Estilo de vida
Sábado 27 de abril de
2013 | Publicado en edición impresa
Alentadas por una mirada
alternativa de la nutrición, crecen las familias que, sumándose a una tendencia
polémica, se declaran en contra de los lácteos
Por Sebastián A.
Ríos | LA NACION
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María Constanza (20) y su madre Audrey Kupfer (48) abandonaron el consumo de lácteos. Foto: Gustavo Bosco |
"Pongo dos
cucharadas de avena en una sartén y la tuesto, la paso a un pote y le agregó
una cucharada de miel, almendras secas y un chorrito de leche de soja. Ése es
mi desayuno. Queda riquísimo, me aporta calcio y energía, pero no consumo nada
de lácteos", cuenta Audrey Kupfer, de 48 años, que hace casi un año
abandonó la leche y sus derivados, en una búsqueda por mejorar su salud visual.
"Tengo presbicia.
Por eso, hace un año fui a una charla de un médico que combina lo naturista con
la medicina china, y que explicaba cómo se puede mejorar la visión a través de
la alimentación", recuerda Audrey. La indicación era dejar de consumir
productos lácteos, y no le tomó más de un mes lograrlo.
"No fue demasiado
complicado. Lo que sí tuve que aprender es cómo reemplazar el calcio, porque
tengo 48 años y todo el mundo me decía que se me iban a romper los
huesos...", dice Audrey, que logró bajar la graduación de los anteojos que
usa para la presbicia en el último año, período en el que transmitió su nueva
dieta a su hija, que también abandonó los lácteos.
Audrey es una de las
muchas personas que, en la Argentina y en el mundo, se oponen a una de las
máximas hasta ahora incuestionadas de la nutrición: que no se puede llevar una
alimentación saludable sin consumir lácteos. Los argumentos que están detrás de
quienes dejan (en forma total o parcial) de consumir leche -o de servírsela a
sus hijos- son tan variados como las dietas que adoptan; algunos son capaces de
despertar la ira de los nutricionistas, otros pueden ser materia de amable
discusión en el consultorio, pero también están los que se juegan en otro
terreno y otro lenguaje, el de la filosofía y de la ética.
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Cuando se resfrían, Claudia Goldman no sirve leche a sus hijos Gina,
de 8 años, Ciro, de 16, y Tazio, de 13. Foto: Gustavo Bosco
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Los argumentos en contra
de la leche de los veganos, por ejemplo, presentan una dualidad: despiertan la
ira de los expertos en nutrición cuando plantean que consumir leche enferma, pero
al mismo tiempo patean la pelota afuera cuando plantean la cuestión última
detrás del veganismo, que es combatir la explotación animal por parte del
hombre.
"Cuando uno consume
un producto de origen animal, como la carne, pero también como la leche, está
causando la explotación del animal. Es por eso que desde que empecé a hacer
activismo por los derechos de los animales dejé de consumir productos
lácteos", cuenta Hernán Salatta, de 38 años, que forma parte de la
Revolución de la Cuchara/Comando Verde ( www.revolucioncuchara.com.ar ), una
ONG que busca crear conciencia en torno a las virtudes del veganismo, y que se
declara en contra del consumo de productos lácteos.
Hernán llegó al
veganismo cansado de las respuestas de la medicina convencional. Diez años
atrás decidió recurrir a la medicina tradicional china en busca de una solución
a una gastritis. No carne, no leche, ésa fue la indicación que recibió. Y
Hernán la siguió al pie de la letra.
"Me curé. Y eso me
abrió los ojos. Ahí dejé la carne y los lácteos, y luego también el huevo y la
miel. Fue algo progresivo, que en mi caso empezó por un tema de salud, pero
después me llegó la parte ética", dice Hernán, que en vez de tomar leche
de vaca toma leche de almendras, de avena o de arroz, que él mismo se prepara.
"No se trata de suplantar la leche de vaca, ya que no es algo que
considere que haya que suplantar, sino que sencillamente evito los productos de
origen animal", agrega.
Martín Santamaría, de 41
años, también dejó la leche, pero en su caso esta decisión fue la culminación
de un proceso de dos décadas. "Soy vegetariano desde hace 20 años, pero
hasta hace un año consumía leche y huevos -cuenta este experto en informática-.
En un principio, propuestas como la vegana [de eliminar de la dieta todo producto
de origen animal] me parecían extremas; pero yo me considero un racionalista
escéptico, y con el tiempo hubo preguntas que me hicieron cuestionar la
necesidad de la leche que publicita la industria láctea."
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Hernán Salatta (38), activista vegano,
prepara una leche de almendras.
