del doctor Carlos González, pediatra catalán páginas 23 a 35
El pecho, qué es y para qué sirve
Lo único que necesita
saber la mayoría de los usuarios sobre el funcionamiento del televisor es cómo
se aprieta el botón de encendido y cómo se cambia decanal. Si nos piden más
detalles, tendremos que defendernos con un genérico: «Funciona con
electricidad». No hace falta conocer las piezas del televisor y su función para
ver la tele.
Del mismo modo, para dar
el pecho lo único que hace falta es saber meter el pecho en la boca del niño.
Si nos piden más detalles, ahora podemos decir muy ufanos que «cuanta más leche
se saca, más leche se fabrica»; los animales ni siquiera saben eso, y dan el pecho
la mar de bien. Otra cosa es saber qué contiene el pecho, cómo funciona, por
qué al sacar más leche se fabrica más. Aunque no hace falta saberlo para dar el
pecho, explicaremos a continuación algunos detalles: porque es divertido
(bueno, va a gustos), porque da un toque de seriedad, y porque algo hay que
poner para que el libro no sea tan delgado.
Pero antes hemos de
hacer una importante distinción. Algunas personas en este mundo han diseñado y
construido su televisor. Saben exactamente qué piezas tiene (¡las que ellos han
puesto!) y para qué sirve cada una. No podemos decir lo mismo del pecho, ni de
ninguna otra parte de nuestro cuerpo.
Aunque cada vez se saben
más cosas, todavía podemos llevarnos muchas sorpresas. Lo que se sabe sobre el
pecho no es más que una pequeña parte de la realidad, y probablemente algunas
de las cosas que creemos saber están equivocadas. Lo que yo, personalmente, sé
sobre el pecho no es más que una pequeña parte de lo que saben unos cuantos
cientos de científicos en todo el mundo. Y lo que voy a explicar a continuación
no es más que un resumen esquemático.
El pecho por fuera
Tradicionalmente, las
mujeres tienen dos pechos. No siempre ha sido así; otros mamíferos tienen
varios pares, fíjese en su gata o en su perra. Como recuerdo de esos lejanos
parientes, algunas personas tienen más de dos pechos. Normalmente no es más que
un pezón supernumerario, que suele aparecer en cualquier punto de una línea
imaginaria entre la axila y la ingle.
A veces es un pezón tan
rudimentario que su portador, hombre o mujer, cree que se trata de un lunar o
verruga. Otras veces hay también tejido glandular, más o menos desarrollado,
que al comienzo de la lactancia puede hincharse y gotear. No se preocupe, es
pasajero; siga dando el pecho normalmente, póngase hielo si eso la alivia, y en
dos o tres días desaparecerán las molestias.
Hacia el centro del
pecho está el pezón, una estructura a veces abultada y a veces hundida, por
donde sale la leche. Alrededor del pezón hay una zona oscura más o menos
grande, la areola. Tanta gente, incluyendo médicos y enfermeras, se empeña en
decir aureola que la Academia ha acabado admitiéndolos como sinónimos; pero los
puristas irreductibles recordamos que son dos cosas muy distintas: areola es un
área pequeña, mientras que aureola, de áureo, es el halo dorado que llevan los
santos en la coronilla. Diga areola, por favor.
En la areola hay unos
granitos que crecen durante el embarazo y la lactancia. Se llaman tubérculos de
Montgomery, y contienen una glándula sebácea enorme y una glándula mamaria en miniatura
(cosa de un milímetro entre las dos). Las glándulas sebáceas están distribuidas
por toda nuestra piel y producen sustancias protectoras; aquí en la areola son
más gordas, y por tanto protegen más. La minúscula glándula mamaria produce
leche, claro está, con sus anticuerpos, su factor de crecimiento epidérmico,
sus numerosos factores antiinflamatorios... una auténtica pomada epitelizante.
En el borde de la areola
crecen también varios pelos bastante grandecitos.
Cada mujer imagina que
es ella la única que tiene y se los quita con gran cuidado; pero son totalmente
normales. Algunas madres preguntan si el bebé no tendrá problemas para mamar
debido a esos pelos. ¿Qué problemas va a tener, si descendemos del mono?
Bajo el pezón y la
areola hay una serie de fibras musculares involuntarias, hábilmente entrecruzadas
de modo que su contracción produce la erección del pezón (es decir, hace que la
areola se contraiga y el pezón sobresalga).
