jueves, 28 de febrero de 2013

Puerta abierta al secreto mejor guardado de la lactancia materna


 Yo pensaba, como asesora de lactancia que aspiraba a convertirse en IBCLC, que estaba bastante al día en todos los temas relacionados con la lactancia a los que una madre podía enfrentarse mientras daba pecho. Así que estando embarazada de mi tercer hijo me imaginé que mientras mi parto en casa trascurriese sin ningún obstáculo, sería fácil "navegar" por el postparto. Y así fue… al principio.

Mi bebé era un cielo y nuestra "luna de miel", de ensueño. Pero entonces la luna de miel terminó de forma abrupta cuando, justo antes de la liberación de la leche y en todas y cada una de las tomas, empecé a tener una sensación abrumadora de culpa, terror y horror. No sentía ningún dolor, ni problemas físicos, solo un torrente de emociones negativas que me golpeaban en el estómago apareciendo de ninguna parte, y que desaparecían unos momentos después de que la leche saliese por mi pecho. El resto del tiempo me sentía genial, contenta en nuestra nueva casa que había preparado como nido, con un marido que iba a estar conmigo durante cinco semanas y una familia cerca para apoyarme.

Solo se interponía en mi felicidad ese horrible sentimiento que aparecía cada vez que daba el pecho o entre las tomas si me bajaba la leche por algún otro motivo. Nunca antes había experimentado estas sensaciones al amamantar a mis otros dos bebés. Tampoco había oído hablar de ello en mis cursos de lactancia. ¿Era yo la única que se sentía así? ¿Cómo podía ser que no hubiese oído hablar de esto? ¿Podía contárselo a alguien? ¿Me atrevería a contárselo a alguien? ¿Qué pensarían de mí…?

Sí que me atreví a contarlo y, de hecho, se lo dije a todo aquel que quiso escucharme. Al compartir mi historia me encontré con cientos de madres a las que les pasaba lo mismo y nos dimos cuenta de que lo que nos ocurría no tenía un nombre y de que nadie sabía exactamente por qué pasaba. Decidí contactar a través de internet con renombrados profesionales de la lactancia y estas personas se hicieron cargo de la magnitud de nuestro problema y tomaron nota de estos cientos de mujeres que lo estaban viviendo, incluyéndome a mí, ayudándome a investigar este fenómeno, un fenómeno del que nadie estaba hablando.

El secreto mejor guardado de la lactancia materna es una condición que afecta a las mujeres lactantes y que se caracteriza por una disforia abrupta, o grupo de sentimientos negativos, que ocurre justo antes de la liberación de la leche y que continúa por no más de unos minutos. Se llama Reflejo de Eyección de la Leche Disfórico o D-MER (NT: del inglés, Disphoric Milk Ejection Reflex) y parece más frecuente entre las mujeres que dan el pecho de lo que nadie antes se habría imaginado.

El D-MER era una condición no reconocida antes del 2008, pero el fenómeno no es necesariamente nuevo en sí mismo. En algunas pequeñas comunidades online ya se había discutido entre madres lactantes, aquellas que habían decidido seguir amamantando a pesar de todo y que habían encontrado el valor para preguntar sobre lo que les ocurría.

El tema salía de vez en cuando entre los profesionales de la lactancia pero siempre se desestimaba rápidamente; la respuesta habitual era "solo es una caso aislado" o "no estamos seguros de lo que lo causa, solo sabemos que pasa, pero muy raramente", o se entraba en las preguntas tipo: "¿Fuiste sexualmente abusada de niña? ¿Querías este bebé? ¿Tuviste una experiencia de parto traumática anterior?"

Nadie había hecho el esfuerzo hasta entonces de buscar exactamente cuántas mujeres se veían afectadas o de investigar la causa…hasta ese año. El resultado de esta investigación fue que el D-MER no tiene ninguna relación con un estado psicológico. Es 100% hormonal y químico, y una condición completamente fisiológica.

Cuando una madre lactante sufre de D-MER habitualmente comienza a tener una breve aparición de sentimientos negativos que preceden a la bajada de la leche, al cabo de una semana de iniciarse la lactancia y coincidiendo con el establecimiento de la lactogénesis II o III. No está provocado necesariamente por el contacto de la boca con el pezón; puede pasar también cada vez que se activa el reflejo de eyección de la leche por reflejo condicionado (al quitarse el sujetador u oír llorar a un bebé), por la estimulación del pezón (por el bebé o por la extracción de la leche) o por bajadas espontáneas. Esta reacción emocional aparece de pronto y de manera muy intensa en forma de una fuerte oleada que se disipa después de que la leche se haya liberado del pecho. Dependiendo de la intensidad del D-MER, este puede repetirse en cada bajada posterior.

Esta condición está bastante alejada de la depresión postparto. De hecho, la mayor parte de las madres que sufre D-MER no tiene ningún tipo de desorden postparto en absoluto y se sienten muy felices y normales hasta que se activa el reflejo de eyección de la leche (MER). Estas emociones, que surgen de repente y de la manera más injustificada, hacen que se sientan confusas; se sienten solas, como si fuesen la única mujer que experimenta esta sensación mientras amamanta, como una mala madre por su reacción emocional y, aunque unos minutos después tras la liberación de la leche se sientan bien, les queda en general una experiencia muy desagradable de la lactancia. Viven en un mundo en el que les da terror la siguiente toma porque tendrán que pelear con los intensos y nebulosos demonios emocionales1. Es una montaña rusa emocional que para una madre lactante con D-MER se repite de 9 a 15 veces al día.

