FUERON BUENOS, estos días con los chicos.
Lo que al principio quizás pareció demasiado y pintó un trazo fino de inquietud
en sus queridos rostros, se fue desgranando con placidez en 6 días que
sirvieron de mucho.
La maternidad es todo un tema en la vida
de la mujer, y no hago referencia al sexo, sino a la enorme carrera, afectiva,
emotiva, comprometida, que empieza en la vida el día que nos entregan ese
puñadito de huesos con pelusa por todos lados, y en que comenzamos a entender
algo que nos llevará casi toda la vida terminar de resolver. Es una parte de la
vida con forma de espiral, que a veces amenaza con tragarse, con fuerza
centrífuga, todo y a todos los que pasen a menos de 3.000.000 de km. Y nos pasa
a las mujeres y también a los hombres que han resuelto y se han dado el gusto
de ser padres, con todas las letras, sin esquivarle el bulto….a ninguna.
Criar hijos es fácil, darles de comer,
cambiarlos, bañarlos, acostarlos , vestirlos, desvestirlos, entretenerlos,
enseñarles buenas maneras y códigos firmes en forma de consejos, anécdotas,
costumbres, recuerdos, preparar miles de litros de Nesquick en la infancia,
preparar toneladas de pan con manteca, tomarlos de la mano y enseñarles algo
del mundo que tenemos cerca o que llevamos dentro, empezar a compartirlos con
amigos propios y los propios de ellos, ver películas que casi podemos repetir
de memoria y hasta dormidos, comprar las primeras coqueterías de las chicas y
también los primeros preservativos de los varones, tratar de hablar de todo,
aggiornarse con nuevo vocabulario, entender miradas, comprender silencios,
abrazar, contener, resignar, aceptar, volver a abrazar, renegar, sonreír,
añorar, proteger, limitar, esperar, agradecer, dar, estimular, hablar,
escuchar, escuchar, escuchar …., percibir, adivinar, intuir y otra vez aceptar,
alentar, incentivar.
PARAR…… Y de eso se trata lo difícil, de
“parar”, de poder “correrse”. Porque mientras criar hijos implica acciones, es
fácil hacer, sobre todo para los que hemos adoptado en la vida una actitud positiva
y hacia adelante, el “hacer” nos es fácil , casi natural, casi sin esfuerzo
salen los miles de movimientos que hacemos a diario para llevar a cabo las
miles de tareas que la vida nos pone delante, y si delante de esas tareas,
están , además, esas tres cabecitas vaporosas y llenas de demandas infantiles,
adolescentes, adultas, somos como un tren sin frenos llevándose por delante
todas las horas, todas los cansancios, todos los temores, y arremetemos, como
leones hambrientos, el verde de la selva, lo vasto del océano, la inmensidad de
las 3 vidas y todas las que se acerquen y pintamos colores en el techo,
dibujamos sonrisas en la noche y disimulamos toneladas de angustias detrás de
las utopías que hacemos nuestras, y de ellos y otra vez nuestras.
Lo difícil es parar, esperar, correrse,
dejar, soltar, observar….sin participar. Todo lo descripto más arriba se logra
solo con ganas, sin embargo para poder parar y correrse hace falta casi una
vida de trabajo con uno mismo, en la soledad más buscada para encontrar la
verdad más disimulada, enterrada bajo toneladas de cariño y premisas vacías. Y
hay que, entonces, comenzar a desandar camino, desacelerar kilómetros
recorridos de a 4, para volver a encontrar ese punto justo del trayecto donde
soltamos la mano de los sueños propios y comenzamos a tejer los ajenos, donde
la meta era un solo objetivo, era llegar y verlos grandes, erguidos, criados….
y cuando se acerca ese momento, vuelve a ser protagónico el nuestro y para
decidir subirse al escenario hay que armarse de agallas y renovadas fuerzas,
soltar los sueños que nos prestaron y poner en valor los nuestros, destejer
madejas prestadas y arreglarnos con los hilos internos, adormecidas ilusiones
bajo los apuros de ellos, y hacerlo sin broncas, sin facturas densas, que
intentan paralizar lo bueno.
Correrse es todo un desafío, pero no
terminamos de criar si no logramos hacerlo sin dejarlos atados para siempre del
enorme y agobiante peso, el de poner nuestro destino a expensas de ellos.
Nada nos deben, es sólo nuestra la
decisión de terminar el largo desafío y pintarle sonrisa al rostro del futuro
sin quedar atrapados en los mandatos pasados. Solo nosotros podemos entregarles
la llave de la libertad, el día que decidimos volver a hacernos cargo de
nuestro destino, de volver a poner por delante las metas nuestras y evitar el
abuso que sería usar las de ellos.
En eso pienso desde mi acotado pero
elegido lugar en el sillón. Desde ese rincón cerca de la ventana y de la
banqueta que me sirve de placard en este departamento dominado por los horarios
universitarios, los veo pasar, desde la compañía de mi tejido, y solo necesito
levantar la vista de vez en cuando para adivinar cuando quieren hablar o cuando
intentan pasar cerca mío esperando que no los registre. Y supe acomodarme, y observé,
y los vi ya no solo crecidos sino también erguidos, con sus diferentes ritmos,
algunos mejor parados, otros trabajando aún contra los nubarrones del
desconcierto. A ellos también les cuesta la despedida, pero sólo hasta que
entiendan que no se trata de ruptura sino de amigarse con la vida. Y vi los
progresos, y los disfruté, pero ya no pensando que eran míos, porque hoy ya son
solo de ellos mismos. Hice por ellos lo que sentía, ya no todo lo que
necesitan. Me acerqué solo lo suficiente para sentir la tibieza y saber que
están bien vivos, a todos les acerqué algo de lo que necesitaban, pero no todo,
supe dejar algún lugar vacío, abracé pero sin estrujar, escuché sólo lo que
quisieron contar, no presioné, no pedí ni esperé nada, pero a la vez supe
indicar claramente lo que sí esperaba que hicieran, y lo hicieron. Encontré la
forma de que las puertas cerradas me hicieran gracia, me llenó de ternura y
cierta picardía observar como marcan terreno, como aprendieron a dejarme un
poco afuera sin que me sienta excluida, admiré la habilidad con que manejan sus
tiempos y eso me ayudó a respetar más los míos, y disfruté, descansé, me ocupé
de lo que me dio placer y dejé espacio para que ellos también se ocuparan de lo
que hay que hacer, aprovisioné, con algunas cosas, pero más con afecto, suelto,
suave, sin intención de dominio.
Quizás cuando lean esto, mis tres hijos
se miren entre ellos y se digan como muchas veces….”cómo se la manda la viejaaaa!!!”,
pero no importa, porque ya no estoy pendiente de su aprobación, ni siquiera de
su comprensión, me basta con entenderme a mí misma, que no ha sido un trabajo
fácil en mi vida, pero quizás uno de los más gratificantes que haya acometido.
Me siento plena, en paz, tranquila. Me
siento en equilibrio pero sigo teniendo tantos pendientes que la pasión y las
ganas se me cuelan en todos los gestos….
Puedo disfrutar y disfrutarlos, ellos
están bien y yo estoy VIVA!
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