lunes, 27 de mayo de 2013

Defensora de una crianza cercana

La ex directora de una sala cuna, Marta Montaldo, acaba de escribir un libro que podría generar polémica. En las páginas de ¿Dónde estás, mamá?, ella muestra su desacuerdo en que las madres dejen a sus niños al cuidado de otros a tan temprana edad. Para ella, el que esto cambie, es una tarea de la sociedad.
Por: DANIELA GONZÁLEZ

Por 25 años, Marta Montaldo fue la dueña y directora de una sala cuna y jardín infantil del barrio alto. Pasaron más de 2 mil niños por sus manos. Y no hubo ninguno de ellos de los cuales no supiera su nombre, su historia, quiénes eran sus padres, qué problemas tenían y qué los hacía reír.
Esta educadora de párvulos de la Universidad de Chile, se entregó por entero a lo que considera una de las pasiones de su vida: ver a los pequeños desarrollarse felices. Por eso repletó su establecimiento de colchonetas, salas espaciosas, mobiliario de calidad, luces, juguetes y música. Como veía que los bebés requerían tanta atención, contrató a una “tía” por cada tres niños, algo que distamucho de otros lugares donde llega a haber una especialista por cada 10 párvulos.

Pero sus 11 horas diarias de trabajo y su dedicación por completo no eran suficientes. “Hubo algo que me superó. Los niños siempre estaban melancólicos, tristes. Era algo que conversábamos con el equipo, lloraban mucho y, cuando ya se acostumbraban al lugar, después no querían irse con sus madres. No había placidez en ellos. Lo más curioso es que era algo que no se daba con los más grandes que iban al jardín”, dice.

Hace seis años, cuando tenía 61, decidió que era tiempo de terminar su labor como educadora. Al menos en el día a día. Después de criar a sus tres hijos y de trabajar incansablemente, vendió el jardín y se fue a su casa. Pero no se quedó tranquila. La idea de que los niños siempre estaban melancólicos, rondó su cabeza como una obsesión imparable, que tenía que resolver en algún momento. Y decidió buscar la respuesta.

Sus conclusiones son tajantes: las madres son irremplazables. Las salas cuna son dañinas. El postnatal debiera ser de dos años. Estas ideas las expuso en su libro ¿Dónde Estás Mamá?, publicado recientemente por Catalonia.

Años determinantes
Marta Montaldo estaba convencida de que algo malo había en el hecho de llevar a los niños a una sala cuna. Por el consejo de una amiga sicóloga, comenzó a leer los trabajos de Donald W. Winnicott, un pediatra y psicoanalista inglés, reconocido a nivel mundial y experto en sicología infantil temprana.

Después de terminar el primer libro, viajó a Buenos Aires y compró su bibliografía completa. “Me di cuenta de que el problema era mucho mayor de lo que imaginaba y de que nunca estuvo en mis manos solucionarlo. Simplemente, porque yo no era la mamá”.
Como ella dice y sobre la base de la teoría de Winnicott, lo que le sucede a un niño antes de los dos años determina su futuro. “Si sabes eso, entonces, no te puedes callar”, plantea.

Esa hipótesis la comparte también la neurociencia actual, basándose en que los estímulos que recibe un bebé –sobre todo de la relación con su madre– determinan sus estructuras neuronales.
Como explica el pediatra Pedro Pablo Cortés, experto en neurociencia de la Universidad Autónoma de Chile, la relación que tiene un hijo con la madre en su primera infancia, se interpreta y queda registrada en el cerebro: cada vez que un bebé se relaciona con su mamá, las neuronas van tomando forma y se conectan entre sí. Por ejemplo, si la progenitora es relajada y no se estresa excesivamente con la crianza, él incorporará en su cerebro esa tranquilidad y confianza.

Esto se traducirá en conductas o formas distintas de percibir el mundo. Tanto es así, insiste Cortés, que se ha demostrado que niños que no tuvieron una buena relación materna frente a otros que sí la tuvieron, tienen estructuras cerebrales diferentes y, por lo mismo, respuestas distintas. El sujeto que tiene un apego firme con su progenitora, tendrá un cerebro más flexible y adaptativo.

