29/11/2012 BY VIVIAN /
¿Cuál es la raíz de la
violencia obstétrica? Y sobre todo, ¿por qué sigue siendo tan invisible en la
sociedad? ¿Por qué son tantas las mujeres que siguen pensando que es inevitable
el trato que reciben, e incluso que es «por su bien»?
El problema es muy
complejo y hay muchos factores involucrados, pero desde mi punto de vista todos
parten del sistema impuesto por el patriarcado:
- La misma violencia imperante en la crianza: un niño criado con violencia se convierte en un adulto violento, como tan bien lo explica Elena Mayorga en este artículo
- El sistema jerárquico del patriarcado, en el que las mujeres están supeditadas a los hombres, los niños a los adultos y los individuos a las instituciones
- La idea del progreso como algo opuesto a la naturaleza, la idea de la naturaleza como algo que hay que dominar y mantener bajo control: un parto fisiológico, no intervenido se sigue considerando no sólo como un retroceso a la época de las cavernas, sino como algo muy peligroso
- Los intereses económicos, que tienen un peso tremendo: a la industria médica y la farmacéutica no les conviene que las mujeres prescindamos de sus aparatos y sus químicos para parir
- La «niña buena» de la que habla mi querida Mónica Felipe-Larralde, co-autora del libro Una Nueva Maternidad y autora de Cuerpo de Mujer: la imagen muchas veces inconsciente que se nos ha impuesto a las mujeres desde que nacemos, totalmente contraria a nuestra verdadera naturaleza salvaje, y que nos hace sumisas.
Cualquiera de estos
factores valdría para escribir libros enteros, pero quiero detenerme un poco en
el último, porque he estado pensando mucho en ello en los últimos días.
¿Cómo es una «niña
buena»? Todas lo sabemos: sumisa, calladita, asexuada, con su vestidito rosa
bien limpio y planchado. Obediente, siempre con una sonrisa, haciendo todo lo
que está a su alcance para complacer a los demás. Una niña buena no molesta, no
grita, no se impone a la fuerza (en realidad, ni siquiera tiene opiniones
propias, y si las tiene se las calla). Una niña buena es el sueño hecho
realidad del sistema obstétrico. La paciente sumisa, que no cuestiona, que
obedece, que abre las piernas sin rechistar.
¿Suena violento? Lo es.
Violento y, tristemente, real. Incluso mujeres que están acostumbradas a tener
posiciones de poder en la sociedad, ejecutivas, empresarias, trabajadoras;
acuden a la consulta del obstetra y se entregan en el momento del parto con esa
actitud sumisa de la niña buena y obediente, convencidas de que hacen lo mejor
para ellas mismas y, sobre todo, para su bebé.
Está mal visto hacer
demasiadas preguntas: es incómodo. Hay que callarse y acatar las órdenes
médicas. ¿Cuestionar abiertamente el veredicto del obstetra? Mal, muy mal.
¿Quiénes somos nosotras para poner en duda lo que nos dicen?
Esta actitud te hace
llegar al día del parto en una situación de pasividad absoluta, cuando en
realidad las más activas deberíamos ser nosotras. Y nos entregamos. Nos dejamos
sacar al bebé en lugar de abandonarnos a la danza de nuestro cuerpo y trabajar
de manera conjunta con nuestro hijo para traerlo al mundo. Sacar un bebé del
cuerpo de su madre no es tarea fácil si la madre no toma parte activa (¿y cómo
hacerlo si estás atada en una camilla, en posición horizontal, con las piernas
levantadas? Imposible). Entonces hay que recurrir a la oxitocina sintética, la
epidural, la episiotomía, los fórceps y todos esos artilugios que, en la
mayoría de los casos, son innecesarios si se permite a la naturaleza seguir su
curso.
Muchas mujeres en el
mundo occidental, quizá la mayoría, desconocen que hay otra forma de parir.
Porque no han encontrado suficiente información, pero también, en muchos casos,
porque quitarse la venda, abrir los ojos, es duro y requiere valor. Asumir la
responsabilidad de tomar tus propias decisiones y ser dueña de tu parto es un
paso muchas veces aterrador y que no todo el mundo está preparado para dar.
Esto es comprensible si desde que eres niña te han vendido la idea de que el
parto es algo muy peligroso, a lo que hay que temer. Pero además es un paso que
se debe dar con anterioridad al parto, porque justamente en ese momento, tan
delicado y vulnerable, no estamos como para enarbolar banderas.
Por eso es más fácil a
veces dejarnos llevar en lugar de enfrentarnos al sistema. Es más fácil
convencernos de que todo es por nuestro bien. Y quiero pensar que la mayoría de
los médicos intervencionistas también lo creen: piensan que están haciendo lo
mejor, lo que se les ha enseñado que se debe hacer: intervenir, cortar,
administrar. Lo que muchas veces se olvida es que para garantizar el bienestar
del bebé, debemos empezar por garantizar el de la madre. Y esto incluye su
bienestar emocional, que es tan importante como el físico. Si la madre se
siente apoyada y contenida en lugar de amenazada, juzgada y cuestionada, lo más
probable es que el parto transcurra de manera normal, es decir, sin
complicaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, si leíste el post, seguro tenés algo que comentar, pues hacelo!!!