Posted 15 de abril de
2013
by Ibone Olza in
cesáreas, parto, violencia obstétrica.
La violencia obstétrica
sólo cesará cuando los profesionales de la atención al parto puedan reflexionar
y sanar sus propias heridas, es decir, el dolor que acarrean fruto de la
(de)formación que recibieron. Matronas, ginecólogas,
residentes,enfermeras…muchas dejaron de trabajar en el paritorio porque no
soportaban trabajar de forma violenta, no se sentían capaces de hacer
episiotomías a mansalva, kristellers, o observar como otros lo hacían. Las que
siguen ahí, en paritorios donde el respeto hacia las mujeres no es absoluto
continuan sufriendo, con insomnio, con irritabilidad, con conflictos graves en
ocasiones. A menudo esa sensibilidad exquisita se vive como un fallo personal,
como no ser capaz de hacer lo que otros si hacen, o de cobardía por no
atreverse a dejar el puesto de trabajo o a plantarse ante los que dan ordenes
absurdas y dañiñas. Tenemos que seguir creando espacios de encuentro y debate
para profesionales de la atención al parto, donde puedan escucharse y reconocer
su propio dolor para desde ahí poder cambiar la atención a madres y bebés.
Comparto aquí la versión
en castellano de un artículo que he publicado en el último número de Midwifery
Today.
Artículo original: PTSD
and obstetric violence. Ibone Olza Fernández. Publicado
en Midwifery Today issue 105 Spring 2013.
El parto puede ser muy
traumático para algunas mujeres. En la última década diversos estudios han
encontrado una alta prevalencia de síntomas de estrés postraumático tras el
parto. Así, en un estudio británico un tercio de las mujeres describían su parto como traumático y
referían haber temido por su vida o la de su bebé, o que este tuviera serias
secuelas (Soet, Brack, & DiIorio, 2003).
En los estudios realizados en población general en Australia y Reino
Unido se observa que entre el 1 y el 6% de las mujeres desarrollan un trastorno
de estrés postraumático (TEPT) completo
tras el parto (Ayers & Pickering, 2001; Creedy, Shochet, & Horsfall,
2000). En Estados Unidos, una encuesta nacional encontró que el 18% de las
mujeres presentaban síntomas altos de TEPT posparto (Beck, Gable, Sakala, &
Declercq, 2011) . En general se estima que
aproximadamente el 35% de las madre presenta algún grado de TEPT (Allen,
1998; Creedy et al., 2000; Soet et al., 2003).
El parto traumático se
ha definido como aquel en el que “hay un peligro real o amenaza vital para la
madre o para su bebé” (Beck & Watson, 2008). Son muchos los profesionales
sanitarios que desconocen o ignoran los signos del trauma psicológico y
emocional (Beck, 2004b) . Como dice Beck “el trauma del parto reside en la
mirada de quien lo percibe”, lo que implica que trauma es lo que a cada mujer
le resulta traumático durante su experiencia de parto (Beck, 2004a). La
experiencia de parto traumático se acompaña de miedo, indefensión y terror, y
suele ir seguida de toda una serie de pensamientos que incluyen recuerdos
vívidos del suceso, flashbacks, pesadillas e irritabilidad (Ayers, 2004; Olde,
van der Hart, Kleber, & van Son, 2006). Puede afectar seriamente a las
mujeres y a sus familias.
Los estudios
cualitativos muestran que un tema central para estas mujeres traumatizadas es
el haber recibido unos cuidados inadecuados (Allen, 1998). Así un meta análisis
sobre las percepciones y experiencias de las mujeres con partos traumáticos
mostró como a menudo el trauma de las mujeres es el resultado de las acciones
(u omisiones) de las matronas, médicos y enfermeras (Elmir, Schmied, Wilkes,
& Jackson, 2010). En dicho estudio las mujeres describían como habían
sentido que no tenían ningún control sobre su experiencia de parto. Les habían
tratado de forma autoritaria en la toma de decisiones, sus opiniones habían
sido ignoradas. Los profesionales no les habían respetado como personas, ni
respetado su derecho al consentimiento informado (Thomson & Downe, 2008).
