Es la gente del mundo
que más ama
a sus hijos y mejor
tratamiento les hace.
Alvar Núñez Cabeza de
Vaca,
Naufragios
Se
lamentan algunos de que los niños vengan al mundo sin manual de instrucciones,
o de que no se pidan estudios y un título para ser padres. Detrás de estas
frases pretendidamente graciosas subyace la peligrosa creencia de que no se
puede criar adecuadamente a un niño sin seguir los consejos del experto de turno.
En realidad, los padres lo hacen en general bastante bien, como lo han hecho
durante millones de años. La mayoría delos errores que cometen no se les ha
ocurrido a ellos, sino que provienen de expertos anteriores. Fueron médicos los
que recomendaron hace un siglo dar el pecho diez minutos cada cuatro horas, lo
que llevó al fracaso casi total de la lactancia. Fueron farmacéuticos los que
hace apenas sesenta años vendían «polvos para la dentición» a base de mercurio,
sumamente tóxicos, que había que administrar a los bebés para hacerles babear,
pues la «baba retenida» causaba graves enfermedades. Fueron médicos y
educadores los que hace dos siglos advirtieron que la masturbación «secaba el
cerebro», e idearon terribles castigos y complejos aparatos para evitar que los
niños se tocasen. Fueron expertos los que hace cinco siglos recomendaban
envolver a los niños como momias para que no pudieran gatear, porque tenían que
andar como las personas y no arrastrarse por el suelo como animales. Es posible
que todos los errores que cometemos al educar a nuestros hijos sean el sedimento
de siglos de consejos erróneos de psicólogos, médicos, sacerdotes y hechiceros.
¡Menos mal que los niños no traen instrucciones, menos mal que no nos piden aún
el título de padre!
¿Cómo
ha de criar la coneja a sus conejitos? Hay una manera muy fácil de averiguarlo:
vamos al campo y observamos a cualquier coneja. Todas lo hacen perfectamente,
en la mejor forma que sus genes y su entorno permiten hacerlo. No necesitan leer
ningún manual de instrucciones; nadie les explica lo que deben hacer. Una
coneja que viva en cautividad también cuidará a sus crías perfectamente, lo
mejor que le permita su precaria situación. Toda su conducta maternal está
controlada por los genes. Pero con los grandes primates no es exactamente así;
las gorilas nacidas y criadas en cautividad, sin contacto apenas con otros de
su especie, son incapaces de cuidar adecuadamente a sus hijos. Muestran conductas
aberrantes que pueden causarla muerte de la cría. En algunos zoológicos han
recurrido a poner a las monas jóvenes junto a otras con más experiencia que
están criando para que observen; o a pasarles vídeos, o incluso a veces han
buscado madres humanas que dieran el pecho y cuidasen a sus hijos varias horas
al día delante de la jaula de una gorila embarazada.
¿Y
las personas? ¿Cuál es la manera normal de criar a un niño humano? Sólo tenemos
que observar a unas cuantas madres que vivan en libertad. Éste es el problema,
porque ya no quedan seres humanos «en libertad», es decir, guiándose únicamente
por sus instintos y sus imperativos biológicos.
Todos
vivimos «en cautividad», es decir, en ambientes artificiales y en el seno de
grupos humanos con normas culturales.
Como
las monas del zoo, muchas madres actuales parecen haber perdido la capacidad de
criar a sus hijos siguiendo sus propios instintos. Dudan, tienen miedo,
consultan libros, preguntan a expertos... Incluso se sienten culpables cuando,
años después, otro libro u otro experto les dice todo lo contrario.
En
Europa, en los últimos doscientos años, la forma de cuidar a los niños ha
sufrido cambios radicales, a veces oscilantes, que han afectado a los aspectos
más básicos: cuánto tiempo dar el pecho, a qué edad dar otros alimentos, dónde
ha de dormir el niño, cómo se le ha de poner a dormir, quién le hade cuidar
durante las veinticuatro horas del día, a qué edad puede empezar a ir a una
escuela o guardería, cómo vestirlo, dónde ha de jugar, qué normas se le han de
inculcar y con qué métodos... Cada generación de padres ha respondido a estas
preguntas de forma totalmente distinta, y muchos ya no sabríamos qué responder.