El roce, el frío o el
estímulo sexual pueden producir la erección del pezón.
La parte que no se ve
Pocas cosas más
aburridas que el exterior del pecho. Visto uno, vistos todos.
Por dentro, en cambio,
hay mucha más variación. Hay glándulas, conductos, tejido conjuntivo,
ligamentos, arterias, venas, nervios, linfáticos...
La glándula en sí está
formada por varios lóbulos, artísticamente entremezclados con tejido graso. Es
la cantidad variable de tejido graso lo que hace que existan pechos de todos
los tamaños; la glándula es siempre más o menos igual, y el tamaño del pecho no
tiene nada que ver con su capacidad para producir leche. La mujer es única
entre los mamíferos por su capacidad para acumular grasa en el pecho. Si ha
visto a una perra o a una gata con sus cachorros, recordará que la madre está
casi plana.
Curiosamente, el número
de lóbulos de la mama es controvertido. Unos dicen que hay unos veinte lóbulos,
aunque a veces sus conductos confluyen antes de llegar al pezón; otros, que hay
unos diez conductos, pero que se ramifican muy cerca del pezón; en el fondo me
parece que dicen lo mismo. En cualquier caso, en el pezón desembocan unos
cuantos conductos, llamados galactóforos (es decir, que llevan la leche), y al apretar
el pecho, la leche sale por varios agujeritos a la vez, como si fuera una
regadera.
La zona de los conductos
galactóforos cercana al pezón tiene la capacidad de distenderse y llenarse de
leche, formando los llamados senos galactóforos.
Es un poco confuso,
¿verdad?, porque el pecho también puede llamarse teta, mama o seno; pero cada
seno contiene una decena de senos galactóforos. Muchas veces, cuando el bebé está
mamando, es posible palpar los senos galactóforos llenos, por debajo de la areola,
a un par de centímetros del pezón.
A partir del pezón, los
conductos se van ramificando y ramificando una y otra vez, hasta que un
conductillo microscópico llega a una bolsita microscópica de células, el acino
mamario. Cada acino está formado por una capa de células secretoras, y rodeado
por células mioepiteliales, contráctiles.
Sobre cada una de estas
células actúa una hormona. La prolactina hace que la célula secretora fabrique
leche; la oxitocina hace que la célula contráctil se contraiga y que la leche
salga disparada.
Las
hormonas de la lactancia
La hipófisis, una
glándula en la base del cerebro, fabrica la oxitocina y la prolactina en
respuesta a un reflejo neuroendocrino. Los reflejos más populares, como el de
estirar la pierna cuando te dan un golpecito debajo de la rodilla, son
puramente neurológicos: hay un receptor sensitivo en el tendón rotuliano, un
nervio que lleva la señal hasta la médula espinal, un centro de computación que
decide lo que hay que hacer, y un nervio motor que lleva la respuesta hasta el
músculo, ordenándole que se contraiga. En el pezón y la areola también hay
receptores sensitivos, y nervios que llevan la información hacia el hipotálamo;
pero el centro de computación no responde a través de un nervio, sino con una
hormona que alcanza su destino por la sangre.
Por eso el reflejo es neuroendocrino.
La prolactina
Los niveles de
prolactina son muy bajos antes del embarazo. Aumentan progresivamente a partir
del primer trimestre de gestación, pero no se produce leche porque la
progesterona y los estrógenos producidos por la placenta inhiben la acción de
la prolactina.
Después del parto, los
niveles de prolactina se mantienen altos durante meses; pero si la madre no da
el pecho, vuelven a bajar en un par de semanas.
Tras la expulsión de la
placenta, los niveles de progesterona y estrógenos bajan espectacularmente en
un par de días, lo que permite a la prolactina actuar. Es la expulsión de la
placenta lo que pone en marcha la producción de leche.
El nivel de prolactina
es alto, decíamos, durante meses. Pero sube mucho más, multiplicándose por 10 o
20, cada vez que el niño mama. Estos picos de prolactina sólo se producen en
respuesta a la estimulación del pecho. Si el niño mama mucho, habrá mucha
prolactina, y mucha leche. Si el niño mama poco, habrá poca leche. Si el niño
no mama, se deja de fabricar leche.
