VIERNES, 10 DE JUNIO DE
2005
DERECHOS
Laura y Martín, durante el nacimiento de Valentina.
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Tras unos años de movida
más o menos silenciosa en casas particulares y hospitales dispuestos a probar,
de manera no oficial, sus bondades, el parto humanizado empieza a instalarse
como una alternativa más accesible. Acaba de abrirse la primera casa de partos
del país, atendida por parteras convencidas de que el nacimiento es, ni más ni
menos, un acto natural que bien puede prescindir de tecnologías e
intervenciones agresivas sobre el cuerpo.
La primera casa de
partos de la Argentina abrió sus puertas hace apenas un mes, funciona en la
provincia de Buenos Aires y es atendida exclusivamente por parteras. El espacio
–cuyo antecedente local más cercano se diluye en las casas de maternidad de la década
del sesenta– fue creado por tres obstétricas con experiencias paralelas en
hospitales públicos y que cada semana reúnen a una decena de parejas dispuestas
a asumir el proceso del nacimiento como parte de la naturaleza, de una espera
en calma y con conciencia. Que la antigua casona de fin de siglo XIX se
erigiera en la zona norte del territorio bonaerense no fue cuestión caprichosa
de Vendela Chignac, Alejandra Mazzeo y Marina Lembo, las parteras creadoras del
proyecto, sino condición impuesta en la búsqueda de la letra que le diera un
marco legal a la iniciativa. “En la provincia de Buenos Aires continúan
vigentes normas que datan de 1936 y que permiten el ejercicio de la actividad
profesional de las obstétricas en forma individual o privada, en casas de
maternidad habilitadas”, explica Lembo, que se topó con la existencia de estas
leyes en Canadá, el lugar menos probable para empaparse de la legislación
argentina. “Hace unos años viajé a ese país becada por mi especialidad. Un día,
una partera canadiense se acercó a conversar encantada con lo avanzado de las
leyes argentinas en lo que hace al desempeño de la actividad; me comentó que en
algunos ámbitos académicos se mencionaban nuestras reglamentaciones como un
ejemplo de legislación local. Todavía hoy no puedo creer que a miles de
kilómetros de distancia encontraría la respuesta a una pregunta que nos venía
rompiendo las cabezas y que hasta ese momento nadie supo o quiso decirnos: cómo
crear nuestra propia casa de maternidad.”
De regreso, Lembo
descubrió que la ley provincial 11.745/95 y modificatoria 12.194/98 establece
que “la obstétrica podrá ejercer su actividad asistencial, docente y/o de
investigación en forma individual y/o integrando equipos interdisciplinarios,
en forma privada y/o en instituciones oficiales, públicas y/o privadas, previa
inscripción en la matrícula”. Por eso es desconcertante que, durante décadas,
partera alguna haya siquiera intentado la experiencia de establecer una casa de
maternidad, por más que Alejandra Mazzeo le encuentre lógica al asunto cuando
lo piensa desde cuestiones culturales y políticas insertas en un sistema de
salud que fagocita cualquier evidencia de seguridad no hospitalaria. “Ganó el
modelo médico proclamante de que la alta tecnología constituye el verdadero progreso
y creó la fantasía de que se pueden salvar a todos los bebés y las madres del
mundo si se atienden todos los partos en los hospitales, a pesar de no existir
evidencias de que resulten más seguros para las mujeres sin complicaciones
durante el embarazo.”
Mazzeo integra el equipo
de obstétricas del Hospital Escobar, donde con no poco esfuerzo logró que sus
intervenciones durante los partos fueran observadas como una alternativa
posible al sistema “tradicional”, e infinitamente menos traumáticas. “El punto
de partida fue el parto domiciliario de una pareja que vivía en el sur y se
mudó a Buenos Aires, donde construyeron una casa en el terreno de la abuela de
uno de ellos, ingresaron a páginas de Internet sobre parto humanizado, dieron
con nosotras y tuvieron a su bebé como lo habían imaginado. El muchacho, que
era carpintero, observó las posiciones que adoptaba su mujer al parir, y nos
dijo: “‘Ustedes necesitan un banquito especial; se los voy a fabricar’. Así
nació este banquito en forma de herradura con patas”, que hoy se ubica en la
habitación principal de la casa de partos y que al principio acompañaba en
secreto las guardias de fin de semana de Mazzeo. “¿Cuánto tiempo iba a durar
ese secreto en un hospital donde atendíamos unos quince partos por guardia? Era
muy jugado de mi parte llevar el banquito, pero ya se me había planteado la
disyuntiva y estaba muy movilizada con el tema, porque en cada parto
domiciliario iba replanteando mi imagen y mi rol de partera”.
