Es una fresca y soleada tarde de junio. La casa de
Fran, en Floresta, es un gran útero: cobija, contiene, da lugar, florece y
engendra vida. El árbol de palta en el patio, inundado de frutos, es apenas un
preámbulo. En las habitaciones hay rastros evidentes, objetos y símbolos que
refieren a su trabajo diario. Libros, dibujos de mujeres pariendo, fotos de
bebés y embarazadas, esculturas aborígenes que rescatan las funciones ancestrales.
“Esta casa se arregló en 45 días con la ayuda de muchos padres y madres a los
que acompañé. Unos pintaron, otros donaron cosas, una amiga hizo las cortinas,
un papá vino a poner el aire acondicionado, otros arreglaron cosas”, cuenta mientras
nos lleva a recorrer cada uno de los rincones de su madriguera.
¿Por qué elegiste ser partero?
Porque me sentía muy cómodo con ese rol, lo venia
sintiendo desde hacía mucho tiempo y, en cuanto pude, decidí darle un marco de
legalidad y entrar a estudiar obstetricia en la Facultad de Medicina en la UBA.
Pero desde los 9 años que tuve claro que quería ser lo que soy. Ya entonces,
empezaba molestar y a visitar ciertos lugares o a cierta gente para poder
aprender, leer e investigar. Mi mamá, por su historia, su nacimiento, nuestros
nacimientos y nuestra crianza, tuvo mucho que ver.
¿10 años después, qué cambió en la facultad?
Yo cuestionaba todo, desde por qué había médicos y no
parteros dándonos clase. Pero también fui muy cuestionado por ser hombre. Tuve
encontronazos con profesores porque me trataban como una nena. Pero apenas
terminé la facu, me convocaron para dar una charla vocacional. Hubo un cambio
rotundo: de no existir parteros hombres pasaron a que fuese un hombre el que
daba la charla. Ahí me fui metiendo hasta llegar a dar clases. Las cosas van
cambiando. Con paciencia, se logran las cosas. Comencé dando Introducción a la
obstetricia y ahora doy Salud mental.
¿Cómo es ahora tu vocación?
Hay cosas que uno las sabe y otras que están en el
inconsciente y me tocaron, que no las se. Para mí, en concreto, hay una
historia y una crianza que me despiertan un lado femenino muy a flor a piel.
Además, tengo una vocación de servicio bastante importante y también me
atraviesa la religión en todo esto. Esta cuestión de ponerme en el lugar del
otro, de dar todo por el otro y de estar con las personas que más necesitan,
como las embarazadas. Que para mí es un placer. Compartir el nacimiento es un
milagro, un flash,
algo inentendible.
¿Cuándo empezaste ya sabías que querías trabajar con partos en casas?
Todo lo que fuese en
casa, me llamaba. Lo que más me gustaba era la imagen de ser el partero del
barrio, como el partero del pueblo. Pero no venía todavía con la militancia de
parir en casa. Sí había algo de mi historia que no me cerraba, porque yo viví
en la casa donde nació mi mamá. Ese relato me acompañó. Y también los cinco
embarazos de mi mamá, dos los perdió, y todo porque ella era negativa y nadie
se lo había dicho. A ella le recontra resonaron las cesáreas, no es que las
entendió fácilmente. Después, estudió la carrera a la par conmigo y sanamos un
montón de heridas juntos. No se recibió, pero leía y estudiaba conmigo. Y es
el día de hoy que cada vez que me voy a un nacimiento le aviso y cuando salgo
le cuento.
El que asistí yo solo
fue en el Hospital Fernandez, cuando ya estaba en la carrera. Porque como
alumno fui bastante molesto y pedía todo el tiempo estar en un nacimiento. En
ese primero llorábamos todos: lloraba la madre, lloraba yo, lloraba el bebé. No
lo podía creer pese a haberlo visto muchas otras veces. Ver que de esa vagina
salía una cabeza…
¿Cuántos partos
asististe hasta hoy?
Son un poquito menos de
2000 familias que llevo asistidas en 11 años.
¿Cómo surge el equipo de
Parir en casa, el grupo con el que trabajás?
