Papa Francisco por Pepe Di Paola
El cura villero
construye un paralelo entre los gestos que tuvo el Obispo Bergoglio y los que
muestra hoy, como su Santidad
El obispo Jorge
Bergoglio ha sido conocido con mayor profundidad, incluso por sus compatriotas,
desde el 13 de marzo de este año, cuando comenzó a llamarse Francisco. Y a ser
papa. Aquel obispo que visitaba nuestras villas porteñas y, en mateadas,
charlas, procesiones y misas, se confundía con paraguayos, bolivianos y
peruanos, animándolos a seguir caminando con esperanza en la vida, es el mismo
que ahora toma la audaz decisión de llegarse a la isla de Lampedusa y asociarse
al sufrimiento de pobres masas migratorias que se desplazan en búsqueda de una
vida digna. Es también aquel que llevó una vida austera en el centro de la
ciudad de Buenos Aires, aquel que cada día prefería un subte, un tren o un
colectivo para llegar a su destino. Recuerdo cómo un miembro del grupo de
hombres de la capilla de Labardén, en la villa 21, venía después de la dura
jornada de albañil en una obra de construcción y con orgullo nos decía: “Mi
obispo viajaba en el mismo colectivo que nosotros”. Y es este Francisco que
rechaza todo lujo para meternos en el camino simple y austero del Evangelio a
los que consagramos nuestra vida al servicio de la Iglesia. Es aquel obispo
Jorge que en 1997 celebró la misa en la Catedral de Buenos Aires desbordada de
villeros, y nos entregó la venerable Virgen de los Milagros de Caacupé. Y
después, sin decir nada, se metió en la peregrinación hasta Barracas, rezando
su rosario como uno más, hasta que una santa viejita lo descubrió y le pidió su
bendición.
Ahora es Francisco, que
se mete entre la gente en Brasil o en Roma y no quiere interlocutores: es él
con el pueblo .Es el obispo Jorge que puso el centro de su atención en las
periferia de la gran ciudad; es aquel que, cuando el papa Juan Pablo II pide
que cada diócesis consagre la Iglesia a la Virgen, no duda que un lugar
privilegiado es el santuario popular de Caacupé, en el corazón de la villa 21.
Hoy es Francisco, que se escurre del Vaticano para consagrar su papado a la
Madre de Dios. El mismo obispo que, hace más de 5 años, un Jueves Santo en el
rito de lavatorio de los pies, se inclinó a lavar y besar los pies de varios
jóvenes adictos al paco de la villa 21, comenzando con su bendición nuestro
Hogar de Cristo, es el mismo Francisco que en Brasil visitó y saludó a los
muchachos que pelean por su recuperación e invita a que, como San Francisco
abrazó al leproso y selló allí su compromiso de vida, hoy abracemos al adicto
para sellar nuestra amistad y compromiso de servicio con estos Cristos
sufrientes. Todos estamos atentos a los gestos que el papa Francisco muestra,
porque sabemos que detrás de cada uno de ellos hay una gran enseñanza. Los que
tuvimos la oportunidad de conocer al obispo Jorge somos testigos de que sigue
siendo el mismo en sus convicciones y estilo de vida, pero con satisfacción
podemos ver en él la inspiración del Espíritu Santo que lo lleva, a los casi 77
años, a una comunicación extraordinaria que hace llegar el mensaje de Jesús y
su Iglesia a toda la humanidad.
Fuente: http://anuario.lanacion.com.ar/
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