17 octubre, 2013
Hoy tengo la fortuna de
contar con la colaboración de una amiga, doula y madre, que nos explica sus dos
experiencias de lactancia.
Contrapuestas.
Para que aprendamos,
disfrutemos y nos emocionemos con ella.
Muchas gracias Albertina.
Esta es su historia:
“”Yo no fui amamantada
de bebé, ni vi a ninguna madre amamantando a su bebé (o si lo vi fue algo tan
puntual que no lo recuerdo). Crecí en la cultura del biberón, y siempre escuché
que era más cómodo, más fácil, cualquiera se lo podía dar al bebé. La madre podía
descansar, se sabía cuánto comía el bebé… en fin, todo eran ventajas. No
escuché nada en contra de la lactancia materna pero todo esto hizo que creciera
pensando que daba lo mismo el biberón que la teta, y por algún motivo pensaba
que era importantísimo saber cuánto comía el bebé y eso sólo podía saberse con
el biberón.
Luego fui leyendo acerca
de la lactancia materna, fui aprendiendo algunas cosas y empecé a verle ventajas.
Cuando me quedé embarazada de mi primera hija, no obstante, aún pensaba que me gustaría
darle el pecho y lo haría “si podía”.
Resulta que Valeria
nació prematura, de 33 semanas, y fue derechita a la incubadora. Yo me encontraba
en estado de shock, nadie en el hospital nos asistió psicológicamente y mucho
menos vino nadie a asesorarnos en lactancia. Me sentía tan desvalida que a
punto estuve de pedir el dostinex, pensando que no valía la pena ni intentarlo.
Pero ahí estuvo Leo, mi chico, al pie del cañón y me animó a pelear por lo que
quería. Sus palabras me dieron fuerza, me decía que iba a estar a mi lado y
decidí intentarlo. En el hospital, pese a tener Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales,
no había ni un sólo sacaleches. Valeria nació casi a las 5 y yo no pude empezar
a extraerme leche hasta que un familiar me trajo un sacaleches en torno a las
11. Era un sacaleches normalito, manual. Nada más recibirlo nos leímos las
instrucciones y empecé la extracción. Poco a poco llegaron las primeras gotas
de calostro, que miré maravillada y llevé a la UCIN para que se las dieran a mi
hija en cuanto pudieran. Me sacaba leche cada 3h, de día y de noche y así seguí
cuando me dieron el alta y me fui a casa sin mi hija. La cantidad de leche que
extraía aumentó y empecé a necesitar media hora o más para cada extracción. Me
dolían los brazos de darle al tirador del sacaleches, era verano y hacía calor,
sudaba con cada extracción. Además estaba agotada por el parto y las idas y
venidas al hospital, y aun así me sacaba cada 3 horas incluso de noche. Sin el apoyo
de Leo no lo hubiera logrado, se levantaba conmigo en cada toma, esterilizaba
el sacaleches, me lo traía y cuando empecé a no aguantar el dolor del brazo (de
darle al tirador del extractor), se turnaba conmigo para “ordeñarme”. Llevaba
mi leche en botes al hospital y se la daban a mi hija através de una sonda.
La primera vez que pude
poner a Valeria al pecho fue también la primera vez que la cogí. Tenía 8 días.
Me senté al lado de su incubadora, la enfermera la sacó con todos sus cables y
envuelta enmantas y así, con todo ese aparataje, la puse al pecho… para mi
sorpresa se cogió y mamó de maravilla, qué sensación tan dulce…
A pesar de esa primera
toma fabulosa, el hospital tenía una política de acceso restrictiva y no me
dejaban ir a darle el pecho en cada toma, así que le empezaron a dar biberones
también (con mi leche). Valeria hacía al pecho la mitad de las tomas, y como
hacían doble pesada, si no mamaba todo lo que necesitaba le daban el resto en
biberón. Esto aumentó mi inseguridad, mi sensación deque tenía que saber
exactamente cuánto comía.Yo notaba cuándo ella mamaba y cuándo solo hacía
succión no nutritiva, y cada toma era una agobio, sólo quería que ella comiera
para evitar que le dieran el biberón, pero tenía que comer en quince minutos y
nunca lo lograba… a veces directamente apartaba la carita cuando la ponía al
pecho, no había manera de que se enganchara, yo me sentía rechazada cada vez
que eso pasaba.
Me seguí sacando leche
durante todo el ingreso, tres largas semanas… la producción bajó y yo me alarmé,
en el hospital me decían que no alcanzaba, así que empecé a sacarme cada dos
horas día y noche en lugar de cada 3… cuando Valeria recibió el alta 19 días
después de su nacimiento yo apenas me tenía de pie. Nos la llevamos a casa con
1960grs y la amenaza de un nuevo ingreso si no ganaba peso.
La primera vez que la
puse al pecho en casa, me rechazó, apartó la cara y lloraba de hambre, yo
lloraba de impotencia y de miedo, le di mi leche en biberón. De madrugada, la
siguiente toma, otra vez lo mismo… y yo agotada, apenas podía sostenerla en
brazos, me sacaba la leche y después se la daba. Intenté pedir ayuda a asesoras
de lactancia de mi ciudad, pero sólo una me respondió al teléfono y lo que me
dijo fue que siguiera sacándome leche y en lugar de dársela con biberón que se
la diera con cucharita. Ese consejo me acabó de hundir. No me veía capaz de
continuar así, no tenía fuerzas y así, decidí tras una conversación con Leo,
dejar paulatinamente de sacarme leche y alimentar a Valeria con biberón. Fue
una decisión que me costó muchas lágrimas, pero no tenía más apoyos que Leo.