Se ríe cada vez que
recuerda a algunos médicos que le permitían asistir partos “a su manera”, pero
que no cabían en sí por la angustia que les causaba “no hacer nada”. “Entraban
y salían de la sala mientras la mujer estaba realizando el trabajo de parto y
me decían: ‘Ale, está tardando mucho, hay que aplicarle oxitocina’; ‘Ale, ¿no
le vas a hacer episiotomía?, se va a desgarrar’; ‘Ale, no te arriesgués, hay
que hacer cesárea’. Yo intentaba tranquilizarlos y a cada ‘esperá, que está
todo bien’, se iban diciendo ‘no quiero ver, no quiero ver’. Al principio todo
fue medio bizarro, pero el tiempo dio sus resultados: los médicos equilibraron
la intervención y los neonatólogos vieron que los chicos nacían sanos y
vigorosos”. Hace un año y medio, “los delirios de la Mazzeo”, como se definían
sus prácticas en los pasillos de la guardia, se cristalizaron en “Iniciativa
Mejores Nacimientos”, del Hospital Escobar, un programa que se desarrolla en
ese servicio y asiste a un promedio de 500 parturientas por mes sin
intervenciones de rutina. “La mujer por parir no es una enferma ni una criatura
a la que hay que darle órdenes; los bebés nacen igual, nacen más rápido y todos
la pasamos mejor.”
Durante el último
Congreso de Ginecología y Obstetricia realizado en Tucumán, en septiembre
último, surgieron los porcentajes estimativos de lo que en términos perinatales
se entiende por “pasarla mejor”. Las estimaciones arrojaron que, en los
hospitales públicos de todo el país, las parteras asisten más del 85 por ciento
de todos los partos. Casi el 100 por ciento de las inducciones –trabajo de
parto con goteo– son hechas por parteras. Sólo entre un 4 y 8 por ciento de las
mujeres que atienden terminan en cesárea, mientras que los médicos realizan
hasta un 90 por ciento de cesáreas. En los hospitales donde el sometimiento bajo
el modelo médico hegemónico no es tan fuerte, la partera puede decidir partos
con menos episiotomías: del 8 al 10 por ciento. Los médicos las practican sobre
un 85 por ciento de la población femenina. “Somos expertas en lactancia, cuando
los obstetras y pediatras muchas veces carecen de actualización sobre el tema.
Somos un gran pilar en el que se apoya laatención de embarazadas adolescentes,
estamos capacitadas para resolver problemas de ginecología, como pérdidas de
embarazos, y hasta operamos en cesáreas junto con los médicos cuando falta un
cirujano”, advierte Lembo, que se desempeñó en el servicio de Maternidad del
Hospital Santojanni.
En uno de sus viajes al
sur del sur, la francesa Vendela Chignac quedó tentada por Buenos Aires y
porque “quería ver” cómo era su profesión en Sudamérica. “Me habían adelantado
que en esta parte del planeta el lugar de la partera era diferente; yo me había
formado en Alemania, donde existen casas de partos independientes atendidas por
obstétricas equiparadas con los médicos en responsabilidades y salarios. Aquí
todavía no hay modelos fuertes de partera, supongo que por un mito oscurantista
que debemos ir borrando”, dice y agrega el episodio con personal de la
inmobiliaria cuando decidieron alquilar la casa. “En medio de la explicación
sobre el uso que se le iba a dar a la propiedad, tuvimos que tranquilizar al
rematador y a la dueña de que no era para realizar abortos clandestinos. Les
costó entender que el ejercicio de nuestra profesión podía ser legal, incluso
si iba por afuera de un hospital o una clínica.”
La flamante casa de
maternidad cuenta con el apoyo de la fundación holandesa Mama Cash (la misma
que por estos días auspicia la campaña por un parto humanizado que protagonizan
famosas de la televisión vernácula), la habilitación de la Asociación de
Obstétricas de la provincia de Buenos Aires y reproduce el modelo de las casas
que hace veinte años funcionan en México, Guatemala, Trinidad y Tobago, Japón,
Francia, Australia y Nueva Zelanda.