Foto: Gustavo Bosco
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¿Por qué el ser humano
es el único animal que, una vez concluida la etapa de la lactancia, comienza a
tomar leche de otros animales? Esa es la pregunta que para Martín no tiene
respuesta desde la nutrición convencional. "Si la vaca obtiene nutrientes
como el calcio del reino vegetal, entonces puedo obtener yo también el calcio
de esa fuente, comiendo hojas verdes, almendras semillas de alpiste, tofu...
Además, no hace falta que uno elabore todas estas cosas: hoy en cualquier
barrio hay una dietética o un negocio de comida china, que en un 90% son
vegetarianos."
Lourdes Ruiz Díaz dejó
la leche mucho más temprano que Martín y que Hernán. En claro desafío a la
noción establecida de que la leche es clave para el crecimiento, Lourdes
abandonó los lácteos a los 13 años; hoy tiene 17. "Un día, en la escuela,
una amiga me dijo que había dejado de comer carne, y yo pensé: «¿Qué onda?
Tengo que buscar razones por las cuales yo también tengo que dejar de
consumirla.» Llegué a casa y busqué información en Internet, y ahí me encontré
con páginas veganas", recuerda.
Hasta ese día, Lourdes
compartía la dieta familiar, la misma que aún hoy sus padres observan y en la
que los lácteos tienen un lugar importante. "Siempre en la heladera hay
leche, por eso de que a un chico en crecimiento no le puede faltar... -dice con
ironía-. Cuando yo dejé de tomar leche y de comer carne, me empezaron a
cuestionar. Con el tiempo, y después de compartir mucho rato en la cocina con
mi mamá, ella empezó a incorporar algunas cosas de mi dieta."
Hoy, en la mesa de los
Ruiz Díaz coexisten dos dietas: Lourdes y su hermano mayor no consumen lácteos;
el resto de la familia, sí. Los Ruiz Díaz no veganos ya no la cuestionan a
Lourdes, ya que los estudios médicos a los que ella se somete periódicamente
por voluntad propia no delatan ningún problema de salud.
Lejos, muy lejos de
posturas tan radicales como las del veganismo, es posible hallar
cuestionamientos a la leche mucho más acotados, de razón -podría decirse-
práctica. "No soy una fundamentalista del no consumo de lácteos, para
nada. Si hago un puré, uso leche y manteca, y siempre en casa hay leche,
manteca y yogur, pero a mi primera hija, Paloma, la amamanté hasta los dos años
y medio, y no tomó leche de vaca hasta el colegio", dice Valeria Burrieza,
de 41 años, mamá de dos chicas, en su octavo mes de embarazo.
Cuenta Valeria que la
primera vez que Paloma empezó con mocos, el pediatra, de enfoque naturista, le
recomendó evitar los lácteos. "Nos explicó que los lácteos eran los que
provocaban los mocos, ya que las proteínas de la leche de vaca son muy pesadas
para digerir y provocan esa congestión; desde entonces quedó instalado en casa
que cuando alguien se resfría suspendemos los lácteos, y nos curamos
enseguida."
El consejo de evitar los
lácteos ante resfríos y otras infecciones respiratorias hoy es relativamente
popular en los consultorios de médicos de orientación naturista. "Cuando
nacieron mis hijos yo tenía un pediatra que se movía en un círculo de gente que
decía que la leche de vaca generaba mucha mucosidad, y que por eso empeoraba
todas las infecciones respiratorias", comenta Claudia Goldman, de 47 años,
mamá de chicos de 16, 13 y 8 años.
"Yo adopté ese
consejo y todavía lo mantengo, y si bien a mis chicos les encanta la
chocolatada y el yogur, cuando se enferman suprimo los lácteos", cuenta
Claudia, en cuya casa los lácteos están siempre presentes hasta que se declara
alguna enfermedad. "Personalmente no consumo mucho lácteo; me gustan las
tostadas con queso blanco, pero no mucho más. El otro día fui a ver a mi médica
para un control, y me dijo que me faltaría incluir un poco los lácteos. Lo dijo
por rutina, no porque haya visto ningún análisis."
LA MIRADA PRO
La lista es larga, pero
pareciera que para cada uno de los postulados de la leche como alimento
esencial existiera un contraargumento. Si uno se atiene al pie de la letra al
discurso vegano, debería aceptar que la leche causa alergias, diabetes,
obesidad, enfermedades respiratorias, problemas gastrointestinales e, incluso,
cáncer. En algunos aspectos, la cadena de argumentación de los detractores de
la leche parece una versión en negativo de los enunciados en su favor.
