados se acumulan, que es el gran problema que hoy tenemos los centros de
fertilidad."
DONAR, ADOPTAR, DESCARTAR
Para el director de Fecunditas, Nicolás
Neuspiller, reconocido especialista que introdujo la técnica de
criopreservación en el país hace 20 años, una ley de adopción prenatal sería
una de las posibles soluciones a los embriones que se acumulan en los
criopreservadores. "Es una de las cosas que faltan. Sería deseable que,
después de cinco años, aquellos embriones que no hayan ni vayan a ser
utilizados por las parejas puedan darse en adopción. Me encantaría, porque se
le estaría haciendo un bien a una pareja que no puede procrear y no se
seguirían acumulando embriones en los centros de fertilidad."
Mercedes Solá, madre de Emilia, de tres
años, y de Camilo, de dos meses, concibió sus dos hijos en los primeros
intentos que hizo en Fecunditas. Y aún tiene congelados tres embriones más.
Después del segundo hijo, Mercedes empezó a plantearse con su marido, Rafael,
qué hacer con los tres que quedaron. "Lo empezamos a hablar porque la
gente comenzó a preguntarnos qué íbamos a hacer con los embriones sobrantes
-reconoce-. Yo no quiero tener más hijos y la verdad es que mi decisión es descongelarlos.
No tengo la fantasía de que son personas. Para mí, son células que sólo se
transforman en hijos si crecen en la panza. Pero decís eso y mucha gente se
espanta. Llegué a decir que tengo menos embriones para no sentirme cuestionada.
Pero no tengo culpa de descongelarlos."
En
los centros de fertilidad de la Argentina, hay unos 12.000 embriones
en espera
de una decisión. Foto: Ignacio Coló
Ana Perasso, en cambio, sintió que tenía
un compromiso ético con esos embriones que habían quedado. "Cuando las
cosas se complican, como en mi caso, donde hubo una separación, o aquellos
matrimonios que lograron la cantidad de hijos que buscaban, los embriones
congelados quedan en total desprotección, ya que no hay una ley que obligue a
darles un destino -opina-. Todos fuimos embriones antes de nacer, el embrión
tiene derechos, y si los padres no cumplen con su compromiso inicial o su
objetivo, que fue el de traerlos al mundo, debe haber una ley que los proteja.
Una separación como fue mi caso no puede pesar más que la vida de un ser
humano."
Por eso, para Ana, su caso, que llegó a
todos los medios y generó sendos debates, sirvió por lo menos para instalar y
generar conciencia sobre el tema. "Con el tiempo, la gente cambia, pero
los embriones, no. Nosotros nos peleamos, perdemos el trabajo, nos damos cuenta
de que con dos hijos estamos bien. Pero ellos siguen estando ahí. Creo que
falta concientización de lo que significa un embrión y, por ende, no se los
respeta. Después de lo que pasé, hoy me siento tranquila, sin temas
pendientes."
En una encuesta realizada por Concebir,
una fundación que brinda apoyo a parejas con problemas reproductivos, se
encontró que el 65% accedería a donar los embriones a otras parejas, el 15% los
donaría para investigación y otro 15% los destruiría. Sin embargo, según la
psicóloga Silvia Jadur, especialista en temas de reproducción asistida y autora
del libro Así fue como llegaste, en el momento de tomar una decisión, la
situación es diferente.
"En tanto se trata del propio
material genético, a las parejas les resulta difícil pensar en la aceptación de
la adopción por parte de parejas infértiles. Y más complicado aun les resulta
la donación para investigación. Algunos, cuando ya tuvieron hijos, prefieren
descartar los embriones que restan. Pero en todos los casos se posterga el
hacerse cargo de una decisión que dejaron pendiente. Suponen que con el
transcurrir de los años se aclaran las ideas", sostiene la especialista en
el artículo "Efectos emocionales de la criopreservación de embriones y su
transferencia", publicado en la revista de la Sociedad Argentina de
Medicina Reproductiva (Samer).
La doctora Lancuba, del Cimer, afirma que
el 40% de sus pacientes se inclina por donar los embriones sobrantes a otra
pareja y el 22%, a la ciencia. "Pero ha pasado que cuando se pone a los
pacientes en esa situación concreta, la actitud es otra, de mucha más
resistencia -dice la especialista-. Aunque no hay nada que prohíba la donación
de embriones, hay un consenso entre los centros de fertilidad de no hacer
donaciones de este material genético hasta tanto no haya una ley al
respecto."
Para Mercedes Solá, la donación de sus
embriones no figura entre las alternativas posibles. "No daría un embrión
a otra pareja, no podría; sentiría que tengo un hijo por ahí o que hay un
hermanito de mis hijos dando vueltas por algún lugar -dice-. Creo que no podría
soportarlo. Por suerte mi marido piensa igual que yo, estamos de acuerdo en
todo, si no sería muy difícil."
Lo cierto es que para Jadur, el material
genético criopreservado, una vez alcanzado el objetivo de tener un hijo, supone
"una presión" extra para la pareja. "Sostiene una obligación que
incide en el deseo de una nueva paternidad y trastoca los vínculos -señala- Si
después de vivenciar la paternidad no surge el deseo de otro hijo, permanece el
peso de la obligación de decidir acerca del porvenir de esos preembriones,
porque se considera embrión recién cuando se anida en el útero materno. Es
importante que las parejas sepan que criopreservar implica una decisión
compleja, que incluye efectos emocionales, que conviene contemplarlos con
anticipación y con un apoyo terapéutico adecuado."
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