En La Plata son cada vez
más las mujeres que optan por tener un parto domiciliario, ajustándose a los
tiempos naturales y sin intervención médica. Es una modalidad que definen como
“nacimientos respetados”.
Historias y testimonios detrás de la tendencia
Por
CINTIA KEMELMAJER
No le dice a la mamá en qué posición ponerse para parir. Ni
cómo ni cuándo tiene que pujar. Tampoco le hace estudios durante los nueve
meses del embarazo ni le receta suplementos alimentarios o restringe ciertas
comidas. Ni siquiera, llegado el caso, trata de inducirle el parto.
Fernando Daverio es un
obstetra que no usa guardapolvo blanco porque no le encuentra sentido y asiste
partos interviniendo sólo en casos de complicaciones. Eso le sucede apenas el
10% de las veces. Cuando llega a la casa de la mujer a punto de parir, deposita
en un rincón su valija negra de viaje en la que lleva guantes, tubo de oxígeno,
máscara de ventilación, sueros, jeringas, medicaciones, anestesia,
antibióticos. La lleva siempre por si acaso aunque nunca la abre. Después, toma
mate, café o lo que le ofrezcan en la espera, que puede ser de unas pocas horas
o de tres o cuatro días. En ese lapso, cada tanto, si la ve inquieta le sugiere
que se bañe, que mire una película porque falta mucho para que nazca el bebé o
que pruebe vocalizar la letra “o” para abrir el canal de parto. Y cuando a
ellas les vienen las ganas o necesidad de hacerlo, y sólo entonces, ellas solas
-”porque solas pueden hacerlo”- dan a luz a su hijo. -”Muchas veces no hago más
que cruzar la puerta y las mujeres paren”, dice sentado en la mesa del patio
del jardín de su casa en Punta Lara. “Yo creo que es una cuestión psicológica,
que me ven que estoy ahí y les da seguridad”.
Vive allí hace seis años, y hace dos y medio
que atiende lo que define como “nacimientos respetados”. Los llaman de
distintas formas -parto respetado, parto humanizado-, pero Fernando insiste en
nombrarlos como nacimientos. Porque esta corriente de la medicina, dice, no se
limita al momento del parto, sino que integra a la mamá y al bebé en un entorno
respetuoso. Dice que humanizado no es, justamente, el término correcto: “La
idea es sacarle toda la intervención con que el humano cargó a las mujeres
durante su embarazo; animalizarlos”.
A Eugenia Karabas le
parecían “avasallantes y brutales” las historias de sus amigas que habían
parido en hospitales. Cuando a los 37 años quedó embarazada, buscó algo
distinto. Siempre había soñado con tener el parto en su casa. Probó con un
obstetra, pero le dijo que La Plata no era una ciudad preparada para partos
domiciliarios: “No tenemos la infraestructura de servicios de emergencia
desarrollada como en Europa”. Probó con otro. “Tu bebé estaba colocado en
posición podálica adentro de la panza, el único camino posible es la cesárea”.
Pero a Eugenia el hospital le daba miedo. No quería manoseo, no quería estar
con mucha gente, no quería ser medicalizada. “Si como seres humanos nos venimos
reproduciendo desde siempre naturalmente, ¿por qué ahora tengo que ir al
hospital a parir como si estuviera enferma?”, repetía a sus amistades y su
familia. Que no se hiciera la hippie ni la excéntrica, era la respuesta de su
entorno. Le decían que pensara en su bebé y que no se expusiera a correr
riesgos.
Dionisio nació por
cesárea en la clínica Mater Dei, pero no un 30 de marzo como los otros médicos
habían previsto, sino recién el 12 de abril. Y no fue una cesárea más. Antes,
Eugenia estuvo 27 horas en trabajo de parto en su casa, adonde planeó todo como
para dar a luz con el acompañamiento del obstetra. Eugenia estuvo todo el
tiempo en su pieza, sola, hasta que en un momento no sintió más movimiento en
su panza y dijo estar muy cansada para pujar. “Fue un proceso muy respetuoso.
Por eso, finalmente, ir a cesárea no me deprimió”. Ahora, Eugenia está
embarazada de nuevo y quiere volver a repetir la experiencia. “Fue hermoso y
mágico: desde el trabajo de parto empecé a comunicarme con mi hijo. Mucho más
aún, ahora pienso que el parto debe ser respetado”.
