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publicado a la(s) 12/5/2012 16:10 por
Veronica Garea [ actualizado el
13/5/2012 8:35 ]
El que no se enteró del
revuelo causado por la tapa de la revista Time en que una mamá amamanta a su
hijo de 3 años, vestido de niño grande y parado en una silla, vive debajo de
una piedra.
Desde EEUU hasta
Argentina, el cybermundo echa chispas sobre esta foto. Que el niño es muy
grande, que es “morboso”, que una vez que los niños caminan y pueden hablar no
hay que darles la teta, que amamantar a un bebé es una cosa pero esto daña
psicológicamente, etc, etc. Todos opinan. Muchos critican. Algunos se horrorizan.
Otros miramos con tristeza cómo se busca provocar conmoción y vender,
trivializando las elecciones que algunas familias hacen sobre la crianza de sus
hijos.
La tapa de la revista
Time está relacionada en realidad con un artículo publicado en ese número (el
último) dedicado al Dr William Sears. El Dr Sears es un médico pediatra
estadounidense, que publicó en la década del 90 el libro "The Baby
Book" que desafiaba el status quo en materia de crianza. El Dr Sears y su
esposa Martha, coautora del libro, basaron sus recomendaciones en su
experiencia como padres y en el libro “The Continuum Concept” de Jean Liedloff.
El libro de Liedloff describía sus observaciones acerca de cómo criaban a sus
hijos los miembros de una tribu de aborígenes en Venezuela. De estas ideas
surgió el concepto de “attachment parenting” o crianza con apego.
El artículo postula que
la práctica de la crianza con apego lleva a extremos, a madres que se someten a
cada exigencia de su hijo. Y para ilustrar este “extremo” publica la tapa infame
de la madre amamantando a su hijo que tiene 3 años pero parece de 5.
La crianza con apego no
promueve el extremo. La crianza con apego parte de la base de que los niños no
vienen al mundo a dominar y manipular a los padres, no es necesario
"domesticarlos", sino que tienen la necesidad básica de sentirse
contenidos y protegidos. En épocas de nuestros ancestros
cazadores-recolectores, que un bebé se quedara solo implicaba la exposición a
los peligros del mundo, incluyendo predadores. Reclamar la presencia de su
madre llorando era un mecanismo efectivo de adaptación para cubrir la necesidad
de ser protegido. El ser humano nace completamente indefenso. A diferencia de
otros mamíferos, ni siquiera puede caminar o correr para escaparse de
situaciones de peligro. La necesidad de que la cabeza del bebé tenga un tamaño
adecuado para pasar por el canal de parto hace que no tengamos el desarrollo
neurológico definitivo y que no podamos hacer muchas de las cosas que otros
mamíferos hacen al nacer. En este sentido, somos más parecidos a un marsupial
que a un simio.
Entonces, la crianza con
apego reconoce que el recién nacido tiene necesidades, no caprichos, y propone
que la madre esté disponible para satisfacerlas. Alimento (leche materna),
calor, protección, seguridad… éstas son las necesidades del niño pequeño y las
satisface con su madre. Y esto dura hasta que el niño madura lo suficiente como
para que otras necesidades las reemplacen.
¿Promover la
independencia?
Nuestra civilización
valora la independencia como un bien supremo. Ser independiente es ser maduro.
Sin embargo, el ser humano nunca es independiente. A lo largo de su vida,
excepto escasas excepciones, se desarrolla en un entorno social. Necesitamos
entonces ser interdependientes, no independientes. La crianza con apego
promueve la evolución desde la dependencia a la interdependencia, desarrollando
la confianza del niño en su cuidador (madre, padre u otro) para así poder
explorar el mundo y desarrollar las herramientas que le permitirán
desenvolverse cada vez más solo. No hay evidencia de que los niños criados de
esta manera sean más dependientes o temerosos. Sí hay evidencia de que los
métodos de crianza coercitivos desarrollan temor y angustia en los niños.
El dormir solos es un
invento reciente. Basta con una visita a la histórica casa de Ethan Allen en
Vermont, EEUU, para ver que la gente dormía toda junta en una sola habitación.
Los niños dormían con los padres. Hay culturas enteras donde los niños duermen
con los padres (japoneses y maoríes, por ejemplo).
La edad de destete es
una construcción cultural. La antropóloga Kathy Dettwyler postula que la edad
natural de destete del ser humano está entre los 2.5 y los 7 años. La
sexualización de los pechos en la cultura occidental agregan un ingrediente de
“tabú” para la lactancia prolongada que en realidad está en la mente del que lo
registra, no del niño ni de su madre.
Respetemos a todas las
madres
Cabe preguntarse
entonces qué hay detrás de esta reacción en contra de la crianza con apego. ¿Es
una preocupación genuina por la salud mental y el bienestar de los niños y sus
madres? Sorprende entonces que no haya el mismo tipo de reacción escandalizada
ante los métodos de crianza que proponen que los niños lloren hasta vomitar o
que afirman que el castigo físico debe ser sistemático y fríamente
administrado. ¿O es que nuestra civilización necesita seres obedientes y
seguidores, que consuman sin cuestionar, que acepten lo que se les da de manera
resignada y no estén convencidos de que las necesidades básicas son derechos y
por lo tanto deben ser satisfechas?
Todas las madres quieren
lo mejor para sus hijos. Respetemos sus elecciones. Tratemos de identificar
cuáles son los prejuicios que pueden llevarnos a condenar conductas que no
elegimos. Seamos abiertos y tolerantes. Todas las madres merecen nuestro
respeto. Apoyémoslas como sociedad para que puedan ser las madres que ellas
quieren ser y que sus hijos necesitan. Basta de falsas dicotomías, basta de
juicios, basta de críticas. Sí a la libertad de elegir cómo criar a nuestros
hijos.
Verónica Garea
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Commons
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licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
©GALM Bariloche.
Permitida la reproducción sin modificaciones y citando la fuente.
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