Nace hace seis años,
quizás un poco más. Vendi (Vendela Chignac) y yo ya nos conocíamos. A mí se me
abrió una mirada muy feminista, me puse recontra militante y después empezó la
carrera en la facultad. Entonces había una casa, en Florida, Zona Norte, que
habían fundado Vendi, Alejandra Mazzeo Y Marina Lembo. Para el tiempo que
entré yo, llegó también Naty (Bronfen). Luego Marina se va y entra una camada
de parteras nuevas, mucho más chicas. Entre ellas se mataban y la casa
explotó. Así que, por afinidad, nos quedamos Vendy, Naty y yo. Y armamos el grupo.
Vendi después pare de vuelta y nos quedamos con Naty. Nos gustaba mucho
acompañar a cada persona en su casa pero también sentíamos la necesidad de
generar una casa para los que no la tenían. Hay gente que viene viajando y pare
acá, gente que está de paso. De ahí nos fuimos a otra casa en Capital,
aprovechado que Vendi estaba recontra puérpera. Primero estuvimos en
microcentro, de ahí nos fuimos a Almagro y ahora tenemos esta casa en San Telmo.
Ahí centralizamos todo, las entrevistas, los talleres, los testimonios. No
llega a ser una casa de nacimientos porque acá eso no existe ni está habilitada,
pero la idea es ir un poco por ahí.
¿Qué te hacía ruido de
los partos en institución?
Muchas cosas. No es un
lugar fácil. Tienen protocolos y normas y yo no me caracterizo por ser una
persona que se rige por protocolos. Entonces lo sufre uno como profesional, lo
sufren las mujeres pariendo, las familias que están afuera. Siempre pese al
dolor, está bueno encarar este momento desde el disfrute. Porque este momento
es único. Por ahí no se repite y si se repite quizá no es de la misma manera.
No es que me desagrada ni tengo nada contra el hospital, pero sé que no soy la
mejor persona para estar ahí. Yo quise cambiar algunas pautas y no me dejaban.
Lo que tiene que ver con la posición horizontal para parir es tremendo. O que
no puedan parir acompañadas. Cuestioné un montón de cosas y por eso me terminé
yendo.
¿Qué cambios planteaste
y no te dejaron?
Al ser hombre y ser el
primero, al principio me escucharon mucho. El machismo ese me cayó como anillo
al dedo porque por solo por ser hombre no me cuestionaban. Y tampoco me
cuestionaban porque, a pesar de que puedo tener formas extrañas o que no
gusten, amo lo que hago y eso se nota. Y Pero me cuestionaba en los hospitales
porque yo era amigo de las embarazadas. Para mí el vínculo es genial y necesario.
Hoy tengo 9 meses para generar ese vínculo hasta llegar al parto pero entonces
era una guardia, una noche como mucho, un rato. Entonces hacía cualquier cosa
para que una embarazada se sintiera cómoda. Asistí a una mujer de Suiza y me
aprendí antes todo lo de Suiza. De Bolivia acompañé a muchas mujeres y estaba
al tanto de costumbres, gustos y comidas, tratando de mimetizarme. Yo cuestioné
porque no se podía atender en la plaza y me iba a atender a la plaza. Escribía
los derechos en las remeras, pintaba las paredes de los hospitales. Reconozco
que fui muy hincha. En Laferrere clausuré la puerta del quirófano y escribí:
pensá dos veces lo que vas a hacer. En la sala de partos sigue un cartel que
dice: antes de entrar acá deja la violencia en el tacho de basura. Cuestioné
que había que usar ambo y dejé de usar ambo. Y siempre me visto parecido a
ellas, porque quiero que me vean como un par.
Son importantes esos
vínculos que se generan ahí… ¿Algunos te quedan después?
Que mi casa esté hecha
por embarazadas y sus familias lo dice todo. Creo que mucho tiene que ver con
no ponerme en el lugar de la sabiduría. Yo tengo algo para aportarles tanto
como ellas lo tienen para mí. Desde ahí se construye algo muy natural. Y yo
acompaño en lo que toque. Si hay que cocinar, cocino. Si hay que limpiar,
limpio. En el último hospital en el que trabajé, en Laferrere, lo que más hice
fue cocinar y elegir todas las noches a alguna embarazada y comer con ellas.