Daverio tiene 38 años,
dos hijos que fueron los primeros “partos respetados” en los que estuvo
presente, y más de 50 partos domiciliarios asistidos en los dos años y medio
que transcurrieron desde que decidió llevar a cabo su filosofía respecto al
momento del nacimiento. La formación -dice- no la encontró en la facultad de
Medicina de La Plata adonde estudió. Tampoco en la residencia en ginecología y obstetricia
que cursó en el Hospital Gutiérrez. Allí, por el contrario, asegura que vio
prácticas que no figuraban en los libros pero que se tomaban como parte
establecida de la atención: por ejemplo, que el médico rompa la bolsa de la
embarazada con las manos. Cada vez que Daverio preguntaba el por qué de
aquellas intervenciones, “la respuesta era vaga y poco basada en la evidencia
científica”. Hasta que, al terminar la residencia, se fue a Jujuy a estudiar el
parto en las comunidades originarias. Ahí sí, sintió que encontraba lo que
buscaba.
Los partidarios de esta modalidad destacan que
hasta hace doscientos años, las parteras acudían a la casa de las embarazadas y
asistían el parto respetando los tiempos naturales y la posición que la madre
quisiera adoptar para tener a su bebé. En el siglo XX, con los avances de la
medicina, el parto se mudó del domicilio al hospital, tomando a la embarazada
como a una “paciente” que, por su condición, debía ser intervenida por médicos,
máquinas y drogas. Pero entonces, entre 1980 y 1990, surgió una reacción al
“intervencionismo” médico que ha progresado hacia esta tendencia minoritaria
pero creciente: volver a que la madre sea la que decida sobre su embarazo. Lo
que llaman “nacimiento humanizado”.
Daverio resume lo que
considera el problema actual de la medicina en una sola palabra que repite
infinidad de veces durante la charla: riesgos. “La sobrevaloración de los
riesgos en la medicina es el gran culpable. El fantasma de los riesgos posibles
se traslada a la mujer embarazada y le causa, sin chances, mucho miedo. Y parir
con miedo es imposible”. Distintas teorías avalan lo que sostiene -Michel
Odent, Robbiei Devis Floyd, Ina May Gaskin- y se encargan de temas que antes no
se consideraban científicos, como la conexión entre las hormonas que libera el
cuerpo y las emociones, que sustentan la necesidad de un parto respetado. Estos
científicos estudiaron que las emociones responden a estados bioquímicos
cerebrales y del cuerpo en general, diferenciando dos estados emocionales
principales, es decir dos grupos de producciones hormonales distintos y
contrapuestos que son los que regulan el funcionamiento del cuerpo: el sistema
de lucha y huida (con la adrenalina como hormona estrella y el cortisol como
secundario, que provocan estados emocionales que se corresponden con el estrés,
el miedo, la preocupación, la ira); y el sistema de calma y contacto (sus
hormonas principales son la oxitocina, la prolactina, las endorfinas, que
ayudan a poner el cuerpo en estado de relajamiento).
En el parto, explica
Daverio con la rigurosidad del que memorizó todas las teorías para poder
rebatir cualquier crítica, se necesita, prácticamente, una desconexión del
sistema de lucha y huida, y un funcionamiento a plenitud del sistema de calma y
contacto. Sino, el propio cuerpo se resiste: libera adrenalina y frena la
salida del bebé y los mecanismos de expulsión, para protegerlo, porque
aparentemente están ante un riesgo. Bajo el estrés del hospital -continúa
Daverio- se hace muy difícil el nacimiento, y ante esa situación la medicina
decide actuar generando un trabajo de parto artificial, producido por la
intervención: se le induce el parto, se dilata el cuello del útero con las
manos, se tracciona al bebé con fórceps. Todas estas intervenciones -afirma-
pretenden forzar el alumbramiento como si fuera natural, cosa que es imposible
cuando el cuerpo se está resistiendo. “Sacar un bebé a la fuerza genera
complicaciones serias, en la madre y en el bebé”.
La historia de Florencia
Larralde, de 28 años, empieza como la de Eugenia pero termina distinto. Desde
que quedó embarazada, también supo que no quería tener a Betania en un
hospital. De chica había tenido internaciones por ataques de asma, y su
recuerdo de las instituciones médicas era traumático. Sabía que al momento de
parir, ahí no se sentiría ni abierta ni relajada. Daverio la acompañó durante
todo el embarazo.
