lanacion.com |Revista Domingo 19 de enero de
2014 | Publicado en edición impresa
Transgreden convenciones
sociales: no usan dinero, educan a los chicos en su casa, eligen estar
desconectados; no quieren cambiar el mundo, sólo sentirse más libres. ¿Se puede
vivir fuera del sistema?
Por María Luján
Francos | Para LA NACION
Un freegano que se
alimenta de las frutas que separa el verdulero porque a pesar de estar en
perfectas condiciones no son aptas para su vidriera. Un matrimonio cuyos cinco
hijos prácticamente desconocen un uniforme escolar y los nervios de un examen,
porque hicieron la escuela en casa. Un hombre que vive en una ecovilla donde
todo lo que se consume proviene de la energía eólica y solar. Un escritor que
escribe todo a mano y es fanático del teléfono de línea, y que no fue ni
siquiera a su propio casamiento. Y una mamá que eligió no vacunar a sus hijos.
Todos ellos rompieron algún tipo de paradigma. Con todo lo que eso implica.
Pensar y elegir con un
amplio nivel de conciencia parece ser el común denominador de las personas que
eligen vivir de un modo diferente al tradicional, al menos en alguno de los
tantos aspectos posibles de la existencia.
Si bien cuando uno
piensa en rebeldía, lo primero que aparece en el imaginario colectivo es un
viaje en el tiempo a los años 60, el libro Los nuevos rebeldes (Debate, 2013),
del filósofo Luis Diego Fernández, hace referencia a quienes buscan su libertad
en lo cotidiano a través de diferentes maneras de resistir. Dejando de lado las
grandes revoluciones, parece que la posibilidad de elegir las cosas de todos
los días plantea una vida a priori más libre.
"Me percibo imbuido
en estas visiones donde la libertad es algo a producir en lo pequeño y
vincular, en la vida cotidiana. No encuentro que sea viable la filosofía libertaria
de mercado (nunca lo fue históricamente) en un plano de gran escala, a nivel
país, incluso es contradictorio plantearlo de ese modo, ya que es una matriz
fuertemente antipolítica y crítica de toda gran estructura. La concepción
libertaria en la que deposito mis esperanzas tiene dos ejes capitales: la
educación y la ética", se puede leer entre sus páginas.
Para el filósofo Darío
Sztajnszrajber, cualquier análisis de rebeldías sociales se tiene que poder
comparar con los 60, cuando las grandes rebeldías fracasaron. Entonces, frente
a la frustración de propuestas revolucionarias se puede elegir no hacer nada
por cambiar al mundo o generar pequeñas transformaciones. "Pequeñas
transformaciones localizadas pueden generar cambios concretos en las condiciones
de vida de quienes las ejercen. La historia cambió por los que se van animando
a transformarla -sostiene el docente de Filosofía de Flacso y la UBA-. Me
parece celebrable que haya gente que plantea pequeñas revoluciones en sus
condiciones de existencia. Suele ser incomprendida."
"Para ser freegano
puro, hay que vivir fuera del sistema", dice Mago, de 43 años, que optó
por esta forma de vida hace más de 20, aunque conoció el término en los últimos
tiempos. Vivir casi al margen del mercado no parece algo posible, sin embargo
él casi lo logra en su día a día. Se traslada en bicicleta todo lo que puede y
no incluye en su vida nada vinculado con el maltrato animal, desde la
alimentación hasta las opciones para el entretenimiento, donde quedan
descartados lugares como circos, zoológicos, delfinarios y carreras de
caballos. Incluso en el aseo personal y en su vida en general deja de lado las
marcas que prueban sus productos en animales. Y en la vestimenta, no se permite
usar plumas, cuero ni lana.
El freegano entiende que
hay muerte y explotación animal aunque sea en comprar frutas en una verdulería,
porque esas frutas o verduras fueron rociadas con pesticidas y agroquímicos que
más allá de hacernos mal a nosotros, mata un montón de insectos y animales",
explica.
