Siempre se puede parir en el lugar menos esperado y ser con felicidad. El parto es un hecho fisiológico, determinado por la naturaleza y no por las semanas de gestación ni la intervención inadecuada de la medicina.
Lunes 04 de febrero de
2013 | Publicado en edición impresa
En Chacabuco
Fue dado a luz cuando su
madre era llevada al sanatorio, al que no pudo llegar; su padre ofició de
partero
Por Fabiola Czubaj | LA NACION
Sebastián e Inés, felices con Tomás. Foto: Aníbal Greco / Enviado especial |
CHACABUCO.- El
nacimiento de Tomás, anteanoche, fue toda una experiencia para la familia
Peláez Ibarguren. Una anécdota que sus padres, Inés y Sebastián, recordarán por
siempre.
Ocurre que estaba
previsto que el parto fuera dentro de diez días, pero la urgencia sorprendió a
todos. Tanto que el pequeño nació en el automóvil familiar, en la puerta de la
clínica de la ciudad.
"Me tuve que
acostar hacia atrás, entre los dos asientos delanteros del auto, porque ya no
podía aguantar más. Quería estar horizontal y grité: «¡Nace! ¡Nace!»",
contó ayer Inés a LA NACION en su cuarto del Sanatorio San Isidro Labrador de
esta ciudad, ubicada a poco más de 200 km de la ciudad de Buenos Aires.
Sebastián, que acababa
de dar marcha atrás para poder llevar el auto hasta la guardia, como le había
indicado el médico, enseguida miró entre las piernas de su esposa y notó que la
cabeza del bebe estaba completamente afuera. El cordón umbilical le rodeaba el
cuello.
"Lo primero que
hice fue aflojarle el cordón con los dos dedos", recordó, mientras
mostraba con el dedo índice y el dedo mayor
de la mano derecha cómo había sido la maniobra.
"No le tengo miedo
a la sangre ni nada de eso porque mi padre es bioquímico, así que crecí con
toda esa información. Y tampoco me impresionó -aseguró Sebastián, de 33 años-.
Además, estuve mirando videos de National Geographic sobre la gestación y el
parto, y ahí justo hablaban de que había que tener mucho cuidado con el cordón
umbilical si se enroscaba en el cuello del bebe. Hice lo mismo que había
visto."
Mientras el auto se
rodeaba de profesionales que le daban indicaciones, le dijo a Inés:
"¡Pujá, pujá que sale!" Bastó una sola inspiración profunda para
lograrlo. El padre, todavía sentado al volante, tomó a su hijo por debajo de
los brazos y se lo entregó al doctor Héctor Cristofani, el obstetra de su
mujer, que estaba esperando a la pareja en el sanatorio. La partera Mirta
Masiletti cortó el cordón. Eran las 20.50.
Todo el equipo de
neonatología estaba preparado, pero no para la llegada de Tomás, sino para otro
parto que finalmente no ocurrió.
Dos horas antes, Inés
había comenzado con dos contracciones muy fuertes. Como se aconseja, comenzó a
anotar la frecuencia y el intervalo, pero rompió bolsa y, con la experiencia de
dos partos previos, sentía que el bebe nacería en cualquier momento. Llamó a su
esposo al trabajo y él se comunicó con el obstetra, que le avisó que ya estaba
en el sanatorio con la partera, por otro parto.
Cuando Sebastián llegó a
su casa, Inés trataba de armar el bolso, tarea que habían programado para un
poco más adelante. Delfina, de 5 años, y Pedro, de un año y medio, se habían
ido a la casa de su tía, que también vive en la ciudad. Éste era el primer
parto en el sanatorio local; los dos anteriores habían sido en un sanatorio
porteño, y con el segundo parto, Inés, que tiene 27 años, había pasado mucho
dolor. "Quería que el parto fuera rápido y ¡así fue! Todo duró menos de
dos horas", dijo, ya más tranquila, con muy buen humor.
"Apenas salió el
bebe, lo pusimos en una incubadora y lo llevamos directamente a Neonatología,
donde realizamos todos los procedimientos habituales de un parto en el
sanatorio, como el campleo del cordón, el baño y los controles necesarios -dijo
la doctora Carina Rossetti, neonatóloga de guardia, a LA NACION-. El padre
manejó toda la situación muy bien. Hizo todo lo que tenía que hacer y no perdió
nunca la calma."
El bebe lloró enseguida.
Nació con 3,490 kilos de peso y 50 cm de talla. El trayecto entre la casa de la
familia Peláez Ibarguren y el sanatorio no son más de 20 cuadras. En un día
común, serían unos pocos minutos. Pero el sábado a la noche los autos se movían
más lento de lo habitual. O, por lo menos, eso les pareció a Inés y Sebastián.
"Como sentía que iba a nacer desde que estaba en casa y rompí bolsa, mi
marido llamó al médico, que le dijo que no esperáramos más y me llevara
enseguida al sanatorio. Yo no podía caminar porque sentía que si me movía,
podía pasarle algo al bebe -recordó Inés-. No sé cómo llegué al auto y empecé a
hacer los ejercicios respiratorios. Sebastián iba a los bocinazos y haciendo
luces para que nos dejaran pasar, porque yo no aguantaba más. Si pujaba, lo
tenía en casa o ahí mismo."
Cuando llegaron a la
puerta del sanatorio, su esposo bajó corriendo para pedir ayuda. "Cuando
volví para mover el auto hasta la guardia, la vi acostada entre los dos
asientos", continuó Sebastián, que también sonríe mientras repasa cada
detalle de la llegada de su tercer hijo, esa increíble historia que se repetirá
una y otra vez en los próximos días y en las reuniones familiares que vendrán.
Los Peláez Ibarguren se
complementan a la perfección. Sonríen al unísono y lo que ella no recuerda o lo
hace vagamente, él enseguida lo completa, y viceversa. Afuera cae la tarde del
domingo. En el sanatorio, un edificio de planta baja con una arquitectura
moderna, amplia, en el que casi termina el centro de la ciudad, hay silencio y
tranquilidad. Una enfermera entra en la habitación para avisar que está lista
la habitación número 14, adonde se mudarán los tres para pasar la noche. Sucede
que Carmen de Areco, la ciudad donde se acaba de confirmar que hubo un brote de
gripe A, está a unos 60 km de distancia, por lo que aquí se implementaron
medidas para prevenir cualquier contagio.
Los flamantes padres se
despiden para ir a ver al pequeño Tomás.
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