¿Por qué yo tenía que comer en otro lugar? ¿Por qué yo no podía cocinar o
repartir la comida?
¿Cómo es tu forma de
trabajar? ¿Dónde termina tu trabajo?
Hoy justamente le decía
a la mamá de Trayen: “Yo te acompañé, así que a partir de ahora te puedo ayudar
y acompañar el resto de tu vida”. Y ella me dijo: “yo también a vos”. Porque es
un vínculo recíproco.
Vos trabajás mucho con
gente que quizá no puede pagar el parto en casa, ¿Cómo hacés en esos casos?
Yo acompañé tanta gente
en Nordelta como en la 1.11.14. Y te puedo asegurar que tenían las mismas
dudas, las mismas ganas de parir. Obviamente no pagaron de la misma manera.
Algunos fueron haciendo cosas en lugar de dar plata. Tengo gente que me hace
ropa, gente que me hizo la casa. Eso es un ida y vuelta. Lo importante es que
de verdad esté al alcance de todos. Uno puede parir como quiera, donde quiera y
con quien quiera y no debería haber una traba económica para eso. Esa fue mi
primera pelea, porque no puede ser que escribas un libro sobre algunos valores
pero no te movés de tu casa si no te pagan. No es así. El lunes pasado conocí
una pareja, que está en la lona. Pero él es tatuador y… bueno, me harás algunos
tatuajes a mí y a mis amigos. Lo que menos haría es dejar de acompañar por una
cuestión económica. Es absurdo, es lo único que sé hacer y si encima me pongo
una traba sería un tarado. Además, me muevo en barrios extremadamente
humildes, en casas anarquistas, ni hablar de algunos lugares donde voy en los
que que la gente directamente no maneja plata.
¿Cómo definirías el
parto?
Es el momento más
trascendental que tenemos todos en la vida, tanto el que está naciendo, como el
que está pariendo y toda la familia que está acompañando. No importa si es el
primer hijo o el quinto. Es un momento milagroso. Es algo increíble. Tener
útero y poder parir es algo alucinante. Es un rito de pasaje y más que nunca
hay que respetar esos tiempos, los de esa personita que está viniendo y los de
esa mujer que está travesando ese proceso. Hoy parece que es más un trámite,
que hay mil partos en un día y a la gente se le vende eso, cuanto más rápido
mejor, como en los negocios de hamburguesas. Aunque, en algún momento, te cae
la ficha.
¿Cada vez más familias
deciden parir en casa?
Sí, claro. Antes no
conocían seguramente a nadie cercano y ahora todos tenemos una amiga o
conocemos a alguien que parió en su casa. Esto no es solo para los millonarios
o para el extremadamente hippie. Hay gente híper estructurada que lo está
eligiendo, cada vez se escucha más sobre la no vacunación. Cuando conocí a
Violeta (NdeR: su mujer y mamá de su futuro hijo) ella venía ya con el tema de
la no escolarización y yo pensaba: “está mal de la cabeza”. Pero ahora lo
entiendo más. Es como que una cosa trae la otra.
Sí, cuando se enteraron
de nuestro embarazo, todas las mujeres que acompañé hacen lo mismo que yo
hacía con ellas, me mandan mensajes todos los días para saber cómo estamos, si
necesitamos algo. Algunas parieron hace dos años y más. Seguramente nazca acá,
porque estamos muy instalados en esta casa. Ojala se den todas las cosas para
que nazca acá. Noviembre es una buena fecha.
¿Tenés un sueño? ¿Qué te
falta ahora?
Moría de ganas de ser
partero y soy. Moría de ganas de tener una casa y la tengo. Me falta parir
esto. Ahora estamos gestando y no veo la hora de que llegue la crianza. A mis
viejos les contaba: “Ya acompañe a 2.000 familias. Llegó la hora de que yo
tenga la mía”
“El parto es un rito de
pasaje y merece respeto”
Maternar en Tribu
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