Publicado el 21 agosto, 2014 por Isabel Fernández del
Castillo
Hace tiempo que vienen publicándose
estudios que revelan una relación poco casual entre la estimulación con oxitocina, tanto para inducir como
para acelerar el parto, y la incidencia de autismo, un trastorno que se ha multiplicado exponencialmente en los últimos
decenios.
La primera vez que escuché esto fué en un
curso con Michel Odent, en 2006, que comentó un estudio realizado por la Dra.
Rioko Hattori en Japón. Esta doctora realizó un estudio de los niños
autistas de su ciudad, y descubrió que había una mayor proporción de este
trastorno en aquellos que habían nacido en un hospital en particular. Este
centro tenía un protocolo muy concreto que consistía en no dejar que la
gestación se prolongara más allá de la semana 39 y provocar el parto con una
mezcla particular de estimulantes y anestésicos. Por supuesto, la investigación
fue bloqueada y ahí quedó todo. Pero el estudio se puede leer en la base
de datos de Primal
Health Research.
Mientras tanto se han realizado
diversas investigaciones que confirman esta relación, aunque no es
concluyente, y se presume que quizá la oxitocina sea simplemente un factor precipitante y la
causa sea genética o de otra índole. Razón de más para
no interferir.
Por supuesto, en general en la mirada
científica sobre este problema falta la perspectiva de la epigenética, es
decir, tener en cuenta el modo en que las circunstancias artificialmente
creadas durante el embarazo y el parto, pueden hacer que un determinado
perfil genético que predispone a tal o cual anomalía se manifieste o no.
Ultimamente también se han publicado
estudios que sugieren que el autismo empieza ya a gestarse en el útero. Y en este
punto cabe recordar otro hecho artificial e inquietante de la vida
intrauterina: las ecografías en etapas tempranas del embarazo y su impacto
sobre el desarrollo neuronal. Algunos estudios revelan que los ultrasonidos
en las primeras semanas, en el
delicado momento en que se crean las estructuras cerebrales, altera la
forma en que éstas se desarrollan y se conforman para toda la vida, elevando el riesgo de trastornos del espectro
autista. Hay estudios de laboratorio que han comprobado
esta relación.
Evidentemente se trata de un tema
complejo y multifactorial y hay muchísimo más por investigar. Por ejemplo, de
qué modo influyen los opiáceos contenidos en las epidurales, que
afectan al bebé y le hacen llegar al mundo más adormilado y no
alerta, en un momento en el que se producen acontecimientos clave a
nivel cerebral, o el estrés en el embarazo, que afecta al neurodesarrollo del bebé, y que en una parte
importante está causado por un seguimiento médico que causa miedo y estrés a las madres. Y muchas más
cuestiones.
Al final la cuestión no es si la epidemia
de autismo se debe en un xx% a la administración de oxitocina, en un xx% a las
ecografías tempranas y en otro xx% a otros factores conocidos o desconocidos. La
cuestión es que la atención medicalizada al embarazo y el parto cambia completamente el
escenario físico, hormonal, emocional… previsto por la naturaleza para el desarrollo y nacimiento de un bebé sano.
Epigenéticamente estamos ante un encadenamiento de circunstancias
fisiológicamente anormales que no sabemos hasta qué punto pueden aumentar el
riesgo de que se manifiesten anomalías genéticas, o de que vayan
produciéndose cambios genéticos sutiles que combinados y transmitidos a las
siguientes generaciones aumenten el riesgo de esas anomalías genéticas. Por
ejemplo, ahora sabemos que fumar durante el embarazo afecta al crecimiento
intraútero ¡¡¡de los nietos!!! Seguramente también de
los bisnietos, y así sucesivamente.
Todo ello en nombre de la seguridad.
Naturalmente queda mucho por investigar y
aclarar, y estos datos son solo piezas de un puzzle muy grande apenas empezado
a componer y comprender. Pero una cosa es cierta: Hay motivo suficiente
para detener esta marea intervencionista que aplica masivamente
técnicas poco evaluadas a mujeres que no las necesitan, para 30 o 40
años después comenzar solo a vislumbrar sus insospechados efectos colaterales.
Es hora de tener un poco más de humildad
y reconocer las infinitas limitaciones de la mirada racional sobre las
cosas, dejar de enmendar la plana a la naturaleza, reconocer la inteligencia
inherente a los procesos naturales, y no intervenir para inhibirlos y reprimirlos,
sino única y exclusivamente para resolver problemas. Lo llaman
“tecnologías apropiadas”: esto es, siempre la tecnología más sencilla, la que
menos interfiere, si no hace falta ninguna. La Organización Mundial de la
Salud viene hablando de ello desde 1985. Solo que parece que nadie escuchó.
Isabel Fernandez del Castillo
La nueva revolución del nacimiento
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