Cuando decidió que quería tener un nacimiento
humanizado, otra vez, la reacción del entorno no se hizo esperar. “Eso fue lo
peor de los nueve meses, no sentirme apoyada”. Durante la gestación, Florencia
asistió a charlas quincenales con las otras parejas atendidas por el obstetra.
Allí se habló de los miedos de cada una, del miedo al dolor, al desgarro, a las
contracciones. “Fernando me dio confianza de que mi voz se iba a escuchar, y
así fue. Yo era candidata a cesárea: tuve 20 horas de trabajo de parto, cuando
en el hospital más de ocho no te esperan”, dice hoy con Betania, de tres meses
de vida, en brazos. En esas veinte horas de parto Florencia pasó, como una
contorsionista, por todas las posiciones imaginadas. Hizo el trabajo de parto
en el baño en cuclillas, parada, arriba de una silla, acostada en el piso, en
la cama, de costado. No podía verbalizar nada, ni quería que le hablen, nada de
música y menos que prendan una luz. Quería silencio.
En el mientras tanto, la
partera le hizo sólo dos tactos -cuando ella quiso- para saber la dilatación.
Nada más. “En mi vida siempre sentí que a mí la gente me apura, y en el parto
me di cuenta que yo me apuré. Estuve dieciocho horas intentando que salga, mi
mente me decía que no iba a poder, hasta que a la hora diecinueve me relajé y
todo se dio solo”.
La conclusión de
Florencia es que el cuerpo sabe lo que tiene que hacer, y que el secreto es
estar en contacto con uno mismo. Dice que fue la experiencia más fuerte que
vivió, incomparable: “Me salió un bebé de adentro, me parecía imposible y
pude”. Una hora después de que nació Betania, todo volvió a la normalidad en la
casa de Florencia y Alex, su pareja. El festejo inmediato fue con delivery
incluido: tortillas de verdura, milanesa de pollo.
Pamela Leclerc es madre
de dos hermosos mellizos de dos años que cría con devoción, y trabaja en el
Consejo Provincial de las Mujeres, pero antes de la maternidad, se las vio
difíciles. En su primer embarazo, sufrió preeclampsia (hipertensión arterial).
Había engordado seis kilos en un mes pero su médica obstetra sólo la cargaba
por estar “gordita”. Ella repetía que se sentía mal, pero nadie la escuchaba. “Interpretaban
por mí lo que podía estar pasando”. En la semana 34 decidió cambiar de obstetra
y la nueva médica le dijo que el bebé padecía sufrimiento fetal. Lo tuvo por
cesárea, pero el bebé vivió solo un mes y falleció.
Justo un año después de
duelar y salir adelante, volvió a quedar embarazada. Esta vez fueron mellizos.
No tuvo opción de tener un parto natural: desde el vamos, le dijeron que
embarazo múltiple “es patológico” y sólo los podía tener por cesárea. Así lo
hizo, pero ahora, pasado el tiempo, cambió de idea: “tendría otro hijo sólo si
me aseguran que voy a tenerlo natural”.
La experiencia con los partos le dejó
una marca que se convirtió en una militancia. “Me encontré con un montón de
mujeres que la pasaron tan mal como yo en sus partos”. Hoy, desde el Consejo
Provincial de las Mujeres, organiza una campaña que será lanzada próximamente
para concientizar en los hospitales “sobre la violencia obstétrica y los
derechos que madres e hijos tienen en el entorno del hospital pero que nadie
respeta”.
“La atención a la mujer
embarazada- tenemos que decirlo- es una atención violenta en la que no se
respetan sus necesidades, ni sus derechos contemplados en la ley que se
estableció hace diez años prácticamente”, señala Daverio. Se refiere a la Ley
25.929 de Parto Humanizado, sancionada en 2004, que establece los derechos de
padres e hijos durante el nacimiento, entre ellos, optar libremente sobre cómo
tener un hijo, y que las obras sociales cubran los partos domiciliarios. La ley
todavía espera su promulgación. Existen, por supuesto, argumentos que
cuestionan esta corriente y ponen reparos con otros fundamentos. Hay médicos
que hablan de una “militancia peligrosa” en favor de los partos domiciliarios.
Lo cierto es que, aunque todavía pocas, son cada vez más las mujeres que
evalúan esta alternativa o la analizan en su ámbito familiar.
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