Le seguí dando mi leche
en biberón hasta que se acabaron las reservas que tenía en el congelador, espacié
las extracciones hasta que dejé de producir leche y empecé a darle
exclusivamente leche artificial.
No sabía nada entonces
de la succión no nutritiva así que simplemente dejé de ofrecerle el pecho, hasta
que una tarde con 3 meses, empezó a llorar desconsoladamente y nada la calmaba…
no sabía qué hacer, así que me puse piel con piel con ella, le ofrecí el pecho
y empezó a succionar y se calmó… hacía más de dos meses que no mamaba, fue un
momento mágico y aprovechamos para hacer las únicas fotos que tenemos con ella
al pecho… no volvió a pasar…
Estuve muchos meses
intentando elaborar el duelo por este fracaso. Me costaba ver a madres amamantando.
Era una imagen que me dolía demasiado. Pero poco a poco me fui recomponiendo y
asimilando lo que pasó, apartando las culpas.
Cuando me quedé
embarazada por segunda vez, lo tenía más claro: iba a lograr amamantar a mi bebé
sí o sí. Me empapé de información y estaba rodeada, esta vez sí, de apoyos. Al
cumplir 24 semanas de embarazo compramos un extractor eléctrico doble. Me hacía
sentir más segura tener un sacaleches apropiado, en caso de necesitarlo.
Alan nació a las 36
semanas en un parto natural. Me lo pusieron encima nada más nacer y esperé que
él hiciera un enganche espontáneo, como había leído tantas veces. Así me
aseguraba un enganche correcto. Pero eso
no pasó. A las 3 horas de nacer Alan aún no había mamado, y comprobaron que
estaba hipoglucémico. Me dijeron que había que darle un suplemento “ya”. Me trajeron
10 ml de leche artificial en una jeringuilla y me explicaron cómo dárselos con
la técnica dedo-jeringa. Yo misma se lo di. Alan se lo comió en un momento y yo
me entristecí porque lo primero que había comido era leche artificial.
Esperamos un rato, pero Alan seguía sin pedir y sin cogerse, así que empecé a
ponerle yo al pecho cada 3h. Se enganchaba, pero lo hacía mal, me mordía, y al
cabo de dos o tres tomas tenía grietas y un dolor insoportable. En el hospital
me ayudaron muchísimo las enfermeras, matronas y pediatras y también tuve a
varias amigas al pie del cañón, bien presencialmente, bien por whatsapp. Tuve
que sacarme leche manualmente y darle con cuchara para ayudarle. También tuve
que usar el sacaleches porque tuve ingurgitación y Alan no mamaba lo suficiente
o no de manera eficaz. Me enseñaron a hacer compresión mamaria mientras mamaba
y el agarre mejoró algo con eso. Tuve que intentarlo con pezoneras, usar
purelán. Alan no se despertaba a comer, tenía que despertarlo yo cada 3h y
estimularlo, se me escurría de entre los brazos, no sabía cómo ponerme,
necesitaba 3 ó 4 cojines para lograr una posición cómoda para amamantarle. Hizo
otra hipoglucemia y empezaron a mirarle la glucosa antes de cada toma.
Me dolían los pezones y
la leche se mezclaba con mi sudor y mis lágrimas. La segunda noche le dije a
Leo que por favor pidiera un biberón, que yo no podía más, pero él me
tranquilizó y me ayudaba en cada toma. Al final logramos encontrar un ritmo y
una posición con la que “ir tirando” pero yo sentía peligrar mi lactancia. De
nuevo surgieron los fantasmas y sentí miedo de no saber”cuánto” tomaba Alan en
cada toma. En el control de peso a los 3 días del alta, no había ganado nada.
Yo me asusté, pero los pediatras me tranquilizaron, todo pintaba muy bien. Aun
así, le dije a Leo que quería comprar un bote de leche para tener por si acaso.
Leo me dio la tranquilidad suficiente para no hacerlo. En su lugar, empecé a
sacarme leche y a suplementar a Alan con cucharita. Poco a poco pasaron los
días y Alan ganó peso. Yo fui ganando confianza a pesar de comentarios del
pediatra de cabecera acerca de si tenía suficiente cantidad de leche.
Alan tiene ya 8 y sigue
con lactancia materna casi exclusiva, junto con alimentación complementaria.
Es un regalo ponerlo al
pecho cada vez, mirarle a los ojos, sentir su manera dulce y
enérgica de mamar,
dormirlo al pecho, su olor a leche, sus sonrisas cuando acaba de mamar y me
mira con leche goteándole por la comisura de los labios…
Es el mejor regalo que
podrían haberme hecho. He sanado mis heridas y esta lactancia es una de las
experiencias más maravillosas de mi vida. Me siento tan unida a mi cachorro.
Ver lo grande y precioso que está tomando sólo mi leche es indescriptible.
Y esto ha sido posible
gracias a que me informé, me rodeé de apoyos y tuve contención.
Tengo apoyo cercano,
continuo y oportuno, como dice el lema de la Semana Mundial de la Lactancia
Materna 2013.
No estoy sola. No
estamos solas. Las lactancias son posibles sólo si se cuenta con el apoyo oportuno
y todas las mujeres deberían tenerlo, pues amamantar a un hijo es un regalo al
que todas deberíamos poder acceder.”
Fuente:
http://consultalactancia.es/2013/10/17/recibir-apoyo-o-no-recibirlo-una-experiencia-vital/
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