Algunos creen,
erróneamente, que hay que dejar unas horas entre toma y toma para que el pecho
tenga tiempo de volverse a llenar. No es cierto. El pecho no funciona como la
cisterna del inodoro, que hay que esperar a que se llene para poder volver a
tirar de la cadena. Funciona más bien como el grifo del lavabo: si quieres que
salga más agua, tienes que volver a abrir el grifo.
Después de la toma, el
nivel de prolactina baja lentamente en dos o tres horas hasta llegar al nivel
basal (que, recordemos, ya es de por sí alto después del parto). Imaginemos que
un bebé mama diez minutos cada cuatro horas ((¿diez minutos cada cuatro horas? ¡Exacto,
estamos hablando de un niño totalmente imaginario!). Por el motivo que sea (tal
vez porque está creciendo), nuestro héroe quiere más leche. ¿Qué hará? ¿Se
pondrá a mamar quince minutos cada cuatro horas? No es probable, sería un
método poco eficaz. Alargando las tomas se produciría más o menos la misma
cantidad de prolactina, y por tanto de leche. Si, en cambio, decide mamar diez
minutos cada dos horas, habrá el doble de picos de prolactina a lo largo del
día.
Es más, como el nivel de
prolactina aún no ha caído del todo, el nuevo pico es todavía más alto (digamos
que, en vez de subir de 50 a 500, sube de 100a 550). Al mamar más a menudo se
produce un espectacular aumento de la secreción de prolactina, y por tanto de
la cantidad de leche.
Así pues, no hay mejor
manera de cargarse la lactancia que disminuir el número de tomas. Cada vez que
le decimos a la madre que aguante las cuatro horas, o que aguante las tres
horas, o que nunca antes de dos y media, o que es imposible que vuelva a tener
hambre, o que si le da ahora el pecho está vacío y no va a servir de nada, o
que el estómago tiene que descansar, o que hay que hacer un descanso nocturno,
estamos poniendo serios obstáculos a la lactancia.
Durante la noche, tanto
el nivel basal como los picos de prolactina son más altos. Es decir, que el
bebé obtiene más leche con menos esfuerzo cuando mama de noche. Por eso (entre
otros motivos) la recomendación de no darles el pecho de noche es una mayúscula
tontería.
La oxitocina
Varios aspectos de la
vida sexual de la mujer están regidos por la oxitocina.
Es la hormona que se
libera durante el orgasmo, durante el parto y cada vez que el niño mama. Su
principal efecto es la contracción de varias fibras musculares: las del útero,
las de la vagina, las que rodean a los acinos mamarios, y las que hay bajo el
pezón y la areola. Por lo tanto, todos esos episodios de la vida sexual tienen
varios síntomas comunes. Durante el orgasmo hay contracciones del útero y de la
vagina, y el pezón está en erección. Durante el parto hay contracciones del
útero y de la vagina, y supongo que el pezón también está en erección, aunque
normalmente nadie se fija. Durante la toma el pezón está en erección, y hay
contracciones del útero y de la vagina, los famosos entuertos.
Los entuertos son
contracciones más o menos dolorosas del útero que se producen cada vez que el
niño mama, durante los primeros días después del parto. Es una lata, pero
piense que es por su bien: las contracciones
ayudan a que el útero vuelva a su tamaño normal, lo que probablemente disminuye
el riesgo de sufrir hemorragias o infecciones. Se dice que con cada hijo los entuertos
duelen más (como normalmente el parto duele menos, todo sea lo uno por lo otro).
Aunque la respuesta del
cuerpo a la oxitocina pueda ser muy similar, las sensaciones que ello despierta
en la mujer suelen ser muy diferentes, pues no dependen sólo de las hormonas,
sino del estado de ánimo. La mayoría delas mujeres no sienten excitación sexual
ni durante el parto ni durante la lactancia.
Pero algunas sí. Algunas
madres notan sensaciones sexuales, que pueden llegar al orgasmo, mientras su
hijo mama. Aunque es algo bastante raro, lo mencionamos aquí para que, si nos
lee alguna de esas madres, sepa que es algo totalmente normal. No, no es usted
una pervertida, no son malos
pensamientos, no está abusando de su hijo, no son tendencias
incestuosas, no hay ningún motivo para que deje de dar el pecho. Si tiene la
suerte de que dar el pecho le resulta especialmente agradable, disfrútelo en
buena hora, que no es cuestión de quejarse por una de las pocas alegrías que a
veces nos da la vida.