En todo caso, la neurociencia también plantea que el cerebro es moldeable a lo largo de la vida. Esto significa que, en cualquier etapa y a cualquier edad, es posible modificar conductas. Por eso, si bien el desapego materno determina ciertas estructuras neuronales, éstas pueden volver a reformarse con otras experiencias en la vida. En términos simples, el mismo cerebro permite la “sanación” de algunos traumas en la infancia.

Sólo la madre
En Chile, según datos de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji), en el año 2005 el 40% de los niños asistía a salas cuna y jardines infantiles –en estratos altos llega hasta 50%– Para Marta Montaldo, dejar al hijo en uno de estos centros, es causarle un daño. Ella sostiene que un recién nacido se encuentra en un estado muy precario en términos de saber quién es. “Al comienzo vive en una fusión con la madre. Ella le presta su matriz sicológica hasta que su hijo se constituye como un individuo desde el punto de vista sicológico.

El bebé mantiene una estructura desorganizada, llena de impulsos. No está consciente de símismo. Y en estas condiciones se encuentra expuesto a ansiedades tremendamente difíciles”, explica.
“Es radical que la mamá conduzca este proceso, adaptándose ciento por ciento a las necesidades del bebé,” comenta la autora. Para ello, es necesario que lo conozca absolutamente; que se entregue a él y que esté totalmente pendiente de lo que requiere. Según Winnicott, sólo es la madre la que está capacitada para hacerlo, porque biológicamente es ella la preparada para entrar en un estado de repliegue –una concentración extrema hacia su bebé– que comienza en el embarazo y termina cerca de los seis meses de edad del niño. Son sólo ellas las que adquieren una capacidad especial para entender a su hijo.

Sin embargo, con la vida actual, la presión social por ser una profesional exitosa o mantener una vida social activa, las madres no están tan presentes del modo en que lo requiere una guagua, plantea la autora del libro.

La idea, según ella, es evitar el cuidado mecanizado: lavar, mudar, dar pecho, hacer dormir. Lo que necesita es que su madre decodifique cada una de sus necesidades, siga su ritmo y lo contenga hasta que se dé cuenta de que él es otro sujeto. Por ejemplo, acunarlo con cuidado o captar cuando necesita un momento de tranquilidad, y no agobiarlo ni sobre estimularlo con sus ansiedades.

Montaldo explica que este tipo de cuidados sutiles, la mamá los hace naturalmente. No necesita instrucciones, sino que lo realiza espontáneamente, cuando se cumplen algunas condiciones: entregarse a su hijo por completo y estar sana mentalmente.

Si en los primeros seis meses esto no sucede, y la madre lo va a dejar apurada a la sala cuna, con suerte lo amamanta, lo recoge a la vuelta y lo ve un par de horas al día, entonces el proceso de que el niño logre configurar su identidad sicológica se quiebra. Y eso produce, según Montaldo, todo tipo de trastornos emocionales.

De choque con la realidad
En Latinoamérica, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el 53% de las mujeres participa en el mercado laboral. En Chile, la cifra alcanza cerca del 42%, pero crece cada vez más. El mismo estudio del PNUD determinó que entre febrero y abril de 2009, se registró un crecimiento en la fuerza de trabajo femenina de 3,3%, lo que corresponde a 89.073 mujeres más que en el mismo período anterior.

En términos concretos, las mujeres en Chile trabajan y tienen hijos. Para ellas, la ley considera un postnatal de 84 días a partir del momento en que es madre. Montaldo, en cambio, dice que se necesitan dos años.

¿Cómo pueden hacer las mamás que trabajan para estar presentes de la forma en que usted plantea?
–Yo creo que la pregunta es: ¿qué puede hacer la sociedad para resguardar a las mujeres de no trabajar. Es tan simple como eso. Porque no se le puede dejar toda la responsabilidad a la madre, ella necesita ayuda de la sociedad para disponer de su tiempo pleno, necesita estar tranquila.

