INTERNACIONAL
Borja Bergareche / Corresponsal
en Londres
Día 23/07/2013 - 12.10hs
Nuestro corresponsal en
Reino Unido describe su propia experiencia al tener un bebé en la sección de la
Seguridad Social del centro donde dio a luz ayer la Duquesa Catalina
ABC
Entrada al Ala Lido,
sección privada y de pago del Hospital de St. Mary’s en Paddington
Luces bajas, nada de
batas verdes, y sin potro a la vista. Tener un bebé en un hospital público del
Reino Unido después de haber pasado por la misma experiencia en clínicas
españolas desenmascara el incomprensible apego en España al modelo quirúrgico
de parto, pensado más para la propia comodidad de ginecólogo que para las
necesidades de la embarazada, o del cuerpo humano. ¿Por qué tumbar a la mujer y
humillarla con las piernas arriba cuando la anatomía humana y la ley de la
gravedad piden verticalidad a gritos?
Cada parto es una
experiencia diferente, cada mujer un mundo, y cada pareja, cuando la hay (el
47,5 por ciento de los bebés británicos nacen ya de madres no casadas), un
territorio personal e intransferible. Por ello, esto no es un intento de sentar
cátedra, sino de describir una experiencia. Hace casi un año mi mujer dio a luz
en el hospital de St. Mary’s de Paddington, el mismo en el que ingresó ayer la
Duquesa Catalina. Títulos nobiliarios aparte, nuestro bilbaíno nacido en
Londres -por esa conocida prerrogativa de poder nacer donde queremos- asomó la
cabeza en la maternidad del hospital, un centro público -y gratuito- de la
Seguridad Social británica (NHS), y no en el Ala Lido, el anexo privado donde
nació el nuevo Heredero al trono.
El plato de pasta era
tan incomible que decidimos irnos a casa
El coste para los
Cambridge, entre 5.000 y 12.000 euros en función del tiempo que pasen en la
habitación individual, con aire acondicionado y televisión por satélite. El
coste para nosotros, cero. En el ala pública no hay tele, pero eso da igual. El
plato de pasta era tan incomible que decidimos ir a casa apenas unas horas
después del parto, sin desprecio a la confortable cama de matrimonio que tienen
las 4-5 habitaciones de este tipo de «birth centres».
¿Quién habrá decidido en
España que a los hombres nos gusta conciliar el sueño retorcidos en una butaca?
La llegada, en todo caso, sería similar. Los Duques en coche, nosotros en taxi.
Ambos pronto por la mañana. Ambos sin escolta policial. Salvo complicaciones,
no se pisa el quirófano. Ni una sala quirúrgica, con focos blancos y batas de
colores dando vueltas. Se espera al reloj biológico en una habitación en la
que, en principio, se dará a luz. El criterio de admisión es claro: estar ya en
la tercera fase del parto, con una dilatación de 3-4 centímetros y
contracciones periódicas. Las matronas no dudan un segundo en mandar a casa a
los padres precipitados. O a un hotel cercano si vienen de lejos.
Un 56% de partos con
matronas, solo 38% con ginecólogo
En la habitación, la luz
es baja. Cada cual puede llevar su música, o velas. Los hay para todos los
gustos, suelen explicar las matronas. Del registro new age pasado de moda -con
mucho incienso en la maleta- a los que pasan de ambientarse. A diferencia de la
sanidad pública, Catalina tuvo ayer a su lado a su ginecólogo -prestado en
realidad por Isabel II- en todo momento.
En las salas de
maternidad inglesas, las matronas son las reinas. En plural si hay cambio de
turno. Nosotros pasamos de una joven de origen africano y fuerte acento en
inglés que incrementó considerablemente la angustia a una veterana irlandesa
que deshizo con agilidad de pantera la triple vuelta en torno al cuello que
traía el cordón umbilical del bebé. El 56,6% de los partos en Inglaterra en
2011-2012 fueron asistidos por matronas, según los datos oficiales [puedes
consultarlos aquí]. Y solo el 38,4% lo fueron por ginecólogos. En 2005, las
cifras fueron 62,2% frente a 34,5%.
En la habitación, las
necesidades y las decisiones de la parturienta son el centro de gravedad de un
proceso orientado a la intimidad y la naturalidad. Se les recomienda andar, no
estar quietas, o subirse a una enorme pelota de Pilates para estimular la zona
pélvica. El momento del parto es un ejercicio único con estilos múltiples. En
función de los deseos de la embarazada, y si todo discurre con normalidad,
podrá dar a luz tumbada, semiapoyada en algún mueble, en cuclillas agarrada a
unas cuerdas de gimnasia que cuelgan del techo o, en ciertos escenarios, en una
bañera. Mi mujer decidió tirarse a la piscina.
A una pequeña bañera, en
realidad, de unos 5 metros cuadrados. Y no, el acompañante no entra al agua. En
este caso, no se administra epidural. Las contracciones son a pelo, con la
ayuda -si se quiere- de un inhalador de gas hilarante (gas de la risa, mezclado
con oxígeno) que supuestamente disminuye el dolor. Las luces siguen bajas. El
olor de la vela pasa a un segundo plano. Pero la naturaleza sigue su curso, sin
ginecólogos malhumorados armados de fóceps y bisturís o matronas encaramadas a
la parturienta clavando el codo entre cadera y costilla.
En Reino Unido un 40% de
los partos fueron con epidural en 2011, frente a un 17% en 1990. Y el 25% son
por cesárea, una proporción similar a la española. Se rumoreó con que la
Duquesa de Cambridge quería probar la auto-hipnosis, otro método «analgésico»
alternativo. Nadie lo ha confirmado, y nosotros no lo probamos. La presunción
es que el miedo y la ansiedad interfieren con el proceso natural. La embarazada
repite unos mantras que, al parecer, le inducen en trance que le ayuda a
relajarse y generar oxitocina, la hormona que estimula los músculos del útero.
No se sabe cómo pasó el
quite la duquesa Catalina. Esperemos que no fuera como la Reina Victoria, que
dio a luz a su octavo hijo en 1853 tras inhalar cloroformo de un pañuelo
durante una hora. O quizás aquello era el auténtico parto sin dolor y, todo lo
demás, modernidades.
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