¿Era correcto lo que hacían nuestros bisabuelos? ¿Es correcto lo que hacemos
nosotros? O tal vez todo es correcto (y entonces, ¿para qué preocuparse tanto por
hacerlo «bien»?). O, peor incluso, a lo mejor tanto nuestros bisabuelos como
nosotros nos hemos equivocado, hemos seguido normas arbitrarias de falsos
expertos en vez de hacerlo que sería normal para nuestra especie.
Sin
duda las madres de hace cien mil años no necesitaban libros y expertos para
tomar en cada momento la decisión más acertada; lástima que no estuviéramos
allí para verlo. ¿Llevaban a sus hijos en brazos o en un cochecito? ¿Dormían
los niños con los padres o en otra habitación? ¿Hasta qué edad les daban el
pecho? ¿A qué edad empezaban a caminar? ¿Qué hacían las madres cuando los niños
decían palabrotas o se peleaban?
¿Cómo
les inculcaban disciplina, cómo les imponían límites?
Jamás
lo sabremos. Pero podemos hacer algunas suposiciones lógicas, puesto que no
había ni habitaciones ni cochecitos.
Ante
la falta de datos sobre nuestros antepasados, sentimos la tentación de fijarnos
en los pueblos a los que llamamos «primitivos». Hace muchos, muchos años,
cuando yo tenía nueve o diez, leí en un álbum de cromos que los aborígenes
australianos jamás pegaban a sus hijos. Aquella frase se marcó en mi cerebro y
marcó mi vida. No, mis padres no me pegaban; pero yo no sabía por qué. Pensaba,
como muchos niños que leían las aventuras de Zipi y Zape, o escuchaban por la
radio las historias de Matilde, Perico y Periquín, que pegar a los niños era lo
normal. En cada episodio, Zipi, Zape y Periquín acababan huyendo de sus padres,
que les perseguían para pegarles.
El
saber que era posible criar a los hijos de otra manera, que toda una
civilización había decidido no pegar a los niños, no por casualidad o porque se
portaran bien, sino por principio, fue para mí toda una revelación. He dejado
un momento el ordenador para ir a buscar aquel álbum que no abría desde hace
más de treinta años, pero que cambió mi vida, la de mis hijos y tal vez
también, amiga lectora, cambie la de los suyos.
Aquí
está la cita exacta:
La
vida de los niños australianos es muy agradable, ya que por grandes que sean
las dificultades que atraviesa el grupo al que pertenece su familia, ellos
reciben la mejor parte de la comida, son tratados siempre con gran cariño por
sus padres, que les regañan si hacen travesuras, pero nunca les castigan. ¡Mejor
todavía de lo que yo recordaba! No sólo no les pegan, sino que ni siquiera les
castigan. No soy ni mucho menos el primero que admira la manera de criar a sus hijos
de otros pueblos. En la cita que encabeza este capítulo, cabeza de vaca,
soldado y explorador del siglo XVI, no habla de los cultos aztecas ni de los
poderosos incas, sino de una tribu de indios desharrapados, pobres, hambrientos
y afligidos por las epidemias, que sin embargo acogieron a docenas de españoles
llegados en patera a las costas de Florida y, sin pedirles los papeles,
compartieron con aquellos emigrantes ilegales europeos lo poco que tenían.
¿Casualidad?
Parece que las personas que fueron tratadas con cariño en su infancia se convierten
en adultos más pacíficos, más amables, más comprensivos, y también más sanos y más
felices. Encontrará amplia información sobre estos efectos a largo plazo del
cariño en un libro excelente, Lazos vitales, de Shelley Taylor. Pero, por
supuesto, no vamos a tratar con cariño a nuestros hijos «porque así serán
más... ». No. Les trataremos con cariño porque les queremos. Si además eso les
hace a su vez más cariñosos, pues mejor todavía. Pero les trataríamos con el
mismo cariño aunque de mayores fueran a ser antipáticos, porque son nuestros
hijos.