Además de producir la
contracción de varias fibras musculares, la oxitocina afecta a la conducta. Cuando
se introduce una cría de rata en la jaula de una rata virgen, ésta se la come.
Pero si primero le han administrado una inyección de oxitocina, intentará
cuidarla como si fuera su madre e incluso le ofrecerá el pecho (aunque, por
supuesto, no saldrá nada).
Al comienzo de la
lactancia, la mayor parte de las madres notan la acción de la oxitocina: una
especie de contracción u hormigueo en el pecho, la sensación de que la leche ya viene, la aparición de unas gotas
o incluso de un chorrito de leche... Es el reflejo de eyección, que ha recibido
varios nombres populares, según las zonas: el apoyo, la apoyadura, el golpe de
leche, la crecida de la leche, la bajada de la leche... En España, suele
llamarse subida de la leche a
la sensación de tener los pechos llenos hacia el tercer día después del parto,
y en cambio bajada de la leche a
la sensación de que la leche empieza a salir en cada toma. Pero, ¡ojo!, en la
mayoría de los países americanos se dice al revés: la leche baja al tercer día,
y luego, en cada toma, vuelve a subir.
Hemos dicho al comienzo de la lactancia y la mayor parte de las mujeres.
Hay mujeres que nunca en
su vida han notado la bajada de la leche o como lo quieran llamar, pero eso no
significa que no tengan leche o que la leche no baje. Y la mayoría de las
madres, al cabo de dos o tres meses, dejan de notar la bajada, y ya no notan
nada, aunque la leche siga saliendo perfectamente.
No se asuste, no se ha
quedado sin leche.
Aquellas lectoras que sí
que notan el efecto de la oxitocina habrán observado que la bajada de la leche
se produce muchas veces antes de que el niño empiece a mamar. Basta con tener
la intención de dar el pecho, oír llorar a tu hijo, o incluso pensar en él
cuando no lo estás viendo, para que tus pechos se contraigan y empiecen a
gotear. ¿Cómo puede ser que el reflejo se desencadene sin necesidad de
estímulo?
Pues porque se trata de
un reflejo condicionado. ¿Se acuerda del famoso perro de Pavlov, que se le caía
la baba cuando oía sonar una campanilla? El reflejo de salivación se
desencadena por el estímulo de la comida dentro dela boca. Al hacer sonar una
campanilla cada vez que daba de comer a su perro, Pavlov consiguió que el
animal asociara los dos estímulos, y bastaba con el sonido de la campanilla
para hacerle producir saliva. En realidad, todos los perros tienen el reflejo
de salivación condicionado: enséñeles un jugoso bistec, y empezarán a babear
antes de que la comida entre en su boca. También a nosotros se nos hace la boca
agua cuando vemos una comida apetitosa, o simplemente cuando pensamos en ella.
La originalidad de Pavlov estriba en haber usado una campanilla en lugar de un
bistec; si ante la Academia de Ciencias de Moscú hubiera dicho: «Vean, vean lo
que hace mi perro cuando le enseño un bistec», los sabios profesores habrían
contestado con desdén: « ¡Vaya cosa! A mi perro le pasa lo mismo». Pero lo de
la campanilla les dejó a todos intrigados.
Del mismo modo que el
reflejo de salivación se condiciona espontáneamente en todos los perros (y
personas), el reflejo de eyección se condiciona espontáneamente en todas las
madres. Los efectos pueden notarse incluso años después de la lactancia;
algunas mujeres notan una sensación de hormigueo en los pechos cuando oyen
llorar a un bebé, o cuando ven en televisión imágenes de niños hambrientos o
desvalidos. Se le ha llamado reflejo
de eyección fantasma, por analogía con el miembro fantasma que siguen notando algunas personas tras haber
perdido un brazo o una pierna.
Puede que el reflejo
condicionado sirva para agilizar los trámites: así, el bebé no tiene que estar
un rato mamando para conseguir que empiece a salir algo de leche, sino que es
ponerse al pecho y ya está la leche goteando. Pero Michael Woolridge, un
fisiólogo inglés, cree que la utilidad principal del condicionamiento no es
desencadenar el reflejo, sino inhibirlo, como mecanismo de protección de las
hembras de los mamíferos. Al ser un reflejo condicionado, ya no depende del
estímulo físico de la boca en el pecho, sino de que la madre oiga al bebé, vea
al bebé, piense en el bebé... En definitiva, depende de la corteza cerebral.
