Domingo 10 de junio de
2012 | Publicado en edición impresa
Nota de tapa / Extra
hombres
Por Sergio Sinay | Para
LA NACION
Todos crecimos con
hambre de padre. Al mismo tiempo que recibíamos leche del cuerpo de nuestra
madre, había cierta leche invisible del padre que emanaba de su ser. Todos
sentimos algo inefable cuando estábamos físicamente cerca de nuestro padre y lo
extrañábamos cuando se iba. No importaba tanto lo que hiciéramos en nuestro tiempo
juntos. La leche de nuestro padre parecía fluir en nuestro interior y
alimentarnos con su cercanía." Autor de Los príncipes que no son azules,
libro emblemático del despertar de una más profunda conciencia masculina a
comienzos de los años 90, así definía el psicoterapeuta Aaron Kipnis un
fenómeno que los años quizá modificaron en la forma, pero no en el fondo.
El hambre de padre deriva de una vieja creencia cultural. Según ella, los hijos serían un poco más de la madre que del padre, por el hecho de que ella los llevó en el vientre, los amamanta y, en definitiva., porque es mujer. Varones y mujeres aceptaron esto durante siglos, sin cuestionarlo. Pero llevar al hijo en el vientre no es fruto de una elección. Las parejas no acuerdan quién pondrá su cuerpo para la gestación. Si un hombre quisiera ser el portador, no podría. Extraer de allí la conclusión de que la madre es más apta para la crianza es injusto para ambos. Para el varón, porque lo desacredita sin pruebas, y para la mujer, porque a menudo le duplica la carga. Si en la práctica las madres terminan demostrándose más aptas, es por una cuestión de experiencia y de práctica, no de naturaleza. Culturalmente designadas (a través de mandatos explícitos e implícitos) para liderar la crianza, es decir las cuestiones nutricias, educacionales, de salud y emocionales de los hijos, terminan forzosamente por conocer más acerca de ellos que los padres.
¿Pero qué pasaría si el
padre se levantara cada vez que el bebe llora de noche, si fuera el que va (sí
o sí) a las reuniones escolares, si llevara a los hijos a todas las actividades
diarias, si fuesen los papás los que poblaran las salas de espera de los
pediatras, si se encargaran de organizar y preparar las comidas de sus hijos y
si se sentaran con ellos para hablar de cómo les va en la escuela, o con sus
amiguitos o con sus noviecitas y noviecitos reales o imaginarios? ¿Qué pasaría
si esos mismos papás, después de dejar a los chicos en el colegio, se dieran
unos minutos para tomar un café con otros papás y hablar de sus hijos e
intercambiar comentarios acerca de la tarea paterna cotidiana? Posiblemente
terminarían siendo tan expertos como las madres. La palabra experto deviene de
experiencia y experiencia es algo que se vive, que no se recoge de oídas, de lecturas
o de prácticas ajenas.
Foto: Alma Larroca
Ser padre trasciende el
hecho biológico. Como apunta Kyle Pruett, reconocido psiquiatra infantil y
autor de El rol del padre, paternizar es mucho más que inseminar, involucrarse
activa, consciente y responsablemente en el bienestar y el desarrollo sano y autónomo
de los hijos. ¿Alcanza con proveer económicamente, fijar normas y administrar
castigos y recompensas? Hasta mediados del siglo XX ello bastaba para ser un
padre eficiente. Era lo que pedía el modelo tradicional de masculinidad. Desde
entonces hubo cambios sensibles en los roles y desempeños de la mujer en la
sociedad, también en los modelos familiares, en los vínculos entre los sexos y,
en mucho menor medida, en los modelos masculinos. Al calor de los mismos se
habla desde hace algunos años de un nuevo padre. ¿Lo hay?
Si se considera que un
buen número de papás cambian pañales, llevan a sus hijos al colegio o
desarrollan con ellos relaciones más flexibles y amistosas, la respuesta podría
ser afirmativa. Pero si queda ahí es superficial y cosmética, se reduce a
imágenes publicitariamente funcionales que no sacian el hambre de padre. Hasta
ahí ese padre sólo tiene de nuevo su parecido con la madre, pero no se
diferencia para integrarse. A la corta, como ocurre, el eje del vínculo con los
hijos sigue pasando por el lugar de la madre.