El movimiento freegano
comenzó a mediados de los 90, y su palabra es el resultado de la contracción en
inglés entre libertad y vegano. Por elección y no por necesidad, quienes forman
parte de este grupo prácticamente no compran comida, sino que comen lo que
otros desechan y que está en buen estado. En la misma línea, están en contra
del consumo en general.
Su dieta se basa en
frutas. Su verdulero separa en un cajón las que no tienen tan buen aspecto,
pero que están en perfectas condiciones para el consumo. Comida que terminaría
en la basura, la aprovecha para no sumar más desechos a las 25 toneladas de
comida que -cuenta- se tiran por día en el país y que servirían para alimentar
unas 600 mil personas. "A las bananas que están marrones las saca a un cajón.
Si son amarillas, con las puntas verdes todavía están ácidas. Las manchas
marrones simbolizan que el almidón se está transformando en glucosa y es ahí
cuando a nosotros nos sirve. Doña Rosa no la va a comprar así y a ellos les da
mal aspecto al negocio", explica el acuerdo tácito que favorece a todos.
Vistiendo una remera que
alguien tiró a la basura, su cuerpo lleno de tatuajes y un colgante de orgonita
que tiene la función de absorber las ondas de wifi, celular y demás, elige un
lugar al aire libre para conversar en pleno Palermo. Y cuenta sobre el fenómeno
de las gratiferias, donde uno puede ir y llevarse lo que quiera. gratis. Una
licuadora, una bicicleta, ropa, en fin; lo que uno necesite. Al principio
pensaba que la gente se iba a llevar todo, pero fue una grata sorpresa
descubrir que enseguida incorporaron el concepto de desapego que está detrás de
estas ferias que se llevan a cabo en 500 puntos de la Argentina y en 5000 del
mundo. "No me siento superior a nadie, sí me siento más libre que otras
personas", comenta.
"Los freeganos
realizan una protesta frente a la sociedad capitalista donde las personas están
siendo tomadas como objetos. Denuncian una necesidad de que encontremos
opciones menos objetalizadoras de la gente", comenta Harry Campos Cervera,
médico psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y
psiquiatra.
SIN UNIFORMES NI TIMBRE
DE RECREO
¿No fueron al colegio?
¿Y terminaron la universidad sin problemas? ¿Tienen amigos? ¿Cómo era un día de
sus vidas?
Surgen preguntas y más
preguntas frente a Daniel y Silvia Baker, que eligieron homeschooling, la
educación de sus cinco hijos en casa, lejos de los pizarrones, uniformes y
compañeros de colegio. Siguiendo la más estricta currícula estadounidense, sus
chicos estudiaban unas seis horas por día. Era una rutina flexible, en la que
se interponían viajes, que ellos volverían a elegir sin dudar.
"Quizá la palabra
rebelión es un poco fuerte, más bien el sentir que nos impulsó a nosotros fue
no dar nada por hecho. Es decir, si todo el mundo va para allá, no
necesariamente significa que yo también tengo que ir para ese lado -reflexiona
Daniel-.Al tener nuestros hijos, nos planteamos cada cosa que fuimos eligiendo,
no sólo el tema educativo de la escuela, sino qué es mejor para su futuro. En
muchas cosas dijimos yo no veo que esto sea útil o que los recursos estén
maximizados de esa manera. Entonces, en aspectos como con el televisor,
consideramos que no iba a ser útil para la crianza y nunca lo pusimos."
"Preferimos que
aprendan música, idiomas, que viajen, pero no creíamos que era productivo un
nenito frente a la tele por horas todos los días", detalla Silvia, y
recuerda que para poder estimular intelectualmente a sus hijos durante los
primeros años se compró varios libros de estimulación temprana y se educó
muchísimo.
No pasaron por jardín de
infantes y mucho menos por una guardería. Los más grandes tuvieron la
experiencia en una escuela rural, con 16 alumnos en toda primaria y luego vino
la posibilidad de vivir en los Estados Unidos. Es que Daniel había conocido
allí un hombre que también tenía cinco hijos a los que educó en su casa.
