30 septiembre, 2013 de
Pepa j.Calero
Reconozcámoslo, hay algo
mágico, conmovedor, milagroso en esa primera mirada de un recién nacido en sus
primeros minutos de vida.
A pesar de haberlo visto
miles de veces, me sigue provocando la misma ternura y asombro que al resto de
compañeros. Esa mirada contiene, estoy
convencida, el misterio del ser humano.
Un bebé mira a quien lo
mira con una intensidad y fijeza tal que fascina a aquel que lo ve. Esos ojos
claros o gris azulado que lloran sin lágrimas son el centro de atención de
todos.
Expresiones como: si
parece que está mirando o tiene los ojos abiertos y parece que mira, son
expresadas por el padre o la abuela de la criatura. La madre, sin embargo,
parece no sorprenderse, como si ella supiera ya muchas cosas de su pequeño,
Recién llegado al mundo,
sus ojos abiertos cómo platos establecen contacto visual a una distancia más o
menos de 25 cm. La distancia que media entre el pecho y los ojos de su madre.
Permanece alerta un par
de horas, las necesarias para agarrar el pecho y contactar por fuera con esa
piel que él ha vivido por dentro, percibir
el fantástico ritmo del corazón de quien lo transportaba y, por fin,
oír esa voz que escuchó siempre atenuada
a través del líquido amniótico.
A los ojos de su madre
es donde dirige su primera mirada. Es el periodo de alerta tranquila, con la
mirada brillante, escasos movimientos y la atención puesta en la fuente de
estímulos.
Resumiendo, hoy se puede
afirmar que un recién nacido:
Reacciona a estímulos
luminosos y es capaz de seguir un objeto cercano (20-30 cm) con la mirada.
Detecta los colores
brillantes, en especial el rojo.
Ve muy bien a un palmo,
palmo y medio de distancia, la distancia que existe desde el bebé cuando está
mamando hasta la cara de su madre.
Distingue entre la luz y
la oscuridad
Prefieren las imágenes
redondeadas, como los rostros humanos, a las formas geométricas.
Si les miramos, fijan su
mirada en la nuestra.
Pueden imitar nuestra
expresión facial
Le atrae el contraste
areola-seno
Le gustan los rostros
sonrientes.
Esas miradas que una
madre o un padre intercambian con sus hijos recién nacidos son necesarias. Se
ha descrito que los padres que cambian miradas con el bebé en el posparto
inmediato, las dos primeras horas de vida, son mejor reconocidos por el bebé al
cabo de un mes.
Ya lo decía Shakespeare:
“Las palabras están
llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”.
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