Miércoles 20 de marzo de
2013 | Publicado en edición impresa
Salud / Una historia
singular
Llegó después de una
década, cuando ya estaban a punto de desistir; una experiencia a veces extenuante,
pero que no les quitó las ganas de tener otro hijo: ahora están buscando el
hermanito
Por Fabiola Czubaj | LA NACION
Andrea y Santiago, junto a su hija Rosario,
una historia con final feliz. Foto: Fabián Marelli
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Cuando Andrea y Santiago
ingresaron el sábado pasado en una clínica de fertilidad, en Bulnes y Tucumán,
nadie pensaría que esa pareja tucumana estaba reincidiendo en el intento de
lograr un embarazo. Y no se trata de cualquier reincidencia, sino la de la
búsqueda de un segundo embarazo, después de 13 tratamientos en casi una década
y que hicieron posible la llegada de la pequeña Rosario, que ya tiene casi dos
años.
Su llegada, resistió a
todo, hasta una enfermedad rara que lo mantuvo a él sin poder caminar durante
un año. Anécdotas es lo que le sobra a esta pareja, que pasó por los mismos
altibajos de tantas otras, pero que hoy le saben poner mucho humor a
situaciones tan privadas que a cualquiera le incomodaría mencionar.
"Después de todo lo que pasamos, es un milagro haber tenido a Rosario. Fue
probar, probar y probar... hasta que te dé la cabeza y el bolsillo, porque a
veces tenés el dinero, pero no te da más la cabeza. Tuvimos que vender el
departamento, suspender trabajos, carreras y pedirle ayuda a la familia",
dice Santiago Colombres, de 38 años, abogado y licenciado en marketing.
"Ese tratamiento,
el número 13, era el último para nosotros", recuerda Andrea Navarro, de 37
años, diseñadora y profesora de inglés. Y explica que durante los tratamientos
de fertilidad le cambia la vida a una pareja. "El tratamiento pasa a ser
una complicación, a imponer una agenda que dirigen los médicos", precisa.
En esa agenda están
cuándo hay que tener relaciones sexuales, cómo es la mejor forma de tenerlas,
levantarse temprano para poder llevar ese día la muestra de semen que necesita
el médico para fertilizar los óvulos más aptos o postergar actividades después
de una llamada del especialista. "Todos estos años hice de todo, pero
nunca pude trabajar en relación de dependencia porque, si no, no hubiese podido
hacer los tratamientos. Cuando quedé embarazada, estaba estudiando arte en la
Universidad de Tucumán y tuve que dejarlo porque quedé libre. Además, cerramos
allá un local de ropa porque, de los dos, yo era la que más tiempo tenía que
venir y quedarme en Buenos Aires. Era difícil", comenta Andrea.
Cuando se casaron en
2002, en plena crisis económica, se recibieron y se propusieron organizar qué
harían cada año. Una de las primeras tareas sería tener un hijo, pero eso
demoró casi una década. Como les recomendó el ginecólogo en Tucumán, intentaron
durante un año. Les hicieron estudios a los dos, de laboratorio y genéticos, y
los resultados eran normales. Pasaron otros cinco meses y decidieron consultar
en Buenos Aires. Las amigas de Andrea le recomendaron ver al doctor Ramiro
Quintana, director de Preservar Fertilidad, un grupo de estudio sobre pacientes
oncológicas pediátricas y adultas.
Así se enteraron de que
pertenecen a un grupo de parejas que son completamente sanas, pero no pueden
concebir. "Se llama esterilidad sin causa aparente y es terrible porque no
hay nada para curar o arreglar. El resultado del espermograma está bien y la
mujer tampoco tiene problemas. El diagnóstico se fue dando en el tiempo",
cuenta Santiago.
Empezaron con la
estimulación ovárica de baja complejidad, y así pasaron a los distintos tipos
de fertilización (sin extraer los óvulos primero y luego in vitro) hasta llegar
a la inyección intracitoplasmática de espermatozoide o ICSI, que es la más
compleja.
"Recuerdo que el
médico me dijo: «Andrea, no me extraña que me llames un día y me digas que
estás embarazada». A todo esto, había que seguir trabajando. Fui al psicólogo
como me aconsejó el médico, que ya no tenía muchas respuestas para darme -dice
ella-. Creo en Dios y tampoco encontraba ahí una respuesta. Ya no sabía qué
hacer y todas mis amigas tenían varios hijos y muchas hablaban de que tenían
tres varones y no conseguían a la nena, y yo sufría."
Buenos pacientes
"Nunca me tiré en
una cama después de cada uno de los resultados negativos. Siempre tenía en mi
cabeza el signo de pregunta, de si yo tenía que estar con Santiago o él
conmigo, de por qué no quedaba embarazada, que quizás era porque no podía ser
una buena madre, que me separaría o hasta si me moriría y que por eso no tenía
que quedar embarazada porque no había un motivo físico."
