"Lo mejor para un parto es que no haya nadie junto a la mujer” Michel Odent, el ya mítico promotor del parto acuático y el “parto humanizado”, explica a Página/12 la evolución de sus teorías: la industrialización del nacimiento, la presencia del padre en el alumbramiento y la necesidad de volver a lo simple.
Por Sonia Santoro
Hace más de 40 años, un cirujano de emergencias empezó a pensar la posibilidad de que las mujeres pudieran superar esos momentos difíciles del parto sin recurrir a los calmantes. Compró una pileta de lona y la instaló en la maternidad de Pithiviers, la ciudad de Francia en la que ejercía. Así creó el parto acuático, una manera de nacer que fue propagándose en el mundo, junto con otras opciones del “parto humanizado”, que tratan de escapar a las rutinas médicas innecesarias para recuperar modos de nacer menos invasivos tanto para la madre como para el bebé. Aquel cirujano, Michel Odent, fue invitado por la Fundación Creavida al seminario “Hacia una nueva conciencia del parto y del nacimiento humano” que se desarrolló en Buenos Aires. “
La imagen ideal para un parto fácil es que la madre esté sola, con la partera sentada en una esquina tejiendo. Parece simple, pero será necesario mucho tiempo para redescubrir lo simple”, plantea. –Hace 40 años empezó con los partos en el agua, ¿cómo llegó a ese descubrimiento? –El origen fue el objetivo de evitar la utilización de medicamentos cuando la primera parte del parto se hace difícil, cuando se llega a un estadio en el que la mujer pide “por favor denme un medicamento”. Cuando una mujer segrega adrenalina, no puede segregar oxitocina, que es la hormona fundamental para las contracciones.
Entonces, para ayudar a reducir la adrenalina se pueden hacer muchas cosas: primero, asegurarse de que nadie en el entorno esté segregando adrenalina porque es contagioso. –La adrenalina está relacionada con el miedo. –Sí, por supuesto. Entonces, hay que asegurarse de que el cuerpo esté cálido porque cuando tenemos frío segregamos adrenalina. Y a partir de esta pregunta pensamos que la inmersión en el agua podría ser una manera de reducir la tasa de adrenalina. Cuando uno entra en agua a temperatura corporal, uno está en estado de completa relajación, es decir que la segregación de oxitocina está facilitada. A partir de esta consideración, un día me fui a la calle comercial de la ciudad y compré una pileta de jardín, encontramos un espacio en la maternidad para ponerla y así empezó la historia. –¿Por qué cree que es tan lento el avance hacia partos más artesanales? –La razón principal es que durante millares de años el parto fue controlado por el medio cultural.
Todas las sociedades humanas que conocemos han perturbado el parto de diferentes maneras. A veces con medios muy sutiles, con creencias, con rituales. Por ejemplo, hay una fase del parto que ha sido perturbada por todas las sociedades humanas, es la tercera fase: la que se sitúa entre el nacimiento del bebé y el alumbramiento de la placenta. Según nuestra comprensión actual de los procesos fisiológicos, es una fase muy importante para el desarrollo de la capacidad de amar.
Le voy a dar un ejemplo de creencia que fue observada en los cinco continentes, la creencia por la cual el calostro es malo: el calostro es lo que el bebé puede encontrar en el seno inmediatamente después de nacer y, según la ciencia moderna, es una sustancia de mucho valor. Casi todas las sociedades humanas pensaron que era malo. Esto implica que apenas el bebé nace no tiene que estar en los brazos de su mamá, para eso se usa otro ritual muy arraigado: apurarse para cortar el cordón.
