Por Ángeles Cano
Como buena primeriza tenía bastante poca
idea de las cosas y además era muy tímida y educada, en el hospital hacía lo
que me decían.
Una vez pasado las rutinas en paritorio,
me ayudó la matrona llegar a la habitación que tenía asignada en planta. Eran
las 2 de la madrugada y aunque el parto había sido corto y yo estaba tan
despierta y emocionada, me apetecía la cama. La matrona cogió a mi bebé en
brazos mientras yo me metía dentro, y, una vez dentro, levantó de nuevo un poco
la sábana y me puso a mi hijo encima diciendo “este es el mejor lugar para tu
bebé, así podéis descansar juntos.”
Y allí se quedó. Para mí, que había ido
tan sumisa al hospital y hubiera hecho lo que fuera, sin cuestionar a nada y
nadie, esto fue el gesto más importante para iniciar esta primera maternidad.
Fue el “permiso oficial” de una profesional sanitaria para dormir con mi hijo,
juntos en la cama. Fue ella quien lo decidió, que me dijo que lo hiciera así, y
todavía le sigo agradecida por ello.
Mi hijo ahora tiene 6 años y alguna noche
sigue viniendo a la cama, cuando tiene una pesadilla, o simplemente porque es
sábado por la mañana o porque he estado fuera unos días y necesitamos abrazos.
Cada vez que nos acurrucamos juntos en
una cama pienso en esta matrona y en su gesto que tuvo. Me ha ayudado a tener
claro que esto era lo mejor, a pesar de todos los consejos contrarios que
recibí durante estos años acerca del colecho.
Gracias por darme el permiso que yo
necesitaba, tan sumisa ante los mandatos que venían de la bata blanca, gracias
por encaminarme hacia la maternidad pegadita al cuerpo de mi hijo.
[Imagen: foto cedida por Bei Muiño, para
el banco de imágenes de El Parto es Nuestro]
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