Los pensamientos de la madre pueden desencadenar el reflejo, y pueden también
inhibirlo. Es la típica historia: «Tuvo un disgusto y se le cortó la leche».
Imagine a una cierva
dando el pecho tan tranquila. De pronto, huele a un lobo. Sale corriendo
después de esconder a su cría entre unos matorrales, porque su cría no puede
correr. Como la cría no huele a nada (para eso se ha pasado su madre todo el
día limpiándola con la lengua) y se está muy quieta, mientras que la madre sí
que huele y hace ruido al moverse, el lobo probablemente seguirá a la madre y
no encontrará a la cría. Si el lobo alcanza a la madre, mala suerte, la cría
morirá también dentro de unas horas.
Pero si la madre consigue
escapar, dentro de un rato volverá con su cría y seguirá dándole de mamar.
Pero si la cierva fuera
goteando leche, ningún lobo que se precie podría perder el rastro. Como el
reflejo de eyección está condicionado, la secreción de oxitocina se interrumpe cuando
la cierva se asusta. A diferencia de la prolactina, que tarda varias horas en
bajar, la oxitocina es rápidamente destruida y sólo permanece un par de minutos
en la sangre; si la hipófisis deja de producirla, pronto no queda nada (por eso
cuando se usa la prolactina para acelerar el parto se ha de administrar
continuamente, en gota a gota; no serviría de nada poner una inyección de
prolactina cada tres horas). Para mayor seguridad, la adrenalina, que producen
los animales asustados, inhibe directamente los efectos de la oxitocina.
Probablemente, el mismo mecanismo puede inhibir el parto cuando la madre está
asustada. Una hipopótama adulta,
una rinoceronta, una jirafa, no
tienen nada que temer de las hienas; pero la cría recién nacida sería una
víctima fácil. La presencia de un peligro puede inhibir la producción de
oxitocina y retrasar el parto durante unas horas, hasta que el peligro ha
pasado. Tal vez por eso algunos partos son tan difíciles en el medio extraño
del hospital, rodeada de desconocidos, y la mayor parte de las mujeres se
sienten mejor si su marido u otro familiar las acompaña, mientras que otras
prefieren dar a luz en su casa, ayudadas por una comadrona a la que conocen
bien.
Perdón, ya me iba por
las ramas (¿tal vez porque desciendo del mono?).
Dejamos a nuestra amiga
cierva regresando junto a su cervatillo. Como ya no está asustada, la
adrenalina desaparece de su sangre, el reflejo condicionándose vuelve a
desencadenar, la leche vuelve a salir y la cría mama tan contenta. Pero, si en
vez de una cierva es una mujer, la cosa puede que no sea tan fácil. Además de
la madre y su bebé, por allí están la abuela, el marido, la suegra, la cuñada,
la vecina, el médico y la enfermera, y algunos de ellos, si no todos a la vez,
van a prorrumpir en amenazas: «¿Se te ha cortado la leche por un disgusto? A
una prima mía le pasó lo mismo, y el niño casi se le muere de hambre; su marido
tuvo que salir corriendo a buscar una farmacia de guardia para comprar leche,
porque era sábado por la noche...».
Ya no es el miedo al
lobo, sino el miedo a no tener leche lo que aumenta el nivel de adrenalina y
disminuye el de oxitocina. El niño intenta mamar pero casi no sale leche; el
niño se enfada y protesta, la suegra aprovecha para marcarse un tanto: « ¿Ves?
Le estás pasando los nervios con la leche. Ya te dije que en tu estado más vale
que te dejes de tonterías y le des un biberón». La madre empieza a llorar y se
asusta todavía más...
Una de las mejores
maneras de fastidiar la lactancia es asustar a la madre, convencerla de que no
va a poder, de que dar el pecho es muy difícil... Es una estrategia habitual de
los fabricantes de leche artificial. Pero, ¡ojo!, no estoy diciendo que las
mujeres asustadas, nerviosas o estresadas no puedan dar el pecho. ¡Claro que
pueden! La lactancia materna no es una delicada flor de invernadero, sino una
de las funciones más robustas de nuestro organismo.