"Allá era normal, en 1999 había tres millones de alumnos
homeschoolers", cuenta él mientras recuerda que sintió que encontraba
"el eslabón que faltaba" cuando conoció este sistema de enseñanza tan
organizado en aquella época en los Estados Unidos.
"Para mí, la
escuela era ridícula. No la disfruté para nada. Me llevaba las materias y las
daba en diciembre, estudiaba diez días y aprobaba. Yo resistía el sistema. Pero
mis hermanos eran abanderados -recuerda Daniel-. La parte académica nunca me
costó. Hoy pienso que los requerimientos son mucho menores que cuando nosotros
íbamos a la escuela, entonces me parece todavía más positivo esto."
"Es un modelo
bastante aplicado en Estados Unidos. El colegio no solamente cumple una función
educativa sino también una función social y socializadora. Uno tiene que
encontrar la forma de que estos chicos vayan adquiriendo una pertenencia
social", retoma Campos Cervera.
El tema social no parece
haber sido un problema para los Baker, que terminaron o están por terminar la
universidad. A excepción del más chico, Bentley, que a sus siete años habla y
escribe en inglés y en español sin problemas.
"No sé si la
educación en el hogar crecerá especialmente pero sí creo que irán
desarrollándose proyectos de crianza colectiva. Las mujeres hemos desarrollado
estas estrategias por mucho tiempo, a partir de las redes que se creaban con
las abuelas, vecinas, amigas. Hoy vuelve a hablarse de la necesidad de esta red
que el individualismo capitalista precarizó", explica Karina Felitti,
historiadora e investigadora del Conicet.
"EL CELULAR ES UNA
PEQUEÑA TRAGEDIA"
El escritor Martín Kohan
tiene una relación particular con la tecnología. En pleno siglo XXI, se
considera fanático del teléfono de línea y de Graham Bell. Tiene el modelo más
antiguo de celular existente -eso sí, con los colores de Defensores de
Belgrano, eso lo tentó-, elige vivir sin Internet en su casa y su televisión ha
tomado el rol de un gran cuadro negro entre sus muebles. Su forma de trabajo:
escribir a mano y en cuaderno absolutamente todo, desde los libros, para los
que elige lapicera de tinta y cuadernos tapa dura, hasta sus columnas de
opinión. Todo a mano, incluso las correcciones. Mucho más tarde pasarán sus
creaciones por la notebook que le regaló su mamá (quien finalmente logró
convencerlo apelando al cambio del paisaje hogareño: no tendría ya la
computadora de las viejas constantemente a la vista). Claro que su notebook
vive en el placard -"No salió del closet", dice entre risas- y sólo
lo acompaña como máximo una vez por semana cuando se instala en los bares, sus
lugares favoritos.
Nada sorprenderá más que
su declaración al pasar: "No fui a mi casamiento". ¿Cómo? Exactamente
eso, no fue a su casamiento en 1991. Su mujer tampoco. Lo organizó su mamá para
agasajar a los amigos y familia. No le gustan las reuniones de más de tres
personas. De a dos puede ser verborrágico, hasta de a tres. Cuatro es multitud.
Ni hablar de una fiesta que lo tendría de protagonista. "Parece que estuvo
buena", le contaron sobre el festejo al gran ausente. Ya logró que sus
amigos no se ofendan por no aparecer en sus cumpleaños.
"Soy un anticuado,
las innovaciones tecnológicas no me tentaron -explica-. El celular es una
pequeña tragedia para mí. Soy muy reacio al celular, yo estaba feliz sin
tenerlo, pero no estaban felices las personas que tienen conmigo una relación
afectiva: madre, esposa, madre de hijo", remata.
No se considera rebelde,
aunque asegura que el consumo se basa en fabricar la necesidad. Y si hay alguna
forma de resistencia en él es tratar de detectar sus necesidades genuinas
frente a la continua creación de necesidades. Esto va desde las golosinas hasta
la tecnología. "Voy dos pasos atrás, debo haber sido el último en el mundo
que usó los diskettes grandes y blandos."
