Tras décadas en las que
la lactancia materna casi se extinguió en Occidente, los últimos años están
siendo testigos de la vuelta de la cultura del amamantamiento, pero también de
debates y malestares entre las madres y en la sociedad.
“LACTIVISTA” es un libro pequeño pero intenso que, desde un
gran conocimiento científico y también con cariño y respeto, analiza el amplio
mundo de la lactancia en el siglo XXI. La autora es la psiquiatra Ibone Olza*,
gran defensora de los derechos de los bebés y las madres, quien con este
trabajo hace una gran contribución para que comprendamos más y avancemos más
lejos…
“El pecho no es lo
mejor” es el primer capítulo** del libro:
Hay madres que han
intentado amamantar y lo han dejado a la semana del parto, con grietas en los
pezones y dolor en el alma. Madres seropositivas que han optado por la
lactancia artificial para excluir por completo la posibilidad de transmitir el
VIH a sus bebés por la leche. Madres que sufrieron abusos sexuales en a las que
la sola idea de que el bebé succione su pecho les produce un profundo malestar.
Madres anoréxicas o bulímicas a las que alimentar a sus bebés les supondrá un
esfuerzo gigantesco y tal vez una recaída. Madres que son maltratadas en sus
partos y que salen del paritorio anuladas y sin ninguna energía para poder
sostener a sus bebés. Madres que adoptan y madres consiguen serlo tras haber
superado un cáncer.
Son infinitas las
razones por las que una madre puede decidir no amamantar, y cada una de
ellas merece el máximo respeto. Lo que verdaderamente necesitan todos los
recién nacidos sin excepción es sentirse queridos, no solo por sus madres sino
por toda una familia o comunidad. Las madres siempre necesitan respeto, apoyo y
reconocimiento.
Si amamantar se
convierte en una obligación o en un mandato, apaga y vámonos. Si hay madres que
se sienten criticadas, juzgadas o rechazadas por decidir no amamantar, lo
estamos haciendo mal las y los que defendemos las bondades de la lactancia
materna. Cada madre sabe qué es lo mejor para ella y para su bebé.
Las circunstancias pueden ser tremendamente complejas. Ha llegado el momento de
que hagamos una reflexión profunda. El mensaje que estamos dando los que
promovemos la lactancia debe ser cambiado, o al menos matizado.
Como lactivista me
preocupa mucho que la defensa de la lactancia materna pueda hacer que las
madres que no han dado el pecho se sientan mal, culpabilizadas o angustiadas
por la salud de sus hijos e hijas. Decir que el pecho es lo mejor es señalar o
culpabilizar de alguna forma a las madres que no optan por el amamantamiento.
Cuando ponemos el superlativo «lo mejor», damos en cierto modo a entender por
la disyuntiva que no darlo es lo peor. ¿Qué madre no quiere lo mejor para su
bebé? En ocasiones, lo mejor es enemigo de lo bueno.
Entre los años 2004 y
2006, la Agencia Pública de Salud de la Mujer del Departamento de Salud
estadounidense lanzó una agresiva campaña para promover la lactancia materna.
Se centraba en alertar de los riesgos de la lactancia artificial.
La campaña se difundió en todos los medios y llegó a incluir imágenes de
mujeres embarazadas subidas a un toro mecánico con el titular «Nunca correrías
esos riesgos embarazada, ¿por qué hacerlo una vez que el bebé ha nacido?». Joan
B. Wolf, profesora de estudios de género en la Universidad de Texas, realizó un
análisis muy crítico de la campaña. Para ella, esta se incluía en algo más
amplio: la presión para la «maternidad total». Una especie de código
moral que presiona a las madres para que sean expertas en todo, en cada una de
las dimensiones de la vida de sus bebés, comenzando desde el útero, renunciando
a su individualidad o quedando reducidas a meras sirvientas cuya tarea
principal consiste en proteger a sus criaturas de todos los riesgos. Wolf se
preguntaba, además, si era ético provocar miedo y ansiedad a las madres para
intentar que amamanten y cuestionaba las, según ella, presuntas ventajas de la
lactancia materna, criticando la metodología de los estudios que le parecían
poco rigurosos (Wolf, 2007).