Cuando se inició la investigación sobre el D-MER, esta comenzó simplemente encontrando y reconociendo que un gran número de madres lactantes lo estaban experimentando. Lo que resultó muy sorprendente es que cada una de ellas pensaba que estaba sola en su experiencia ya que nadie hablaba de ello. ¿Cuál era el motivo de que estas madres no hubiesen dado el paso y hubiesen preguntado qué es lo que estaba mal? ¿O si al dar el pecho no deberían sentirse de otra manera?

Probablemente el motivo haya sido que el mensaje que reciben las nuevas madres es que al amamantar deberían sentirse maravillosamente bien, en una nube, amorosas y maternales. Así que cuando en vez de eso se sienten oscuras, frías y hostiles, se ven a sí mismas como un "bicho raro", como alguien "no normal" o como una "mala madre".

Las madres también saben que si plantean este tema en una conversación con un profesional serán cuestionadas sobre su estado psicológico. Sin embargo, cada madre que experimenta el D-MER tiene la sensación interna de que es hormonal, tiene la creencia innata dentro de ella de que tiene que ver con su cuerpo, no con su mente.

Este punto fue el primero que la investigación sobre D-MER destapó y acabó comprobando. Las madres no han sabido hasta hace poco que sufrir de D-MER no era algo que fuese culpa suya. La información es aún tan nueva que la mayoría de ellas no sabe que no están solas o que no deben culparse por esta experiencia. Esta duda, vergüenza, miedo y culpa que sienten ha sido lo que les ha impedido hablar de ello y lo que ha causado que el fenómeno del D-MER se haya convertido en el secreto mejor guardado de la lactancia materna.

Cuando se discute el D-MER siempre aparecen repetidamente las mismas preguntas: "¿Por qué tiene todo el mundo que sentirse bien todo el tiempo? ¿Por qué es tan malo que una madre se sienta un poco triste cuando amamanta? Quizá el D-MER sea una variación de una experiencia normal de amamantamiento…"

Parece que evolutivamente tiene sentido que la liberación de emociones cuando baja la leche sea algo agradable, no causante de desesperación2. Estas emociones de las que hablamos no son simplemente un poco de tristeza. Para muchas mujeres pueden incluir pensamientos intrusivos e indeseados, ideas sobre el suicidio y otras emociones intensas. Estas son las emociones que aparecen de la nada en una madre con D-MER. Esta mujer puede ser la imagen viva del amor en un momento, sentada amamantando, y sentir que se muere al instante siguiente. Y entonces vuelve a sentirse bien otra vez. Es una experiencia terriblemente extenuante y desconcertante para una madre, especialmente porque la mayoría de madres aún hoy en día no tienen ni idea de que les está pasando o por qué.

Algunas personas dicen que las madres se ponen a la defensiva con la teoría de que el D-MER no es un problema psicológico. "¿Por qué no puede ser un problema psicológico?" preguntan, "todos nosotros tenemos alguno". No pasa nada por tener problemas psicológicos… salvo que tengas a alguien diciéndote que tienes uno cuando no lo tienes. También es importante diferenciar si el D-MER es psicológico u hormonal ya que no encontraremos las mismas soluciones si buscamos en una dirección o en otra. Algunas madres con D-MER han estado hasta un año recibiendo tratamientos o terapias ineficaces.

La investigación sobre el D-MER es aún muy nueva y, de momento, está basada principalmente en los hechos. Ahora que va ganando mayor aceptación entre los profesionales, se están realizando aproximaciones más científicas y más estudios.

Los exámenes preliminares muestran que probablemente la culpable de la reacción negativa de las madres con D-MER sea una caída anormal en la dopamina que ocurre al inicio del reflejo de eyección. La caída de la dopamina es algo que aparece en todas las madres lactantes coincidiendo con el reflejo de salida de la leche, ya que la prolactina no puede aumentar si la dopamina no disminuye3, pero en las madres con D-MER, la dopamina parece ser que cae de manera inapropiada, o muy rápidamente o en demasiada cantidad, o que existe un problema con sus receptores. La relación de la dopamina con el estado de ánimo y su efecto en el centro de placer del cerebro son bien conocidos y cuando la dopamina no actúa como debiera puede causar una reacción disfórica5.

El D-MER se presenta en un espectro de tres niveles y se ha dividido en tres intensidades diferentes: suave, moderada y grave. El nivel uno es un nivel depresivo que a menudo se manifiesta como terror, tristeza, sensación de inutilidad o desesperanza. El nivel dos es un nivel de ansiedad con emociones como irritabilidad, pánico o la misma ansiedad como más prevalentes. El nivel tres es el menos común de todos y habitualmente se centra en la ira, con sentimientos de agitación, agresividad y hostilidad.

El D-MER se manifiesta como una reacción emocional y, aunque estas emociones a menudo incluyen una sensación de vacío "en el interior de la madre" o la impresión de algo agitándose en el estomago, el D-MER no produce náuseas ni ningún otro síntoma físico aislado (por ejemplo dolor de cabeza, picor, etc.) asociado a la bajada de la leche. Una madre puede sufrir manifestaciones físicas junto con el D-MER, pero para ser D-MER se requiere que haya una respuesta emocional.