La paternidad ofrece al
hombre una posibilidad de explorarse a sí mismo y de ponerse al día con sus
necesidades emocionales. Le brinda la oportunidad de conectarse con lo que es y
no sólo con lo que hace, como suele ocurrir con los varones. Y es una ocasión
de bucear en su espiritualidad, sintiéndose parte de un todo (que incluye a los
otros, al planeta y al universo en el que vive) en lugar de cerrarse sobre la
mera respuesta eficiente a lo que el mundo externo, social y productivo espera
de él. "Con un hijo -dice Sam Oshershon, autor de Al encuentro del padre
(clásico estudio de la relación de los hombres con sus padres)-, un hombre se
contacta con las partes más nutrientes de sí mismo; al entregarnos a nuestros
hijos con presencia orientadora, nos sentimos dando vida, sanamos aspectos
heridos de nosotros mismos que nunca fueron bien trabajados."
Un trabajo para hombres
Ser padre es un trabajo.
Esto no debería asustar a los varones, habituados al mandato de trabajar productiva
y competitivamente. Sólo que se trata de otro tipo de trabajo en el cual el
alma no puede estar ausente, y en el que los resultados no se miden en
planillas ni en el corto plazo. La recompensa está en la misma tarea, en la
sola presencia. Cuando la labor se cumplió, la satisfacción de haber dado lo
mejor de sí (no en términos materiales) para contribuir con la formación de una
persona autónoma, capaz de mejorar el mundo con sus potencialidades.
Sobre estos pilares se
ha fundado siempre la función paterna. Si han sido relegados u olvidados, si
las prioridades masculinas se orientaron en otra dirección, al recuperar la
conciencia sobre estos valores no se crea un nuevo padre. No es necesario. Se
trata de recuperar los valores fecundos de la paternidad. Así como para
concebir una vida, hombre y mujer proveen elementos propios, intransferibles e
irreemplazables desde la perspectiva biológica, en el acompañamiento de esa
vida hacia la consagración de sus potencialidades también ambos son necesarios
por igual y ambos hacen aportes diferentes, únicos, intransferibles e
irreemplazables. Esto trasciende a las coyunturas, como puede ser un divorcio.
Nada de lo dicho aquí pierde su significado si una pareja se separa. Porque si
bien es cierto que un hombre y una mujer pueden divorciarse, nada los autoriza
a divorciarse (ni a divorciar al otro) de sus hijos.
Foto: Alma Larroca
Aportar lo diferente
A los llamados nuevos
padres se les pide bastante y de ellos se espera mucho (participación,
sensibilidad e involucramiento), pero no existen, como advierte Oshershon,
"pautas claras que les indiquen qué significa ser padres, además de
proveer económicamente" (con el agregado de que a esa función se han
sumado las madres).
Si los papás se limitan
a ingresar al espacio doméstico y familiar con las pautas oficiales fijadas por
las madres a lo largo de siglos de administración educacional, nutricia,
sanitaria y hogareña de la crianza, terminarán por ser buenos o malos
imitadores (y como tales estarán siempre sujetos a supervisión y crítica) o a
lo sumo buenos colaboradores. Pero un colaborador no es un coprotagonista. Y es
esto último lo que el padre debe aspirar a ser. Para ejercer ese coprotagonismo
tan benéfico y necesario para los hijos, no hay que pedir permiso sino establecer
prioridades personales y preguntarnos en qué orden valoramos los espacios de
nuestra vida. Ser padre significa resignar para ganar. Resignar tiempos
personales, batallas profesionales o laborales y espacios sociales. Un padre no
es un hombre disponible para todas las demandas externas ni para todas las
expectativas ajenas. No es un hombre soltero en carrera hacia éxitos laborales,
sociales, políticos, deportivos o del tipo que fuera. Es un hombre llamado a
una tarea existencial. De él depende atenderla o no.
Hay estudios que
muestran consecuencias dolorosas de la ausencia paterna (no necesariamente
física, sino emocional y funcional). Por ejemplo, que la mayoría de la
población carcelaria ha carecido de una figura paterna nutricia y orientadora.