Se sentían traicionadas, algunas señalaban incluso como habían aceptado
intervenciones como la anestesia epidural o la extracción con ventosa sólo para
poder finalizar el trauma que estaban viviendo (Goldbort, 2009). Muchas
contaban que habían sido tratadas de forma deshumanizada, irrespetuosa y
descuidada. Para describir el trato recibido por los profesionales utilizaban
palabras como “bárbaro, invasivo, terrible y degradante (Thomson & Downe,
2008). Otras decían haber sido tratadas como “un cacho de carne” o “una baldosa
de la pared” para explicar el trato deshumanizado recibido durante el parto,
describiendo una falta total de consideración hacia ellas como seres humanos
(Beck, 2004b). Lo estaban pasando tan mal que solo deseaban que la ordalía del
parto terminara, incluso con fantasías de muerte como única forma de evadirse
del intenso dolor y trauma (Thomson & Downe, 2008). Muchas seguían teniendo
recuerdos muy vívidos años después del parto traumático. Probablemente el
maltrato tenga un impacto mucho mayor cuando sucede intraparto, un momento en
que el cerebro materno está bañado en neurohormonas específicas que lo preparan
para el inicio del vínculo.
Resumiendo, los estudios
indican que las mujeres con frecuencia salen traumatizadas de sus partos como
consecuencia de las acciones y omisiones de matronas, enfermeras y mé dicos
(Elmir et al., 2010).
Las activistas del parto
han definido este maltrato a las parturientas por parte de los profesionales de
la salud desde una perspectiva diferente, y han visibilizado las secuelas
emocionales del mismo. Curiosamente solo lo han llamado abuso las personas que
se presentan como activistas del parto, como Susan Hodges (Presidenta de
Citizens for Midwifery) o la matrona y defensora del parto en casa Shelia Kitzinger.
Conviene recordar que el activismo del parto a menudo es una más de las
secuelas que deja un parto traumático (Sawyer & Ayers, 2009). Nombrar el
abuso que sufren muchas mujeres en el parto es el primer paso para erradicar el
problema, según Hodges. Según ella, drogar o cortar a una embarazada sin que
haya una indicación médica es un acto de violencia, incluso cuando el que lo
hace es un médico en un hospital. Prácticas inadecuadas, como dar oxitocina
sintética hasta que se produce sufrimiento fetal (y entonces la cesárea es
urgente) son también un abuso claro, aunque muy pocas mujeres sepan que esto es
una forma de maltrato (Hodges, 2009). Kitzinger
destaca como algunas mujeres sienten el parto como una forma de
violación, y como muchas mujeres que han sufrido un parto traumático presentas
los mismos síntomas que las víctimas de violaciones (Kitzinger, 2006). El término
“violación en el parto” (birth rape) lo han utilizado mujeres que sienten que
fueron violadas en sus partos y forzadas a consentir a algunos procedimientos
sin que se les hubiera informado con detalle ni se les hubiera explicado los
riesgos de las mismas.
Para los profesionales
sanitarios suele ser muy difícil aceptar la palabra “violación” referida a un
parto en un hospital. Sin embargo, es frecuente que los profesionales del parto
estén igualmente traumatizados por esa forma de trabajo tan deshumanizada. Las
enfermeras pueden sentirse impotentes e incapaces de intervenir para evitar el
trauma. En un estudio reciente de Beck, el 26% de las enfermeras obstétricas
cumplían todos los criterios diagnósticos para un screening positivo como TEPT
por exposición a sus pacientes durante el trauma (Beck & Gable, 2012).
Presenciar lo que las enfermeras del paritorio definían como partos abusivos
(abusive deliveries) amplificaba su riesgo de sufrir trauma secundario. En ese
estudio cualitativo, las enfermeras utilizaban frases como “el médico le
violó”, “un parto perfecto se convirtió en
violento”, “fue innecesariamente rudo con su periné”, “me sentí cómplice de un crimen” o incluso “me sentí
como si estuviera presenciando una violación”. Estas enfermeras se sentían
tremendamente culpables y decían que habían fallado a sus pacientes al no
defenderlas ni cuestionar las cosas que estaban haciendo los obstetras.