Una función vital (no
para la madre, pero sí para su cría). Todos nuestros órganos pueden fallar (de
algo hay que morir), pero quedarse sin leche es tan raro como tener un paro
cardiaco o una insuficiencia renal.
Quienes hablan del
estrés de la vida moderna olvidan que somos la primera generación de españoles
que se han ido a la cama cada día con la seguridad de que al día siguiente también
comerían. Las mujeres han dado el pecho durante milenios, en situaciones mucho
peores. Han dado el pecho cuando vivir 35 años se consideraba «llegar a viejo»,
cuando la sequía anunciaba el hambre, cuando la guerra asolaba sus hogares,
cuando trabajaban como esclavas, cuando las epidemias diezmaban pueblos y
ciudades. El efecto del estrés sobre la lactancia es temporal: la leche no sale
en seguida, el bebé se enfada y llora un poco... sigue mamando, porque tiene
hambre, y la leche acaba saliendo, por estresada que esté la madre. Lo que
ocurre en la actualidad yno había ocurrido nunca antes es que, cuando el bebé
llora y se enfada, la madre le da un biberón. No son los nervios y
preocupaciones los que hacen que se
vaya la leche, sino los biberones.
El
FIL
Durante
mucho tiempo se creyó que la oxitocina y la prolactina bastaban para explicar,
al menos por encima, cómo funciona la lactancia. Por encima porque hay otras
varias hormonas implicadas que ni siquiera hemos mencionado. ¿Por qué cuando el
niño mama más sale más leche? Porque la succión produce más prolactina. ¿Por
qué un pecho gotea mientras el niño mama del otro? Porque la oxitocina va por
la sangre y llega a los dos pechos a la vez. ¿Por qué las mujeres que
intentaban seguir lo de los diez minutos cada cuatro horas solían quedarse sin
leche? Porque había poco estímulo y por tanto poca prolactina. ¿Por qué las
madres de gemelos tienen leche para los dos, y las madres de trillizos tienen
leche para los tres? Porque, si hay el triple de niños, hay el triple de
prolactina.
Pero
quedaba un curioso fenómeno que no se podía explicar sólo con estas dos
hormonas. En Hong-Kong había una tribu en que las mujeres tenían la costumbre
de dar siempre el mismo pecho. Los niños mamaban siempre del pecho derecho, jamás
del izquierdo (y, por cierto, tienen más cáncer del pecho izquierdo). Sin ir
tan lejos, de vez en cuando vemos niños que, por lo que sea, dejan de mamar de
uno de los pechos. A veces es algo transitorio, y al cabo de dos o tres días la
madre consigue que su hijo vuelva a mamar de los dos lados. Pero, de tarde en
tarde, el niño se niega en redondo y no hay nada que hacer. A veces te
encuentras una madre que lleva dos semanas, o dos meses, dando un solo pecho.
Como
la oxitocina y la prolactina llegan por la sangre, a los dos pechos por igual,
ambos deberían responder del mismo modo y producir más o menos la misma
cantidad de leche. Imagínese ese pecho que produce cada día medio litro de
leche o más, y el bebé que no quiere mamar. En sólo un día, el dolor sería
insoportable; en tres días, tendrían que hospitalizar a la madre; en dos semanas
reventaría literalmente, con siete litros de leche acumulados.
Pero
eso no ocurre jamás. Cuando un niño se niega a mamar de un lado, ese pecho se
hincha y molesta, y a veces la madre tiene que sacarse un poco de leche para
aliviar la tensión; pero en dos o tres días las molestias desaparecen, la leche
se seca, y el pecho queda blando y vacío. El pecho izquierdo produce el doble
de la leche normal (sí, el doble; si el niño no muere de hambre quiere decir
que está sacando de un solo pecho lo que otros sacan entre los dos), mientras
que el pecho derecho no produce ni una gota, y así durante semanas y meses.
¿Cómo se explica eso? Tiene que existir un mecanismo de control local, algo que
pueda actuar sobre cada pecho independientemente.
Se
creyó al principio que ese mecanismo era puramente físico. El pecho está tan
lleno que la presión de la leche comprime los vasos sanguíneos, de forma que la
sangre no puede entrar. Por tanto, no entra la oxitocina, no entra la
prolactina, y no entran los nutrientes que la glándula necesita para seguir fabricando
leche. El pecho queda colapsado, como un aeropuerto en una huelga de
controladores.