En un mundo donde la
fobia a estar sin celular ya tiene un nombre, nomofobia, y donde existe en Los
Ángeles, Estados Unidos, un restaurante (Eva) que desafía - con un descuento
del 5 por ciento- a los adictos a la comunicación móvil a que se atrevan a
dejar sus aparatos durante sus comidas en manos de la recepcionista, sigue
soprendiendo un modo de vida diferente.
Ni hablar de la vida sin
televisión en plena era de las multipantallas. Pero son varios quienes
transitan la vida a su manera.
En la zona de Navarro, a
unos 120 kilómetros de Buenos Aires, Gustavo Ramírez vive en la ecoaldea Gaia,
junto con su mujer y cofundadora Silvia Balado, su hijo y algunas personas más.
Toda la energía que usan es solar y eólica, las más renovables de todas las
energías. Allí, el contacto con la naturaleza es total y el cuidado de la misma
impulsa cada una de las acciones cotidianas. "Todo es muy intenso, nos
visita gente de todas partes del mundo para llevar sistemas permaculturales a
diferentes lugares", explica.
En esta ecoaldea
funciona el Instituto Argentino de Permacultura, término que desarrollaron en
los 70 Bill Mollison y David Holmgren, en Australia. Es una contracción de
permanente agricultura y cultura que intenta encontrar la mejor manera de
integrar la vivienda y los sistemas de energías, con las plantas, árboles y
animales del entorno.
"El día a día es
compartir estrategias de agricultura más eficiente y de forestación. Empiezo a
la mañana y sigo en reuniones, coloquios con los diferentes temas", cuenta
Ramírez, que vive en una casa bioclimática. Juntar leña, sembrar, realizar
construcciones bioclimáticas con la técnica de modelado directo sobre las
paredes, y cocinar, por ejemplo, un guiso de lentejas o de arroz en la cocina
solar forman parte de las actividades de quienes viven en esta ecoaldea.
SIN VACUNAS
Una mamá que además es
puericultora, no vacunó a sus hijos una vez que salieron del sanatorio donde
nacieron. Hija de un médico que siempre la consideró rebelde, Silvia Solá, de
36 años, eligió para sus hijos Tomás (10) y Pilar (9) el camino de la
homeopatía, y no aceptó ninguna de las vacunas. Tampoco para ella, que
trabajaba en centros de salud y la perseguían para aplicarle, por ejemplo, la
de la gripe. Sin éxito.
"Mis hijos sólo
recibieron la BCG en el sanatorio y ninguna vacuna más en su vida. Han recibido
algo que no es vacuna, en homeopatía hay cosas que refuerzan por ejemplo la defensa
contra la hepatitis B", comenta.
Esta polémica decisión
la obligó a mentir en el colegio de su hijo, cuando le exigieron que presentara
el calendario de vacunación al día. Dijo que lo había perdido, y su médico le
firmó un certificado que decía que su hijo tenía las vacunas al día. "En
realidad no mentí, mi hijo estaba cubierto según su médico", dice. Con
Pilar fue más fácil, porque va a una escuela experimental con una pedagogía
propia, de enseñanza natural personalizada. El director es un docente Waldorf y
lo que propone es un equilibrio en la enseñanza.
"El grado de
conciencia no tiene que ver con tomar una postura cerrada, sino con reflexionar
sobre las posibilidades. Así uno puede involucrarse un poco más en todo esto y
no actuar en forma automática", detalla la puericultora que da charlas
para embarazadas y de posparto. También tiene la formación de doula, pero no
está ejerciéndola en este momento. "Requiere de una disponibilidad que en
este momento está para mis hijos."
Para Campos Cervera, los
padres que no vacunan a sus hijos y que creen en la homeopatía están en una
categoría diferente de rebeldía que la de los freeganos, por ejemplo.
