las12
VIERNES, 18 DE
SEPTIEMBRE DE 2009
La partera que
revolucionó los nacimientos en el siglo XX, Ina May Gaskin, en la comunidad de
La Granja, en Tennessee, Estados Unidos, visitó la Argentina y resaltó que las
mujeres deben ser tratadas como diosas en el momento de parir, pero que no sólo
en los partos en el hogar se puede llegar a nacimientos plenos. También
incentivó a que las madres eviten la culpa y que la maternidad ofrece muchas
oportunidades para conectarse con los hijos. Tiene 69 años, atendió 1200 partos
en los que no murió ninguna mujer y sólo tuvo que recurrir en el 1 por ciento
de los casos a cesáreas. Una historia de vida de una mujer que se dedicó a
traer vidas.
Por Luciana Peker
Ina May Gaskin es la
pionera en realizar partos en el hogar, en un lugar conocido como La Granja, en
Tennessee, Estados Unidos, un icono de una comunidad sesentista que no pasó de
moda y fue más allá del símbolo de la paz, pisoteado por los años. Ella se
convirtió en esa década de nuevas búsquedas en partera (cuando conoció a
Stephen, su actual marido, en 1968, después de su primer, y traumático parto, y
él le enseñó cómo no tener miedo y ayudar a la gente a relajarse). Después,
ella quiso aprender con Stephen a amarse para toda la vida y perduró no sólo en
el amor: también, como partera profesional.
Pero ella no es una
neohippie reivindicada, es, genuinamente, quien cambió el mundo de los
nacimientos. Por eso, después de atender 1200 partos domiciliarios, a los 69
años, se convirtió en una experta en cómo ayudar, alentar y animar a las
mujeres que dan a luz. Ella dice que, a pesar de sus arrugas y sus años, sigue
ayudando a alumbrar porque la adrenalina es tan fuerte como una droga ilegal.
Lo dice y se ríe. Lo dice y acaricia a Ulises Uriel, que tan sólo tiene 18 días
y nació precoz, pero se acurruca entre sus brazos y se enlaza con los dedos
amorosos y marcados por el tiempo y la vida de Ina. Ella contiene sus brazos
para que Ulises sepa que sigue abrazado y abrigado como en la panza y desliza
sus dedos –adornados con un anillo azul eléctrico que también marca sus ganas
de color y coraje– para que el recién llegado sienta que hay aires de amor que
acunan su sueño. Y, sienta o no la cuna de una de las parteras más
revolucionarias del siglo XX, él concilia el sueño mientras Ina habla con Las
12.
Pero la sabiduría de Ina
no se muestra sólo en ser una de las primeras mujeres que pusieron el cuerpo en
hacer que el cuerpo de las mujeres (y no la palabra de los/las médicos) vuelva
a ser protagonista de los nacimientos. La experiencia volcada en su dulzura y
reflexión serena (que no suena radicalizada, sino amparadora de quien la
escucha) también se demuestran en su flexibilidad, que aleja prejuicios y
culpas: ella apunta a que los varones participen del nacimiento, a no hacer
sentir en falta a las mujeres que no se animan a un parto domiciliario aunque
compartan su filosofía y a que la actitud frente a la maternidad –si bien cree
que está marcada por el momento inicial de la llegada al mundo– puede
afrontarse con una mejor energía en cualquier momento de la vida.
Ina May Gaskin fue la
presidenta de la Asociación de Parteras de Norteamérica y su apellido es el
emblema de una técnica que descubrió en su trabajo –casi artesanal de alentar a
las mujeres a resoplar sus fuerzas cuando la debilidad, el cansancio y el dolor
fatigan la autoestima para continuar con el trabajo de parto– que se conoce
como la “maniobra Gaskin” para resolver una mala posición en los hombros de los
bebés.
Es la autora del libro
Partería Espiritual (la naturaleza del nacimiento, entre el amor y la ciencia
(publicado en la Argentina por Mujer Sabias Editoras) que recopila toda su
experiencia de vida de traer vidas. También realizó su Guía para el parto. Y
sigue escribiendo –ahora, por ejemplo, sobre la lactancia– y sigue acariciando,
callando y pujando sus palabras para alentar a las mujeres a parir y a criar
con amor y fuerza, como una antigua hechizera y una moderna experta que sabe
acariciar –como a Ulises, el bebé que acaba de parir la partera argentina
Marina Lembo– y que de eso enseña y de eso sigue aprendiendo. Ina visitó, por
primera vez, la Argentina, invitada por el Proyecto Escuela de Parteras
Comunitarias del siglo XXI (que motorizan la doula y comunicadora Sonia Cavia y
la partera Marina Lembo con otras 32 mujeres más) y contó su historia de vida,
brindándose, como en sus partos y como en su vida, a dar vidas.
¿Sólo puede haber partos
plenos y disfrutables en las casas, granjas o lugares alternativos o también
pueden existir partos dignos y lindos en un hospital porque una mujer no se
anima o no puede tener a su bebé en su casa?
Ina May Gaskin: –Es
posible tener un buen parto en un hospital, pero tiene que haber gente muy
sensible para poder asistir a las mujeres. El más mínimo detalle puede hacer
perder toda la energía que se mueve en el nacimiento.
¿La atención de los
sanatorios privados es más cuidada y la de los hospitales públicos es más
brutal o no hay diferencias entre la atención sanitaria paga y gratuita?
Ina: –El resultado es el
mismo: la madre es disminuida. Es una falsa distinción entre lo público y lo
privado. Las mujeres son disminuidas de la misma manera en ambos sitios.
Se está empezando a
escuchar a mujeres que sienten culpa de no tener a sus bebés en sus casas.