Seguro
que este mecanismo físico tiene su importancia; pero hace unos años se
descubrió que existe también una hormona que actúa localmente para controlarla
secreción de leche. Esta hormona es un péptido (es decir, una proteína pequeña)
que se ha encontrado en la leche de cabra, en la de mujer y en la de otros
mamíferos (que yo sepa, se ha encontrado siempre que se ha buscado).
Esta
hormona se denomina FIL, en inglés Feedback Inhibitor of Lactation, inhibidor
retroactivo de la lactancia. Para aprovechar las mismas siglas, podemos
llamarle Factor Inhibidor de la Lactancia, que también queda bien.
El
FIL constituye un hermoso ejemplo de control por producto final. La leche
contiene un inhibidor de la producción de leche, de modo que si el niño mama
mucho, se lleva el inhibidor y se produce más leche, mientras que si el niño
mama poco, el inhibidor se queda dentro y se fabrica poca leche.
Esto
lo han comprobado unos científicos australianos, midiendo de forma seriada el
volumen de los pechos. Una cámara hace varias fotos del pecho desde diversos
ángulos, y un ordenador calcula el volumen a partir de esa información (algo
similar al método que usan durante el embarazo para decirle cuánto pesa su hijo
a partir de la ecografía). Como no hace daño y es bastante cómodo, el método se
puede repetir todas las veces que se quiera, varias veces en una hora. (El
método antiguo para medir el volumen del pecho consistía en inclinarse sobre un
barreño lleno de agua, meter el pecho y medir el agua que se derramaba;
resultaba impreciso y bastante molesto). Así que los australianos pudieron
comprobar cómo el volumen del pecho va aumentando poco a poco entre toma y
toma, a medida que la leche se acumula. Luego el niño mama, el volumen
disminuye bruscamente, y vuelta a empezar. Si en alguna de las tomas el niño,
por lo que sea, mama menos, en las siguientes horas la leche se fabrica más
rápidamente. Si en otra toma el niño mama más(por ejemplo, porque en la
anterior mamó menos y ahora tiene hambre), la leche se fabrica rápidamente. Si
mama sólo de un lado, ese pecho producirá mucha leche, mientras que el otro,
que ha quedado lleno, no producirá casi nada. De este modo, la producción de
leche se ajusta de forma inmediata, de una toma a la otra e independientemente
para cada pecho, a las necesidades del bebé. Siempre y cuando, por supuesto, le
permitan mamar lo que quiere y cuando quiere. Si un día no puede mamar, por
ejemplo porque su mamá ha salido, y tiene que esperarse una o dos horas,
tampoco pasa nada: cuando la madre vuelva, mamará más para compensar, y todo se
arreglará. Pero si de forma sistemática le niegan el pecho cuando lo pide,
mañana, tarde y noche, un día tras otro; si han engañado a la madre con los
típicos consejos diez minutos cada cuatro horas o alárgale un poco entre toma y
toma, el niño no tendrá manera de dar instrucciones al pecho, y éste no podrá
saber cuánta leche hay que fabricar. Cuando la madre espera varias horas a que
el pecho esté lleno antes de darle (« ¿para qué le vas a dar ahora, si está
vacío?»), lo que consigue es tener cada vez menos leche, porque el factor
inhibidor se va acumulando a medida que el pecho se llena.
Aunque
no conocíamos la existencia del FIL, habíamos observado sus efectos durante
siglos. Cualquier médico o enfermera lo ha visto cientos de veces. ¿Cómo
termina normalmente la lactancia? En España, no suele acabar cuando la madre o
el niño quieren. En una encuesta, la mayoría de las madres entrevistadas
dijeron que les gustaría haber dado el pecho más tiempo. Se quedaron sin leche
a su pesar. ¿Cómo es posible?
Una
madre está dando el pecho tan tranquila. De pronto, por el motivo que sea, se le mete (le meten) en la cabeza
que su hijo se queda con hambre.
Porque
no aguanta tres horas. Porque llora. Porque se despierta. Porque se chupa los puñitos.
