Michel Odent
22 octubre, 2011
Es uno de los obstetras más reconocidos
del mundo. Michel Odent asegura que la parafernalia médica, lejos de ayudar a
las mujeres a parir, les produce un miedo y un estrés impresionantes. Lo que
hay que hacer, dice, es generar un clima relajado, bajar al mínimo la
intervención externa y dejar que la mujer sea la dueña de su parto, tal como lo
hace cualquier hembra mamífera. Aquí, sus potentes razones.
Por Francisca Gálvez V.
Nada tiene que ver con la moda de lo
natural. Ni siquiera con la idea, tan en boga, de volver a lo simple. Michel
Odent (81) ha comprobado, científicamente, que los protocolos, técnicas e
instrumentos que se utilizan en casi todas las clínicas de maternidad generan
condiciones que frenan la liberación del flujo hormonal necesario para que se
produzca el parto. La reina de estas hormonas es la oxitocina, que relaja a la
mujer, ayuda a las contracciones y hace fluido el parto. Hormona que todas las
hembras, de cualquier especie de mamíferos, secretan y que en el mundo animal
funciona a la perfección. Pero lo que está pasando, con tanto “progreso”
médico, es todo lo contrario. A la hora del parto, muchas veces se estimula la
región cerebral del neocórtex, encargada del pensamiento racional, y que hace
que se secrete adrenalina, una hormona que produce tensión, inhibe las
contracciones necesarias para el nacimiento y hasta puede impedir la salida
natural de la guagua. Por eso, “más que humanizar el parto, se trata de
mamiferizarlo”, sentencia Odent.
Autor de más de 50 papers científicos y
12 libros traducidos a 22 idiomas, como La cientificación del amor, El granjero
y el obstetra y La cesárea, cuando se habla de nacimiento, el doctor Michel
Odent es una palabra mundialmente autorizada. La experiencia que adquirió entre
1962 y 1985, como encargado de la maternidad del Hospital de Pithiviers, en
Francia –donde atendía alrededor de mil partos al año– fue más que suficiente
para convertirlo en uno de los principales impulsores del alumbramiento con la
mínima intervención de agentes externos. Fue también el precursor de las
piscinas en las salas de parto. En su reciente paso por Chile, en el marco del
Cuarto Congreso Anual de Matronas, compartió una vez más sus interesantes y
siempre removedoras reflexiones.
¿Por qué le parece urgente cambiar la
manera habitual en que se llevan a cabo los nacimientos?
Tiene que ver con mi propia experiencia.
Esto partió cuando estaba encargado de la unidad de cirugía del Hospital de
Pithiviers y, como había aprendido la técnica de la cesárea, me pusieron
también a cargo de la unidad de maternidad. Fue una cosa accidental. Con la
experiencia, y al ir conversando con las matronas, me fui interesando más y más
en los nacimientos. Les preguntaba cosas como: “¿Por qué se apuran en cortar el
cordón?”, “¿Por qué rompen las membranas de manera rutinaria?” Y siempre me
respondían que es lo que habían aprendido en la universidad. De a poco fuimos
cuestionándonos esas cosas. Era un área rural, y nos dimos cuenta de que las
mujeres campesinas se sentían intimidadas en el hospital, por eso fuimos
reacondicionando el ambiente. Un día transformamos una sala de partos en una
habitación cotidiana, con ambiente hogareño y sin ningún equipo médico visible.
Compramos un piano e invitamos a las embarazadas a cantar juntas. Nos reuníamos
todos; las matronas, las secretarias, las recién paridas. Después de cantar se
relajaban y conversaban. Fue una manera maravillosa para que las mujeres se
familiarizaran con la gente y el lugar. En otra oportunidad compré una piscina
inflable, asumiendo que la inmersión en agua a la temperatura corporal podría
facilitar el proceso del nacimiento y hacer que las mujeres alcanzaran un
estado de relajación. Ese fue el comienzo de la historia de las piscinas de
parto en los hospitales.
¿Cuáles diría que son las necesidades
básicas de la mujer en trabajo de parto?
Lo primero es entender que el parto es un
proceso involuntario. La parte activa del cerebro de una mujer en trabajo de
parto es aquella parte primitiva: el hipotálamo, la glándula pituitaria o
hipófisis. Son estructuras cerebrales arcaicas, que los humanos compartimos con
todos los mamíferos, y su función es liberar el flujo hormonal necesario para
que se produzca el parto. Por eso es un proceso involuntario, y este tipo de
proceso se da en situación de relajo, por lo tanto puede ser inhibido por
factores que hacen aumentar la adrenalina, al estimular el neocórtex y el
intelecto. Hay un antagonismo entre adrenalina y oxitocina. La adrenalina es
una hormona que secretan los mamíferos, incluyendo los humanos, en situaciones
de emergencia, cuando estamos asustados, nos sentimos observados o tenemos
frío. Cuando esta hormona es liberada, no es posible liberar oxitocina. Esta
última es fundamental en el proceso del parto por dos razones: primero, porque
es necesaria para producir contracciones uterinas efectivas, y también porque
es considerada el principal componente del cóctel de hormonas del amor que una
mujer debiera liberar al momento de dar a luz.