El primer país que ha
reconocido la violencia obstétrica como concepto legal ha sido Venezuela. En la Ley Orgánica sobre el Derecho de las
mujeres a una vida libre de violencia publicada el 19 de marzo de 2007 se define
como violencia obstétrica: “La
apropiación del cuerpo y procesos reproductivos de las mujeres por prestadores
de salud, que se expresa en un trato jerárquico deshumanizador, en un abuso de
medicalización y patologización de los procesos naturales, trayendo consigo
pérdida de autonomía y capacidad de decidir libremente sobre sus cuerpos y
sexualidad impactando negativamente en la calidad de vida de las mujeres”
(Perez D’Gregorio, 2010). En el artículo 51 de dicha ley se detalla que se
considerarán actos constitutivos de violencia obstétrica: 1) No atender
oportuna y eficazmente las emergencias obstétricas. 2) Obligar a la mujer a
parir en posición supina y con las piernas levantadas, existiendo los medios
necesarios para la realización del parto vertical. 3) Obstaculizar el apego
precoz del niño o niña con su madre sin causa médica justificada, negándole la
posibilidad de cargarlo o cargarla y amamantarlo o amamantarla inmediatamente
al nacer. 4) Alterar el proceso natural del parto de bajo riesgo, mediante el
uso de técnicas de aceleración, sin obtener el consentimiento voluntario,
expreso e informado de la mujer. 5) Practicar el parto por vía de cesárea,
existiendo condiciones para el parto natural, sin obtener el consentimiento
voluntario, expreso e informado de la mujer (Perez D’Gregorio, 2010)
Para las usuarias es
fácil comprender el concepto de violencia obstétrica. Nombrarlo puede facilitar
que muchas mujeres revelen sus traumas de parto como primer paso para la
recuperación emocional. Conseguir que los profesionales comprendan en
profundidad la violencia obstétrica parece crucial ya que esta puede ser
consecuencia de la medicalización extrema del parto, que también conlleva una
negación de los aspectos más
espirituales del mismo (Callister, 2004). Las razones que llevan a los
profesionales que atienden partos a ejercer la violencia obstétrica pueden ser
variadas:
La falta de formación y
de habilidades técnicas para afrontar los aspectos emocionales y sexuales del
parto.
El propio trauma no
resuelto. La medicalización del parto provoca complicaciones iatrogénicas
severas (Belghiti et al., 2011; Johanson, Newburn, & Macfarlane, 2002). Si
los profesionales no tienen un espacio de apoyo donde abordar este aspecto
iatrogénico de los cuidados pueden entrar en una espiral de medicalización
creciente como única estrategia defensiva. Entonces el parto se percibe como un
suceso muy peligroso, “una bomba de relojería a punto de estallar”, sin que los
que lo atienden lleguen a ser conscientes de como la cascada de intervenciones
innecesarias desencadena la iatrogenia dando lugar a más intervencionismo, más
riesgo y más dolor.
Los profesionales del
parto que tienen un síndrome de burnout generan un trato aún más deshumanizado
con lo cual las cifras de mujeres que sufren partos traumáticos pueden seguir
aumentando indefinidamente.
Es preciso situar la
violencia obstétrica en el centro del debate para poder comenzar a cerrar el
círculo vicioso y poner fin a la violencia en el parto. La comprensión de la
relación existente entre el TEPT en las mujeres, el maltrato y las causas que
favorecen ese tipo de cuidado por parte de los profesionales es urgente. Además
hay que visibilizar el alto y profundo sufrimiento emocional que llevan consigo
muchos profesionales del parto y abordarlo terapéuticamente. Los modelos de
atención al parto normal dirigidos por matronas favorecen la continuidad de los
cuidados y la participación plena de las mujeres en su experiencia de parto. Es
necesario un dialogo continuo entre
grupos de usuarias y profesionales para poner fin a la violencia obstétrica
Referencias
Allen, S. (1998). A qualitative
analysis of the process, mediating variables and impact of traumatic childbirth
. Journal of Reproductive and Infant
Psychology, 16(2-3), 107-131. doi: 10.1080/02646839808404563
Ayers, S. (2004). Delivery as a
traumatic event: Prevalence, risk factors, and treatment for postnatal
posttraumatic stress disorder. Clinical Obstetrics and Gynecology, 47(3),
552-567.
Ayers, S., & Pickering, A. D.
(2001). Do women get posttraumatic stress disorder as a result of childbirth? A
prospective study of incidence. Birth (Berkeley, Calif.), 28(2), 111-118.
Beck, C. T. (2004a). Birth trauma:
In the eye of the beholder. Nursing Research, 53(1), 28-35.