El D-MER puede pasar fácilmente desapercibido ya que:

Algunas mujeres tienen bajadas de la leche tan seguidas entre cada toma que estos sentimientos no tienen la oportunidad de disiparse antes de que el siguiente D-MER actúe sobre ella, haciéndola sentir que lo que experimenta es un continuo D-MER durante casi todo el tiempo de lactancia.
Muchas madres no sienten físicamente la bajada de la leche, con lo que no son capaces de relacionar el sentimiento con el reflejo de eyección
Dado que el D-MER ocurre también con la salida espontánea de la leche, puede ser que una madre no relacione inmediatamente lo que le está ocurriendo con el dar el pecho. Por este mismo motivo, es también muy posible que el D-MER haya sido malinterpretado como depresión postparto en el pasado y muchas madres hayan sido mal diagnosticadas.
En algunas madres el D-MER se corrige por si solo hacia los tres meses. Para otras, continúa más allá del quinto año, algunas veces desapareciendo sólo con el destete. Algunas madres se han dado cuenta de que, después de averiguar que estas emociones están siendo artificialmente estimuladas con la bajada de la leche y que no necesitan cuestionar toda su vida cada vez que dan el pecho, son capaces de hacer frente al D-MER sin tratamiento. Pero hay madres que sienten que estos sentimientos son demasiado fuertes y duros para deshacerse de ellos y buscan otras opciones en tratamientos naturales y cambios en el estilo de vida que les ayuden con el equilibrio en sus fluctuaciones de la dopamina. Una mujer con un D-MER severo puede encontrarse con que su estado de ánimo fluctúa o con que se hunde tanto con cada bajada de la leche que los tratamientos naturales no son suficientes y necesita medicación, una que incremente su dopamina para que pueda conseguir que el D-MER sea menos perjudicial.

La investigación sobre el D-MER sigue avanzando, pero la toma de consciencia y la educación siguen siendo una de las mayores prioridades. Las madres necesitan saber que no están solas y que no son culpables. Necesitan saber que hay posibilidad de tratamiento. Los profesionales necesitan saber que el D-MER es fisiológico y que la madre no puede "arreglar" su D-MER con un reajuste cognitivo. Es el momento de abrir la puerta al secreto mejor guardado de la lactancia y conseguir que el D-MER sea ampliamente conocido y una condición reconocida.

Para más información, fuentes o apoyo para madres con D-MER, especialistas en lactancia y sanitarios dirígete a www.d-mer.org

Referencias:

Scylla de lawandmotherhood.com
Scylla de lawandmotherhood.com
Ben-Jonathan N, Hnasko R (2001). "Dopamine as a Prolactin (PRL) Inhibitor"
Bupropion re-kindles interest in dopamine strategy for major depression by Ian Mason from Medical News Today
Lakshmi Voruganti1, MD, MSc, Piotr Slomka Ph.D, Pamela Zabel MSc, Giuseppe Costa BSc, Aaron So BSc, Adel Mattar MD and A George Awad MD, Ph.D (2001) Subjective Effects of AMPT-induced Dopamine Depletion in Schizophrenia: Correlation between Dysphoric Responses and Striatal D2 Binding Ratios on SPECT Imaging.
© Alia Macrina Heise, IBCLC, consultora de lactancia, ponente en diversos congresos y escritora.

© Crianza Natural SL. Todos los derechos reservados. Este documento no puede ser reproducido, total o parcialmente, sin autorización expresa de Crianza Natural, y, en su caso, de los autores y traductores.
Traducido por Carmen Koetsenruijter.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Dormir




Hablaba con una mamá que me decía: «Lo dejo en la cuna y llora, lo cojo y calla, lo dejo y llora, lo cojo y calla ¡tan pequeño y ya me toma el pelo!». Yo le contesté: «Y si quiere estar contigo... ¿Cómo crees que te lo puede pedir si sólo tiene cinco meses?».

A veces, la única manera con la que se nos puede hacer actuar en contra de nuestros instintos paternales es inculcándonos que las intenciones y conductas normales de los niños van dirigidas a tomarnos el pelo. Es muy fácil tergiversar lo que quieren los bebés: total, como ellos no hablan, ya les pongo yo la voz.

Ningún niño se despierta porque quiere ni para fastidiar.

Todos venimos preparados para despertarnos unas nueve veces 
por noche, la única diferencia entre ellos y nosotros es, como ya dijimos en el primer capítulo, que nosotros ya dominamos esa técnica y ellos no. Aprenderla es un proceso evolutivo.

Déle tiempo a su hijo.
Rosa Jové
Foto Eliana Michalko

Fuente:https://www.facebook.com/pages/LA-CRIANZA-CON-APEGO-ES-MI-FORMA-DE-CAMBIAR-EL-MUNDO/118382568237430

Circular de cordón umbilical

martes, 26 de febrero de 2013

El método Bradley para controlar el dolor durante el parto




El dolor durante el parto es uno de los temas que más inquietan a las futuras mamás. Desde hace siglos se ha intentado disminuir el dolor durante el parto a través de métodos diversos, y hoy os hablamos de uno de ellos, el método Bradley para controlar el dolor durante el parto.

Este método se llama así en honor a su creador, el Dr. Robert A. Bradley (1917-1998), a quien se le ha atribuido el crédito de hacer que los padres regresen a la sala de partos, ya que la figura paterna es importante en su teoría, según veremos a continuación. Fundamentalmente, se prepara a la pareja para confiar en sus instintos y transformarse en participantes informados en el proceso del parto.

El método Bradley (también conocido como “husband-coached childbirth“, algo así como ‘parto entrenado o asistido por el padre’) enfatiza el enfoque natural del parto y la participación activa del padre del bebé como ayudante. Uno de los principales objetivos de este método consiste en evitar la medicación a menos que sea absolutamente necesaria.

