Hay mujeres que eligen
parir en casa. Otras, en un hospital. A veces, comentar que una parirá en casa
genera pavor en la buena gente con quienes osamos compartir nuestra decisión.
Incluso queridas amigas
del alma, compañeras de muchos años, quedan aterradas. Que me acuerde que tengo
otros dos hijos que me necesitan. Que ya podría ir dejando la tontería del
parto en casa y pensar en mis hijos.
Creo que vecinos,
amigos, familiares y transeúntes que opinan sobre nuestras elecciones
reproductivas, creo que todos lo hacen desde el amor. Quieren cuidarnos,
quieren lo mejor para nosotros.
Pero claro, no todos se
han informado, no han leído la evidencia científica y las recomendaciones
médicas basadas en evidencia y casuística. No tienen por qué estar informados
sobre el proceso fisiológico del parto (ni sobre los beneficios de la
lactancia, ni sobre los modos ergonómicos de porteo ni sobre teorías de crianza,
ya que estamos).
Pero en este caso, se
agradecería el silencio. La expresión de amor mediante el respeto, más que el
fervoroso consejo y posterior amenaza de viudedad y orfandad de seguir una
empecinada con hacer las cosas según ha decidido.
Creo también que esta
gente bienintencionada habla desde su miedo. Como si lo que pasara dentro de
los confines del hospital pudiera quedar dentro de esas cuatro paredes y
permanecer ignorado. Si alguien se muere en un hospital, si alguna madre sufrió
episiotomías innecesarias o Kristellers dolorosas, mientras haya sido dentro de
un hospital, pues bien, habrá sido lo que tendría que ser. Habrá sido lo mejor.
Por lo menos estaba en el hospital.
Quizás la vida, en su
desnudez, nos de miedo. Porque la vida y la muerte, van bastante de la mano.
Pero podemos ignorarlo, si confiamos en el poder omnipotente cuasimágico del
médico y del hospital y le entregamos nuestros cuerpos. Lo que el médico haga,
bien hecho estará, ¿no? Pero lo que pase, si pasa en mi casa, podría haber sido
prevenido. Culpa mía por haberme alejado de “la ciencia” y haber querido
“volver a épocas prehistóricas”.
Parece que me río de lo
que puede hacer la medicina para ayudarme. Nada más lejos de mí. Bueno, sí, me
río. Pero es un poco de humor negro, para hacer más liviano el tema. Con toda
seriedad, claro que no me río. Claro que contamos con médicos capacitados y
hospitales equipados para ayudarnos siempre que lo necesitemos.
Pero no siempre lo
necesitamos. Remediar al sano puede ser tan peligroso como intentar salvar con
una canción energizante al que necesita ser curado. Está en nosotros distinguir
entre lo patológico y lo fisiológico.
Y un parto a término, de
madre sana y bebé sano, atendido por matrona en una situación socio familiar
estable y saludable, ¿eso qué será... fisiológico o patológico?
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