En ese punto de no
debate, los argumentos a favor y en contra no hallan un terreno en común para
el diálogo. Para los detractores de los lácteos todo argumento científico se
encuentra distorsionado por la industria de la leche, mientras que para los
defensores de la leche, toda crítica carece, lisa y llanamente, de sustento
científico.
Sin embargo, hay
aspectos que deben ser -en la opinión de quien escribe estas líneas- apartados
de todo debate. El primero de ellos es la capacidad de la leche para generar
alergias alimentarias. Se dice que la leche es causa de alergias, y ésa es una
verdad a medias. "La alergia a la leche de vaca es cada vez más frecuente,
y esto se da cuando los bebes son expuestos antes de cumplir el primer año de
vida a la leche de vaca; hasta esa edad, el consumo de leche de vaca también
puede provocar anemia", explica la doctora Luciana Meni Battaglia,
pediatra del Hospital de Niños.
La leche causa alergias,
pero esto vale sólo para los menores de un año; de ahí en adelante, el
argumento pierde sustento. A excepción, claro está, de quienes son intolerantes
a la lactosa, pero ése es otro tema.
Así como la industria
láctea exagera en publicitar a la leche como panacea contra todos los males del
mundo, también es cierto que sus detractores establecen vínculos de dudoso
sustento científico. La leche de vaca no sólo no causa diabetes, obesidad ni
cáncer, como postulan sus más acérrimos enemigos, sino que por el contrario su
inclusión dentro de una alimentación variada y equilibrada es en realidad la
mejor herramienta para combatir esas afecciones.
"La sinergia
alimentaria, que implica consumir alimentos variados y nutricionalmente densos,
es la mejor elección si se desea ser saludable", afirma la médica
nutricionista Mónica Katz.
Por último, ¿se puede
llevar una alimentación sana sin consumir leche? "Un chico puede crecer
sin leche, pero debe obtener el calcio necesario, y las fuentes del mineral son
higo, perejil, brócoli y almendras... ¿Qué chico al destete puede consumir esto
de manera natural? Personalmente, creo que decir no a los lácteos es más una
búsqueda de sentido que una elección responsable."
LA HELADERA DE LO
PROHIBIDO
Son muchos los alimentos
atacados desde el veganismo,
el naturismo o incluso desde la medicina
Ilustración: Majo Cerezo.
VACUNAS, EL PRIMER GOLPE
A LA SALUD
Hasta hace mucho tiempo
la leche era el incuestionable paradigma de la alimentación saludable; hoy, son
cada vez más los que lo ponen en duda. Pero el cuestionamiento de los
paradigmas de lo saludable tienen un antecedente relativamente reciente, cuyo
inicio, evolución y desenlace bien vale tener presente para poder poner en
perspectiva este tipo de debates.
Todo comenzó en 1988,
cuando la prestigiosa revista The Lancet publicó un artículo científico en el
que Andrew Wakefield, investigador del Royal Free Medical School, de Londres,
decía haber hallado un vínculo entre la vacuna triple viral y un nuevo síndrome
que combinaba autismo con una grave enfermedad gastrointestinal.
Bastó una conferencia de
prensa, en la que el elocuente Wakefield sugirió que la vacuna podía causar
autismo, para que los movimientos antivacunas, hasta ese entonces bastante
endebles en virtud de la carencia de evidencias, salieran a convencer al
público de que todas las vacunas enfermaban.
"El artículo de
Wakefield creó una controversia mundial sobre la vacuna contra el sarampión,
las paperas y la rubeola, al afirmar que causaba autismo. Esto llevó a que se
redujera el uso de la vacuna en Inglaterra, Estados Unidos y otros países",
recordaba, varios años después, la revista The New England Journal of Medicine.
En 2011, una
investigación llevada adelante por el periodista Brian Deer, y publicada en la
revista British Medical Journal, develó cómo y por qué Wakefield fraguó las
evidencias que respaldaron su grito de alarma en torno a la triple viral.
Wakefield, básicamente, estaba detrás del desarrollo de una vacuna
"segura" para reemplazar la triple viral y de un kit diagnóstico para
detectar el nuevo síndrome.
Sus intereses eran
puramente comerciales y su artículo científico era un fraude.
Pero el daño aún
persiste. Todavía no son pocos los grupos antivacunas que siguen ciegamente
agitando el fantasma del autismo. En países como Estados Unidos o Inglaterra,
que antes de la publicación de Wakefield ostentaban tasas de vacunación
envidiables, han surgido brotes de las afecciones incluidas en la triple viral,
como resultado de la menor vacunación.