Publicado el 1 agosto, 2014 por Isábel Fernández del
Castillo
Leo en un periódico que la
Lactancia Materna ha llegado a la Universidad en forma de Master. Me he quedado
un poco de piedra de que sea noticia. A ver, que está muy bien, es genial que
30 personas se hagan muy especialistas en la materia y puedan resolver problemas
y formar a otros.
Lo que es contradictorio es
que no se estudie en 1º de cualquier carrera sanitaria que
trate con madres y bebés (¡e incluso en el colegio!), siendo como es algo básico,
y un factor de primer orden de promoción de salud física y emocional de
los mismos.
Hoy en día, el pediatra es
el profesional de referencia para los problemas de lactancia materna. Hoy en
día, los pediatras siguen teniendo 2 horas de estudio
sobre lactancia materna durante toda la especialidad. Acudir al
pediatra con un tema de lactancia supone enfrentarse a un riesgo alto de abandono, a no ser que sea
uno de los que se han formado por su cuenta. Que los hay y muy buenos.
Está bien que haya
profesionales que sepan resolver problemas complejos, pero me sigue pareciendo
que lo más eficiente sería que todos los profesionales implicados
tuvieran una formación básica para que sean un apoyo y no un escollo, y para
que no generen problemas evitables. Y el sistema sanitario, hoy por
hoy, sigue siendo el principal escollo cuando una madre quiere amamantar,
tanto por el impacto sobre la lactancia de la atención al parto, como
por la asistencia en las consultas, y no digamos si por algún
motivo el bebé debe ingresar en un hospital.
Y si no lo creen,
lean. Esto sucedió hace no mucho en un hospital pediátrico:
Ana tiene que ser ingresada con un
cuadro vírico en un hospital ide Madrid cuando cuenta con tan sólo 12 días. Al
llegar a la sección de lactantes observo un cartel con un bebé tomando pecho:
Dale lo mejor. En el mostrador de enfermería leo en un folleto: Lactancia
materna. Lo mejor para la salud de tu hij@. Perfecto.
La
primera mañana temprano una enfermera reparte biberones, a todos. Abre la
puerta: “¡Mami, el biberón!”. “Gracias, toma pecho”, respondo. A partir de ese
momento, cada 3 horas se repite la misma breve conversación, a veces vuelven al
rato: “Bueno, pero para rematar, no?”. Me hace recordar la película “El día de
la marmota”, pero ni estoy en Punxsutawney (Pennsylvania) ni soy Bill
Murray. Anna mama bien a pesar del oxígeno, la vía, las flemas y la tos. Si
bien toma menos cantidad, lo hace con mayor frecuencia. Intuyo que es normal
estando enferma.
Pronto
comienzo a sentirme observada, rara, como si estuviera haciendo algo mal. Las
enfermeras comienzan a comentar mi actitud: “Si le das de esa forma te quedas
sin leche”, “Estás abusando del pecho como chupete”. Los comentarios e
irritación van en aumento, incluso me aconsejan: “No puedes seguir así. Lo
estás haciendo mal porque no estás alimentando de forma correcta a tu hija.”
La
causa de este malestar es que mi hija no mama cada tres horas, no lleva el
ritmo de los demás bebés y eso, al parecer, produce una desconcertante
sensación de descontrol entre el personal.
Al
cuarto día una pediatra me pide que me saque leche para analizarla “…para ver
si alimenta o no. Pues a lo mejor le da asco y por eso no está engordando
suficiente. Pasa a menudo”. ¿A menudo? Luego me avisan que debería sacarme la
leche y dársela en biberón, para poder así controlar ellos la cantidad que
come, olvidándose que eso puede afectar a una lactancia recién estrenada. Y yo
que pensaba que lo único de lo que me preocuparía durante el ingreso sería la
mejoría del proceso vírico de mi hija. Su lactancia se ha convertido en una
carrera de obstáculos.
Persevero
pese a la presión. Ana sigue comiendo “fuera de horario”, mejora, gana peso y a
los seis días nos dan el alta, el mejor regalo de Reyes.
Y
sí, sigo dando el pecho. Para Ana es lo mejor y yo disfruto de tenerla en
brazos y amamantarla.
Por cierto, la
mayor concentración de expert@s en Lactancia Materna se encuentra en los grupos
de apoyo a la LM:
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