Porque no hace caca. Porque mama mucho. Porque mama poco. El motivo es
indiferente, el caso es que llega el día fatídico
en
que le dan al niño el primer biberón. Muchos, sobre todo si tienen más de dos o
tres meses, no se lo querrán tomar, porque no tienen hambre.
Pero
los más pequeños, pobrecitos, a veces se dejan engañar. Y a veces, la madre
insiste una y otra vez, o incluso le recomiendan no dar el pecho para que así
el niño tenga hambre y se tome el biberón.
Si
el niño se toma el biberón, que en realidad no necesitaba para nada, habrá
quedado lleno de leche hasta la bandera. Cada día tomaba 500 mililitros de
leche, y hoy se ha tomado 50 o 100 más. No estamos hablando de tomar un poquito
más de lo habitual, sino de un 10 o 20% más. ¿Le quedan a usted muchas ganas de
moverse, después de la comida de Navidad?
Si
el niño se despertaba, no se volverá a despertar en varias horas; si lloraba, no
llorará; si se chupaba los puñitos, no se los chupará. « ¿Ves cómo tenía
hambre? Ha sido darle un biberón, y por fin ha podido descansar, pobrecito.»
¡Sí, descansar! Lo que está el pobre niño es empachado.
Las
Navidades en España son un desafío para nuestra digestión. Hay como mínimo dos
grandes atracones familiares seguidos (en algunas zonas, Noche buena y Navidad;
en otras, Navidad y San Esteban). ¿Qué hace al día siguiente?
Comer
fruta. Nadie puede hacer tres comidas de Navidad seguidas. Lo mismo le pasa a
nuestro bebé: si un día se ha dejado engañar y se ha empachado, no lo volverá a
repetir. Al día siguiente piensa: «Si me van a dar 100 mililitros de biberón,
más vale que sólo tome 400 de pecho, o voy a reventar». Puede que la madre lo
note, o puede que no; pero, aunque haya mamado el mismo número de veces y
durante el mismo rato, habrá tomado menos leche, porque tiene que dejar sitio
para el biberón. Así que el biberón, que el primer día fue mano de santo, al
tercer día ya no hace efecto: si lloraba, vuelve a llorar; si se despertaba, se
vuelve a despertar; si se chupaba el puñito, se lo vuelve a chupar. La madre
piensa: «Se me está yendo la leche, le tendré que dar otro biberón»; y en parte
acierta, porque la leche se le está yendo, pero lo que ella no sabe es que la
causa es precisamente el biberón, y que la solución no es añadir otro, sino
suprimir el primero. Así que ahí va el segundo biberón, y luego el tercero, y
luego el cuarto... Lo hemos visto cientos de veces: cuando se empieza con
biberones, el pecho suele irse a hacer puñetas en un par de semanas. El
biberón, decía no sé qué médico famoso hace cosa de un siglo, es la tumba del
pecho.
Así
que el niño que mamaba 500, luego mama 400, 300, 200... Si la madre siguiera
fabricando 500, ¿dónde iría a parar la leche sobrante? En dos semanas, la madre
acudiría desesperada a urgencias, con pechos inflamados de varios kilos de
peso, maldiciendo su destino: «Empecé hace quince días a darle biberones, y
claro, como no me vacía, mire cómo me he puesto». Pero eso no ocurre jamás;
todo lo contrario: «Empecé a darle biberones, y ahora ya no quiere el pecho y
me he quedado sin leche».
Cuando
un niño mama cada vez menos, sale cada vez menos leche. El FIL no falla. No
vemos jamás mujeres con los pechos a punto de explotar, cargados con uno, tres
o cinco litros de leche sobrante. Pues bien, el FIL escomo un ascensor: o
funciona, o no funciona. Si puede bajar, es que también funciona para subir. Si
le da a su hijo cada vez menos biberón, mamará cada vez más y usted tendrá cada
vez más leche. En unos pocos días podrá tirar todos los biberones a la basura.
Algunos
meses después del parto, la prolactina pierde importancia. El nivel basal es
más bajo, y el pico que se produce en cada toma también es más bajo. Pero el
volumen de leche no disminuye, sino que sigue aumentando.
Parece
que, no sabemos cómo ni por qué, el control local, el FIL, es cada vez más importante para regular la
lactancia.
Fuente: Libro “Un regalo para toda la
vida: guía de la lactancia materna” del doctor Carlos González, pediatra catalán
páginas 23 a 35
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