"Tienen reglas que son las de la homeopatía, tienen un orden, un criterio,
una forma de pensar, no lo hacen ellos mismos."
LIBERTAD, ¿UNA UTOPÍA?
"Creo que todos
tenemos posibilidades de crear nuestra propia libertad siempre que no
cercenemos la libertad de otros. Tengo mucha esperanza en el ser humano, me
parece que es excepcional, pero puesto en una sociedad es complejo",
concluye Campos Cervera.
Para Sztajnszrajber, la
libertad tiene que ver con entender que todo puede ser de otra manera, eso
incluye a los rebeldes. "Me parecería muy importante que el principio de
apertura no se traicione", sentencia.
Hay quienes se preguntan
si es posible vivir por fuera de las instituciones. "No podemos pensar en
personas aisladas construyendo sus propios mundos simbólicos por fuera del
sistema, simplemente porque el sistema no existe tal como lo imaginamos, sino
que lo que existe es un conjunto de recursos simbólicos potencialmente
contradictorios. Por eso, la pregunta por las instituciones es engañosa, porque
tiende a plantear a la institución como un espacio con fronteras delimitadas
frente al cual es posible estar fuera -explica el sociólogo e investigador del
Conicet Damián Setton-. Pero si pensamos que existen ambientes institucionales
complejos y contradictorios, no sólo vamos a ver que no es posible vivir por
fuera del mismo, sino que no vamos a necesitar recurrir a la imagen heroica del
sujeto anti-institucional o anti-sistema, que no sólo es sociológicamente
mentirosa, sino que resulta en una forma de autoengaño por parte de aquellos
que creen estar afuera y están metidos totalmente."
"Es imposible vivir
al margen de las instituciones y es necesario. Es una paradoja y me banco la
paradoja", asegura Sztajnszrajber.
Mago Marruen
Freegano. Tiene 43 años
y es mago, malabarista y acróbata. Cambió el nombre por Mago en el DNI
Fuera del sistema. Por
decisión y no por necesidad, los freeganos prácticamente no compran comida,
consumen lo que otros desechan, si está en buen estado. Están en contra del
consumo en general.
Dinero . "Antes era
un medio para conseguir lo que necesitaba. Ahora es un papel pintado que hace
mucho daño."
Gratiferias. Son ferias
donde todo es gratis. "Explicamos el concepto de desapego. Hay ropa
fabricada para sesenta humanidades y se tiran 25 toneladas de comida
diarias."
Tatuajes . Entre otros, tiene
un trébol. "No creo en la suerte, sí en la física cuántica; en que lo que
creemos, lo creamos".
Silvia Solá. Foto: LA NACION / Dafne Gentinetta |
Silvia Solá
Puericultora, de 36
años. Vive en Villa Adelina. Mamá de Pilar y Tomás. Eligió no vacunarlos
No vacunación.
"Esta idea viene de mucho antes de la existencia de mis hijos. Soy hija de
un médico muy estricto en relación con vacunas y medicación, y descreído de las
terapias alternativas, la homeopatía, las flores de Bach y demás cosas fuera de
la medicina tradicional. Siempre para sus ojos fui rebelde y hemos tenido
opiniones encontradas."
Trabajo. Silvia da
charlas de preparto para embarazadas, quienes pueden escuchar algo más
desestructurado. También, de posparto. Hace diez años que se dedica a esto.
Homeopatía. "Mis
hijos sólo recibieron la BCG en el sanatorio y ninguna vacuna más en su vida.
En homeopatía hay cosas que refuerzan por ejemplo la defensa contra la
hepatitis B".
Decisión. "Nunca me
vacuné. Me ha pasado de estar trabajando en centros de salud o laboratorios y
me perseguían con las vacunas de la gripe. La decisión la tiene siempre cada
uno, no es necesario acatarla, es simplemente una propuesta."
