por Sonia Gómez
Hay un dicho mejicano
que reza: “De todas maneras, todo son maneras”. Efectivamente, hay maneras para
todo, y para parir y nacer también.
En el momento actual, en
nuestro país, donde la tónica dominante es la del parto medicalizado, todavía
es muy habitual encontrar comentarios desafortunados acerca de parir y nacer en
casa.
A mí me han dicho de
todo, entre otras perlas una muy común: “menos mal que salió todo bien”. Y
termino cansada de contestar siempre lo mismo, que ha sido una decisión
consciente, respaldada por abundante información de calidad, y que además
cuento con una experiencia hospitalaria previa que ¿afortunadamente? me ha
hecho ver las dos caras de la moneda. La atención hospitalaria al parto dista
mucho de ser la ideal y se pasa por el arco del triunfo las recomendaciones de
la OMS.
Mi primer parto podría
haber sido maravilloso, pero no lo fue; fue un parto normal más para las
estadísticas hospitalarias, pero un auténtico fiasco para mí y mi hijo Álvaro.
Estuve en casa con mi pareja una parte muy importante de la dilatación. Cuando
llegué al hospital, me dijeron que estaba de parto. “¡Válgame Dios! ¡Claro que
estoy de parto, por eso he venido!” Como se dice coloquialmente, se me cortó
todo el rollo, y comprobé que en efecto, las mamíferas necesitamos intimidad
para parir, y la desconexión del neocórtex es imposible cuando entras en un
sitio diferente a tu cueva, sobre todo si es un lugar hostil. A pesar de toda
la información que manejaba, y de tener claro qué cosas no quería, acabé con regalos
varios en forma de enema por protocolo, rotura de la bolsa por decreto,
oxitocina sintética porque sí, prohibición de deambular, con el consiguiente
sufrimiento y posterior epidural, me mutilaron, porque “ya que estábamos”, sin
darme apenas tiempo a que todo fuera a su propio ritmo… o sea, me lo llevé
todo. Entré en el miedo; el miedo no deja fluir la oxitocina natural, en su
lugar la adrenalina campa a sus anchas. Cuando Álvaro nació, todos me decían
que estaba muy espabilado; no sólo estaba espabilado; por sus venas corría la
misma adrenalina que me corría a mí…
Mi segundo parto sí que
fue maravilloso, no perdí la conexión con lo que me ocurría, no salí de mi
cueva, las personas que me atendieron me regalaron todo su tiempo y confianza,
y con ello, la fuerza para afrontar los fantasmas antiguos del miedo. Y se
consigue. Todo fluye. Gael nació sin prisas, sin adrenalina de por medio, con
tranquilidad, la misma que respiraba yo.
¿Cuándo entenderemos que
justo lo que necesitamos se nos niega? Más tranquilidad otorga más control; la
paradoja está en que se obra al revés: controlamos para estar tranquilos, pero
eso genera nacimientos y partos anti natura, abrazados por el miedo y la
inseguridad. Y eso es sólo el comienzo…
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