¿No hay manera de que la madre pueda cumplir con este rol materno tan intensamente y, a la vez, trabajar?
–No. No, al menos en esos dos primeros años de vida de su hijo. Se necesita un cambio profundo, y aunque parezca un estribillo, es verdad. La única manera de que tengamos individuos sanos es que la madre pase todo este período con su hijo. Y mi libro es una denuncia, pues hay una irresponsabilidad generalizada en torno a este tema.

¿Qué pasa con el tema de la postergación? ¿No cree que de esa manera una mujer se pospone, mientras el padre sigue con su vida?
–Pienso que en este caso, es mucho más trascendente lo que hace la mujer que el hombre. La sociedad tiene una escasa valoración de la interdependencia entre el bebé y su madre y ella no se atreve a priorizar este vínculo temprano. El dilema de volver a trabajar va a existir, y la mamá es presa de sentimientos de tristeza, culpabilidad, ansiedades. Pero son las costumbres sociales las que la empujan a eso.

–Pero esta visión también podría entenderse como machista…
–No, porque lo que hay detrás es un problema económico más que de machismo. El sistema es el que no concede ese espacio para la madre, porque necesita que la mujer trabaje. Ella se ve obligada a enfrentar ese problema y a volver a trabajar; ahí su hijo pasa al cuidado de terceros, y todo el ambiente facilitador que el bebé recibía de su madre se rompe. La mujer tiene derecho a optar por la salud de su hijo, pero es el sistema el que la obliga a no hacerlo.

Un círculo nada de virtuoso
La incapacidad social de la que habla Montaldo se expresa en uno de los capítulos de su libro. La especialista realizó entrevistas en profundidad a las personas que rodean al niño desde que nace: enfermeras en las clínicas y hospitales, auxiliares, médicos, educadoras y asistentes de párvulos, asesoras del hogar y padres.

Las conclusiones que recoge, según ella, son alarmantes. En las salas de maternidad, las mujeres solicitan tranquilizantes para dormir y cesáreas, aunque no las necesiten. Una de las enfermeras que habla en el texto lo relata así: “La clínica ha sido bien permisiva en muchas cosas, porque el objetivo es captar clientes. Entonces, el ser más permisivos hace que ellos se queden y, por eso, siempre les dan la razón”. Todo eso, comenta Montaldo, favorece el desapego.

Y ello continúa después con el regreso a la casa. Las auxiliares de enfermería que muchas mujeres contratan, acusan que ellas son las que se encargan de vestir al niño, bañarlo, estar atentas a cuando despiertan. “La mamá le da pecho nomás”.

Luego, con el reingreso al trabajo y la consecuente integración de los pequeños a las salas cunas, el círculo del desapego continúa. Una educadora de párvulos dice que al principio, la madre se muestra preocupada. “Entrega a su guagua con angustia, algunas lloran. Después de un tiempo, llegan a dejarlas muy apuradas. Algunas ni siquiera se bajan del auto. Tocan la bocina, va una tía y la mamá le dice que todo está escrito en la libreta. Y de hecho en la libreta dice: ‘Van dos pañales’”.

A Marta Montaldo el tema le preocupa. Y mucho. Dice que su libro es un grito de alerta. Y que lo que ella busca es devolverles las madres a sus hijos.

Qué pasa con el padre
Según la teoría del pediatra y psicoanalista inglés Donald W. Winnicott, en el embarazo, la mamá entra en un estado de replegamiento que la lleva a desconectarse del medio, lo que le permite enfocarse al 100% en su hijo. Es una forma de “enfermedad normal”. Ellas desarrollan una preocupación primordial primaria y adquieren una capacidad especial para captar lo que necesita su hijo y para abstraerse del resto del mundo exterior.
“Las demás personas no se encuentran en este trance”, dice Marta Montaldo, autora del libro recientemente lanzando ¿dónde estás, mamá? el rol de la madre no lo puede reemplazar el padre. Sin embargo. Éste cumple también un papel esencial: permitirle a ella que entre en ese estado de abstracción.
“El padre es ahora quien debe ser como la madre de la madre, cuidarla, alejarla del mundo externo con tal de que ella esté tranquila y pueda estar absolutamente libre para dedicarse a su bebé”, concluye Montaldo.


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