Martín Kohan
Escritor, doctor en
Letras y docente. Vive lo más desconectado posible y se considera un anticuado
Off line. Sin Internet
en su casa, chequea el e-mail en locutorios. No usa redes sociales. "No
tengo Facebook, Twitter ni blog porque no tengo nada que decir. Aunque tenga
opiniones, no me parece que sean especialmente interesantes."
Vieja escuela.
"Todo lo escribo a mano, no sólo los libros, también las columnas
periodísticas, los artículos académicos. Escribo a mano y después lo paso. La
diferencia que aparece con los libros es que los escribo con lapicera a tinta.
En cuadernos tapa dura, hay como un ceremonial un poco más específico."
Sin TV. Tiene el
aparato, pero como un mueble más, sin uso. "No soy militante de nada de
estas cosas. No creo que la tele sea buena ni mala."
Con cable... telefónico.
Se asume fan del teléfono de línea. "Tiene esa combinación de intimidad y
ausencia... El celular no repone eso en absoluto, tiene interferencia, hablás
en la calle. El grado de intimidad que suponía para mí hablar con una amiga
desde la cama es muy superior al cara a cara."
Daniel y Silvia Baker. Foto: LA NACION / Dafne Gentinetta |
Daniel y Silvia Baker
Eligieron homeschooling:
la educación de sus cinco hijos en casa, lejos de los pizarrones, uniformes y
compañeros
Familia. Se conocieron a
los 8 años porque sus familias eran amigas. Ella fue su primera novia y se
casaron a los 24. Ya cumplieron 27 años de casados. Son padres de cinco hijos,
a los que educaron en su casa: Iván, de 26 años, Yazmine, 24, Michelle, 20, Cristal,
17 y Bentley, 7.
Independientes. Ella es
nutricionista. Él, licenciado en Administración y Comercialización de Empresas.
"Ni nuestra carrera ni nuestros objetivos económicos fueron la brújula en
nuestra casa. La brújula ha sido pensar que es posible en los siglos XX y XXI
edificar un hogar sin caer en todas las trampas en las que cae la mayoría de
los hogares."
Formación. Leían unos 25
libros en el año, discutiéndolos. "Le dimos mucha importancia a que puedan
expresar lo que sienten, lo que creen."
Gustavo Ramírez. Foto: LA NACION / Dafne Gentinetta |
Gustavo Ramírez
Médico veterinario,
vivió en Buenos Aires y Bariloche, hasta crear la ecovilla Gaia, en Navarro,
basada en herramientas de permacultura.
Día a día. Se comparten
estrategias de agricultura y forestación. El cien por ciento de la energía de
la villa es sustentada por viento y sol.
Comunidad. Nueve
personas viven en la ecoaldea y hay, además, treinta socios que participan
algunos días por semana.
Alimentos. La mayor
parte de los alimentos se produce allí. Se cultivan más de cuarenta especies de
frutas, algunos lácteos, hongos, productos agrícolas. "Tenemos cocinas y
hornos solares. En pleno invierno, se cocina sin problema."
Construcciones
bioclimáticas. "Vivimos en viviendas con paredes de barro, hechas a mano
con la técnica del moldeado directo."
UN TRATADO ESCRITO EN
FRANCÉS
El filósofo francés
Michel Onfray defiende, en Política del rebelde. Tratado de resistencia e
insumisión , el proyecto hedonista ético y encuentra en sí mismo que la anarquía
lo acampañó desde su infancia, cuando sus padres lo llevaron a un internado.
"Me resulta
insoportable la autoridad, invivible la dependencia e imposible la sumisión.
Las órdenes, las exhortaciones, los consejos, las solicitudes, las exigencias,
las directivas, las conminaciones, todo eso me paraliza, me perfora la
garganta, me revuelve las tripas. Ante cualquier mandato vuelvo a sentirme en
la piel del niño que fui, desolado por tener que recorrer nuevamente el camino
del internado para pasar allí la quincena que había terminado por ser la medida
de mis encarcelamientos y mis liberaciones".
Producción: Dolores
Saavedra
Asistente de producción:
Andreína Méndez
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