lunes, 11 de marzo de 2013

La adaptación al jardín, un desafío para los padres


Sábado 09 de marzo de 2013 | Publicado en edición impresa
El sistema aumenta progresivamente el tiempo de permanencia de los chicos en la sala e involucra a distintos miembros de la familia
Por Evangelina Himitian  | LA NACION

Lucía Piccone e Ignacio Sánchez junto a sus 
hijas 
Mora (2)
 
y Francisca (4)
patricio pidal/afv,
patricio pidal/afv. 
Foto: Patricio Pidal / AFV
 Karina Lazo, ingeniera en sistemas y mamá de Manu, de 2 años, arregló para trabajar varios días desde su casa. Lucía Piccone, arquitecta y madre por tres, directamente tachó de su agenda todos los compromisos por los próximos dos meses. Florencia Bauza, diseñadora y mamá de dos nenas en jardín de infantes, tuvo que coordinar con su socia para trabajar fuera de los horarios de la tarde, al menos por unas semanas.

Ellas, como otras 110.000 madres porteñas, hacen frente a esa terrible odisea llamada "adaptación" de sus hijos al jardín. Ése es el número de alumnos que asisten al nivel inicial tanto en colegios públicos como privados, según cifras del Ministerio de Educación porteño. Otro dato: hoy, el 60% de las madres argentinas trabaja o busca trabajo, según datos del Observatorio de la Maternidad.

Las cadenas de mails, la compra de los materiales, las reuniones de padres y la lucha contra los piojos son algunos de los temas que abruman la cabeza de las madres de jardín.

"Hace una década, la edad promedio de escolarización era a los cuatro años. Hoy es de tres y dos. Por eso, quizá se habla más de la adaptación; sin embargo, este concepto se incorporó a la educación hace más de 30 años", explica a La Nación Marcela Goneaga, directora de Educación Inicial de Gestión Estatal del gobierno de la ciudad.

Sin embargo, fue recién a fines de los noventa cuando la adaptación al jardín se instaló como la verdad revelada, un período ineludible para lograr "un vínculo afectivo" del chico con el jardín. Puede durar una semana o todo un mes, según la institución, e involucra a cada vez más miembros de la familia.

El primer día de clases suele ser sólo de 20 minutos, para conocer la sala, a la maestra y a los compañeros. Pero el sistema, que va incrementando progresivamente el tiempo de permanencia en el jardín, implica una logística mayúscula en la organización familiar. Hay que llevar al chiquito en cuestión, sentarse en pequeñas sillas y participar en las actividades. Después, si todo marcha bien, habrá que quedarse haciendo guardia en un bar por si llora, hacer migas con otras madres o padres, buscar un programa para los demás hijos, volver a buscarlo, organizar el resto del día fuera de la escuela...

Hay que pedir horas en el trabajo, movilizar padres y niñeras, requerir la colaboración de las abuelas y sincronizar todo con precisión suiza.

"Es un período muy complejo", confiesa Lucía Piccone, arquitecta y mamá de Mora, de 4 años, Francisca, de 2, y Emilia, de 8 meses. Las dos mayores arrancaron esta semana en el Jesús María. "La adaptación de Francisca dura hasta Semana Santa. Pero después de tantos feriados, tienen que volver a adaptarse. La de Mori es más corta, pero después comienza la adaptación del doble turno. Quiere decir que por dos meses voy a estar yendo y viniendo al colegio varias veces al día", cuenta.

Francisa y Josefina, con su mamá, en el jardín.
 Foto: Patricio Pidal / AFV
 Las que van por su primera adaptación, se sienten abrumadas. Además de todo, tienen que convencer a su pequeño de que en el jardín lo va a pasar bien y que tiene que quedarse. "Al chico hay que esperarlo y respetarlo. El período inicial es fundamental porque permite que conozca el lugar y a las personas con las que va a estar. También para la docente es importante conocer a la familia y el carácter del chico, saber cuáles son sus conocimientos, cuál es el punto de partida para aplicar el proyecto pedagógico. No es una pérdida de tiempo", apunta Goneaga.

Karina Lazo es mamá de Manu, de dos años, que acaba de empezar la adaptación en el Pestalozzi. "Empiezan muy gradualmente. La semana pasada era media hora por día; esta semana ya es una hora. Progresivamente va aumentando cada semana, pero así la adaptación dura todo un mes. En mi caso, pude organizarme para trabajar desde casa, pero para muchos, no es sencillo. No siempre en los trabajos tienen la misma disposición", explica Karina. Para esta semana, acordó con la maestra que puede ser la persona que cuida a Manu quien haga la adaptación, en lugar de ella. "Se ven muchos abuelos y abuelas. También padres. Éstas son semanas en las que se convoca a todos los familiares que te puedan dar una mano", aclara. Goneaga confirma que no es necesario que sea el padre o la madre quien participe de la adaptación: "Debe ser un referente familiar".

A diferencia de cómo era hace 20 años, ahora el proceso de adaptación es "padres friendly". Las madres o padres ya no se van del jardín al grito de "ahora, andate", apenas el chico se acercó al arenero. Ellos entran, saludan y avisan cuando se van.

"El primer día fue terrible. Todos los chicos lloraban a coro y las mamás, detrás de un vidrio, espiando -cuenta Guillermina Alebuena, mamá de Valentina, de dos años y medio-. Ese día, a Valen la mordió un nene y le pegaron para sacarle los juguetes, así que lloraba por miedo a lo desconocido y a lo conocido. Pero a la segunda semana, ya aprendió cómo relacionarse."

Florencia Bauza y Martín Lucini acaban de volver de sus vacaciones. Ella es diseñadora gráfica y él es psicólogo. El regreso fue abrupto. Francisca, de 5, y Josefina, de 3, empezaron la adaptación al día siguiente. "Yo trabajo en un estudio de diseño. Mi socia está de viaje, tengo trabajo acumulado, así que esta semana va a ser intensa", comenta Florencia. El primer día, se organizaron para ir uno a cada sala. Ese día, las chicas se quedaron sin problemas. Al segundo día aparecieron las dudas y al tercer día, en la puerta del colegio, la mayor le rogó que la dejara faltar. "Paso a paso, cada día es un nuevo desafío", asegura la mamá.

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