“Está dirigida a mujeres
que buscan una alternativa a las unidades obstétricas y para quienes el parto
domiciliario, por diferentes razones, no es opción –detalla Mazzeo–. Los
centros de nacimiento no fueron diseñados para reemplazar el parto domiciliario
sino más bien para proveer de una alternativa a los partos medicalizados en una
unidad obstétrica convencional. Y a la vez disminuye las desigualdades porque
ofrece un servicio para mujeres que no tienen otra elección de acceder a
servicios fuera del hospital. Por eso creo que estos espacios contienen la
exclusión social creando un abordaje a la asistencia accesible, flexible, sin
juzgar y de puertas abiertas. Una casa de maternidad está libre de todo control
por parte de un hospital; es la parturienta quien tiene el control de todo lo
que les sucede a ella y a su bebé. Mientras que en los hospitales el dolor se
define como un mal que hay que fulminar con drogas, en las casas de partos se
comprende que el dolor tiene una función fisiológica y puede ser aliviado con
métodos probados científicamente como la inmersión en el agua, el cambio de
postura, la deambulación, el masaje y la presencia de la familia. En el
hospital la inducción es frecuente y emplea drogas muy poderosas que aumentan
el dolor y que suponen riesgos, mientras que en las casas de partos se estimula
con métodos no farmacológicos como la medicación homeopática, los paseos o la
estimulación sexual. En el hospital el equipo cambia cada ocho horas, mientras
que en las casas se cuenta con la presencia de la partera durante todo el
proceso. En el hospital se separa al recién nacido de la madre por diversos
motivos; en la casa siempre se los mantiene juntos.” A propósito de esto, no
fue un desliz, acaso, que en una de sus conferencias más recientes Marsden
Wagner, ex director del Departamento de Maternidad de la Organización Mundial
de la Salud (OMS) y referente ineludible en el tema, considerara que “puesto
que los países en el nuevo milenio se están alejando poco a poco de los restos
del feudalismo médico en su sociedad y caminan hacia unos servicios sanitarios
democráticos, el sistema autoritario de atenciónal parto que encontramos hoy se
convertirá en una situación cada vez más difícil de sostener. No se puede
engañar por siempre a la gente. El público demanda, cada vez más, unos
servicios de maternidad más transparentes y los médicos y los hospitales deben
rendir cuentas.”
Parir siempre constituyó
parte del mundo de las mujeres y siempre existieron “comadronas” para
asistirlas, “sin embargo los hombres necesitan estar en el centro y controlar y
manejar todo lo que ocurre a su alrededor”, acierta Wagner en tanto el manejo
de la situación queda en manos de un médico que desarrolla el papel activo
sobre una parturienta despojada del control de su propio parto. “No queríamos eso
para Valentina”, se espantan Laura y Martín, de sólo pensar que esa beba de mes
y medio que comparten entre brazos estuvo a poco de ser alumbrada sobre una
camilla metálica, entre las piernas de su madre heladas de frío, los cuerpos
sometidos por impaciencia de neonatólogos al roce carnal de lo que apenas dura
un suspiro. “Era la llegada de nuestra primera hija y como no sabíamos mucho,
pensamos tenerlo de la manera tradicional –dice Martín–, pero en la clínica
privada donde nos atendíamos nos daban cinco minutos para preguntar, el
obstetra ni me miraba, tenía un discurso provocativo, del tipo ‘ya van a ver’.
Todo era muy atemorizante y llegamos a los seis meses de embarazo sintiéndonos
muy desamparados.” Una conocida los contactó con Vendela, Marina y Alejandra,
“y empezamos a asistir a las reuniones de padres que se realizan en la casa de
maternidad los lunes y viernes de cada mes. Desde el primer día nos impactó el
conocimiento, la calidez y la humildad de las chicas, y esa mirada femenina no
interventiva, respetuosa de la pareja, sin paternalismos ni bajada de línea,
sin suficiencia”, sonríe Laura, todavía sorprendida por “ese tiempo que dejó de
ser cronológico para convertirse en vivencial”, desde el minuto de la primera
contracción, a las tres de la mañana, hasta la llegada de Valentina a este
mundo, cerca del mediodía.
“Nuestros cuerpos se
mantuvieron juntos durante casi todo el trabajo de parto: éramos uno solo
sintiendo activarse una parte animal, casi sexual, totalmente desconocida hasta
ese momento”, se emociona Laura. “Te sentís poderosa y a la vez contenida por
esas parteras que saben cómo decodificar lo que te va sucediendo” en esta forma
de nacer, que sugiere continuidad antes que ruptura, postración y ese silencio
de seudorrecogimiento que trasuntan los pasillos hospitalarios. “Veinte minutos
después del parto estábamos tomando mate en la cama y una hora más tarde me
levanté para meter en el lavarropas las toallas que habíamos utilizado. Me
siento orgullosa de haber podido contra tantos miedos y agradecida por haber
vivido esa instancia única de sentir que no somos enfermas, sino mujeres dueñas
de nuestros partos.”
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