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Semana
mundial de la lactancia materna | 04 AGO 14
La
lactancia materna en el tiempo largo de la especie. Artículo de una de las más
destacadas antropólogas especializadas en alimentación, Dra. Patricia Aguirre.
Autor:
Dra. Patricia Aguirre (antropóloga) Fundación Lac Mat-IBFAN Año VI Nº
30-12/2002
Pasamos
a describir algunos de los múltiples aspectos culturales de la lactancia pero
situándola en el tiempo largo de la especie. Aunque en esta hora los trabajos
científicos hayan adoptado los lineamientos de la posmodernidad y predominen
las monografías recortadas al aquí y ahora, me parece interesante no renegar de
las macro-teorías y situar la problemática actual en el devenir de la historia
larga de la especie humana. Porque hablar de lactancia, como hablar de
antropología es hablar simultáneamente de aspectos biológicos y culturales y
ambos se despliegan en el tiempo con trayectorias particulares –y como veremos
ahora no siempre convergentes.
La
biología
Si
pretendemos comprender la lactancia materna desde el punto estrictamente
biológico parece incuestionable, en tanto somos mamíferos, la leche materna es
el mejor alimento para las crías humanas, y durante millones de años además fue
el único. ¿Es que la cultura humana está
perturbando la naturaleza?. Si midiéramos a los humanos solo con la vara de la
biología como si fuéramos un mamífero más, aún así más deberíamos señalar algunas adaptaciones
biológicas sumamente interesantes que sin duda contribuyeron a que hoy día
seamos como somos.
En
nuestra especie, en los primeros millones de años posteriores a la divergencia,
se seleccionaron rasgos adaptativos muy interesantes relacionados con la
lactancia: los senos globulares de las hembras humanas por ejemplo pueden ser
considerados una maravilla adaptativa, o un cruel engaño (o un engaño
maravilloso, como prefiera el lector).
Repasemos
algunas de las más importantes características que nos metieron en el corredor
evolutivo que terminaría dándole forma al homo sapiens-sapiens (que somos):
a)
la bipedestación que liberó las manos de la locomoción permitiendo la
acentuación del desarrollo viso-motor y la prensión fina, también acható las
caderas en sentido antero-posterior complicando el pasaje del feto en el canal
de parto.
b)
el omnivorismo que nos condenó a la variedad y donde la ingesta de proteínas y
grasas animales disparó el proceso de encefalización, con el coeficientes mas
alto de los mamíferos superiores y con el correlato del aumento del volumen de
la cabeza en las crías que, combinado con las modificaciones de la cadera,
condicionaron nacimientos problemáticos y crías inmaduras (respecto al mundo
animal) con una importante exterogestación para nutrir de estímulos ese órgano
complejo y metabólicamente caro que es
el cerebro humano.
c)
la sexualidad continua separó sexualidad de reproducción, posibilitando al
mismo tiempo el incremento de la fecundidad y modificaciones conductuales de y
entre los géneros, que además vendrían a moderar los efectos de las
problemáticas anteriores generadas por a) y b). Aquí se inscriben las
modificaciones de la mama humana.
Los
primates con sexualidad discontinua, donde la hembra esta receptiva solo
durante el estro, emiten señales con olores, tumefacción de senos y genitales
que avisan a los machos su receptividad a partir de lo cual compiten por ellas
con luchas y conductas de cortejo. Pero
cuando la sexualidad es continua (y entre los primates solo la tenemos los humanos y los bonobos, una especie
primate con aspecto de pequeños chimpancés que habitan el río Congo en África)
la hembra está receptiva siempre, eso si como la ovulación no es constante,
contacto sexual no garantiza fecundación, pero sin duda a mayor cantidad de
contactos mayor posibilidad de lograrla.
Aquellas
hembras que presentaran en sus senos una película de grasa que luciera como la
hinchazón de las mamas en el proceso hormonal correspondiente a la ovulación,
atraerían más a los machos, aumentando la frecuencia de encuentros y
posibilitando la transmisión de esas características a sus hijas. En grupos tan
pequeños como los de los homínidos africanos de hace 5 millones de años una
ventaja reproductiva (aún con una envergadura del 0,2%) se transmitiría rápidamente y en 15
generaciones ya tendríamos a todas las hembras con atractivos y mentirosos
senos redondeados.
Pero
además, la sexualidad continua cimentó las relaciones entre hembras y machos
(que no tienen que luchar entre sí) para
la protección de las inmaduras crías de cerebros gigantescos y delicados, que
demandaban proteínas y grasas animales solo posibles de obtener mediante la
cooperación, la comunicación y la fabricación de herramientas.