Los dos, se nota al
hablar, hicieron todo lo que les pidieron o les recomendaron quienes
consultaron, incluidos los especialistas en fertilidad de Buenos Aires. En
2008, de regreso de Rosario por trabajo, Santiago se levantó una mañana con
síntomas extraños: fiebre y diarrea, que se prolongaron durante 20 días,
seguidos de conjuntivitis, problemas cardíacos y dolores incapacitantes que
aparecían en cualquier lugar del cuerpo. Estuvo un año en cama y otro más para
recuperarse. Para caminar tres cuadras necesitaba una hora, alguien
acostumbrado a correr maratones. "Hasta le mandé una carta a Dios en un
globo", apunta. La desesperación lo llevó a Rosario a ver al padre
Ignacio. Asegura que todo empezó a mejorar. A los cuatro meses, volvió con
Andrea a Rosario para hablar con el sacerdote y salieron con unas recetas
caseras, una estampita y una recomendación, sin haberle dicho que estaban
tratando de concebir un hijo. "Tengan mucha, mucha fe." En el micro
de vuelta, uno de los choferes que se les acercó a hablar le regaló a Andrea
una medallita de la Virgen del Rosario. "Era un hombre muy amable, canoso,
mayor, y me dijo que iba a tener una nena y que él tenía el nombre. «Ese día,
me llamás. Esta medalla no te la regalo. Me la devolvés cuando tengas a tu
hija.» Perdí el número y supongo que el nombre era Rosario."
Fue en septiembre de 2010,
y en noviembre Andrea quedó embarazada. Rosarito, como la llaman, está por
cumplir 2 años. "El día del parto, lloré desde que llegué al hospital
-recuerda Andrea-. Me tenían que hacer cesárea porque la beba tenía el cordón
alrededor del cuello, y aunque era ochomesina, sus pulmones estaban maduros. En
la sala de parto, le dije al médico: «¿Sabe que me hice 13 tratamientos?» Y se
puso muy nervioso. Cuando nació, pedí oxígeno porque no podía parar de
llorar."
La pareja ya empezó a
buscarle un hermanito. En diciembre pasado, el intento número 14 resultó
negativo. "Volvimos a casa y abrazamos a la nena, que no me dejó llorar
mucho porque enseguida quería jugar", cuenta Andrea. El sábado pasado,
hicieron un nuevo intento. "Ahora, a esperar", dice Santiago. Una
nueva oportunidad con final abierto.
UNA PAREJA QUE NO CEDIÓ
ANTE EL FRACASO
Los dos especialistas
que los guiaron coinciden en su notable persistencia
Si hay algo en lo que
coinciden los dos especialistas que atendieron a Andrea Navarro para ayudarla a
concebir, y a que el embarazo finalizara con éxito, es en la persistencia y la
capacidad de la pareja de levantarse ante cada fracaso. Claro que ellos tenían
algo a favor, pudieron superar los condicionamientos económicos y de edad de la
fertilización asistida.
"Los tratamientos
generan mucha angustia; desde esperanza al inicio hasta la sensación de fracaso
cuando el resultado del test de embarazo no es positivo. Y cuando una paciente
queda embarazada, el miedo al fracaso durante la gestación se transforma, a
medida que pasan los meses, en ansiedad de que todo termine bien", comentó
el doctor Hugo Ciaravino, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional de Tucumán, quien atendió a Andrea durante el embarazo y el parto, que
fue por cesárea a los ocho meses de gestación debido principalmente a un
aumento de la presión sanguínea materna que podía poner en riesgo a la madre y
a la beba. "Fue una pareja bastante tranquila, a pesar de tantos tratamientos.
Tenían la ansiedad y la angustia común en estos casos, pero los dos eran muy
positivos en el resultado. Me comentaron que empezaron a buscar otro
embarazo", agregó Ciaravino.
Comentó también que, con
tantos intentos, muchas parejas optan por la adopción o no seguir intentando.
"Pero ella fue muy, muy, persistente. Me asombró como obstetra lo
tranquilos que estaban durante el embarazo", indicó.
El tratamiento fue
aumentando la complejidad rápido debido a que vivían lejos. "Comenzaron
con dos intentos de inducción de la ovulación sin éxito, siguieron con dos
intentos de inseminación artificial y, como no quedaba embarazada y tenían que
dejar su vida de todos los días para venir a Buenos Aires, pasamos a la
fertilización in vitro", detalló el doctor Ramiro Quintana, director
científico del IFER.
Andrea quedó embarazada
en la quinta aspiración de óvulos, con varias transferencias embrionarias
previas sin éxito. Así llegaron a los 13 intentos. El embarazo se logró con una
técnica que aún no se había utilizado con ella, el hatching asistido. Cuando la
cápsula de los embriones es muy gruesa, por ejemplo, se le hace una punción
para provocarle una "zona de debilidad" y que puedan adherirse al
útero.
Quintana explicó que
"a veces, una pareja va recorriendo los tratamientos a medida que la
medicina va aumentando su conocimiento. Cuando ellos empezaron, los
tratamientos eran unos y, con los años, cambiaron las medicaciones, las
técnicas, las condiciones de laboratorio y el conocimiento médico. Es lógico,
entonces, que se dé el embarazo con mejores condiciones".
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