A pesar de que el método Bradley defiende una experiencia de parto exenta de medicación, en las clases también se prepara a los padres para posibles complicaciones o situaciones inesperadas, como una cesárea de urgencia.

Se les enseña a los padres a ser responsables con sus decisiones y que se informen sobre los procedimientos habituales en el lugar en que la mujer dará a luz, así como que hagan saber sus intenciones (algo así como presentar su plan de parto). Al principio no contemplaba al padre en sus teorías, pero con el tiempo amplió su método de parto para incluir la instrucción extensa del padre como “entrenador” para el parto.

El método Bradley también hace hincapié en la alimentación sana y equilibrada, la práctica del ejercicio físico durante el embarazo y las técnicas de relajación y respiración profunda como formas de afrontar el dolor en el parto.

Según Bradley, éstas serían las seis necesidades de la parturienta: la relajación profunda y completa, la respiración abdominal, la soledad en la tranquilidad, la comodidad física, la oscuridad y los ojos cerrados y la aparición del sueño.

Tiene gran importancia la relajación para el alivio del dolor, que las parejas practican a diario antes del parto, de modo que cuando llega el momento de dar a luz la mujer adquiere la relajación necesaria condicionada a la voz y el tacto de su pareja.

Después del parto, se hace hincapié en el amamantamiento inmediato y el contacto constante entre los padres y el bebé. El método Bradley es la opción que eligen muchas mujeres que dan a luz en su hogar o en otros ámbitos no hospitalarios.


Parir sin anestesia, como en el mundo animal
El Dr. Bradley desarrolló su método con el propósito de eliminar y borrar de la obstetricia las drogas, cuando estaba de moda y tan extendido el “sueño crepuscular” y la anestesia general en los partos en hospitales.

Habiendo sido criado en una granja y presenciado muchos nacimientos de animales como parte de la vida agrícola, el Dr. Bradley creía que las mujeres, como los animales que había observado, pueden dar a luz sin medicamentos y sin angustia. Esta comparación con el mundo animal nos recuerda a Michel Odent y sus teorías.

Basándose en las observaciones de mamíferos sudando durante el parto y el nacimiento, Bradley desarrolló un método de parto para enseñar a las mujeres para hacer las cosas que las madres hacen por instinto animal, enseñar algo que habían olvidado con el paso de los siglos.

Poco después de comenzar a aplicar su nuevo método de parto en un ensayo con enfermeras embarazadas, el Dr. Bradley comenzó a creer que la presencia y el apoyo del padre durante el parto era importante para el éxito de la madre en el logro de un parto natural.

Como hemos dicho, Bradley se convirtió en un pionero en la inclusión de los padres en el proceso del parto, pero en cuanto a la anestesia y a la consideración de la mujer en este momento de la vida a muchos les pareció que dio unos cuantos pasos atrás, menospreciando avances médicos importantes para la atención de la mujer en el parto y con unas comparaciones con el mundo animal que no a todos agradaron.

Y no nos referimos sólo a médicos o anestesistas que vieran peligrar sus puestos de trabajo, sino a muchas mujeres, madres, que consideraban que la negación de la anestesia era poco menos que un atentado contra su libertad, cuando no un método de tortura de otros tiempos al que se las quería volver a someter.

Es una apasionante historia que estoy descubriendo la de la lucha entre matronas y obstretas, gurús de lo natural y médicos, madres y hombres, mujeres y médicos…. difícil de simplificar y que, a diferencia de lo que podemos pensar, lleva desarrollándose desde hace unos siglos.

El método Bradley sería un eslabón más de la moda por lo “natural” que muchos verían (ven) con malos ojos y otros entronizan como la verdad absoluta, pero que a mí simplemente me parece una técnica de la que quedarse con lo mejor y no incompatible con el parto hospitalario o atendido médicamente.

Pronto volveremos con más datos acerca del método Bradley para controlar el dolor en el parto, un método que hoy día se ha profesionalizado y hecho oficial, aunque carece de contenidos demasiado originales, pero que supuso un hito por el momento en el que se popularizó.

Sitio Oficial | The Bradley Method
Más información | Wikipedia
Fotos | Llima y davhor en Flickr

lunes, 25 de febrero de 2013

Charlas gratuitas sobre amamantamiento


Próximas Charlas en FUNDALAM:

- Martes 26/2 9.30hs. Charla de LACTANCIA


- Sábado 2/3 - 10hs.: Charla de LACTANCIA 

- Jueves 21/2 – 11hs. Charla informativa de la TECNICATURA

Les recordamos que las charlas gratuitas y que se dan en nuestra sede.

 Para inscribirse o recibir más información llamen al 4701-0077.
Las esperamos!

Debemos permitir a nuestro bebe que se chupe el dedo?