Podríamos mencionar centenas de creencias y rituales que lo único que hacen es perturbar el proceso fisiológico. Por eso es tan difícil actualmente redescubrir las necesidades básicas de la mujer que está por parir. –¿O sea que no sólo la intervención médica nos ha llevado a partos “industrializados”? –No, esto es muy anterior a la medicina. Simplemente la medicina ofrece medios más poderosos de intervención. –Los partos humanizados parecen circunscribirse a una elite. ¿Cómo cambiar el sistema para todas? –Esa es la pregunta de todas las tomas de conciencia, porque originariamente la incomprensión de los procesos fisiológicos y la falta de toma de conciencia implican a todo el mundo. Esto no sólo implica a la mujer que tiene el bebé, no solamente a los profesionales. –Usted plantea que si hubiera más partos artesanales la sociedad sería menos violenta, ¿qué le dicen los colegas que no practican este tipo de partos? –No se trata de hablar de tipo de parto, se trata de redescubrir las necesidades básicas de la mujer que va a parir, por eso nunca hablo de parto natural. Tampoco se trata de hacer un postulado diciendo que un parto perturbado puede convertir a la sociedad en algo diferente.
Todas las sociedades humanas han perturbado el proceso fisiológico. Cuanto más necesidad tiene una sociedad de desarrollar su potencial de agresividad, más invasivos son los rituales y las creencias que perturban el proceso fisiológico. Podemos tomar ejemplos extremos, el caso de Esparta, en Grecia, eran guerreros y cuando un varón llegaba al mundo lo primero que se hacía era tirarlo al piso, si sobrevivía quería decir que se iba a convertir en un convertir en un buen guerrero. Y conocemos algunos grupos de pigmeos que aparentemente no perturbaban el proceso fisiológico, pero no había necesidad de desarrollar el potencial de agresividad. Vivía en armonía con el entorno, lejos de todo grupo humano.
–No le parece fundamental que los hombres participen de los partos, ¿cómo es eso? –Para esto hay que recordar las necesidades de la mujer que va a parir. Tiene necesidad de sentirse segura, sin sentirse observada, necesita mantener un nivel muy bajo de adrenalina y es fácil comprender que cuando un hombre ama a una mujer es normal que esté intranquilo y segregue adrenalina. Esto quiere decir que hay una gran diferencia entre la compañía de un hombre que no puede tener la experiencia personal de lo que está pasando, comparado con la presencia de una madre, que tuvo varios hijos y sabe lo que está pasando.
–¿Cómo fue cambiando esta tendencia? –Conocí cuatro fases en relación con la presencia del padre en el parto. La primera va de 1953 al ’60, en ese momento yo sólo conocía el parto en el hospital, nadie había ni siquiera imaginado que el padre pudiera asistir. Segunda fase, del ’60 al ’85, conocí también el parto en el hospital pero la doctrina de la participación del padre estaba bien establecida. Tercera fase, parto en casa, con casi siempre la participación del padre, de 1985 a 1995. En ese momento, cuando me llamaban por un nacimiento en una casa, iba solo y si bien intentaba ser discreto, la doctrina estaba bien establecida, el padre participaba activamente. Y luego conocí una cuarta fase, desde 1995, cuando voy a un nacimiento en una casa voy con una doula (cuidadora de madres con bebés recién nacidos), siempre la misma, que tiene cuatro hijos, es abuela y que tiene una enorme experiencia como doula. O sea que en esta nueva situación lo único que hago es estar en la cocina con el padre, lo trato de distraer, de charlar con él y dejo a las dos mujeres solas.
Cuando hago la síntesis de lo que he aprendido en estas fases, casi me animo a emitir una conclusión que no es políticamente correcta, que la participación del papá del bebé es sin duda la causa más frecuente de partos largos y difíciles. Y si quisiera resumirlo de otro modo, diría que la mejor situación que conozco para un parto rápido y fácil es nadie alrededor de la mujer que está pariendo, a menos que sea una partera o una doula muy experimentada, silenciosa, y con perfil muy bajo. La imagen ideal es la partera sentada en una esquina tejiendo. Parece simple, pero será necesario mucho tiempo para redescubrir lo simple.
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