Desde luego que
angustiar o amenazar a las madres que optan por no dar el pecho no es la manera
de promover la lactancia materna, sino más bien de enfrentar y dividir
una vez más al colectivo de mujeres madres y probablemente a la
sociedad. Dar el pecho no es lo mejor, pero sí lo normal (como bien dice en su blog la lactivista Patricia López Izquierdo). La
leche materna es el mejor alimento para los más pequeños, pero dar el pecho no
es siempre lo mejor: a veces, por desgracia, es lo más difícil.
Hay un grupo de apoyo en
internet para las madres que optan por la lactancia artificial: Fearless Formula
Feeder es un grupo de apoyo en la alimentación del lactante fundado
por Suzanne Barston. Merece la pena escuchar a las madres que dan el biberón
contar cómo se han sentido juzgadas por algunos profesionales sanitarios o
avergonzadas al dar el biberón en según qué lugares.
El problema es que hay
muchos intereses ocultos que pueden condicionar la libre elección de las
madres. El negocio que supone para la industria farmacéutica y
alimentaria el mercado de la lactancia artificial es incalculable. Y esa
industria tiene unos tentáculos alargados que llegan mucho más lejos de lo que
se podría imaginar, de maneras invisibles o sutiles.
Para empezar, el negocio
de la leche de fórmula campó a sus anchas durante la segunda mitad del siglo
pasado erradicando casi por completo la cultura tradicional del
amamantamiento.
«Formula feeding is the
longest lasting uncontrolled experiment lacking informed consent in the history
of medicine» [«La lactancia artificial es el experimento más duradero sin grupo
control ni consentimiento informado en la historia de la medicina»]. La frase
es de Frank Oski (1932-1996), que fue catedrático de pediatría de la John
Hospkins y editor de la prestigiosa revista Pediatrics. Todavía a día de hoy es difícil
conocer las consecuencias a largo plazo de la introducción masiva de
la lactancia artificial como manera de alimentar a los bebés a partir de los
años cincuenta y sesenta en el mundo occidental.
Eso generó que
actualmente sean una minoría las mujeres adultas que han sido amamantadas en su
infancia o que han visto lactancias gozosas en su entorno. Amamantar es mucho
más fácil si has crecido viendo a muchos bebés y niños o niñas tomando el pecho
en cualquier lugar, a todas horas y de cualquier manera. Intentarlo sin haber
conocido de cerca otras lactancias puede ser muy difícil.
Por otra parte, aunque a
menudo se ha mencionado la introducción de la lactancia artificial como uno de
los avances que permitió a muchas mujeres la incorporación al mercado laboral,
en realidad este supuesto avance tiene poco de liberación, y mucho de
sumisión a una lógica capitalista que actúa en contra de los deseos de madres y
criaturas.
Paradójicamente,
conforme avanzó la liberación de la mujer se incrementó la presión sobre el
cuerpo de las mujeres. Lo que seguramente no tenga tanto de paradoja y sí mucho
de lógica. Se trata más bien de un desplazamiento de la presión que la hace más
sutil e invisible: ahora somos nosotras mismas las que interiorizamos y
ejercemos la presión dañando «libremente» nuestros cuerpos. Como dice la
feminista Naomi Wolf: «la dieta es el sedante más potente de la historia de
las mujeres». Y así en este mundo prácticamente todas las mujeres estamos
expuestas diariamente a imágenes y mensajes que nos recuerdan que más delgadas,
más altas, más rubias, más blancas, con menos pelos y menos arrugas estaríamos
mejor… ¿Quién puede pensar que en semejante contexto una elección como no dar
el pecho sea siempre un acto de libertad? ¿Es realmente libre la mujer que
elige ponerse implantes de silicona en el pecho para sentirse mejor, más
aceptada o más deseada? ¿O está por el contrario totalmente sometida a una
cultura alienante que la anula diariamente de diversas formas sutiles y
perversas? Hablando de perversión, merecería la pena mencionar a los médicos
que en vez de respetar el principio de la medicina de no hacer daño —Primum non
noccere— operan a mujeres totalmente sanas recortando, amputando, mutilando o
plastificando las carnes de sus órganos sexuales, ya sean los pechos o incluso
los genitales externos.
