Nelson Mandela por Hugo Porta
El ex Puma y embajador
en Sudáfrica recuerda sus encuentros con quien fue un símbolo de la libertad y
la reconciliación
Foto de Alexander Joe/AFP |
La primera vez que lo vi
me impactó. Recuerdo verlo parado en el medio del despacho del Congreso
Nacional Africano –ANC–, en Johannesburgo. Era una persona muy alta, estaba muy
bien vestido y nos recibió junto a Ana Lía, mi esposa, con una sonrisa y una
simpatía increíbles. El segundo detalle que me marcó fue lo que me dijo: “De
ahora en adelante voy a hinchar por el equipo que juegue en contra tuyo, no por
tu equipo, como lo hice hasta ahora”. Uno siempre imagina que por una cuestión
protocolar la persona que va a visitar algo sabe de uno, pero el comentario fue
increíble. Claro, durante años había apoyado a los Pumas cuando se enfrentaban
a los Springboks, porque estos representaban al apartheid. Cuando me enteré de
su fallecimiento, lo primero que hice fue llamar a mi mujer. Después hice lo
mismo con mi hija. Fue una emoción muy grande. Mandela era mi amigo, uno que
dejó en el mundo un mensaje de misericordia y convivencia. Fue un líder
inmenso. Generó un cambio total en su país. Cuando llegué a tierra sudafricana
me encontré con un Mandela combativo y muy firme. Pero cambió rápidamente. Fue
después de un viaje que hizo por Europa; volvió más moderado, más negociador,
pero siempre un líder con una inteligencia increíble. Una de sus
características más interesantes era que siempre sabía escuchar. Así comenzó
nuestra relación. Desde ya que el hecho de haber sido deportista, haber jugado
en Sudáfrica, me daba una ventaja. No fue fácil vivir en ese tiempo en el país
de Madiba. Mi inserción no fue como la de mi familia. Para mi mujer fue
especialmente arduo. Porque cuando los chicos, Mariano y Luciana, eligieron los
colegios, tenían actividades durante el día. En poco tiempo ya tenían amigos.
La que más sufrió fue Ana Lía.
Tampoco podré olvidar el
día de su asunción como presidente. Era marzo de 1994. En ese discurso hay
cinco palabras que recuerdo siempre: “Never, never and never again” (Nunca,
nunca y nunca más). Acá se terminó, acá empezamos de nuevo. Mandela tuvo la
inteligencia como para darse cuenta de que sin reconciliación no podía haber
democracia. Tuve reuniones oficiales y algunos encuentros privados. Antes de
volver a Buenos Aires me invitó a su casa. Me dijo que como éramos amigos me
iba a condecorar sin protocolo. Ahí hablamos de las circunstancias que vivían
Sudáfrica y el mundo. Él fue siempre muy pro Sur-Sur. Le daba mucha importancia
a esa relación y me preguntaba cómo iba el vínculo bilateral en la parte
comercial con la Argentina. Pero siempre volvíamos al deporte, sobre todo al
boxeo; era un fanático. Estaba convencido de que el deporte podía cambiar al
mundo, dar esperanza donde no la había. Mandela decía que a través del deporte
lo que podemos hacer es provocar que los chicos que no tienen sueños empiecen a
soñar. Una respuesta que para mí lo muestra como era sucedió cuando la
selección argentina de fútbol fue a jugar por primera vez al país, en el Ellis
Park. Estábamos en el box y se acercaron muchos argentinos con su libro para
que se lo firmara. Como no tenía lapicera le ofrecí la mía. Firmó varios
ejemplares y cuando me la quiso devolver le dije que era un honor regalársela.
Él la miró, era una Montblanc, y me dijo: “¡Es muy cara!”. Le tuve que insistir
para que se la quedase, pero me impactó que el presidente de un país, un líder
global como Mandela, mirara una lapicera y me dijera que era muy cara. Era tan
humilde. Le agradezco a la vida que lo pude conocer pleno y alegre. Fue un
privilegio. Estaba convencido de que el deporte podía cambiar el mundo. Mandela
decía que a través del deporte lo que podemos provocar es que los chicos que no
tienen sueños empiecen a soñar.
Fuente: http://anuario.lanacion.com.ar/
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