Sábado 09 de marzo de
2013 | Publicado en edición impresa
El sistema aumenta
progresivamente el tiempo de permanencia de los chicos en la sala e involucra a
distintos miembros de la familia
Por Evangelina
Himitian | LA NACION
Lucía Piccone e Ignacio Sánchez junto a sus
hijas
Mora (2)
y Francisca (4)
,
patricio pidal/afv,
patricio pidal/afv.
Foto: Patricio Pidal / AFV
|
Karina Lazo, ingeniera
en sistemas y mamá de Manu, de 2 años, arregló para trabajar varios días desde
su casa. Lucía Piccone, arquitecta y madre por tres, directamente tachó de su
agenda todos los compromisos por los próximos dos meses. Florencia Bauza,
diseñadora y mamá de dos nenas en jardín de infantes, tuvo que coordinar con su
socia para trabajar fuera de los horarios de la tarde, al menos por unas
semanas.
Ellas, como otras
110.000 madres porteñas, hacen frente a esa terrible odisea llamada
"adaptación" de sus hijos al jardín. Ése es el número de alumnos que
asisten al nivel inicial tanto en colegios públicos como privados, según cifras
del Ministerio de Educación porteño. Otro dato: hoy, el 60% de las madres
argentinas trabaja o busca trabajo, según datos del Observatorio de la
Maternidad.
Las cadenas de mails, la
compra de los materiales, las reuniones de padres y la lucha contra los piojos
son algunos de los temas que abruman la cabeza de las madres de jardín.
"Hace una década,
la edad promedio de escolarización era a los cuatro años. Hoy es de tres y dos.
Por eso, quizá se habla más de la adaptación; sin embargo, este concepto se
incorporó a la educación hace más de 30 años", explica a La Nación Marcela
Goneaga, directora de Educación Inicial de Gestión Estatal del gobierno de la
ciudad.
Sin embargo, fue recién
a fines de los noventa cuando la adaptación al jardín se instaló como la verdad
revelada, un período ineludible para lograr "un vínculo afectivo" del
chico con el jardín. Puede durar una semana o todo un mes, según la
institución, e involucra a cada vez más miembros de la familia.
El primer día de clases
suele ser sólo de 20 minutos, para conocer la sala, a la maestra y a los
compañeros. Pero el sistema, que va incrementando progresivamente el tiempo de
permanencia en el jardín, implica una logística mayúscula en la organización
familiar. Hay que llevar al chiquito en cuestión, sentarse en pequeñas sillas y
participar en las actividades. Después, si todo marcha bien, habrá que quedarse
haciendo guardia en un bar por si llora, hacer migas con otras madres o padres,
buscar un programa para los demás hijos, volver a buscarlo, organizar el resto
del día fuera de la escuela...
Hay que pedir horas en
el trabajo, movilizar padres y niñeras, requerir la colaboración de las abuelas
y sincronizar todo con precisión suiza.
"Es un período muy
complejo", confiesa Lucía Piccone, arquitecta y mamá de Mora, de 4 años,
Francisca, de 2, y Emilia, de 8 meses. Las dos mayores arrancaron esta semana
en el Jesús María. "La adaptación de Francisca dura hasta Semana Santa.
Pero después de tantos feriados, tienen que volver a adaptarse. La de Mori es
más corta, pero después comienza la adaptación del doble turno. Quiere decir
que por dos meses voy a estar yendo y viniendo al colegio varias veces al
día", cuenta.
Francisa y Josefina, con su mamá, en el jardín. Foto: Patricio Pidal / AFV |
Las que van por su
primera adaptación, se sienten abrumadas. Además de todo, tienen que convencer
a su pequeño de que en el jardín lo va a pasar bien y que tiene que quedarse.
"Al chico hay que esperarlo y respetarlo. El período inicial es
fundamental porque permite que conozca el lugar y a las personas con las que va
a estar. También para la docente es importante conocer a la familia y el
carácter del chico, saber cuáles son sus conocimientos, cuál es el punto de
partida para aplicar el proyecto pedagógico. No es una pérdida de tiempo",
apunta Goneaga.
Karina Lazo es mamá de
Manu, de dos años, que acaba de empezar la adaptación en el Pestalozzi.
"Empiezan muy gradualmente. La semana pasada era media hora por día; esta
semana ya es una hora. Progresivamente va aumentando cada semana, pero así la
adaptación dura todo un mes. En mi caso, pude organizarme para trabajar desde
casa, pero para muchos, no es sencillo. No siempre en los trabajos tienen la
misma disposición", explica Karina. Para esta semana, acordó con la
maestra que puede ser la persona que cuida a Manu quien haga la adaptación, en
lugar de ella. "Se ven muchos abuelos y abuelas. También padres. Éstas son
semanas en las que se convoca a todos los familiares que te puedan dar una
mano", aclara. Goneaga confirma que no es necesario que sea el padre o la
madre quien participe de la adaptación: "Debe ser un referente
familiar".
A diferencia de cómo era
hace 20 años, ahora el proceso de adaptación es "padres friendly".
Las madres o padres ya no se van del jardín al grito de "ahora,
andate", apenas el chico se acercó al arenero. Ellos entran, saludan y
avisan cuando se van.
"El primer día fue
terrible. Todos los chicos lloraban a coro y las mamás, detrás de un vidrio,
espiando -cuenta Guillermina Alebuena, mamá de Valentina, de dos años y medio-.
Ese día, a Valen la mordió un nene y le pegaron para sacarle los juguetes, así
que lloraba por miedo a lo desconocido y a lo conocido. Pero a la segunda
semana, ya aprendió cómo relacionarse."
Florencia Bauza y Martín
Lucini acaban de volver de sus vacaciones. Ella es diseñadora gráfica y él es
psicólogo. El regreso fue abrupto. Francisca, de 5, y Josefina, de 3, empezaron
la adaptación al día siguiente. "Yo trabajo en un estudio de diseño. Mi
socia está de viaje, tengo trabajo acumulado, así que esta semana va a ser
intensa", comenta Florencia. El primer día, se organizaron para ir uno a
cada sala. Ese día, las chicas se quedaron sin problemas. Al segundo día
aparecieron las dudas y al tercer día, en la puerta del colegio, la mayor le
rogó que la dejara faltar. "Paso a paso, cada día es un nuevo
desafío", asegura la mamá.
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