Esto suele repetirse en la mayoría de adolescentes embarazadas. La violencia
juvenil, el bullying, las adicciones en chicos y jóvenes, el alcoholismo
adolescente, las conductas de riesgo, la transgresión de los límites o la
inexistencia de estos y casi todos los tópicos angustiantes que envuelven hoy a
chicos y adolescentes tienen frecuente nexo con esa ausencia o con una
presencia disfuncional. Tampoco en esto los chicos nacen de un repollo.
A su vez la presencia
paterna asertiva, amorosa y responsable tiene frutos. Donde el padre funciona
como tal (y no como un supuesto par que se dedica a compartir con el hijo
travesuras, transgresiones, lugares de baile y diversión, excesos y lenguajes
que no le son propios), los hijos crecen más seguros de sí mismos. La mirada
valorativa del padre afirma lo mejor de la esencia masculina en los hijos y de
la femenina en las hijas. Unos y otras tienen confianza para salir de los
rígidos estereotipos de género y explorar y ampliar sus horizontes como
personas. Cuando el padre está involucrado los hijos tienen mejor rendimiento
escolar. El tiempo que un padre invierte conversando con los hijos o leyéndoles
enriquece las habilidades verbales de estos. Pruett ha comprobado que, en esos
casos, las chicas desarrollan habilidades para las matemáticas y los varones
demuestran talento para las humanidades (es decir, se abren campos que los
estereotipos estrechan o niegan). Un padre involucrado no sólo intelectual y
emocional, sino también físicamente (caricias, abrazos, juegos físicos tanto
con hijos como con hijas) favorece a sus retoños la afirmación, la seguridad y
la conformidad con el propio cuerpo.
El compromiso paterno
genera respeto y el respeto da autoridad. Un padre con autoridad puede poner
límites lógicos y razonables con firmeza y con amor. Ningún hijo aplaude a un
padre por los límites, pero cuando el vínculo está sustentado por acciones,
respeta esos límites porque respeta a quien los marca. Cuando la figura paterna
es lejana ante el desmadre se deberá apelar al autoritarismo, pues no hay
fondos afectivos para hacerlo de otro modo. El autoritarismo provoca miedo y
alienta la transgresión riesgosa.
Foto: Alma Larroca
Presentes y reales
Un padre presente alivia
la tarea materna sin reemplazarla, sino complementándola. Y equilibra los
espacios de poder en la pareja y en la familia. Agrega otras visiones del
mundo, socializa (función paterna clave), aviva la curiosidad de los hijos,
estimula la imaginación, conecta con la diversidad, permite descubrir
diferentes modos de estudiar, de jugar, de conversar, de interactuar y, además,
los autoriza. Una función paterna, que se cumple de diferentes maneras a lo
largo de la vida, es la de dejar ir a los hijos, empujarlos al mundo tras
haberles provisto información y haberlos entrenado en el uso de las
herramientas propias de ellos. La madre tiende a retener y es el padre quien,
con amor, presencia y asertividad, puede cortar amorosamente ese cordón umbilical
invisible que une a madre e hijo. Esto permite a los hijos madurar, completar
su crecimiento, y a la madre salir de un rol fijo y a veces abrumador para
recuperar y fecundar otros espacios propios en su vida como mujer.
Cuantos más padres se
involucren en el rol que les es propio y necesario, habrá más paternidades
reales y menos necesidad de imaginar otras, nuevas. Ser padre es cosa de
hombres y encierra riesgos. No habría que temerles. Riesgo de equivocarse,
riesgo de carecer a veces de respuestas, riesgo de exponer nuestras partes
menos seguras y menos valoradas por nosotros mismos. Ningún riesgo del que no
haya retorno. No se aprende a ser padre si no es conviviendo con los hijos. En
Cartas a mi hijo, una bella recopilación, el teólogo Kent Nerburn escribe:
"No quedé limitado por la paternidad. Quedé liberado del temor de las
limitaciones. No quedé agobiado por las responsabilidades, las
responsabilidades dejaron de ser una carga. La Naturaleza se puso en orden por
sí misma". Un padre presente pone, pues, a la naturaleza en orden. Y la
desequilibra cuando no cumple con su función. Esto no es ni de nuevos ni de
viejos padres. Es de padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, si leíste el post, seguro tenés algo que comentar, pues hacelo!!!