La succión es una actividad que el recién nacido efectúa,  de gran importancia para su crecimiento y desarrollo y estabilizadora de sus estados de conciencia. Experiencias hechas con bebes prematuros mostraron que los bebes que reciben alimentación por sonda nasogástrica y a los que se les coloca un chupete para facilitar que succionen, crecen más rápidamente y presentan ganancias de peso muy superiores a los bebes a los que no se les colocó chupete. No existe una explicación absoluta para este efecto de la succión, pero sus resultados son tan evidentes que esta técnica ha sido incorporada prácticamente en todos los servicios de Neonatología.
La importancia de la succión como mecanismo de autorregulación se aprecia especialmente cuando un recién nacido pasa del estado de llanto al de tranquilidad. Es fascinante ver los intentos por lograr un contacto mano-boca y cuando por fin logra ponerse el dedo en la boca y succionar y calmarse, se lo observa como recompensado, con la sensación de gratificación y satisfacción de haber alcanzado su meta. Su rostro se suaviza y se lo ve más alerta.
Si hemos observado cuidadosamente todo el procedimiento, llegaremos a la conclusión de que el bebe ha desarrollado una conducta orientada a lograr su objetivo. Esta es otra prueba más de su extraordinaria capacidad.
Un chupete puede calmar a un niño molesto, pero no presentará la misma cara de satisfacción plena como cuando esta succión se logra por haber obtenido su contacto mano -boca. El rostro y las palmas de las manos son las áreas de mayor sensibilidad de un bebe y esto ha permitido su encuentro ya durante la vida intrauterina. Se ha comprobado que la succión se realiza desde etapas tempranas de la gestación. Esta experiencia acumulada hace que un bebe, al succionar su mano, esté recordando su vida prenatal, cuando todo era perfecto, y que lo inda un sentimeinto de seguridad en consecuencia
Fuente El increíble universo del recién nacido,  pág 81, del Dr. Jorge César Martínez,
 Editorial El Ateneo, edición 2010

Consejos para un buen amamantamiento


Maternidad
Óleo sobre lienzo- Fecha: 1916
Gino Severini (1883-1966)
Museo dell'Accademia Etrusca, Cortona, Italia


Usted tiene derecho a pedir que su hijo permanezca con usted desde el mismo momento del nacimiento y durante toda la internación. Su bebé no pertenece a la institución de salud, y necesita imperiosamente su cercanía. Si debiera permanecer en Terapia Neonatal, esto será más importante aún.

• Es aconsejable no seguir ningún horario rígido para alimentar a su pequeño. Él puede comer cada vez que tenga ganas, aunque hayan pasado sólo unos minutos. Los bebés no saben la hora...

• Un bebé que llora necesita el calor, olor, contacto, voz y leche de su madre. No se "malcría" si lo atiende; por el contrario, eso será "criarlo bien". Los bebés atendidos de inmediato desde pequeños son menos dependientes (más seguros) de grandes.

• El chupete en general es rechazado por los niños amamantados. No es recomendable insistir; su bebé no usa "el pecho de chupete", ya que eso es lo natural. Otros bebés usan "el chupete de pecho", lamentablemente para ellos.

• Si un bebé "llora de hambre" está diciendo que quiere el pecho, no el biberón. No significa que "se ha quedado con hambre" sino que "volvió a tener hambre".

• La mejor manera de evitar las grietas del pezón es colocar al bebé en posición correcta: boca bien abierta, tomando la mayor parte de la aréola, mejillas "llenas", deglución audible. Si siente dolor cambie la posición. Trate de buscar un lugar cómodo si esto es posible.

• Usted no necesita hacer ninguna dieta especial; debería comer siguiendo su apetito, lo más variado posible. Los alimentos que le produzcan gases a usted no se los producirán al bebé.

• No se deben recomendar dietas para adelgazar en los primeros seis meses. Los kilogramos "de más" que le han quedado se utilizarán para producir leche. Cuidado!! Si pierde más de ½ kilogramo por semana es probable que pueda reducir la producción de leche.

• Sabe cuánta leche es capaz de producir usted en dos años (6 meses de pecho exclusivo)?: Alrededor de 456 litros !!!!!.

• Hoy se considera como "ideal" amamantar con pecho exclusivo hasta los seis meses de edad, y continuar hasta los dos años y más.

• Si usted trabaja fuera de su casa:
1. puede llevar su niño con usted, o dejarlo en un jardín maternal cercano a su trabajo, ó
2. puede extraer su leche y guardarla en un envase limpio (vidrio o plástico); durará hasta 12 horas a menos de 26ºC; hasta 72 horas en heladera, 3 meses en un congelador común y hasta un año en un freezer.

Fuente:  www.lacmat.com

Porqué lloran en cuanto dejas la habitación



[...] le causa un súbito terror, como el que uno imagina
que golpea el corazón de un niño perdido.
Charles Dickens, Historia de dos ciudades

La inmediatez es una de las características del llanto infantil que asombra y molesta a algunas personas. «Es que es dejarlo en la cuna y se pone a llorar como si le matasen.»


Susan consolando a los niños
Óleo sobre tela año 1881
Mary Cassatt  (1844-1926)
Museo de Bellas Artes de Houston, EEUU

Para algunos expertos en educación, ésta es una desagradable faceta del carácter infantil, y el objetivo ha de ser vencer su «egoísmo» y su «obstinación», enseñarles a retrasar la satisfacción de sus deseos. ¿Por qué no puede tener un poco más de paciencia, por qué no puede esperar un poco más? Podríamos comprender que, un cuarto de hora después de irse su madre, empezasen a ponerse un poco intranquilos; que a la media hora lloriqueasen, que a las dos horas llorasen con todas sus fuerzas. Eso parecería lógico y razonable. Eso es lo que hacemos los adultos, lo que hacen los niños mayores cuando les hemos «enseñado» a ser pacientes, ¿verdad? Pero, en vez de eso, nuestros hijos pequeños se ponen a llorar con todas sus fuerzas en cuanto se separan de su madre; lloran aún más fuerte (¡lo que parecía imposible!) a los cinco minutos, y sólo dejan de llorar por agotamiento. ¡No parece lógico!

