Michel Odent, obstetra francés, nos ofrece en este texto su particular visión
del nacimiento de Jesús. María, dando a luz como cualquier hembra mamífera. El
hijo de Dios, naciendo como el resto de los mortales. Un nacimiento íntimo,
instintivo y amoroso, tal y como debería ser recibido cada bebé que llega a
este mundo.
“Un recién nacido entre un asno y un
buey: muchos comparten hoy esta imagen simplificada de la Navidad.
Mi visión de la Navidad está inspirada en
lo que he aprendido de las mujeres que han dado a luz en la más completa
intimidad, sin sentirse guiadas ni observadas. Está también inspirada en el
Evangelium Jacobi Minori, es decir, el protoevangelio de Jacques le Mineur1.
Este evangelio fue salvado del olvido, a mediados del siglo XIX, por el místico
austríaco Jacob Sorber, autor de La infancia de Jesús2. Según estos textos,
María tuvo total privacidad en el parto, porque José la dejó para ir a buscar
una partera. Cuando regresó, Jesús ya había nacido. Fue sólo cuando una
deslumbrante luz se atenuó, que la partera se encontró ante una escena
increíble, ¡Jesús ya había encontrado el pecho de su madre! La comadrona
exclamó entonces: “¿Quién ha visto jamás un niño que apenas nacido tome el
pecho de su madre?” Este es un signo evidente de que cuando se convierta en
Hombre, este Niño juzgará al mundo según el Amor y no según la Ley.
La nueva mirada sobre la Natividad
El día que Jesús estuvo listo para llegar
al mundo, María recibió un mensaje -un mensaje no verbal de humildad. Se
encontró en un establo, entre otros mamíferos. Sin palabras sus compañeros la
ayudaron a comprender que ese día tenía que aceptar su condición de mamífera.
Tenía que sobrellevar su desventaja humana e ignorar la efervescencia de su
intelecto. Tenía que segregar las mismas hormonas que otras mamíferas
parturientas, a través de la misma glándula, o sea, la parte primitiva del
cerebro que todos tenemos en común.
El ambiente estaba idealmente adaptado a
las circunstancias. María se sentía segura, por lo que su nivel de adrenalina
era el más bajo posible. El trabajo de parto pudo establecerse en las mejores
condiciones posibles. Habiendo percibido el mensaje de humildad y aceptado su
condición de mamífera, María se encontró “en cuatro patas”. En tal postura, y
en la oscuridad de la noche, se desconectó fácilmente del mundo.
Poco después de su nacimiento, Jesús
estaba en los brazos de una madre extática, tan instintiva como puede serlo una
madre mamífera. En una atmósfera verdaderamente sagrada, Jesús fue bienvenido y
pudo, fácil y progresivamente, eliminar las hormonas de estrés que produjo para
nacer. El cuerpo de María estaba caliente. El establo también estaba cálido
gracias a la presencia de los otros mamíferos. Instintivamente, María cubrió el
cuerpo de su bebé con un pedazo de tela que tenía a la mano. Estaba fascinada
por los ojos de su bebé y nada hubiera podido distraerla del prolongado
contacto visual con Jesús. Este intercambio de miradas indujo otra oleada de
oxitocina, de modo que el útero se contrajo nuevamente y envió un poco de la
sangre preciosa de la placenta hacia el bebé a través del cordón umbilical y
poco después salió la placenta.
Madre e hijo se sentían completamente
seguros. María, guiada por su cerebro mamífero, permaneció de rodillas un ratito
después del parto. Luego de la salida de la placenta, se puso de costado, con
el bebé cerca de su corazón. En seguida, Jesús comenzó a mover la cabeza, de un
lado a otro, abriendo su boca en forma de O. Guiado por su sentido del olfato,
se acercó cada vez más al pezón. María, que aún se encontraba en un equilibrio
hormonal muy especial, y todavía muy instintiva, supo perfectamente cómo
sostener a su bebé e hizo los movimientos necesarios para ayudarlo a encontrar
el pecho.
Fue así como Jesús y María transgredieron
las reglas establecidas por la comunidad humana. Jesús –como un rebelde
pacífico que desafió las convenciones- fue iniciado por su madre.
Jesús mamó vigorosamente durante un largo
rato. Con el apoyo de su madre, pudo salir victorioso de uno de los episodios
más críticos de su vida. En pocos minutos ingresó al mundo de los microbios, se
adaptó a la atmósfera, se separó de la placenta, empezó a usar sus pulmones y
respiró independientemente y se adaptó a la fuerza de gravedad y a las diferencias
de temperatura. ¡Jesús es un héroe!
No había reloj en el establo. María no
trató de tomar el tiempo que Jesús pasó mamando antes de dormirse. La noche
siguiente, María tuvo sólo algunos episodios de sueño ligero; estaba vigilante,
protectora y ansiosa de satisfacer las necesidades de la más preciosa de las
criaturas terrestres.
En los días siguientes, María aprendió a
reconocer cuándo su bebé tenía necesidad de que lo meciera. Había tal sintonía
entre ellos, que ella podía perfectamente adaptar el ritmo del balanceo a la
demanda del bebé. Mientras lo mecía, María empezó a canturrear unas melodías a
las que agregó algunas palabras. Como millones de madres, María había
descubierto las canciones de cuna. Fue así como Jesús comenzó a aprender lo que
es el movimiento y luego, el espacio. Fue así como Él comenzó a aprender lo que
es el ritmo y luego, el tiempo. Estaba entrando progresivamente en la realidad
espacio-temporal. Conforme Jesús creció, María empezó a introducir cada vez más
palabras en sus canciones de cuna y así fue como Jesús aprendió su lengua
materna. "
Referencias
(1) Proto-Evangelio de Jacques 19.2
Citado en: JesúsJean Paul Roux. Fayard, París 1989, p100.
(2) Jacob Lorber. L´enfance de Jesús ou
l´évangile de Jacques. Capítulo 16 Editions Helios, Ginebra 1983. Título
original : Die Jugend Jesu, Stuggart 1852.
Extracto del Libro: La Cientificación del
Amor. EL Amor y la Ciencia Capítulo 19. Hacia una convergencia
Ciencias-Tradiciones. Tercer Interludio. pag. 121. Autor: Michel Odent
Editorial Creavida. 1999 Facilitador: Grupo Renaciendo Mar del Plata.
Jasmin Bunzendahl en domingo, diciembre
25, 2011
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