Domingo 31 de enero de
2010 | Publicado en edición impresa
Oxígeno / Diálogos del
alma
Por Sergio Sinay
Señor
Sinay: al reflexionar sobre el hallazgo del amor en la edad madura, y al
revisar las distintas experiencias de las personas en este tema, pienso en esas
necesidades latentes que tenemos todos y que, a veces, no se expresan en años.
Puede uno construir un vínculo de pareja de 25 años, que le da hijos y
estabilidad, y, de pronto, sintonizar con otra persona en cuestiones de días,
como si la sintonía de un dial finalmente hiciera claro el sonido del programa
de radio. Lo impactante, es que ese sentimiento no le había sido develado
siquiera al que lo siente, sólo aparece en el contacto con ese nuevo amor.
¿Esta vivencia se relaciona con el desgaste natural de una larga relación? ¿O
será que todos guardamos un secreto muy íntimo que se activa, a veces, en una
edad y un momento en apariencia inoportunos?
Irene
P. Hippe, (50 años)
Una larga lista de
conceptos suelen confundirse con amor y usarse como sinónimos, pero no lo son.
Entre ellos, la ilusión, el enamoramiento, la pasión, el deseo. Puede uno
sintonizar con otra persona en cuestión de días. ¿Pero cuál es la frecuencia de
esa sintonía? ¿La de la ilusión? ¿La del enamoramiento? ¿La del deseo? ¿La de
la pasión? La ilusión nace de un sueño o una necesidad no cumplidos o
postergados que proyectamos en otro. El enamoramiento es el entusiasmo que
genera en nosotros la presencia de alguien que tiene algo que nos atrae y en
quien, a partir de ese "algo", imaginamos atributos que no conocemos.
La pasión es una atracción aguda motivada menos por aquel o aquello que nos
atrae, que por algo de nosotros, desconocido o inexplorado, con lo cual ella
nos conecta. El deseo es una búsqueda urgente que sólo se calma con aquello que
reclama, que no admite postergación, que se ciega ante el obstáculo y que no
contempla a los otros, a menos que sean objetos útiles a la satisfacción.
Todos estos falsos
sinónimos de amor pueden evolucionar hacia este sentimiento, pero en ello nada
tiene que ver la magia. "Puede parecer que, como los trapecistas, los
seres que se aman se encuentran sin esfuerzo en el aire, pero esta gracia
aparentemente casual se conquista mediante miles de fracasos y años de
disciplina", apunta certeramente el filósofo Sam Keen en Amar y ser amado
. Cuando se detectan "necesidades latentes", como las llama nuestra
amiga Irene, tras años y realizaciones compartidos con otra persona, quizá haya
que preguntarse ante todo por estas necesidades e indagar si las mismas
nacieron en el vínculo o si son previas a él. Incluso podría ocurrir que sean
necesidades compartidas, aunque nunca enunciadas ni por uno ni por el otro.
Podría ser que puedan atenderse en el mismo vínculo y que trabajar en ellas sea
una manifestación del amor hecho acto.
El amor maduro (no por
edad, sino por su forma de manifestarse) contempla estas y otras
circunstancias, se ratifica ante el obstáculo, hace del otro una compañía y no
un medio para las propias necesidades o deseos. Adolf Guggenbül-Craig
(1923-2008), discípulo dilecto de Carl Jung, decía que hay amores que procuran
bienestar y hay amores que procuran salvación. Los primeros satisfacen algunas
necesidades, transcurren cómodamente, evitan las situaciones difíciles, no nos
confrontan con nuestra sombra, es decir, con nuestros aspectos más escondidos y
negados, ni con la del otro. Los amores que salvan incluyen a la sombra de
quienes se aman, se construyen con todos los aspectos de cada uno, son
alquímicos, pasan por etapas de dilución, de fragmentación, de consolidación,
subliman sus propias experiencias en nuevas etapas. Se abren permanentemente al
misterio. Como escribió el poeta libanés Khalil Gibran (1883-1931) en su
hermoso poema Matrimonio : Seguid unidos/ incluso en el pensamiento de Dios/
pero dejad espacio entre vosotros/ y dejad que el viento y el cielo bailen
entre vosotros / Amaos, pero no hagáis del amor cadena/(...)/llenaos la copa el
uno al otro/ pero no bebáis de una misma copa/ (...)Daos el uno al otro los
corazones/ pero no lo guardéis en el corazón del otro...
No hay, por cierto, dos
historias iguales. La ilusión, la pasión, el deseo y el enamoramiento son
humanos. Quizá la verdadera madurez consista en registrarlos como lo que son y
en reconocer al amor como un sentimiento que los trasciende, que va más allá de
la conmoción personal y que se plasma cuando dos seres se reconocen como partes
de un todo. Esto no es ni mágico ni instantáneo. Entendido así, trasladado a
acciones y actitudes, el amor es siempre claro y oportuno. Ni confunde ni
lastima. Esclarece y sana.
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