Pero sí que lo es. Ponerse a llorar de manera inmediata es la conducta «lógica», la conducta adaptativa, la conducta que la selección natural ha favorecido durante millones de años, porque facilita la supervivencia del individuo. En aquella tribu de hace 100.000 años, si un bebé separado de su madre lloraba de forma inmediata y a pleno pulmón, su madre probablemente volvía en seguida a cogerlo. Porque esa madre no tenía cultura, ni religión, ni conocía los conceptos de «bien», «caridad», «deber» o «justicia»; no cuidaba a su hijo porque pensaba que ésa era su obligación, ni porque temía a la cárcel o al infierno.

Simplemente, el llanto del niño desencadenaba en ella un impulso fuerte, irresistible, de acudir y acallarlo. Pero si un bebé se quedaba callado durante quince minutos y luego lloriqueaba débilmente, y sólo gritaba a pleno pulmón al cabo de dos horas, para entonces su madre podía estar ya demasiado lejos y no oírlo. Ese grito tardío ya no tenía ninguna utilidad para su supervivencia, sino que más bien contribuía a acelerar su fin. Porque entonces como ahora, el grito de angustia de una cría abandonada era música para los oídos de las hienas.

Y, si reflexionamos un poco, veremos que esa conducta que nos parece «lógica» y «racional» ante la separación de la persona amada, esperar un tiempo y enfadarnos «poco apoco», sólo la mostramos los adultos cuando esperamos confiadamente el regreso del ausente. Imagine que su hija de quince años está en el instituto. Durante el horario escolar, usted no se preocupa lo más mínimo por esa separación porque sabe perfectamente dónde está y cuándo volverá (¿sabe su hijo de dos años dónde está y cuándo volverá usted?

¡Aunque se lo expliquen, no puede comprenderlo!). Si pasan treinta minutos de la hora en que suele volver a casa, le será fácil descartar sus primeros temores («se retrasa el autobús..., estará hablando con los amigos..., habrá ido a comprar un bolígrafo...»). Si tarda más de una hora, empieza usted a enfadarse («estos chicos, parece mentira, son unos irresponsables, al menos podría haber llamado, para eso le compré el móvil»). Si tarda dos o tres horas, empezará usted a llamar a sus amigas para ver si está en casa de alguien. Si a las cinco horas no hay noticias, estará usted llorando y llamando a los hospitales, por si la han atropellado. Antes de doce horas llorará usted todavía más y acudirá a la policía, donde le explicarán que muchos adolescentes escapan por cualquier tontería, pero que casi todos vuelven antes de tres días. Durante tres días se aferrará usted a esa esperanza. Pero cada vez llorará más, y al cabo de una semana será la viva imagen de la desesperación.

Pero imagine ahora que tiene una fuerte discusión con su hija de quince años en la que salen a relucir amargos reproches y graves insultos, y finalmente ella mete unas ropas en una mochila y le grita: «Te odio, os odio, estoy harta de esta familia, me voy para siempre, no quiero volverte a ver en la vida», y se va dando un portazo. ¿Cuántas horas esperará usted, alegre y despreocupada, antes de empezar a llorar? ¿No empezará a llorar antes incluso de que ella salga de casa, no la seguirá por la escalera, no correrá tras ella por la calle, no intentará agarrarla sin temor a dar un espectáculo delante de todos los vecinos, no se arrodillará ante ella y le suplicará, no se detendrá sólo cuando el agotamiento le impida seguir corriendo? ¿Le parece que comportarse así sería «infantil» o «egoísta» por su parte? ¿Cree que oiría a los vecinos comentar: «Fíjate qué madre más mal educada, no hace ni cinco minutos que se ha ido su hija y ya está llorando como una histérica. Seguro que lo hace para llamar la atención.»? Sí, es fácil ser paciente cuando está convencido de que la persona amada volverá. Pero no se mostrará tan paciente cuando tenga dudas al respecto. Y cuando tenga la absoluta certeza de que la persona amada no piensa volver, desde luego no será nada paciente.

No necesita esperar quince años para vivir una escena así. Su hija ya se comporta así ahora, cada vez que usted se va. Porque todavía es demasiado pequeña para saber si usted va a volver o no, o cuándo va a volver, o si va a estar cerca o lejos mientras tanto. Y, por si acaso, su conducta automática, instintiva, la que ha heredado de sus antepasados a lo largo de miles de años, será ponerse siempre en lo peor. Cada vez que se separe de usted, su hija llorará como si se hubiera ido para siempre (¿y qué decir de las madres que intentan «tranquilizar» a sus hijos con frases del tipo «si eres malo, mamá se va»; «si te portas mal, no te querré»?).

Dentro de tres, cuatro, cinco años, a medida que vaya comprendiendo que su madre volverá, su hija podrá esperar cada vez más tranquila y cada vez más tiempo. Pero no será porque es «menos egoísta» ni «más comprensiva», ni mucho menos porque usted, siguiendo los consejos de algún libro, la ha «enseñado a posponer la satisfacción de sus caprichos».

Los recién nacidos necesitan contacto físico; se ha comprobado experimentalmente que, durante la primera hora después del parto, los que están en una cuna lloran diez veces más que los que están en brazos de su madre.
Al cabo de unos meses, es probable que se conformen con el contacto visual. Su hijo estará contento, al menos durante un rato, si puede verla y si usted le sonríe y le dice cositas de vez, en cuando. Hace 100.000 años, los niños de meses probablemente no se separaban nunca de su madre, pues eso significaba quedarse tirados en el suelo, desnudos.

