Los cuidados maternos durante los
primeros años de vida contribuyen a un buen desarrollo del cerebro del niño
05.05.2013 | 16:57
La clave hormonal del apego
Para un buen apego, es fundamental el
contacto físico La lactancia materna es muy positiva, porque implica contacto
con el bebé durante mucho tiempo Si se da el biberón, también se puede fomentar
el contacto intentando estar con nuestro bebé piel con piel La lactancia y el
contacto aumentan los niveles de oxitocina, la clave hormonal que fomenta el
apego madre-hijo Para un buen apego, es vital conocer las señales del niño y su
forma de comunicarse Hay que crear una base de confianza y seguridad con el
bebé Los bebés que disfrutan de un apego sano con sus padre gozan de una mayor
autoestima y autoconfianza
José Andrés Rodríguez Un niño nace
diseñado para enamorar a su madre por una cuestión de supervivencia. Llega al
mundo indefenso y durante un tiempo dependerá de quien asuma la función de
alimentarle, consolarle, estimularle€ Suele ser la madre quien se encarga de
esos cuidados durante el aterrizaje del niño en la vida.
Ella no puede dejar de mirarlo, de pensar
en él, de querer cuidarlo. Cuando el bebé empieza a sonreír, se activan en el
cerebro de la madre regiones relacionadas con la recompensa. Así que ella se
engancha a las sonrisas y las monerías de su retoño. Gracias a los avances
neurocientíficos se empieza a saber mejor cómo influye el amor de madre en el
cerebro del niño.
Ese vínculo entre una madre y su bebé es
un complejo entramado de factores hormonales, neuronales, psicológicos y
sociales. Muchas investigaciones avalan que el amor maternal no sólo es
fundamental para un buen desarrollo cerebral del niño, sino que también es una
excelente inversión para la salud mental del futuro adulto.
"Al nacer sólo tenemos desarrollado
el 25% del tamaño del cerebro", señala Adolfo Gómez Papí, neonatólogo del
hospital Joan XXIII de Tarragona y profesor de la Universitat Rovira i Virgili.
"El 75% restante –continúa– se desarrolla durante los dos o tres primeros
años de vida. Aunque luego el cerebro puede cambiar, las estructuras básicas
están formadas a los tres años. Y cómo se vayan desarrollando dependerá mucho
del tipo de alimentación y de la relación que el hijo establezca con su
madre".
También influyen los genes y que, poco a
poco, el niño se abrirá a otras figuras importantes para su evolución, como su
padre. Pero, al principio, casi todo el horizonte del niño será el amor de su
mamá –o de su cuidador principal, en el caso de que sea el padre, por ejemplo–.
Como explica Enrique García Bernardo,
psiquiatra del hospital Gregorio Marañón de Madrid, "el bebé recibe
importante información emocional de su madre; ella le habla, lo acaricia, le
canta, lo acuna, le sonríe€". Empatiza con él, ríe con él, sufre con él.
Lo ama. Y ese amor de madre va tejiendo el vínculo entre ellos, desarrollando
el cerebro del niño, programando las conexiones entre las neuronas.
Un intercambio afectivo entre el
hemisferio derecho de la madre y el de su hijo, como ha escrito en un artículo
Allan Schore, profesor del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de
California-Los Ángeles (Estados Unidos) y uno de los principales investigadores
del vínculo entre madre e hijo. Porque, como apunta Gómez Papí, "en el
niño predomina sobre todo el hemisferio derecho, que tiene que ver con las
emociones".
Así que entre madre e hijo se da una
intensa comunicación emocional. El idioma del bebé son sus llantos cuando tiene
hambre o sueño, sus sonrisas, sus balbuceos€ Y, el de ella, los besos y las
palabras de amor que le dedica, los abrazos que lo consuelan, el alimento que
le da, estar cerca de él€ Un diálogo muy especial, cuyo código a veces parecen
conocer únicamente la madre y el niño, y que moldea el cerebro del pequeño.
El recién nacido tiene unos 100.000
millones de neuronas. Y en los primeros años de vida se van a formar billones
de conexiones entre ellas. Más o menos al final del primer año, señala Gómez
Papí, se produce una poda neuronal. Ya hay billones de conexiones y, como el
cerebro quiere economizar recursos, "poda las conexiones menos empleadas;
si el apego con la madre ha sido seguro, se habrán formado muchas conexiones
que tienen que ver con la seguridad, y esas conexiones se mantendrán".
El cerebro se habrá preparado para vivir
en un entorno seguro, así que el niño empezará a percibir la vida como un lugar
seguro: me consuelan cuando estoy mal, quizás no tengo que temer al mundo. Una
buena forma de encarar su futuro. "Tendrá más ganas de explorar. Los niños
que no han tenido un buen vínculo son más inhibidos", explica Ibone Olza,
psiquiatra infantil del hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) y
profesora de la Universidad Autónoma de Madrid.
"Una de las funciones más
importantes de la madre –afirma– es regular las emociones de su pequeño. Es
básico que le dé el consuelo que necesita. No es tan importante que acierte
siempre si el niño tiene hambre o sueño cuando llora. Lo importante es que responda
a su llamada para que este tenga más ratos de bienestar y menos de
malestar". Así, el niño siente que la persona más importante para él está
disponible cuando la necesita. Y empieza a gatear por la vida con confianza.