Estas
adaptaciones biológicas nos podría hacer creer que el amamantamiento estaba
instalado de por si y para siempre en la especie humana. Y sin duda fue así el
99% de la vida de nuestra especie en el planeta. Pero si redujésemos la
humanidad (o la lactancia) a sus aspectos biológicos no comprenderíamos la
humanidad (ni la lactancia). En tanto no conocemos la realidad sino por los
símbolos que creamos para comprenderla la cultura humana causa y efecto de
nuestra humanidad soluciona y complejiza el análisis.
Las
sociedades
Porque
con la revolución neolítica y la dependencia alimentaría de la agricultura y el
pastoreo, con las papillas de cereal y la leche del ganado de ordeñe, la
intangibilidad de la lactancia se verá primero complementada y luego francamente
cuestionada.
Es
interesante ver cómo la introducción de la leche de los herbívoros domésticos
condicionará un cambio en el pool genético de la humanidad. Transformándose la
cultura en nuestra verdadera naturaleza.
En
las poblaciones de primates (y seguramente también nuestros antepasados) el 95%
de los individuos dejan de sintetizar lactasa, la enzima que permite
metabolizar la lactosa –el azúcar de la leche- en dos azúcares simples sacarosa
y galactosa- en el intestino, cerca de los cinco años de edad. Este mecanismo
está regulado por un gen y es el funcionamiento estadísticamente “normal” en
especies que para proveerse de leche solo tienen a sus madres. En estas
poblaciones solo un 5% de “anormales” continúan sintetizando la enzima durante
la adultez. La misma proporción se da entre los humanos cuyas culturas no
basaron su alimentación en el “robo” de leche a sus animales domésticos, como
la población china, japonesa, pacífico-insular, esquimal y americana nativa. Que son en un 95%
intolerantes a la lactasa.
En
cambio las poblaciones de Asia menor y central, África y Europa donde la
supervivencia de los niños y los adultos se vio mejorada en los individuos con
este gen anómalo que permitía seguir consumiendo leche de otros mamíferos hasta
la adultez, la intolerancia a la lactasa es inversa 5% de intolerantes 95% de
tolerantes. Como vemos este arreglo cultural que fue la domesticación y el
ordeñe permitió mejorar la calidad de vida al aumentar las fuentes alimentarias
que sobrevivieran mellizos (que en culturas cazadoras recolectoras es
prácticamente imposible) y reducir los espacios intergenésicos y por lo tanto
aumentar la población humana.
También
en las culturas agrarias, de plantadores y agricultores, la lactancia materna
se complementará con papillas, primero de cereal tostado y remojado y recién
después del 6000 remojado y hervido. El éxito de las unidades domésticas de
producción mixta (agricultura y pastoreo) fue durante milenios (10.000 a 5000
AC) el motor de los cambios sociales y culturales que nos llevaron a esas
organizaciones complejas que son los estados, con producción de excedentes
agrarios (y apropiación diferenciada de esos excedentes por diferentes estratos
o clases sociales) niveles de administración diferenciados, especializaciones
en la producción y circulación de las mismas en intercambio en mercados con
moneda y comercio de largo alcance. En todos los estados, donde hay estratos
sociales diferenciados también hay formas de vivir diferenciadas y por lo tanto
cocinas diferenciadas (alta cocina, “cuisine” para los señores, baja cocina o
cocina campesina o cocina a secas para los plebeyos).
Estas
sociedades han marcado los privilegios de las mujeres aristocráticas
separándolas de la alimentación. Hay dos actividades que -en todas las
sociedades estatales desde hace 6000 años- marcan las diferencias sociales y
son la molienda y el amamantamiento: las reinas ni muelen ni amamantan. La
separación de la función nutricia de la mujer aristocrática (que pasará por
efecto de demostración a ser la aspiración de los demás estratos sociales) no
es otra cosa que la inversión del proceso de dominación del cuerpo de la mujer
y es consistente con la aparición de las cocinas diferenciadas (de pobres y de
ricos) y cuerpos de clase (durante milenios las clases sociales se distinguían
por el tamaño de la cintura, los ricos gordos, los pobres flacos).
Podemos
rastrear esta interdicción cultural del amamantamiento en la aparición del
"complejo de supremacía masculino" que aparece en las sociedades
agrarias, en ambientes circunscriptos y con rápido crecimiento demográfico,
donde la distribución empieza a sesgarse, estratificando la sociedad en clases
(es decir “inventan” la pobreza) y limitando el consumo de la mitad femenina
(porque se necesitan hombres fuertes para “invertir” en la guerra) en favor de
la mitad masculina.