Ahora están bien abrigaditos en un lugar blandito, y aunque su instinto les sigue diciendo que estarían mejor en brazos, son tan comprensivos y tienen tantas ganas de hacernos felices que la mayoría se resigna a pasar un par de minutos en una sillita. Pero, tan pronto como usted desaparezca de su campo visual, su hijo se pondrá a llorar «como si le matasen». ¡Cuántas veces he oído a una madre esta frase! Porque, efectivamente, la muerte fue, durante miles de años, el destino de los bebés cuyo llanto no obtenía respuesta.

Por supuesto, el ambiente en que se crían nuestros hijos es muy distinto de aquel en que evolucionó nuestra especie. Cuando deja usted a su hijo en su cuna, usted sabe que no va a pasar frío ni calor, que el techo le protege de la lluvia y las paredes del viento, que no lo devorarán los lobos ni las ratas, ni le picarán las hormigas; sabe que usted estará a sólo unos metros, en la habitación contigua, y que acudirá rápidamente al menor problema.

Pero su hijo no lo sabe. No puede saberlo. Reaccionará exactamente como hubiera reaccionado en la misma situación un bebé del paleolítico. Su llanto no responde a un peligro real, sino a una situación, la separación, que durante milenios ha significado invariablemente peligro.
A medida que crezca, su hijo irá aprendiendo a distinguir en qué casos la separación con lleva un peligro real y en qué casos no tiene importancia. Podrá quedarse tranquilamente en casa mientras usted va a comprar, pero romperá a llorar si se encuentra perdido en el supermercado y cree que usted ha vuelto a casa sin él...
El llanto de nada serviría si la madre no estuviera también genéticamente preparada para responder a él. El llanto de un niño es uno de los sonidos que provocan una reacción más intensa en un adulto humano. La madre, el padre e incluso los extraños se sienten conmovidos, preocupados, angustiados; sienten el inmediato deseo de hacer algo para que el llanto pare. Darle el pecho, pasearlo, cambiarle el pañal, cogerlo en brazos, ponerle ropa, quitarle ropa; lo que sea, pero que calle. Si el llanto es especialmente intenso y continuo, acudirán a urgencias (y muchas veces con buenos motivos).

Cuando nos es imposible acallar un llanto, nuestra propia impotencia puede convertirse en irritación. Es lo que ocurre cuando se oye un llanto en un piso vecino: las convenciones sociales nos impiden intervenir, y por eso nos resulta particularmente molesto («Pero, ¿en qué están pensando esos padres? ¿Es que no van a hacer nada?» «¡Ese niño es un malcriado, los nuestros nunca han llorado así!»). Muchos vecinos critican a sus espaldas, o incluso increpan directamente, a las madres cuyos hijos lloran «demasiado», y algunos llegan a llamar a la puerta para protestar. Más de una vez me ha dicho alguna madre: «Me dijo el doctor que le dejase llorar porque me está tomando el pelo; pero no puedo dejarle llorar porque los vecinos se quejan.» A igual intensidad sonora, un niño que llora en el edificio nos resulta más molesto que un obrero dando martillazos o un adolescente escuchando rock duro.

Cuando las absurdas normas de algunos expertos impiden a los padres responder al llanto en la forma más eficaz (tomando al bebé en brazos, meciéndolo, cantándole, dándole el pecho...), ¿qué salida queda? Puedes dejarle llorar e intentar ver la tele, hacer la comida, leer un libro o conversar con tu pareja, mientras oyes el llanto agudo, continuo, desgarrador, de tu propio hijo, un llanto que traspasa los tabiques «de papel» de las casas modernas y que puede prolongarse durante cinco, diez, treinta, noventa minutos. ¿Y cuándo empieza a hacer ruidos angustiosos, como si estuviera vomitando o ahogándose? ¿Y cuándo deja de llorar tan súbitamente que, lejos de ser un alivio, te lo imaginas sin respirar, poniéndose blanco y luego azul? ¿Están los padres autorizados a correr entonces a su lado, o eso sería «recompensarle por su berrinche» y también se lo han prohibido?

La otra opción es intentar calmarlo, pero sin cogerlo, cantarle, mecerlo o darle el pecho. ¿Por qué no también con una mano atada a la espalda, para hacerlo más difícil? ¿O poner la radio, rezar, ofrecerle dinero? Un experto, el Dr. Estivill, propone decirle (desde una distancia superior a un metro, para que no pueda tocarte) lo siguiente:

«Amor mío, mamá y papá te quieren mucho y te están enseñando a dormir.
Tú duermes aquí con Pepito, el póster, los chupetes... Así que hasta mañana.»

Palabras de consuelo y amor verdadero que sin duda infundirán calma y sosiego en el alma de cualquier niño, sea cual sea la causa de su llanto, ¡a partir de los seis meses! (Pepito, por supuesto, es un muñeco; no piensen ni por un momento que un ser humano le hace compañía). Aunque tal vez ni el mismo autor confíe mucho en la eficacia calmante de esas palabras, pues advierte a los padres que, una vez pronunciadas, se vuelvan a marchar, aunque el niño siga llorando o gritando (¡el muy desagradecido!).

En nuestro país, como en muchos otros, los malos tratos son un problema cada vez mayor. Decenas de niños mueren cada año a manos de sus propios padres, y muchos más sufren hematomas, fracturas, quemaduras... La pobreza, el alcohol y otras drogas, el paro y la marginación se cuentan sin duda entre las causas profundas de los malos tratos. Pero también hace falta un desencadenante. ¿Por qué a este niño le han pegado hoy y no le pegaron ayer? El llanto es un desencadenante frecuente. «Lloraba y lloraba, hasta que no lo pude soportar más.» ¿Qué pueden hacer los padres cuando todo lo que sirve para calmar el llanto del niño (pecho, brazos, canciones, mimos) está prohibido?