Sería
un error creer que los «pueblos primitivos» tienen la respuesta, porque no
existen pueblos primitivos. Todos los pueblos que existen en la actualidad son,
por definición, actuales.
Todos
tienen detrás los mismos milenios de historia que nosotros.
Existen
centenares de culturas humanas distintas, y cada una tiene su propia forma de
criar a sus hijos. En algunos aspectos coinciden casi todas: el niño toma el
pecho, su principal cuidadora es su madre, durante los primeros años está en contacto
físico con su madre o con otra persona casi todo el tiempo. Es probable que
estos aspectos en que casi todos coinciden representen «lo normal», la forma en
que los primeros humanos criaban a sus hijos... y, en tal caso, debería
preocuparnos que nuestra cultura sea, precisamente, casi la única excepción.
Los
Human Relations Área Files (Archivos del Área de Relaciones Humanas) son una
organización internacional que agrupa a universidades y centros de
investigación en más de 30 países. Intenta recopilar todos los documentos de
investigación antropológica que existen, desde libros y revistas hasta notas y
escritos que jamás fueron publicados, y dispone de un millón de páginas de
información sobre 400 culturas pasadas y presentes. Los documentos relativos a
60 de esas culturas, representativas de los cinco continentes, han sido
incluidos en una base de datos electrónica que contiene 200.000 páginas de información.
Unos
científicos analizaron con detalle esa base de datos electrónica para comparar
la crianza de los niños en 60 culturas humanas (por desgracia, la información
es incompleta, y en muchos casos no se dispone de los datos necesarios). En 25
de las 29 culturas para las que se conocía este dato, los niños dormían con la
madre o con ambos padres. En 30 de 30 eran transportados a espaldas de su
madre. En ninguna, entre las 27 en que constaba el dato, dormía el bebé por la noche
en una habitación separada, y sólo en una de 24 estaba en una habitación separada
durante el día. En 28 de 29 culturas, el lactante estaba constantemente con
otra persona o vigilado. En 48 de 48 se amamantaba a los niños siempre a demanda.
En 35 casos había datos sobre la edad habitual del destete: antes del año en
dos culturas; entre un año y dos en siete,
entre dos y tres en catorce, y más de tres años en doce.
Casi
todos coinciden en lo fundamental; pero en otras costumbres, como el vestido o
la alimentación, cada cultura es distinta, y seguro que muchas han encontrado
soluciones igualmente correctas. La conducta de los chimpancés es más variada y
adaptable que la de los conejos; seguro que la conducta humana es más adaptable
aún, seguro que existen muchas maneras distintas de criar bien a un hijo.
Pero
también hay costumbres tradicionales de algunas sociedades, como ciertos
tatuajes y mutilaciones, que son perjudiciales para el niño. Y seguro que
muchas cosas de nuestra cultura, como llevar zapatos o aprender a escribir, son
beneficiosas y no tenemos por qué renunciar a ellas. No, la respuesta no es
intentar criar a nuestros hijos igual que los bosquimanos o los esquimales.
Así
que no va a resultar fácil decidir qué es lo mejor para nuestros hijos, cuál es
la manera normal de criar a un ser humano. Tendremos que observar lo que hacen
otros mamíferos, sobre todo nuestros parientes los primates. Tendremos que
comparar lo que hacen diversas sociedades humanas y elegir aquellas cosas que
parezcan funcionar mejor. Tendremos que usar nuestra razón para intentar
adivinar cómo vivían nuestros antepasados y por qué los niños son como son.
Sobre
todo, tendremos que usar nuestro corazón; mirar a nuestros hijos y pensar en la
manera de hacerles felices.
Fuente:
Bésame Mucho, Dr. Carlos González, pediatra catalán
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