Con
este rápido racconto de los procesos de producción que condicionaron la
organización social vemos que la “competencia” de la lactancia materna tiene
raíces muy antiguas y es producto de determinadas condiciones ecológicas,
económicas, demográficas que priorizan ciertos y no otros contenidos culturales
transformados en símbolos que dan sentido a lo que "hay que hacer " o
al modelo de lo que “hay que ser”.
La
revolución industrial y después...
"Mujer
aristocrática que no alimenta, que no muele, no cocina ni amamanta"
La
revolución industrial profundizará los símbolos de desprestigio de la lactancia
poniendo como modelo de la producción el
individuo-masculino-libre-dispuesto a vender su fuerza de trabajo en el
mercado. El modelo de mujer -madre-nodriza-maestra será condenado como
no-moderno y típico de las sociedades del pasado cuando diversas instituciones
suplan las funciones que hasta ese momento había cubierto la familia (educación:
la escuela, salud: el hospital, cuidados: el asilo y la agro-industria: la
alimentación, cada vez más procesada, envasada, conservada y alejada de la
naturaleza). Con la puesta a punto de las leches industriales se
"liberará" a la mujer de la crianza para integrarla definitivamente
al mundo del trabajo asalariado.
La
introducción y expansión del consumo de leche en polvo en Argentina fue
impulsada por todos los sectores sociales, la industria alimentaria y la
farmacéutica por obvias razones de conveniencia pero los industriales en
particular apoyaron la difusión de la leche en polvo como elemento clave de la
reproducción de una fuerza de trabajo por demás escasa, los médicos (que
competían por la mejor fórmula), los políticos (tanto los conservadores para
los que “gobernar es poblar” como los socialistas que ponían a la leche en
polvo como elemento de liberación femenina e igualdad frente al varón),
diversos sectores de intereses
divergentes por motivos contradictorios apoyaron y justificaron el levantamiento
de la lactancia y sus sustitución por leche de vaca. Tanto es así que el
programa de entrega de leche en polvo para madres pobres es anterior (1937) a
la creación del Ministerio de Salud.
Crisis
alimentaria
Hoy
la alimentación está en crisis (la economía y los valores que también pero esos
excede esta nota) y nos encontramos ante un verdadero dilema, si no
cambiamos los patrones de consumo de
TODOS (tanto los que viven en países pobres y como aquellos que viven en países
ricos) peligramos como especie. La industria ha convertido los alimentos en
OCNI (Objetos Comestibles No Identificados), las condiciones del mercado
productivo no ofrecen empleo para todos por lo tanto el uso tiempo y del
ingreso se vuelven problemas prioritarios.
El
fin de la era industrial nos enfrenta a condiciones ecológicas, económicas,
sociales y simbólicas totalmente diferentes a aquellas que dieron origen al
desprecio por la lactancia. Por eso aquellas interdicciones culturales que separaban
a la mujer de su cuerpo, excluyéndola de su función nutricia están perdiendo
sustento y la lactancia materna se nos presenta como una recuperación de
sentidos, ligada a la razón, a la ciencia, a la identidad a la salud, al
bienestar económico y psicológico.
Antes
que recuperar nuestra biología (que no ha cambiado mucho en los últimos 250.000
años) la recuperación de la lactancia materna se inscribe en la recomposición
de guiones culturales que estructuran nuevas gramáticas del consumo
alimentario. Dadas estas nuevas condiciones (que podemos apoyar con las
investigaciones) creemos que el esfuerzo de reinstalación de la lactancia está
condenado al éxito, lo que no quiere decir que se deje se hacer el esfuerzo,
sino que algunas de las condiciones culturales que apoyaban la resistencia al
amamantamiento han caído y “solo” resta recuperar los guiones culturales que
devuelvan a la mujer y al bebe el sano derecho de amamantar y ser
amamantado.
Dra.
Patricia Aguirre: doctora en Antropología de la UBA. Profesional del Ministerio
de salud de la Nación. Docente e Investigadora del Instituto de Altos estudios
Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Docente de los Posgrados de
FLACSO, Favaloro, Rosario y Mendoza. Miembro de la Comisión Internacional de
Antropología Alimentaria. Ha sido consultora de FAO- UNICEF y OPS-OMS. Ha
publicado 35 artículos en revistas especializadas, 9 libros en colaboración y 2
propios "Ricos Flacos. Gordos Pobres" en 2004 y "Estrategias de
Consumo. Qué Comen los Argentinos que comen en 2006.
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