Una buena base para la salud mental del
futuro adulto. Como comenta García Bernardo, "una adecuada relación con la
madre en los primeros años es un factor que ayuda mucho a la salud mental del
adulto, aunque no lo es todo, porque la vida es muy larga". Visto desde el
lado amargo, numerosos estudios señalan que los niños que han vivido un apego
inseguro porque han sufrido negligencias o abusos por parte de sus cuidadores
principales tienen mayor riesgo de sufrir depresión, ansiedad o trastornos de
personalidad durante su adultez.
Y ¿cuántos niños viven un apego seguro?
Según algunas investigaciones, aproximadamente el 75% establece un apego
seguro, un vínculo cercano afectivamente y estable, con sus madres. "Las
madres ejercen de madres desde hace ya años, y, en general, lo hacen bien",
recuerda García Bernardo. Unos primeros años de vida complicados no tienen por
qué ser una condena de por vida. "El niño puede encontrar más adelante
otras figuras de referencia. Y el cerebro es plástico, puede adaptarse. Se ve
en los niños adoptados", añade Adolfo Gómez Papí.
Estudio científico de la Universidad de
Washington
En el 2012, investigadores de la
Universidad de Washington en San Luis (EE.UU.) publicaron un estudio sobre la
influencia de un buen vínculo maternal en el hipocampo de los niños. Primero,
analizaron el tipo de relación que tenía con sus cuidadores principales –el
96,7% eran las madres biológicas– un grupo de niños de entre cuatro y siete
años.
Para ello emplearon una ingeniosa
"tarea de espera": dijeron a cada cuidadora que el niño debía
aguantar ocho minutos para abrir un regalo que tenía al alcance y que estaba
envuelto de forma muy llamativa. Una tortura para la capacidad de resistencia
al deseo de un niño. Mientras, la cuidadora tenía que rellenar unos
cuestionarios, tarea cuyo único objetivo era que no pudiera estar totalmente
concentrada en el niño.
Se buscaba reproducir el estrés que
supone criar a los hijos, pues en la vida cotidiana, muchas veces hay que estar
pendiente de ellos a la vez que se hacen otras tareas€ Los investigadores
observaban cómo se manejaba la madre en ese conflicto de intereses, si era
capaz de ayudar correctamente al niño para que no abriera el regalo. En este
caso, consideraban que el estilo de crianza que seguía ese cuidador era bueno
para el niño.
Luego, mediante resonancia magnética,
comprobaron que los niños que habían recibido una ayuda adecuada para no abrir
el regalo tenían un hipocampo un 9,2% mayor que los que no habían recibido una
buena ayuda. Aunque la mayoría de los cuidadores eran las madres biológicas,
los autores del estudio opinaron que los efectos positivos de una buena crianza
en el cerebro del niño serían parecidos aunque el cuidador principal fuera otra
persona, como la madre adoptiva.
"Hay estudios con animales que
confirman también que los que recibieron una buena crianza de sus madres tienen
menos déficits cognitivos cuando son ancianos", explica también Roser
Nadal.
Los descubrimientos sobre el vínculo
madre-hijo son diversos. "Hay células del feto que se instalan en el
cerebro de la madre durante el embarazo. Todavía no sabemos por qué",
comenta Ibone Olza. Los científicos continúan rastreando las claves
neurocientíficas de la relación entre las madres y sus hijos.
Mientras, ellas hacen mil y un
malabarismos para combinar la maternidad con los demás aspectos de su vida. Los
padres cada día intervienen más en la responsabilidad de criar a los hijos,
pero todos los expertos consultados para este reportaje reclaman que la
sociedad debería ayudar más a las madres. Por mucho que avance la ciencia,
"todavía ser madre es difícil", indica Olza. "Pero el vínculo
–añade– entre una madre y su hijo es vital para la especie. La madre tiene que
estar rodeada de personas que la cuiden. Como dice un proverbio africano, a un
niño lo cría toda una tribu".
Muchas madres se sienten culpables por no
llegar a todo, por creer que, tal vez, no están dando a sus hijos el tiempo y
el amor que estos necesitan. "Aunque es importante que estén tiempo con
sus hijos –considera Enrique García Bernardo–, lo fundamental para un buen
apego es la calidad del tiempo. Que, cuando una madre esté con su hijo, esté
tranquila, disponible afectivamente y disfrute con él. Estoy seguro de que si
las madres pudieran dedicar a sus hijos más cantidad y calidad de tiempo, la sociedad
sería un lugar mejor".
La clave hormonal del apego
- Para un buen apego, es fundamental el contacto físico
- La lactancia materna es muy positiva, porque implica contacto con el bebé durante mucho tiempo
- Si se da el biberón, también se puede fomentar el contacto intentando estar con nuestro bebé piel con piel
- La lactancia y el contacto aumentan los niveles de oxitocina, la clave hormonal que fomenta el apego madre-hijo
- Para un buen apego, es vital conocer las señales del niño y su forma de comunicarse
- Hay que crear una base de confianza y seguridad con el bebé
- Los bebés que disfrutan de un apego sano con sus padres gozan de una mayor autoestima y autoconfianza
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