Sueño con un mundo en el
que ninguna mujer odie su cuerpo. La
presión actual sobre los cuerpos de las mujeres se ensaña especialmente con las
madres: debemos borrar las huellas del embarazo cuanto antes de nuestros
cuerpos.
Ser madre hoy en día, en
esta sociedad patriarcal y capitalista, no es nada fácil. La presión, como
decía, es brutal, y al mismo tiempo invisible. Las portadas habituales de las
revistas del corazón nos recuerdan los estereotipos más actuales: «Fulanita recupera
el tipazo a las cuatro semanas de dar a luz». Borrar las huellas del embarazo
en el cuerpo, junto con una idealización ñoña de la maternidad, que infantiliza
y simplifica al máximo la complejidad de un momento vital de intensidad
absoluta. «Tengo un bebé muy bueno que duerme toda la noche». «La experiencia
más maravillosa de mi vida». No caben las ambivalencias, ninguna mujer
reconocerá públicamente las dificultades, las soledades, los miedos o
los agobios normales en el puerperio.
Escuchando cotidianamente
a las madres, compruebo lo difícil que puede ser la lactancia. Entiendo que
muchas no quieran dar el pecho más allá de las primeras semanas o primeros
meses. Me desespero al comprobar el escaso apoyo que encuentran las madres
cuando tienen dificultades severas con el amamantamiento: las grietas, el dolor
o la depresión raramente son tratadas eficazmente. Sí, te dicen que des el
pecho, pero casi nadie sabe cómo ayudarte con los problemas que con
frecuencia surgen al inicio. Dar el pecho con dolor es terrible y síntoma
de que hay un problema que diagnosticar y tratar.
Igual que conozco de
primera mano lo incompatible que resulta mantener la lactancia en la mayoría de
los trabajos, lo ridícula que puede resultar incluso la hora de permiso por
lactancia cuando no se pueden flexibilizar horarios o trabajar desde casa. Al
capitalismo sin duda le beneficia que haya tantas lactancias que terminen
abruptamente por un mal asesoramiento: más negocio de leche artificial, más
demanda de antibióticos, más mercado de medicamentos para muchas enfermedades
cuyo riesgo aumenta con la lactancia artificial.
Soy feminista y para mí eso significa, entre otras muchas cosas,
defender y apoyar la lactancia materna: ser lactivista. Pero no
como sacrificio ni como martirio, sino como fuente de placer y bienestar… Por
gusto, por salud, por disfrute.
La leche materna es el
mejor alimento para los bebés, pero dar el pecho no es siempre lo mejor.
IBONE OLZA
**”Lactivista” está editado por Editorial ObStare y estos son
sus capítulos:
- El pecho no es lo mejor
- Por qué soy lactivista
- El placer de la lactancia prolongada
- Padres de lactantes
- Palabra de lactante: ¡deliciosa! la leche
de madre
- Dar el biberón como si fuera el pecho
- Lactancia prohibida
- Falta mucha teta
- Lactancia compartida
- ¿Buena leche de mala madre?
- Lactancia prolongada fuera del armario
- Oxitocina intraparto y lactancia
- La mujer y la madre
- Lactancia contra pronóstico
- En apoyo a Paricio. E-lactancia
- Buena leche de madres insumisas
- Amamantar después de un parto traumático
- Los prejuicios acerca de la lactancia
prolongada
- Lactancias de médicas
- Cerebros lactantes
- Promover la lactancia prolongada
- Vía Láctea
- Lactancia adoptiva
- Peligroso sacaleches
- Desmontando a Estivill
- Destetando
- Bibliografía
- Anexo: Lactancia para psiquiatras
- Referencias
- Agradecimientos
*IBONE OLZA es médica, especialista en psiquiatría
infanto-juvenil y perinatal, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid,
invetsigadora y escritora. Ha sido cofundadora del foro Apoyocesáreas y de la
Asociación El Parto es Nuestro. Es co-autora del libro “¿Nacer por cesárea?
Evitar cesáreas innecesarias. Vivir cesáreas respetuosas” (ENTREVISTA) y autora del cuento “Hermanos de leche”. Su blog
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