Fuente: Libro Bésame Mucho cómo criar a tus hijos con amor de Carlos González
Capítulo Porqué lloran en cuanto dejas la habitación páginas 27, 28, 29, 30

viernes, 22 de febrero de 2013

Tu Hijo es una Buena Persona


Fragmento  del libro” Bésame mucho: cómo criar a tus hijos con Amor”
Dr. Carlos González, Pediatra

*Tu hijo es generoso, es desinteresado, valiente, tu hijo sabe perdonar, sabe ceder, es sincero, es un buen hermano, no tiene prejuicios y es comprensivo.

Cuando una esposa afirma que su marido es muy bueno, probablemente es un hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable… En cambio, si una madre exclama “mi hijo es muy bueno”, casi siempre quiere decir que se pasa el día durmiendo, o mejor que “no hace más que comer y dormir” (a un marido que se comportase así le llamaríamos holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de veces (y pronto repetirán) el chiste fácil: “¡Qué monos son… cuando duermen!”
Y así los estantes de las librerías, las páginas de las revistas, las ondas de la radio, se llenan de “problemas de la infancia”: problemas de sueño, problemas de alimentación, problemas de conducta, problemas en la escuela, problemas con los hermanos… Se diría que cualquier cosa que haga un niño cuando está despierto ha de ser un problema.
Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso despiertos (sobre todo despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo de olvidarlo. Aún peor, con frecuencia llamamos “problemas”, precisamente, a sus virtudes.

Amor maternal
 Gustave Leonard de Jonghe
(1829-1893)
Tu hijo es generoso

Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan divertido!
Tal vez la mamá de Marta piense que su hija “no sabe compartir”. Pero recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.



Tu hijo es desinteresado
Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le duele nada… pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere?
La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo cuando necesitase algo, y luego “si te he visto no me acuerdo”? ¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.
Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice “hambre”, “agua”, “susto”, “pupa”; pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos sordos cuando sólo dice “mamá”. Así, muchos niños se ven obligados a pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo… Se ven obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad: “papá, mamá, venid, os necesito”, no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?

Tu hijo es valiente Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. “¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!” Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte.
Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país. “Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar” es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en cambio, de un desconocido que les amenaza.
Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras… son exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.

Tu hijo sabe perdonar Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No se quería bañar. Luchaba, se revolvía, era imposible sacarle el jersey por la cabeza (¿por qué harán esos cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la deja por imposible. Ya la bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa; a ver si entre los dos…
Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada durante unas horas. “¿Será posible?” “Mírala, no le pasa nada, era todo cuento”.
No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? (”Mamá se ha estado portando mal…”). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.

Tu hijo sabe ceder Jordi duerme en la habitación que sus padres le han asignado, en la cama que sus padres le han comprado, con el pijama y las sábanas que sus padres han elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la ropa que le indican, desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo, se deja abrochar y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole que sus padres han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del centro. Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera. Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un “Tontanchante”, “la tontería que se engancha y es un poco repugnante”, y que todos los de su clase tienen ya. “Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?” “¡Yo quiero un Totanchante, yo quiero, yo quiero…!” Ya tenemos crisis.
Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al suicidio.
Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos “salimos con la nuestra” cien veces al día, son ellos los que ceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.

Tu hijo es sincero ¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso! Que nunca dijera en público “¿Por qué esa señora es calva?” o ¿Por qué ese señor es negro?” Que contestase “Sí” cuando le preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de contestar “Sí” a nuestra retórica pregunta “¿Pero tú crees que se pueden dejar todos los juguetes tirados de esta manera?”
Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese “feo vicio”. Y, entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.

Tu hijo es un buen hermano
Imagínese que su esposa llega un día a casa con un guapo mozo, más joven que usted, y le dice: “Mira, Manolo, este es Luis, mi segundo marido. A partir de ahora viviremos los tres juntos, y seremos muy felices. Espero que sabrás compartir con él tu ordenador y tu máquina de afeitar. Como en la cama de matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el mayor, tendrás ahora una habitación para ti sólito. Pero te seguiré queriendo igual”. ¿No le parece que estaría “un poquito” celoso? Pues un niño depende de sus padres mucho más que un marido de su esposa, y por tanto la llegada de un competidor representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que, aunque a veces abrazan tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que admitir que los niños se toman con notable ecuanimidad.
Tu hijo no tiene prejuicios Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se ha negado a jugar con otro niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su ropa no es de marca o tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó decir “vienen en pateras y nos quitan los columpios a los españoles”? Tardaremos aún muchos años en enseñarles esas y otras lindezas.

Tu hijo es comprensivo Conozco a una familia con varios hijos. El mayor sufre un retraso mental grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante años, tuvo la desagradable costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o adulto, que se pusiera a su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a sus hermanitos, con apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin gritar siquiera, con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un adulto viniera a liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con otros niños. Eran claramente capaces de entender que su hermano no era responsable de sus actos.
Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años (”De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis…”) La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.

La semilla del bien Observando el comportamiento de niños de uno a tres años en una guardería, unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno lloraba, los otros espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños que habían sufrido palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y golpeaban al que lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se peleaban el doble que los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni provocación aparente, una violencia gratuita que nunca se observaba en niños criados con cariño.
Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen de la “falta de disciplina”, que se hubieran evitado con “una bofetada a tiempo”. Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún tiempo “adecuado” para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita.
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