Beck, C. T. (2004b). Post-traumatic
stress disorder due to childbirth: The aftermath. Nursing Research, 53(4),
216-224.
Beck, C. T., & Gable, R. K.
(2012). A mixed methods study of secondary traumatic stress in labor and
delivery nurses. Journal of Obstetric, Gynecologic, and Neonatal Nursing : JOGNN
/ NAACOG, doi: 10.1111/j.1552-6909.2012.01386.x;
10.1111/j.1552-6909.2012.01386.x
Beck, C. T., Gable, R. K., Sakala,
C., & Declercq, E. R. (2011). Posttraumatic stress disorder in new mothers:
Results from a two-stage U.S. national survey. Birth (Berkeley, Calif.), 38(3),
216-227. doi: 10.1111/j.1523-536X.2011.00475.x;
10.1111/j.1523-536X.2011.00475.x
Beck, C. T., & Watson, S.
(2008). Impact of birth trauma on breast-feeding: A tale of two pathways.
Nursing Research, 57(4), 228-236. doi: 10.1097/01.NNR.0000313494.87282.90
Belghiti, J., Kayem, G., Dupont, C.,
Rudigoz, R. C., Bouvier-Colle, M. H., & Deneux-Tharaux, C. (2011). Oxytocin
during labour and risk of severe postpartum haemorrhage: A population-based,
cohort-nested case-control study. BMJ Open, 1(2), e000514. doi:
10.1136/bmjopen-2011-000514
Callister, L. C. (2004). Making
meaning: Women’s birth narratives. Journal of Obstetric, Gynecologic, and
Neonatal Nursing : JOGNN / NAACOG, 33(4), 508-518.
Creedy, D. K., Shochet, I. M., &
Horsfall, J. (2000). Childbirth and the development of acute trauma symptoms:
Incidence and contributing factors. Birth (Berkeley, Calif.), 27(2), 104-111.
Elmir, R., Schmied, V., Wilkes, L.,
& Jackson, D. (2010). Women’s perceptions and experiences of a traumatic
birth: A meta-ethnography. Journal of Advanced Nursing, 66(10), 2142-2153. doi:
10.1111/j.1365-2648.2010.05391.x; 10.1111/j.1365-2648.2010.05391.x
Goldbort, J. G. (2009). Women’s
lived experience of their unexpected birthing process. MCN.the American Journal
of Maternal Child Nursing, 34(1), 57-62. doi:
10.1097/01.NMC.0000343867.95108.b3
Hodges, S. (2009). Abuse in
hospital-based birth settings? The Journal of Perinatal Education, 18(4), 8-11.
doi: 10.1624/105812409X474663
Johanson, R., Newburn, M., &
Macfarlane, A. (2002). Has the medicalisation of childbirth gone too far? BMJ
(Clinical Research Ed.), 324(7342), 892-895.
Kitzinger, S. (2006).
Birth as rape: There must be an end
to ‘just in case’ obstetrics. British Journal of Midwifery, 14(9), 544-545.
Olde, E., van der Hart, O., Kleber,
R., & van Son, M. (2006). Posttraumatic stress following childbirth: A
review. Clinical Psychology Review, 26(1), 1-16. doi: 10.1016/j.cpr.2005.07.002
Perez D’Gregorio, R. (2010).
Obstetric violence: A new legal term introduced in venezuela. International
Journal of Gynaecology and Obstetrics: The Official Organ of the International
Federation of Gynaecology and Obstetrics, 111(3), 201-202. doi:
10.1016/j.ijgo.2010.09.002
Sawyer, A., & Ayers, S. (2009).
Post-traumatic growth in women after childbirth. Psychology & Health,
24(4), 457-471. doi: 10.1080/08870440701864520
Soet, J. E., Brack, G. A., &
DiIorio, C. (2003). Prevalence and predictors of women’s experience of
psychological trauma during childbirth. Birth (Berkeley, Calif.), 30(1), 36-46.
Thomson, G., & Downe, S. (2008).
Widening the trauma discourse: The link between childbirth and experiences of
abuse. Journal
of Psychosomatic Obstetrics and Gynaecology, 29(4), 268-273. doi:
10.1080/01674820802545453
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, si leíste el post, seguro tenés algo que comentar, pues hacelo!!!