¿Cómo hacer para promover los partos humanizados sin que las mujeres que no se
animan o no pueden –por riesgos en su salud, porque su marido no las apoya,
porque no tienen medios económicos, porque tienen miedo, etc.– no se sientan
culpables?
Ina: –Es verdad que
estos discursos, a veces, provocan una división en las mujeres que se sienten
de un lado o del otro. Pero los partos domiciliarios pueden llegar a un 5 por
ciento del total de los nacimientos que es una porción muy pequeña del total de
alumbramientos. Pero es importante poder contar lo que sucede en estos partos:
que las mujeres pueden vivir una experiencia linda y gozosa y que el bebé puede
nacer en buenas condiciones. Es muy precioso eso que ocurre aunque sea sólo en
el 5 por ciento de los casos. Y lo ideal es que eso se disemine. Es importante
recordar esa energía intangible y que es muy fácil que sea ignorada. Sin
embargo, no es una característica necesaria que se produzca sólo en los partos
domiciliarios. En realidad, en el hospital se podría tener partos con
conciencia de esa energía. Pero sólo con esa conciencia se puede generar un
cambio.
Hoy se habla mucho del
embarazo y el parto. ¿Pero cómo se aplica esta filosofía de maternidad a lo
largo de la crianza de los hijos e incluso cuando crecen y son jóvenes o
adultos/as?
–Mi hijo Pablo tiene 35
años y vive en Nueva York y yo lo sigo cuidando. Una cree que cuando cumplen 18
años se terminaron las responsabilidades, pero la maternidad sigue toda la
vida.
La mayoría de las madres
modernas sienten culpa: porque trabajan, porque no dieron la teta, porque no
van todas las tardes al jardín de infantes o no pueden comprar una play
station. ¿Qué se hace con esa culpa impuesta por la sociedad pero sentida por
las mujeres?
–También es bueno
practicar el perdón a una misma. Hay que ser compasiva con una como madre.
Nunca se habla del padre perfecto, pero sí de la madre perfecta (risas).
¿Cuál fue su experiencia
como madre? ¿Ha sentido culpa?
–Con mi primera hija,
Sidney, que se murió a los 20 años, de cáncer de cerebro, viví una experiencia
difícil. Cuando nació ella, yo tenía 26 años y era muy inocente e ignorante. En
ese momento, se hacían fórceps de rutina. Y yo ni siquiera sabía que podía
buscar otro obstetra. Tuve mi primer parto con fórceps y fui muy abusada. Mi
estrategia fue quedarme callada para pasar inadvertida. El trabajo de parto fue
lindo y me pude convertir en un animal pariendo. Pero cuando sentí necesidad de
pujar me dieron anestesia que no era peridural y sí muy peligrosa. Ahí entré en
una situación de tortura medieval y cuando nace mi hija nos separan por un día
entero. Eso dejó una herida muy grande en mi relación con esta hija. Pero yo me
podría haber dejado quebrar por esta herida y porque no pude ser una buena
madre con ella. Reparé con mis otros tres hijos: Eva María, de 37 años; Pablo,
de 35, y Samuel, de 34. Pero durante su enfermedad –que le llevó un año entero–
luché por Sidney: fui una fiera luchando por ella y mi hija pudo ver una madre
diferente y recién, 19 años después, pude reparar ese proceso. Pude estar en el
momento cuando murió mi hija y tenía la cara exactamente igual a la de un
recién nacido.
¿Cómo fueron los partos
de sus otros hijos? ¿Siente que la diferencia en el momento del nacimiento
también la marcó de una manera distinta como madre?
–Mis otros hijos fueron
directo a las manos de las parteras de la comunidad y seguro que me marcaron de
una manera diferente. Cuando en La Granja decidimos hacernos cargos de los
nacimientos y se formó una hermandad entre las mujeres que asistían tu parto te
trataban como una diosa en el acto pleno de parir.
¿Cómo nace su pasión por
ser partera?
–Cuando Sidney tenía un
año y medio, mi ex pareja me dijo “Vamos a ser hippies y vamos a California a
escuchar a un hombre llamado Stephen”. Ahí conocí a Stephen (que es mi actual
marido) y a otras mujeres que habían pasado por la misma experiencia que yo del
parto con fórceps y que habían decidido no ir más al hospital. Me pareció muy
valiente y me propuse volver a recuperar la conciencia de que cada nacimiento
tiene que ser sagrado.
VIOLENCIA OBSTETRICA:
La nueva ley de género
respalda los partos respetados
En la nueva Ley de
Violencia de Género (aprobada en marzo de este año) se incluyó la violencia
obstétrica como una de las formas de violencia contra las mujeres. ¿Creen que
se puede usar esta nueva norma para disminuir o erradicar los maltratos y falta
de escucha a las parturientas?
Ina May Gaskin: –Por lo
menos es un comienzo, en Estados Unidos no existe este tipo de ley.
Sonia Cavia: –Que hayan
incluido la violencia de género entre la violencia obstétrica es un
reconocimiento del movimiento feminista a la violencia en el parto y, políticamente,
dentro de lo que es el movimiento de mujeres, representa un gran paso.
¿Cuánto les puede servir
a las mujeres esta nueva norma?
Sonia: –No lo sé, pero
sí es un reconocimiento político a la violación a los derechos humanos que
existe en los partos en la Argentina.
¿Se pueden presentar
amparos previos a los nacimientos para garantizar que en el hospital o
sanatorio se cumplan con determinadas condiciones (por ejemplo, el ingreso del
padre a la sala de parto) que pida la pareja o la mujer?
Sonia: –Es una
herramienta legal más. Un amparo refuerza el pedido de la pareja. Pero, en los
hechos, es muy complicado reclamar para una mujer embarazada, en el momento del
parto y del posparto.
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